(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Creatividad: cómo medir, practicar y fomentar su eclosión

“Salta, y averiguarás cómo desplegar tus alas mientras estés cayendo”. Es una de las citas de Ray Bradbury más recordadas en los últimos días, con motivo de su muerte a los 91 años.

Bradbury no sabía de dónde procedía el impulso de las musas, ni en qué regiones concretas del cerebro se nutre lo que llamamos creatividad, pero intuía, como otros creadores prolíficos, que un primer e inexcusable paso es abandonar la comodidad y celebrar el complejo reto de crear.

Fue un escritor popular. Sus novelas podían encontrarse en las tiendas de cómics y en los puestos de segunda mano junto a historietas y escritores populares de novela negra. Su creatividad fue, por tanto, loada tanto por el gran público como por los entendidos.

Los enemigos de la creatividad

En el clásico de ciencia ficción Fahrenheit 451, los bomberos del futuro son pirómanos de libros y un grupo de fugitivos ajenos al sistema mantienen viva la llama del pensamiento humano, habiendo memorizado cada uno de ellos un clásico de la literatura universal.

Como Raymond Carver, Bradbury logró con su estilo e historias la admiración tanto de Jorge Luis Borges, que escribió el prólogo de la edición en castellano de Crónicas marcianas, como de los niños mecidos en la prosperidad posterior a la II Guerra Mundial, entre vídeos que “instruían” a la población sobre “nuestros amigos, los átomos”, así como sobre las supuestas ventajas del plástico o los plaguicidas con DDT.

Fahrenheit 451 entró, con 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley, en el Olimpo de las grandes novelas distópicas, donde la sociedad futura está controlada por un Estado que practica la manipulación y el adoctrinamiento masivo, penalizando pensamiento individual, la fuerza de voluntad y la creatividad humanas.

Mecanismos universales

Bradbury se interesó por los mecanismos de la creatividad humana y sus valores esenciales, que debían, según él, girar en torno al amor.

“En en centro de la religión está el amor… Yo te amo y te perdono. Soy como tú y tú eres como yo. Yo amo a todas las personas. Yo amo al mundo. Yo amo crear… Todo en nuestra vida debería estar basado en el amor”.

Como el objetivismo de Ayn Rand, la militancia a ultranza en los valores positivos del ser humano -racionalidad y fuerza de voluntad, etc.-, obedecían más bien al dolor causado por los grandes conflictos del siglo XX: guerra, aniquilación, xenofobia, gregarismo autodestructivo, manipulación.

Sus cuentos del volumen Crónicas Marcianas son la expiación creativa de las grandes cuestiones humanas, tamizadas por un paisaje marciano que Jorge Luis Borges describía como un lugar “con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena”.

Pensar por uno mismo, aunque no sea “cool”

Bradbury era conocido por su socarronería, voz poderosa y personalidad directa, así como por su incorrección política, que le llevaron a declararse defensor del individualismo y de las ideas libertarias, defendiendo los derechos civiles e individuales y, a la vez, criticando la ineptitud económica de los demócratas.

Para Bradbury, autor de 500 relatos, novelas, obras de teatro, guiones audiovisuales y poemas desde que su primer cuento apareciera en una revista pulp cuando tenía 20 años, “la vida consiste en probar cosas para ver si funcionan”.

Bradbury recopiló en un libro editado en 1992, Zen in the Art of Writing: Releasing the Creative Genius Within You, las técnicas sobre su visión de la creatividad y su relación con la fuerza de voluntad.

Stephen King seguiría sus pasos 10 años más tarde, publicando el libro con consejos de escritura On Writing.

Recomponer las piezas

Bradbury describe el torrente creativo que le aguardaba a diario, sin importar el contexto:

“Cada mañana salto de la cama y piso una mina terrestre. La mina terrestre soy yo mismo. Después de la explosión, me paso el resto del día recomponiendo las piezas. Ahora, ha llegado tu turno. ¡Salta!”.

El libro es una colección de ensayos y poemas donde Bradbury expone las cualidades que cualquier escritor debe tener, así como las técnicas más útiles, el papel de la experiencia y el oficio, el desarrollo de una voz propia y otros aspectos más relacionados con ejercitar la fuerza de voluntad, el músculo de lo que llamamos creatividad.

Bradbury nos anima a descubrir y potenciar nuestro yo imaginativo, así como alimentar nuestra propia musa: “No pienses. Pensar es el enemigo de la creatividad; es consciente de sí mismo, y cualquier cosa consciente de sí misma es pésima. No tienes que tratar de hacer las cosas. Simplemente, hazlas”.

