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6 rutinas diarias de las mentes más creativas de la historia

El éxito no es un fin en sí mismo, al menos para quienes lo logran por méritos propios. Detrás de la gloria en cualquier campo hay a menudo rutinas, una filosofía de vida sólida, perseverancia, esfuerzo, capacidad para modular tanto momentos de euforia como de pesadumbre.

Entre los ingredientes del triunfo se mencionan sinsabores como el saber perder, el esfuerzo en solitario, el cultivo de otras materias o deportes, etc.

Breve historia de las estrategias de excelencia

Los grandes pensadores e inventores de la historia optaron por la polimatía, divagando entre materias y disciplinas.

Les interesaba el lugar intelectual estratégico definido por Steve Jobs como “la intersección entre las humanidades y las ciencias”, del mismo modo que los que optaron por carreras intelectuales no descuidaron practicar deporte, y a la inversa.

Polimatía, intersección entre humanidades y ciencias… deporte

Hay estudios que relacionan la práctica regular de deporte con el desarrollo de un rasgo de la personalidad que se comporta como un músculo, tonificándose cuando se ejercita y atrofiándose cuando es descuidado: la fuerza de voluntad, reivindicada por Roy F. Baumeister y John Tierney en el ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength.

Más allá de reforzar la fuerza de voluntad -para salir a ejercitarnos cuando no nos apetece, superarnos un poco más cuando creemos que no es posible, situar cada día un poco más lejos el límite-, el ejercicio estimula un bienestar de origen químico que repercute en nuestro rendimiento intelectual. 

Con el ejercicio regular, aumentan la producción de endorfinas (bienestar, euforia), glucógeno (esencial para el cerebro) y testosterona (acelera el aprendizaje, afina la memoria y la clarividencia –estudio-).

Efectos físicos y cognitivos del deporte

El ejercicio físico continuado no sólo repercute sobre el estado de ánimo de cualquiera, gracias al aumento de niveles de neurotransmisores como la serotonina y de endocanabinoides en la sangre; también mejora el rendimiento cerebral. Agudiza el ingenio, en definitiva.

Desde la época clásica, el ejercicio físico aparece entre las recetas recurrentes mencionadas por las personas con más éxito en sus disciplinas. El auge del olimpismo y los deportes modernos son parte de la recuperación del deporte como parte integrante de la educación y el desarrollo humanos.

(Imagen: Pablo Picasso, 1949)

Las filosofías de vida clásicas, concluyeron en la Ilustración, habían incluido las disciplinas del ejercicio físico y “aprender a vivir” en su programa integral, completado con las materias intelectuales, ya que el cuerpo conformaba también el individuo y su tonificación repercutía sobre el rendimiento de la psique.

Sobre el poder de las meta-ideas (innovación en entornos estimulantes)

La historia también sugiere que la genialidad y las hazañas aparecen algo así como por hornadas o constelaciones, aglutinándose en épocas y lugares determinados: la Atenas clásica, la Florencia renacentista, el Glasgow de la Ilustración, etc. 

Así, momentos de prosperidad y valores educativos ininterrumpidos durante decenios pueden engendrar fueras de serie que competirán con otros individuos remarcables y éstos, a su vez, apadrinarán a discípulos que partirán de un caldo de cultivo superior al experimentado por sus maestros. Sócrates supo extraer el potencial de Platón (su alumno), y éste hizo lo propio con Aristóteles.

Hay autores, como el ensayista Malcolm Gladwell, que sugieren que algunos individuos parten con una ventaja competitiva ajena a sus capacidades intrínsecas: nacer en una época del año determinada puede crear una ventaja competitiva en los primeros años de desarrollo de determinados deportes, por ejemplo. Ocurriría lo mismo en tareas intelectuales. Gladwell detalla los recovecos de esta tesis en Outliers (Fueras de serie).

