(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Alemania: madurez ante Covid-19, inmadurez en mix energético

Hasta el momento, Alemania ha mostrado un nivel de responsabilidad y una capacidad organizativa en su ciudadanía e instituciones superior a la del resto de los países occidentales con una población significativa.

Ello no implica superioridad técnica ni mayor vigor de la sociedad alemana, pero sí una mayor proactividad transversal, desde la canciller Angela Merkel hasta el último operario encargado de aplicar los protocolos sanitarios básicos de pruebas y rastreo.

La decisión es política, su aplicación pone a prueba a toda una sociedad y, como hemos observado en la marcha de la primera y segunda olas de la pandemia, cuesta más pedir un esfuerzo cuando el sistema no está contra las cuerdas que cuando ya es demasiado tarde y hace aguas debido al descontrol (o, en este caso, la incapacidad de aplicar un rastreo de casos efectivo si el ritmo reproductivo básico, R efectivo, supera holgadamente 1 —cuando una persona infectada transmite la dolencia, de media, a más de una persona—).

La paradoja de las medidas preventivas que funcionan

La paradoja de una gran pandemia es la constatación de que, si funcionan las medidas preventivas que frenan la expansión de las infecciones, crecerá el descontento entre la población que afirmará que la situación controlada y con escasos contagios implicaría que las medidas han sido exageradas y han dañado la economía, cuartado las libertades individuales, etc.

La presión para no aplicar medidas drásticas antes de un deterioro notable de la situación ha ampliado hasta ahora los estragos de la segunda ola en la mayoría de los países europeos, además de provocar a la larga el efecto drástico que se pretendía evitar a toda costa: el confinamiento total o parcial que tanto incide sobre los pequeños servicios, el empleo y la salud física y mental de la mayoría.

Como en la lucha contra los incendios y otras estrategias de resiliencia, nos negamos a invertir en prevención proactiva antes de que sea demasiado tarde (siguiendo la máxima según la cual el fuego se previene en invierno), y nos condenamos a la cultura reactiva: más operarios y bomberos contra incendios que se podrían haber minimizado en origen (encontrando, quizá, usos rentables de la masa forestal sobrante, como su empleo energético en plantas doméstica o a gran escala de biomasa).

El mejorable mix energético de la mayor economía de la UE

Cuando alabamos la proactividad alemana ante la pandemia de coronavirus desde que los datos preocupantes de febrero nos condenaban a prepararnos contra su expansión, no lo de hacemos manera retroactiva y extensible a otros fenómenos complejos con un riesgo sistémico potencial.

Un caso decisivo en la década entrante en el que Alemania no se ha mostrado a la altura hasta el momento y se encuentra tras países vecinos como España: su mix energético, o el origen de la producción energética que usa la industria y los hogares en Alemania, cuya dependencia del uso de carbón sigue siendo preocupante y más elevada que en el resto de los grandes socios europeos.

Para situar en perspectiva, la dependencia alemana con respecto al carbón en generación eléctrica basta con analizar la evolución del uso de carbón (tanto carbón negro o antracita —más concentrado y contaminante, aunque con mayor contenido calórico por peso— como lignito —menos concentrado y generador, por tanto, de menos emisiones de CO2—) en el sector energético de los principales países emisores durante los últimos años.

El gráfico evolutivo resultante ofrece alguna sorpresa: Corea del Sur no sólo no reduce el uso de carbón (la materia prima que más emite y que más contamina el aire, causante de una mortalidad significativa en todo el mundo), sino que aumenta su uso de manera preocupante: pasa de consumir un equivalente de 66 millones de toneladas de petróleo en 2008 a 86 millones de toneladas en 2017.

Deshacerse de reactores nucleares y prolongar el uso de carbón

Alemania apenas reduce su dependencia, o no lo hace con la rapidez deseable (de un equivalente de 80 millones de toneladas de petróleo en 2008 a 71 millones de toneladas en 2017).

Consumo de energía primaria en Alemania (fuente: AGEB); pulsar sobre la imagen para ampliar la información

Para situar en perspectiva la evolución preocupante del mix energético de Corea del Sur, así como el recorrido mediocre hacia una generación energética menos contaminante por parte de Alemania, incluso Estados Unidos, paradigma mediático para ejemplificar la inacción ante el reto mundial de frenar el aumento más dramático de las temperaturas y sus consecuencias, ha reducido su dependencia con respecto al carbón en su mix energético de manera más acentuada que Alemania.

En 2008, Estados Unidos consumía un carbón para producir electricidad equivalente a 536 millones de toneladas de petróleo, mientras esta cifra se había reducido hasta 332 millones de toneladas en 2017. No vamos a descubrir, a estas alturas, que lo que ha salido por la boca de Trump no se ha correspondido con la evolución real de las cosas.

En estos momentos, y a falta de que Joe Biden tome posesión de la presidencia estadounidense en 2021, Estados Unidos está fuera del tratado de París para reducir emisiones con efecto invernadero, y la Administración saliente de Donald Trump había cortejado sin ambages a la industria del carbón en el país, un gesto popular entre los votantes republicanos de condados del interior de los Apalaches y las Rocosas, que concentran unas regiones productoras en prolongada decadencia económica y de población.