La continuidad de nuestras obras creativas

Esta visión subconsciente de la creatividad era tan vital para Bradbury y otros creadores como las funciones fisiológicas. Ello explicaría por qué consideraba su carrera como una obra lineal, iniciada con su primer relato y culminada con el último.

“Cuando tenía 12 años decidí ser escritor y desplegué un enorme rollo de papel de carnicero para empezar a garabatear un cuento sin fin que se desplegó hasta Ahora, sin ser consciente de que el papel de carnicero seguiría desenrollándose”.

Imaginamos que un autor de ciencia ficción alabado tanto por adolescentes como por intelectuales recalcitrantes tendría un teorema exacto y con vocación empírica acerca de cómo definir, medir, practicar o potenciar la creatividad.

“La creatividad es sólo conectar cosas”

Pero la definición de Bradbury es tan deshilachada como la de otros creadores, desde artesanos a cocineros o empresarios, pasando por deportistas de élite, músicos, escritores, diseñadores industriales, blogueros, emprendedores de sectores dispares, etc.

El ensayo sobre escritura de Stephen King arroja conclusiones similares. Hay muchas horas y fuerza de voluntad detrás de una historia. También cuenta, y mucho, el oficio: evitar la verborrea, las parrafadas, las palabras sin significado, los adverbios, etc. Pero luego está el arrebato creativo. El empezar a conectar ideas.

El desaparecido dirigente de Apple, Steve Jobs, se consideró a sí mismo un miembro de “los incomprendidos”, las mentes creativas que retroalimentan el progreso humano, incluso cuando su empresa perdió su aureola alternativa y contracultural al convertirse en el mayor gigante tecnológico.

“La creatividad es sólo conectar cosas. Cuando preguntas a la gente creativa cómo hicieron algo, se sienten un tanto culpables porque realmente no lo lograron conscientemente, simplemente vieron algo. Les pareció obvio al momento”.

“Here’s to the crazy ones”

La campaña Think different (cuyo anuncio televisivo empezaba con una provocadora dedicatoria: “Esto es para los locos, los incomprendidos…”), convirtió la impresión de Jobs en una dedicatoria a las mentes creativas, “porque los que están tan locos para pensar que pueden cambiar el mundo, son los que lo consiguen”.

El anuncio contiene una parte de magia publicitaria, gracias a la colaboración entre Jobs y los creativos de una agencia de Los Ángeles que tuvieron que soportar sus ácidas críticas hasta lograr una versión satisfactoria.

Steve Jobs a menudo comparaba el desarrollo de un producto con un trabajo de edición, en el que se abandonaban aspectos superfluos para conseguir el producto esencial.

El común denominador de todos los procesos creativos

Explicó a Walter Isaacson, autor de su biografía autorizada, cómo intuía el mismo proceso de edición compleja e intuitiva en las grabaciones en estudio de The Beatles, que escuchaba a menudo.

Jobs insinuaba la interrelación en la naturaleza del conocimiento intuitivo, que describe los mecanismos de la voluntad y la creatividad humanas, el camino, según creadores clásicos, del Renacimiento y la Ilustración, para autorrealizarse.

El uso de la razón y la voluntad individuales para autorrealizarnos a través del proceso creativo, incluso en los momentos de mayor incertidumbre, complementarían la intuición de la que habla Jobs.

Autorrealizarse

La misma relación entre creatividad y autorrealización ha sido sugerida por la psicología moderna. Además, la neurociencia se ha propuesto identificar la relación entre ideas y actividad cerebral, lo que convierte el oficio de crear, antes metafísico -fruto de los dioses-, en fruto de una reacción química y nerviosa en nuestro organismo.

El colaborador de The New York Times Jonah Lehrer dedica su último ensayo, Imagine: How Creativity Works, a descifrar estos procesos, desde desarrollar rutinas a pensar con la frescura inquisitiva de un niño, soñar despierto de manera productiva, o adoptar una perspectiva exterior.

Lehrer expone que estas actividades -rutinas, pensar como un niño, divagar, ponerse en la piel del otro-, son la clave no sólo de la creatividad individual, sino también de la colectiva, para que un barrio o ciudad sean más vibrantes, una compañía más productiva, o un sistema educativo más efectivo.