Lo “posible adyacente”: ideas a las que les llega el momento

Las ideas, como los genios, parecen tener su época; hay invenciones que han aparecido en la misma época en lugares distintos e inconexos (cáculo lógico-matemático, batería eléctrica, teléfono, máquina de vapor, radio); el ensayista Steve Johnson lo achaca al fenómeno de lo “posible adyacente“, teoría biológica de Stuart Kauffman que expone que los sistemas biológicos y las ideas evolucionan de manera escalonada.

Inventamos a partir de lo que hay a nuestro alcance con una vuelta de tuerca magistral más. El ejemplo por antonomasia es el propio origen de la vida: las moléculas con capacidad para crear aminoácidos posibilitaron el ARN y el ADN, la célula, la agrupación multicelular y así sucesivamente.

Un ejemplo de este tipo de evolución es un arrecife de coral, que concentra buena parte de la biodiversidad de los océanos. Ello es debido a la convivencia de diversas colonias de organismos que interactúan influenciando las unas a las otras.

Fenómenos que posibilitan el surgimiento de creadores remarcables

El desordenado escritorio de un inventor o un diseñador industrial, la interconexión de Internet o el cosmopolitismo de los barrios más vibrantes de las grandes ciudades hacen más plausible el estímulo de mentes geniales, o el surgimiento de nuevas ideas, siguiendo el mismo principio de innovación que los sistemas biológicos más complejos, como las selvas tropicales o los arrecifes de coral.

(Imagen: Arthur Miller, 1980)

Así pues, antes del éxito se concatenan fenómenos complejos que no garantizan nada, pero sí lo posibilitan:

  • lo que está alcance del individuo: entorno familiar y emocional; inteligencia emocional individual; perseverancia; capacidad para modular emociones (relativizar éxitos y fracasos, “subidones” y “bajones”, ambos igualmente perjudiciales); capacidad para abstaerse de la presión ambiental; filosofía de vida coherente;
  • el contexto: la genialidad parece aparecer por grupos y épocas (Atenas clásica, Florencia del Renacimiento); determinados individuos parten con ventajas aleatorias (según la familia donde hayan nacido, o la época del año, entorno intelectual y socioeconómico, etc.); las grandes ideas -y los genios que las producen- parecen tener una época, fenómeno que se explica con la teoría de lo “posible adyacente” (más que inventar desde 0, damos vueltas de tuerca a elementos que ya hay sobre la mesa).

Lo que depende de nosotros y lo que no

En el caldo de cultivo de las personalidades que admiramos, públicas y anónimas, hay atributos y actitudes que el individuo moldea y, en segundo lugar, existe el peso de los fenómenos del contexto, en los que el individuo apenas puede influir. Es el “yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset.

Sabemos que los grandes polímatas de la historia compartían una rutina creativa con los niños: la capacidad para divagar sobre ideas y situaciones con la frescura de los primeros encuentros, lo que permite asociar con originalidad, encontrar soluciones más allá de la experiencia y la obviedad.

La revista Nature explica por qué las grandes ideas aparecen a menudo cuando no hay un esfuerzo consciente, sino más bien un estado de relajación próximo a esa confusa frontera entre la conciencia y el sueño ligero, limbo cognitivo donde las ideas fluyen y chocan unas con otras, como si tuvieran permiso para hacerlo. 

Los niños todavía no han “desaprendido” y pueden relacionar ideas “disparatadas” para los adultos; el mismo proceso nos ha legado el atomismo, la ley de la gravedad o la teoría de la relatividad.

En la parra: sobre el potencial de la divagación

La historia recuerda que los puntos álgidos de la carrera de Arquímedes, Newton o Einstein aparecieron en momentos de inspiración no planeados, mientras pensaban en otras cosas.

Los estudios sobre la materia sugieren que una mera pausa en los quehaceres no aporta clarividencia, sino que la creatividad aparece con tareas que estimulan la ensoñación.

(Imagen: Ernest Hemingway, 1952)

El secreto de las ideas más celebradas de muchos polímatas es, por tanto, la facilidad para obtener las mejores soluciones divagando. Y de soñar despiertos… a soñar a secas: también abundan las ensoñaciones célebres.