Alemania, Japón y Corea del Sur: un dudoso gusto por el carbón

La apuesta histórica de Alemania por el carbón no es equiparable a la dependencia de las economías avanzadas asiáticas con respecto al mismo tipo de generación eléctrica, el más contaminante y el que mayor incidencia tiene sobre la salud de la población y los retos para reducir emisiones de CO2.

Los mencionados países asiáticos han tratado de reducir su dependencia energética y de materias primas con el uso de sus propias reservas de carbón. Alemania, por el contrario, priorizó una percepción politizada (y, en gran medida, irracional) preeminente en la opinión pública alemana sobre el supuesto riesgo de la energía nuclear para acelerar su abandono.

traducido en emisiones, apagar y desmantelar centrales nucleares que tenían un ciclo de vida (sin aumentar el riesgo de accidente) muy superior ha implicado apostar por la generación de electricidad en plantas que usan lignito, o carbón blando. Viejas falacias y malentendidos originados en interpretaciones antibelicistas de los movimientos medioambientales de décadas pretéritas han causado un daño inestimable sobre la capacidad de raciocinio de la opinión pública alemana en cuanto se refiere al mix energético.

¿Madurez en la pandemia del coronavirus, inmadurez en la apuesta energética? El análisis es más complejo, pero la tendencia es clara y una decisión política —acelerar el desmantelamiento de las plantas nucleares debido a la presión social y los compromisos adquiridos— influye sobre las emisiones de la mayor economía de la Unión Europea, que no puede sustituir los gigavatios-hora producidos por las plantas nucleares retiradas con una instalación equivalente de energías renovables (y depende, por tanto, del gas natural y el carbón para no disparar el coste eléctrico).

Geopolítica energética: hablar de renovables, apoyar Nord Stream

El uso de renovables se ha disparado en Alemania desde 1990, cuando su uso era marginal; en 2018, por el contrario, el país producía 225,7 teravatios-hora de electricidad, mientras tanto la producción eléctrica con lignito (carbón menos calórico y con menos emisiones) como con carbón negro o antracita se ha estancado en el primero, y disminuido ligeramente en el segundo.

No obstante, los dos tipos de planta de carbón en uso en Alemania producían todavía 145,5 y 83,2 teravatios-hora de electricidad en 2018, mientras el gas natural era igualmente responsable de 83 teravatios-hora de energía, y la energía nuclear vertía en la red eléctrica alemana 76 teravatios-hora de electricidad, con una tendencia en claro descenso.

El uso de energías renovables se dispara en Alemania, pero la política para asegurar la independencia energética del país sin disparar el coste de la generación eléctrica (por ejemplo, con una aceleración procedente de nuevas instalaciones de renovables) impide ha obligado al pacto faustiano de: en primer lugar, mantener la producción con carbón; y, en segundo lugar, aumentar la producción energética con gas natural procedente de Rusia (cuyo suministro estratégico depende de un nuevo y polémico gasoducto marítimo —Nord Stream y un posible Nord Stream 2— desde el territorio ruso en el mar Báltico hasta territorio alemán).

Alemania se ha comprometido a reducir progresivamente el uso de sus plantas de carbón para producir electricidad en centrales termoeléctricas: hasta la mitad de la producción actual en 2030; y desprenderse de su uso totalmente en 2038.

El compromiso no es todo lo ambicioso que debería y guarda una dolorosa contradicción: si Alemania hubiera mantenido su parque (ya construido y amortizado) de plantas nucleares debidamente mantenidas y con un ciclo de vida extensible, el país quemaría un 25% menos de gas natural y un tercio menos de carbón en los próximos años.

Los efectos de producir electricidad con carbón y gas natural

El coste asociado a la decisión política de apagar y desmantelar plantas nucleares viables es real, y no sólo económico y medioambiental, sino que costará también miles de vidas, tal y como argumenta Nathanael Johnson en Grist. Un reciente estudio estima en al menos 1.100 muertes debido a complicaciones respiratorias causadas por la emisión de partículas (procedentes de la combustión de carbón y gas natural) que la Administración alemana se podría haber ahorrado no ya con la apertura de costosas plantas nucleares, sino simplemente evitando el cierre de las plantas existentes.

El historiador y analista británico Adam Tooze comparte el mismo estudio: desestimar el parque nuclear ya existente costará a Alemania un 13% de emisiones de generación eléctrica en plantas de carbón y gas natural. Se trata del escenario halagüeño, que tiene en cuenta que buena parte de la electricidad de fuente nuclear (y, por tanto, sin emisiones) eliminada pasaría a generarse con otras fuentes renovables.

La energía nuclear puede contabilizarse como renovable pese a sus dos principales inconvenientes, todavía presentes en los reactores convencionales: la controvertida y compleja gestión de los desechos radiactivos producidos por el núcleo del reactor; y el todavía significativo coste derivado de la compra, instalación y mantenimiento de una planta nuclear (sin olvidar otras implicaciones tan polémicas como difíciles de gestionar ante la opinión pública: el riesgo percibido por la población cercana al reactor —a menudo alejado de la realidad—, el riesgo terrorista que obliga a reforzar los protocolos de seguridad, etc.).