Satisfacer los deseos más elevados 

Mientras la corriente del psicoanálisis relaciona la creatividad con los impulsos fisiológicos y deseos insatisfechos, la psicología positiva de Abraham Maslow, la otra gran corriente de la psicología moderna, defiende la motivación racional y humanista del individuo. Y la creatividad sería uno de nuestros objetivos elevados, de autorrealización.

Abraham Maslow, autor de la pirámide de las necesidades, exponía que el ser humano tiene que suplir primero sus necesidades básicas (fisiológicas, de seguridad personal, etc.) para luego satisfacer sus deseos elevados, entre ellos la creatividad.

Sus teorías acerca del individuo racional y perseverante, en busca de la autorrealización, a la que Maslow se refirió como “auto-actualización” (también “motivación de crecimiento” y “necesidad de ser”), convergieron al final con su opinión acerca de la necesidad de crear del ser humano.

Creatividad y autorrealización

En 1963, Maslow escribía: “Mi sensación es que el concepto de creatividad y el de un individuo sano, auto-actualizado, completamente humano, se acercan entre sí cada vez más, y quizá se revelen al final como la misma cosa”.

Para la psicología positiva o humanista de Abraham Maslow, los deseos más elevados giran en torno a la necesidad humana de crear y es por ello que la autorrealización implica perseguir de manera consistente las rutinas y patrones de conducta que nutran nuestro potencial creativo.

Su visión acerca de la naturaleza humana es tan optimista como la expuesta por el intelectualismo socrático, el eudemonismo de Aristóteles y sus sucedáneos, con el estoicismo como exponente más coherente: las herramientas que el individuo necesita para florecer están en su interior.

Arquetipos de la autorrealización

Los individuos autorrealizados arquetípicos eran, según Maslow, personalidades creativas y a menudo polímatas Abraham Lincoln, Thomas Jefferson, Mohandas Gandhi, Albert Einstein.

No es coincidente que tanto Maslow como la campaña publicitaria Think different de Apple en 1997, cuyo texto había sido curado por el propio Jobs, contaran con listados coincidentes.

Para Jobs, eran los “misfits”, los incomprendidos. Para Maslow, los “autorrealizados” y “autoactualizados” más célebres. Maslow dedujo de sus biografías varias cualidades coincidentes.

Características comunes

Las personas autorrealizadas saben, según Maslow, analizar la realidad y distinguir lo ficticio de lo genuino y se enfrentan a los problemas para solucionarlos. Además:

  • buscan la privacidad;
  • son autónomos con respecto a la cultura y entorno dominantes, analizando la realidad por sí mismos;
  • saben capear la presión social y son inconformistas;
  • su sentido del humor no va contra las personas, sino contra sí mismos o la propia condición humana;
  • se aceptan a sí mismos y a los demás tal y como son;
  • con tendencia a experimentar la realidad con mayor intensidad que la media;
  • son creativos, inventivos y originales.

Asimismo, Maslow teorizó que, mientras las necesidades básicas (instintos, necesidades fisiológicas) priorizan la gratificación instantánea, debido a que el ser humano había evolucionado como especie para satisfacerlas, las necesidades superiores, con la creatividad al frente, se nutrían de la gratificación aplazada.

Al requerir un ciclo motivador más prolongado, las necesidades superiores demandan mayor esfuerzo; de ahí que los individuos menos ambiciosos, consistentes o perseverantes, tendían a recrearse en motivaciones más bajas, dando la razón a Freud acerca de nuestros comportamientos instintivos.

El vértigo de producir algo nuevo

Sólo las personas perseverantes, las que saltan cada mañana con la intención de dar lo mejor de sí mismos o, en palabras de Ray Bradbury, se levantan cada mañana y pisan una mina antipersona del pensamiento, repitiendo el proceso de producir algo original con la suficiente consistencia.

Expertos como Michael Mumford han definido la creatividad como “el mecanismo para producir algo que sea original y valga la pena”. Más allá de otras explicaciones vagas, los autores difieren tanto como la infinidad de acotaciones que pueden realizarse sobre un sujeto de estudio tan amplio y voluble.

Los estudios científicos sobre creatividad son tan recientes como la psicología moderna, y no empiezan hasta el siglo XX. Las referencias anteriores a la acción de crear se relacionan con el relato de la cristiandad, más que con el pensamiento clásico.

“Hacer” y “crear”

En la Grecia Clásica, el verbo que designaba cualquier elaboración original en cualquier campo era el equivalente a “hacer”, al no existir “crear”.