Crear se parece a “editar” posibilidades

El conocimiento multidisciplinar de muchos de estos creadores les permitió trastear con el equivalente a un escritorio lleno de artilugios, la riqueza teórica comparable a la diversidad de un arrecife de coral o el cosmopolitismo de una gran ciudad, recordando el símil de la teoría de lo “posible adyacente” de Kauffman, citada por Steven Johnson en Where Good Ideas Come From.

Las soluciones creativas llegan precisamente cuando el cerebro carece de la rigidez de la plena consciencia, más dependiente de la convención y la experiencia.

La divagación creativa, creen los estudiosos citados por Nature, podría haber ayudado a nuestros antepasados a la supervivencia en situaciones extremas que requerían creatividad, la gran ventaja competitiva de nuestra especie.

Olvidada normalidad: ventajas de la rutina cotidiana

El éxito no dependería sólo del perfeccionamiento consciente de todos los elementos al alcance del individuo y de otros elementos que forman parte del contexto, a menudo ajenos a la voluntad de la persona.

(Imagen: Ayn Rand, 1958)

También existirían ventajas competitivas más difíciles de detectar, como la capacidad para asociar conocimientos e ideas de un modo creativo. La teoría sobre la divagación como motor para obtener mejores soluciones demuestra que la diferencia entre el rendimiento notable y la genialidad no estriba en el conocimiento, sino en la capacidad para manejarlo con flexibilidad.

¿Cómo logran las personalidades con más éxito poner de su lado lo que está en sus manos y lo que forma parte del contexto? ¿Es la divagación o la ensoñación otro de sus secretos?

Para analizar casos concretos es necesario contar con un cierto conocimiento biográfico. Es más sencillo, por ejemplo, averiguar cuáles son las rutinas cotidianas de las personas con más éxito, o las rutinas de aquellos individuos que destacaron por su creatividad, más allá del reconocimiento logrado.

La mañana

En un artículo para Forbes donde enumera 5 rutinas llevadas a cabo por personalidades que destacaron en sus respectivas disciplinas, Jennifer Cohen empieza por los horarios.

(Imagen: Muhammad Ali, 1971)

Nos guste o no reconocerlo, argumenta Cohen, levantarse pronto y usar las horas previas al trabajo en rutinas personales que potencien nuestro rendimiento es una de las claves del éxito de las personalidades mencionadas en su artículo.

El arquitecto Frank Lloyd Wright, por ejemplo, se levantaba a las 4 de la mañana. Ernest Hemingway lo hacía algo más tarde, a las 5.30 de la mañana.

Ejercicio, agenda, desayuno, introspección, priorizar

Pero, ¿cuáles son según Jennifer Cohen las 5 rutinas que muchas personas con éxito emprenden antes de las 8 de la mañana?

  • Ejercicio físico: la mayoría de quienes se ejercitan a diario, eligen hacerlo por la mañana. Hacer ejercicio antes del trabajo aporta tonificación, frescura, clarividencia.
  • Planear el día: conocer los objetivos y horarios de las tareas del día nos ayudan, al menos, a conocer el proceso necesario para avanzar en lo que nos ocupe (a menudo, más de un proyecto); hacerlo por la mañana aporta la tranquilidad y perspectiva necesarias para sincerarnos con nosotros y ser realistas con lo que esperamos del día.
  • Desayuno saludable: abandonar un desayuno saludable (o un rato de ejercicio, etc.) a la primera excusa o infortunio puede dinamitar las ventajas de una rutina cotidiana matutina estable y coherente; el desayuno es necesario por salud física y mental, al apartar la sensación de un estómago vacío y, de paso, compartir tiempo con la familia antes de que empiece la jornada para todos.
  • Momento personal (introspección, visualización, meditación): disponer de un momento para la introspección es tan esencial como el ejercicio físico (ambas actividades son compatibles: un corredor de fondo, por ejemplo, podrá meditar u observar a su alrededor mientras se ejercita). Según Jennifer Cohen, la mañana “es el momento perfecto para pasar algo de tiempo de sosiego meditando o visualizando”. La introspección tiene un efecto similar al ejercicio, al recargar nuestra energía y estimular la producción de neurotransmisores que modulan nuestro estado de ánimo.
  • Anteponer el trabajo más duro al placentero para evitar la posposición (procrastinación): cualquier persona reconocida por sus logros ha desarrollado un mecanismo contra la postergación de responsabilidades como la estrategia sugerida por Jennifer Cohen. Consiste en atender las tareas más complejas e importantes -a menudo, también las menos agradables, ya que requieren mayor esfuerzo- al principio de la jornada, dejando tareas más irrelevantes o agradables para después, cuando la energía y capacidad de concentración se hayan reducido.

