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Adolescencia, comida, sedentarismo y flora intestinal

Desde hace poco más de dos semanas, actualizamos *faircompanies desde la localidad de montaña de Sun Valley, en Idaho. La cercanía de uno de los edificios más emblemáticos de la zona, el hotel de Sun Valley, conocido como The Lodge, me permite abusar de la comodidad de su lobby para trabajar.

Esta mañana, me ha sorprendido una información en la portada de uno de los diarios que he podido ojear: se consolida fenómeno de la pubertad precoz entre las niñas estadounidenses, lo que aumenta la preocupación entre la comunidad médica y científica.

Un nuevo estudio publicado el 9 de agosto de 2010 en la revista Pediatrics confirma que las niñas estadounidenses alcanzan la pubertad más pronto que nunca, y la aceleración de los profundos cambios físicos que tienen lugar a edades más longevas aumenta la posibilidad de padecer trastornos de conducta y problemas de salud que hasta ahora sólo se detectaban mujeres adultas, tales como el cáncer de mama.

Otros estudios indican que las niñas que empiezan la pubertad con mucha antelación con respecto a sus amigas y compañeras del colegio suelen tener una autoestima más baja, derivada de una percepción negativa de su propio físico. También corren mayor riesgo de protagonizar comportamientos de riesgo que pueden derivar en embarazos y daños psicológicos difíciles de superar, así como tentativas de suicidio.

Adentrarse en la edad adulta a los 7 años

Alrededor del 15% de las 1.239 niñas estudiadas, procedentes de tres entornos distintos (East Harlem, en Nueva York; el área metropolitana de Cincinnati; y la Bahía de San Francisco), mostraban el inicio del desarrollo mamario a los 7 años, una alarmante aceleración de la entrada en la pubertad, si se parte de los datos, ya preocupantes, de 1997.

Por grupos de población, el 10% de las niñas blancas de 7 años estudiadas mostraron signos de desarrollo mamario en 2010, por un 5% en 1997; el 15% de las niñas hispanas mostraban el mismo signo de entrada en la pubertad; entre las niñas negras, el 23% se adentran en la adolescencia a los 7 años en 2010, por un 15% en 1997.

El estudio publicado en Pediatrics confirma que la aceleración de la entrada en la pubertad de las niñas no se ha estabilizado. La edad media del inicio del desarrollo mamario cayó desde los 10,9 años en 1991 a los 9,9 años en 2006, tal y como ya había confirmado un estudio realizado en Dinamarca y publicado igualmente en Pediatrics en 2009.

Se desconocen las razones específicas por las cuales la pubertad llega cada vez a edades más tempranas, explica Liz Szabo en USA Today, pero sí existe una relación inequívoca entre los hábitos alimentarios y el fenómeno, según los expertos.

Para el pediatra Frank Biro, las niñas con mayor peso e índice de masa corporal y, por tanto, más expuestas a alimentos precocinados y poco saludables, así como a una vida sedentaria, muestran mayor predisposición a adelantar su entrada en la pubertad.

El caso de Kiera

La tendencia, imparable en las dos últimas décadas, alcanza mayor dramatismo cuando se conocen los casos particulares. La periodista Linda Carroll explica el caso de Kiera, una niña de Pittsburgh de la que no se facilita su apellido para preservar su intimidad.

Los cambios en el cuerpo de Kiera asustaron a sus padres cuando, con 8 años, empezó a padecer dolores de cabeza y acné. Su madre, Sharon, buscó supervisión médica cuando detectó el desarrollo mamario en la pequeña. “Pensé que era demasiado joven. Todavía tiene miedo de dormir sola. Una niña de 8 años simplemente no tiene la madurez para manejar esto”.

Pero, como muestra el estudio publicado en Pediatrics, el inicio de la pubertad en niñas a los 7 y 8 años es cada vez más habitual, en lugar de la edad más habitual para este profundo cambio en Estados Unidos, entre los 10 y 11 años.

Repasemos nuestros alimentos, productos de cosmética, utensilios domésticos…

En Estados Unidos, un tercio de los niños tienen sobrepeso y especialistas como Marcia Herman-Giddens, de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, relacionan la epidemia de obesidad con el inicio de la pubertad en niñas a una edad cada vez más temprana.

Un número cada vez mayor de investigadores y organizaciones (tales como el Environmental Working Group, EWG) reiteran su preocupación ante la presencia de sustancias químicas en el ambiente que actúan como disruptores de hormonas o disruptores endocrinos.

Los resultados obtenidos en exhaustivos estudios sobre estas sustancias en animales sugieren que varias toxinas presentes en el medio ambiente y usadas en infinidad de productos y componentes industriales pueden incidir sobre la edad del inicio de la pubertad, el desarrollo sexual o la fertilidad, además de aumentar las posibilidades de padecer diversas enfermedades, entre ellas varios tipos de cáncer.