El Renacimiento y la Ilustración relacionaron creatividad con imaginación y, pese a otorgarle un aura divina, adoptaron la receta clásica de “hacer”, que después sería loada por Steve Jobs: la polimatía, o situarse en la intersección entre distintas ramas del saber, interpretando la realidad con la frescura renovada de las primeras experiencias.

Una manera de salir de la nebulosa de los estudios científicos sobre creatividad, o su evolución desde los orígenes de la cultura occidental, consiste en recurrir a la metodología usada por Abraham Maslow: estudiando en profundidad los rasgos biográficos de los exponentes creativos con una vida pública, reconocida y, por tanto, documentada.

La inspiración creativa a lo largo de la historia

Se sabe que polímatas y científicos, desde Arquímedes a Isaac Newton, pasando por Albert Einstein, describieron sus supuestos arrebatos de inspiración mientras divagaban sobre asuntos menores.

Un estudio publicado en recientemente en Nature concluye que nuestra mente obtiene las soluciones más creativas mientras divaga, como si se tratara del equivalente consciente del sueño.

Los arrebatos de inspiración no tienen un origen divino, sino son más bien la consecuencia de una conducta que algunos individuos explotan con mayor pericia y consistencia.

Además de acumular saber y tener ciertas cualidades, son capaces de aplicar su bagaje de una manera genuina, como la mente de un niño expuesta a la intensidad de las experiencias vividas por primera vez.

Mezcla novedosa vs. cálculo computacional

Más que de acumular conocimiento y conjugarlo a través de mecanismos predecibles, como un mero cálculo computacional, la mente humana se sirve de la mezcla novedosa de lo acumulado.

La diferencia entre el cálculo binario y el pensamiento creativo humano es explicada de manera indirecta por, Antoine de Saint-Exupéry: “Una pila de piedras deja de serlo en el momento en que un solo hombre la contempla, concibiendo en ella la imagen de una catedral”.

El escritor y aventurero romántico demostró su profundo conocimiento de la magina del pensamiento infantil primigenio en El Principito.

La importancia de la imaginación

La imaginación lo es todo, decía Einstein. “Es la antesala de las posteriores atracciones de la vida. La imaginación es más importante que el conocimiento”.

John Steinbeck lo explicaba de un modo más tangible: “las ideas son como conejos. Consigues un par y aprendes a controlarlos, y pronto tienes una docena”.

En cualquier caso, para que “el mundo se convierta en un lienzo de la imaginación”, una frase del escritor y filósofo trascendentalista Henry David Thoreau, la mente humana debe abandonar la comodidad tóxica, el letargo.

El estado vegetativo y acomodaticio de la mente no equivale a divagar, mecanismo que permite a nuestra mente analizar con mayor frescura, según el estudio publicado en Nature.

La creatividad insta a nuestra mente a abandonar la modorra y perseguir una recompensa a largo plazo, ya que el fruto del pensamiento complejo se encuentra en las antípodas del placer que causa en nosotros el satisfacer cualquier impulso.

Estar desconcertado es a menudo necesario para avanzar

Según el psicólogo social Erich Fromm, “las condiciones para la creatividad consisten en estar desconcertado; en concentrarse; en aceptar el conflicto y la tensión; en nacer todos los días; en sentir la conciencia de uno mismo”.

Es esta necesidad por soñar despierto que nos invita a abandonar la zona de confort la que debería animarnos a ver la realidad con la intensidad adecuada.

Convertirse en un árbol antes de pintarlo

El poeta y ensayista Ralph Waldo Emerson, amigo personal de Thoreau y también trascendentalista, escribió:

“Un pintor me explicó que nadie podía dibujar un árbol sin de alguna manera convertirse en un árbol; o dibujar un niño estudiando meramente sus contornos físicos… sino que es asistiendo por un tiempo a sus movimientos y juegos, cuando el pintor accede a su naturaleza y puede entonces dibujarlo en cualquier actitud”.

La intuición creativa de Steve Jobs y la de otros tantos polímatas, reconocidos por él mismo y el psicólogo humanista Abraham Maslow, consistía en haber descifrado esta habilidad para interpretar la realidad de un modo intenso y primigenio, divagando, observando desde distintos puntos de vista.

Un proceso individual e intransferible, tan poderoso que los regímenes totalitarios que evoca la distopía descrita por Ray Bradbury quieren controlarlo a toda costa, deteniendo a mentes creativas y prohibiendo -o destruyendo cuando es posible- sus obras.