Rituales diarios de las mentes creativas más admiradas

Consciente del interés que suscitan las rutinas de las personalidades más admiradas por sus logros, Mason Currey ha escrito Daily Rituals: How Great Minds Make Time, Find Inspiration, and Get to Work: How Artists Work, un ensayo que clarifica los secretos de la cotidianidad de algunas de las mentes más creativas e influyentes.

“Benjamin Franklin pasaba sus mañanas desnudo. Patricia Highsmith sólo comía huevos con bacon. Marcel Proust desayunaba opio y croissants. El camino hacia la grandeza está pavimentado con infinidad de pequeños rituales (y algo de abuso de sustancias), pero prevalecen seis reglas fundamentales”, escribe Oliver Burkeman sobre el ensayo en The Guardian.

(Imagen: Marlon Brando en Broadway en 1947)

Los genios creativos mencionados en el ensayo de Mason Currey se decantaban por las siguientes rutinas cotidianas:

  • creadores matutinos (se decantaron por la primera hora del día para trabajar, en lugar de hacerlo por la noche, cuando hemos perdido frescura y clarividencia);
  • no abandonaron su trabajo convencional (cuando lo tuvieron o pudieron conservarlo);
  • grandes aficionados a caminar;
  • estrictos con sus rutinas horarias;
  • practicaron el “consumo estratégico de sustancias” excitantes (el café de hace unas décadas era más bien la benzedrina, conocemos con el libro);
  • aprendieron a trabajar en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia (optando, cuando era posible, por humildes rincones de introspección).

Valor para atenerse a la rutina incluso cuando no apetece

Gracias al ensayo, aprendemos que Ernest Hemingway mantenía su compromiso personal de levantarse a las 5.30 de la mañana incluso cuando había estado bebiendo la noche anterior, una actitud recurrente entre el resto de mentes creativas mencionadas: más allá de indulgencias personales o sorpresas cotidianas, la mayoría mantenía una responsable rutina de trabajo sí o sí.

Hemingway, como otros escritores-buscavidas (Walt Whitman, Mark Twain, Jack London), reconocía la importancia de los horarios, al carecer de rutinas vitales -estabilidad sentimental, familiar- o espaciales -un lugar fijo-.

Beethoven consideraba su café matutino tan importante que contaba personalmente los 60 granos que, según él, requería su copa. Benjamin Franklin, cuya autobiografía se convirtió en uno de los libros de cabecera de la sociedad estadounidense, tomaba por la mañana lo que él llamaba “baños de aire”, consistentes en no llevar ropa por la mañana, sin importar la temperatura afuera.

En cualquier caso, ninguna rutina diaria garantiza resultados brillantes. Daily Rituals reconoce que los autores seleccionados no habrían conseguido los resultados por los que son reconocidos con el mero seguimiento de una fórmula, sino trabajando con extrema dedicación y poniendo en práctica su talento.

Fuerza de voluntad, creación… y autorrealización

Malcolm Gladwell y otros autores discutirían sobre el auténtico significado de “talento” y lo relacionarían con un entrenamiento previo, que el autor famosamente estimó en 10.000 horas (las necesarias para que cualquier individuo alcance, al menos en potencia, la proficiencia en alguna actividad compleja para la que exista una cierta inclinación previa).