Pese a que no existen pruebas científicas concluyentes que relacionen la presencia de estas sustancias en el ambiente con la alteración del desarrollo físico en humanos, preocupa su inequívoca incidencia sobre varios animales. La industria química asegura que estas y otras sustancias químicas son inocuas y nunca se ha podido demostrar su daño en las personas.

“Falta de pruebas concluyentes”

Entre las sustancias sospechosas de afectar a nuestro desarrollo hormonal y a fenómenos como el inicio de la adolescencia en niñas, se incluyen plaguicidas usados en agricultura y jardines domésticos; pirorretardantes, empleados en las industrias textil, del mueble y electrónica; o Bisfenol A, un ingrediente con características similares a los estrógenos, la hormona natural femenina producida en los ovarios y glándulas adrenales, presente en productos tan ubicuos como el plástico de las botellas de agua, el revestimiento de la alimentos y bebidas en lata o los recibos de la compra que recogemos en todo tipo de establecimientos.

Tras el estudio que confirma la aceleración de la adolescencia entre las niñas estadounidenses, ahora los investigadores recogen muestras de sangre y orina de este sexo y grupo de edad para analizar su exposición a los grupos de toxinas mencionados.

Asimismo, otras sustancias, también presentes en el entorno en grandes cantidades (en el agua, aire, en el revestimiento de productos, alimentos y bebidas, materiales de construcción y de oficina, etc.), afectan el desarrollo sexual masculino en numerosos animales y, pese a la falta de pruebas científicas concluyentes, según la industria química, también podría ser el caso en humanos.

El herbicida atrazine castra químicamente a algunos anfibios macho y convierte a otros en hembras, capaces incluso de poner huevos, según un estudio publicado en marzo en Proceedings of the National Academy of Sciences.

Un estudio de 2008 indicaba que los niños tienen más posibilidades de padecer cambios en el desarrollo de sus genitales, tales como testículos sin descender y penes más pequeños, si han sido expuestos antes del nacimiento a elevados niveles de ftalatos, otro disruptor endocrino presente en pesticidas, productos de cosmética y belleza (perfumes, champú), moquetas, alfombras y, de un modo si cabe más preocupante, en biberones, vasos para bebés y juguetes.

La dieta Occidental y sus miserias

Nuestra alimentación, hábitos cotidianos y sustancias con las que convivimos, literalmente, desde antes de nacer (se cree que los interruptores endocrinos inciden especialmente sobre el desarrollo durante el período gestacional, a través del contacto de la madre con estas sustancias), puede determinar no sólo nuestra salud, sino el momento en que iniciaremos la pubertad o incluso -y no es broma, como explican en New Scientist– nuestra fertilidad o masculinidad.

Actividades cotidianas como beber agua de manera recurrente con botellas de plástico que contengan Bisfenol-A, vivir en una casa recubierta con moqueta, o emplear perfumes, champús y productos de limpieza con ftalatos, y otras situaciones con una falta de trascendencia similar podrían afectar nuestro desarrollo hormonal y el de nuestros hijos.

Pero, ¿qué ocurre con los alimentos? La situación es igualmente preocupante. Hay pruebas que relacionan la dieta Occidental, rica en alimentos precocinados, azúcares y grasa animal, con el desarrollo de una flora intestinal poco saludable en niños, capaz de ocasionar molestias y enfermedades permanentes.

The Economist se hace eco de un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences que relaciona la actual dieta rica en grasas con profundos cambios en la flora intestinal de los niños, que incrementaría el riesgo de asma, alergias y enfermedades inflamatorias.

Niño rico, niño pobre y sus respectivas floras intestinales

Las enfermedades inflamatorias y gastrointestinales han aumentado durante décadas, tanto en niños como en adultos. Sorprendentemente, este incremento se ha producido sobre todo en los países desarrollados y ha carecido de incidencia en los países pobres, una dualidad a la que la comunidad científica no había encontrado explicación, hasta la publicación de los resultados del estudio mecionado por The Economist, coordinado por Paolo Lionetti, de la Universidad de Florencia, Italia.

Tras estudiar la flora bacteriana de 14 niños sanos de una aldea de Burkina Faso con la de 15 niños florentinos, Lionetti cree haber hallado la explicación a la aparente inmunidad de los niños sanos de los países pobres a las enfermedades inflamatorias. Si bien la la flora intestinal de ambos grupos era muy similar en lactantes, la diferencia se acentuó dramáticamente en niños mayores, alimentados con la dieta de cada lugar. 

La dieta de los niños de Burkina Faso, rica en millo, legumbres y otros vegetales, fomentó una flora bacteriana diversa. Los niños europeos, por el contrario, con una dieta rica en azúcares, grasa y carne, contaban con una flora intestinal marcadamente más pobre.

Por encima de todo, estos estudios muestran que somos producto de nuestro tiempo. Somos lo que comemos, pero también lo que vivimos (y tocamos, y respiramos).