El carácter polémico de la energía nuclear no ha desaparecido e incluso Francia, segunda economía de la eurozona y país que ha garantizado su independencia energética con emisiones mucho más reducidas que sus vecinos debido a su extenso parque de plantas nucleares, se plantea abandonar a medio plazo su apuesta histórica por la energía.

Fallecidos olvidados

Los grupos medioambientales y el segmento de la opinión pública más intransigente con los supuestos riesgos derivados de una energía que no requiere combustibles fósiles (a menudo procedente de zonas geopolíticamente calientes) y no emite gases con efecto invernadero, como es la electricidad procedente de reactores nucleares, deberían revisar su argumentario y estudiar detenidamente los retos y riesgos que tanto países como regiones y el planeta entero afrontan en la actualidad.

Dejando incluso de lado el reto de nuestro tiempo, el cambio climático (nos guste o no admitirlo o barrerlo bajo la alfombra mientras se presente en una difusa y relativa «lejanía»), Max Roser, el investigador alemán de la Universidad de Oxford y fundador del sitio de análisis de datos Our World in Data, nos recuerda que hay una causa de mortalidad en el mundo asociada a las partículas emitidas por el uso a gran escala de carbón y gas natural: la contaminación ambiental con partículas en suspensión, que agrava los principales problemas respiratorios.

De nuevo, olvidamos el análisis racional a la hora de estimar el riesgo de las principales causas de mortalidad en el mundo, a tenor de nuestra reacción asimétrica en función del origen de la mortalidad: la cobertura mediática será mucho mayor e intensa cuando las víctimas se perciban como próximas (o propias) y mueran a causa de homicidios (405.346 muertes), conflictos bélicos (129.720 muertes), terrorismo (26.445 muertes) o desastres naturales (9.603 fallecidos).

Sin embargo, parece interesarnos menos que la polución atmosférica derivada del uso de combustibles haya producido 3,6 millones de muertes. Por cada persona que muere asesinada en el mundo, mueren 9 (nueve) personas por contaminación del aire. Ni nos importa, ni nos interesa su racionalización.

Cómo reducir inconvenientes y aumentar ventajas de la producción nuclear

Por razones sólidas, la energía nuclear gana adeptos (incluso entre personas concienciadas con la deriva ecológica del planeta), si bien tanto el coste inicial y de mantenimiento como el riesgo percibido de los grandes reactores sigue siendo para muchos demasiado elevado.

El impacto de la generación nuclear no es tan dramático como el causado por otras técnicas de generación eléctrica a gran escala consideradas «verdes» o «renovables», como la energía hidroeléctrica que depende de proyectos como el de las Tres Gargantas en China, capaz de transformar los ecosistemas en un territorio gigantesco.

La solución pasaría, creen algunos expertos, por una nueva generación de plantas de tamaño muy inferior y peligrosidad reducida. Los pequeños reactores modulares pueden construirse in situ, no requieren la misma cantidad de sustancias radiactivas enriquecidas, e incorporarían un protocolo de seguridad más acorde con las posibilidades actuales.

El potencial es enorme: con un coste comparativamente marginal, estos pequeños reactores podrían crear energía a precios competitivos y sustituir a medio plazo la quema de fósiles para generar electricidad. Varios países se han interesado por el desarrollo de los nuevos mini-reactores modulares (Small Nuclear Reactors, SMR).

Una posibilidad: reactores nucleares más pequeños, limpios y seguros

Otro posible beneficio de los SMR es el tiempo de producción e instalación, que se reduciría de los 7 u 8 años actuales (en reactores nucleares convencionales) a una horquilla de entre 3 y 5 años para los modelos a pequeña escala. El carácter modular no sólo repercutiría sobre el coste de producción e instalación del propio reactor (2.000 millones de dólares en lugar de 10.000 millones), sino sobre la propia producción de electricidad, que podría ser hasta 4.000 dólares por kilovatio según cálculos de investigadores de la Universidad de Cambridge.

Jonathan Ford analiza en un artículo para el Financial Times un riesgo que programas para crear esta energía afrontarán en los próximos años: el riesgo de que la participación pública en estas inversiones se dispare sin lograr los resultados esperados.

La década ante nosotros será decisiva para sincerarnos con el origen de nuestro mix energético y decidir entre todos si merece la pena mantener tesis ambientalistas que confunden la energía nuclear con el potencial destructor de las armas nucleares y amplifican tanto el riesgo reactivo como el problema real derivado de almacenar sus residuos (o necesidad de que las generaciones futuras sepan en todo momento cómo localizar y proceder con este tipo de residuo).

Esperar a que las energías renovables sean capaces de generar toda nuestra energía con moratorias para el carbón y el gas natural complicará nuestras posibilidades de situar el aumento estimado de las temperaturas en lo más bajo posible de la proyección, y perpetuará los problemas de salud y medioambientales de las partículas en suspensión.