Más allá de las anécdotas polémicas, manías persecutorias, excentricidades o modas sobre el consumo de sustancias relacionadas con actividades y épocas (la percepción del opio, la cocaína, la benzedrina, el tabaco y el alcohol han variado con el paso de las décadas), el ensayo extrae conclusiones similares a las expuestas por Jennifer Cohen en sus trucos; o a las que mencionaría un filósofo clásico, de ser inquirido acerca de la autorrealización de una mente creativa.

1. Creadores matutinos

Mason Currey reconoce la existencia de creadores nocturnos, aunque algunos de ellos, como Marcel Proust, trabajaban de madrugada, a menudo bajo efectos de sustancias como el opio. En estas ocasiones es difícil discernir sobre el estado de la mente creativa, quizá más cercana a la frescura de la primera hora de la mañana que al agotamiento del final de una extenuante jornada.

La mayoría de grandes creativos se decantaron por el trabajo matutino:

  • para algunos, trabajar a las 5 o 6 de la mañana fue cuestión de necesidad, el único modo de combinar la escritura o pintura con las demandas de un trabajo convencional, la crianza de los hijos, etc.;
  • para otros, una manera de evitar los estragos de la interrupción constante. Según Hemingway, “no hay nadie que te moleste y hace frío o fresco hasta que empieza a calentar a medida que escribes”.

Pese a que los psicólogos han estudiado tanto quienes trabajan a primera hora u optan por hacerlo por la tarde, sin encontrar motivos para determinar que una estrategia sea intrínsecamente superior a la otra.

2. Permanecer en el trabajo que paga las facturas

Infinidad de mentes creativas combinaron las responsabilidades de un trabajo más o menos rutinario con las exigencias de su “afición” o trabajo creativo por el que alcanzaron notoriedad.

Franz Kafka, William Faulkner, TS Eliot o Wallace Stevens, entre otros, se las ingeniaron para arañar tiempo de aquí y allí y componer sus creaciones.

Kafka expresó a su prometida las vicisitudes de la creación literaria en medio de la cotidianidad: “el tiempo es corto, mi fuerza tiene un límite, la oficina es un horror, el apartamento es ruidoso. Y si una vida placentera, sencilla no es posible, uno debe tratar de escabullirse con maniobras sutiles”.

William Faulkner escribió Mientras agonizo en “seis frenéticas semanas”, en palabras del propio escritor, a primera hora de la tarde y antes de que empezara su turno nocturno. Faulkner trabajaba entonces como bombero y vigilante nocturno de la Universidad de Misisipí. El libro se convirtió, según el autor, en un “tour de force”.

Los inicios como novelista de Stephen King son similares, escribiendo de manera frenética mientras trabajaba en lo que surgiera para intentar llegar a fin de mes, pagar el alquiler de un cuchitril y alimentar a su familia.

La vida laboral oficial de TS Eliot fue más placentera que la de William Faulkner o Stephen King, al menos sobre el papel: trabajaba en una oficina bancaria de Lloyds que le proporcionaba estabilidad financiera.

3. Paseos: la recurrente afición de caminar entre los creativos

Existe la evidencia científica de que los paseos, especialmente por entornos naturales o parques, aumenta la productividad y capacidad cognitiva al desempeñar tareas creativas.

Al documentarse para su ensayo, Mason Currey se sorprendió de lo extendida que estaba esta actividad entre las personalidades estudiadas. Muchos compositores clásicos (Beethoven, Mahler, Erik Satie y Tchaikovsky entre ellos), tenían la convicción de que el paseo por la naturaleza era imprescindible para su labor creativa.

Tchaikovsky “creía que tenía que dar un paseo de exactamente dos horas diarias y, si volvía antes de tiempo aunque fuera por minutos, grandes infortunios se cernirían sobre él”.

En la actualidad, recalca Oliver Burkeman en su reseña del ensayo sobre rutinas de creativos para The Guardian, el paseo diario tiene un valor adicional: cuando paseamos, nos alejamos de las principales fuentes de distracción e interrupción: ordenadores, televisores, teléfonos. 

4. Aprender a atenerse a un horario

La fuerza de voluntad entra en juego cuando cualquier imprevisto amenaza con dar al traste con un horario exigente. 

La diferencia entre algunos de los creativos más célebres y otras personas con potencial que no lo lograron estriba en detalles como atenerse a un horario. Fuerza de voluntad, consistencia, perseverancia, ser capaz de trabajar cuando otros duermen o festejan, son atributos que demandan personalidad.

Los vecinos de Emmanuel Kant en Königsberg podían sintonizar sus relojes usando como referencia el puntual paseo del filósofo, a las 3.30 de la tarde.

William James, precursor de la psicología moderna, expuso por primera vez el mecanismo que relaciona una rutina consistente con el potencial creativo de un individuo: al convertir muchas tareas diarias en hábito rutinario, podemos “liberar nuestras mentes y avanzar hacia interesantes campos de acción”, decía James.

Hallazgos posteriores han confirmado la teoría de William James, así como el “ancho de banda” de nuestra fuerza de voluntad, limitado y propenso a la rápida extenuación. 

Muchos trabajadores creativos nos sentimos identificados en hipótesis de James como la siguiente: si empleamos toda nuestra energía decidiendo en qué, cuándo o dónde trabajar, estaremos mentalmente agotados para hacer el trabajo.

Ello explicaría por qué muchos escritores, pintores, compositores musicales, escultores, etc., erigieron su estudio junto al hogar. A menudo se trataba de un edificio individual (un chozo, cobertizo, casita de jardín, etc.), o de una estancia respetada por el autor y sus allegados como lugar de trabajo.

Sin compromiso horario consistente, la creación se resiente.

5. Sobre el consumo de sustancias 

El uso de sustancias estimulantes durante la actividad creativa es tan antiguo como la propia historia humana sobre la interpretación de sí mismo y lo que le rodea.

Los creativos más célebres de las últimas décadas no son una excepción: modas, legislaciones y percepción social han condicionado el consumo de sustancias legales e ilegales. 

Además de café, té u otras infusiones con tradición local -por ejemplo, la preponderancia de la yerba mate entre la intelectualidad del Cono Sur-, otras sustancias menos homologables han jugado un papel igualmente crucial en muchas de las creaciones más celebradas.

La filósofa y escritora Ayn Rand, el escritor Graham Greene y el matemático Paul Erdös consumían Benzedrina, un derivado de la anfetamina. Se convirtió en el primer estimulante sintético y fue ampliamente usado por los integrantes de la Generación Beat.

Proliferan estudios con la tesis de que el consumo de café tiene efectos positivos sobre nuestra creatividad, más allá de su papel estimulante.

6. Saber trabajar en cualquier lugar

Los creadores de éxito mencionados por Mason Currey en Daily Rituals fueron en su mayoría capaces de evitar uno de las excusas recurrentes para posponer trabajos creativos e incurrir en la procrastinación: la creencia de que hay que trabajar en un entorno ideal (una casita de escritor, un escritorio elevado o lo que fuere en cada caso).

La experiencia refuerza los mecanismos de introspección que permitirían, por ejemplo, concentrarnos en espacios abiertos y repletos de gente, o abstraernos hasta entrar en uno de esos preciados momentos en que perdemos la conciencia de nosotros mismos y el tiempo parece volar (los psicólogos los llaman “experiencia de flujo“).

Durante sus años más productivos, Jane Austen trabajaba en el salón de visitas familiar, a menudo junto a su madre, que cosía mientras la autora completaba pequeños pasajes en pequeñas que guardaba con discreción durante las habituales visitas.

Agatha Christie tuvo que bregar durante años con la curiosidad de periodistas que insistían en fotografiarla ante su escritorio. Había un problema: la autora no tenía escritorio. Cualquier superficie estable se convertía en un lugar idóneo para su escritura.