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Arquetipos filosóficos para situarse ante el espejo crítico

¿Qué arquetipo filosófico eres tú? ¿O acaso encarnas -según la hora, el día, la etapa vital, el estado de ánimo- o has encarnado una combinación de varios de ellos? ¿Conoces a personas que se ajustarían a alguno de los arquetipos que cierran el artículo?

Incluso si nuestra concepción del universo es tan fatalista como la de los estoicos (que concebían la naturaleza como un enorme mecanismo que determinaba los acontecimientos), el individuo posee la voluntad para evitar unos arquetipos y aspirar a otros.

Orígenes de mitos y arquetipos

La mitología nos acompaña desde los orígenes. Antes de la llegada de la cultura escrita, y quizá antes de nuestra propia especie y de la conformación del habla que nos diferencia, otros homínidos quizá establecieran mitos e historias (quizá usando proto-lenguajes) que les ayudaran a entender el mundo circundante y su propia mortalidad.

Sabemos que otras especies de homínidos enterraban a sus muertos de manera ceremonial; del mismo modo, son plausibles otros conocimientos y prácticas con un simbolismo metafísico.

(Duelo a garrotazos o La riña, de las Pinturas negras de Francisco de Goya)

Seguimos en lo mismo. Los mitos y las historias nos ayudan a comprender el universo y a profundizar en nuestra propia conciencia, el sentido de la existencia, nuestra mortalidad y el auténtico significado -si es que es “un” significado inequívoco- del tiempo, que los filósofos ilustrados creían haber resuelto y los existencialistas -con ayuda de los avances en física en el siglo XX- volvieron a poner en suspenso.

Los mitos han conformado el logos, o la sustancia razonada, el relato con que cualquier grupo humano se ha dotado para explicar la existencia a través de un pasado evocado, un pasado -más lejano- donde los recuerdos se funden con la mitología, y un futuro incierto, siempre un poco más allá del escurridizo presente.

Por qué los arquetipos de todos los tiempos nos son tan familiares

La filosofía y psicología del siglo XX, retroalimentada con los avances en ciencia y arte, reinterpretó el significado de los arquetipos y las historias recurrentes que parecen repetirse en distintas tradiciones. 

Sigmund Freud y Carl Jung creyeron que los arquetipos repetidos como un mantra en las historias mitológicas abundaban en la mente humana y aparecían en el subconsciente porque habían evolucionado con la propia conciencia colectiva durante milenios.

Para Carl Jung, algunos de los arquetipos mitológicos más presentes desde los inicios de cada tradición histórica conocida (en el caso de Occidente, mitos ya definidos y acotados en la mitología griega), apenas habían abandonado la mente humana y apelaban a comportamientos instintivos y de naturaleza impulsiva, gregaria, reactiva, sentimental.

A Carl Jung le chocaba la facilidad con que la tradición judeocristiana se había servido de los arquetipos y mitos griegos sin que por ello perdieran su lirismo y retórica originales; de manera instintiva, los primeros rapsodas y teólogos de la tradición abrahámica aceptaron la capacidad de sugestión de los arquetipos “paganos”.

Sobre la cercanía de las sagas escandinavas

El motivo de la supervivencia y apreciación de los arquetipos mitológicos de la Antigüedad trasciende las artes y la religión, según la interpretación de Jung: los niveles arcaicos de la conciencia humana estudiados por la psicología, decía el psiquiatra suizo, son como un antiguo manto fluvial donde el agua todavía fluye.

Otras tradiciones mitológicas tales como las sagas escandinavas, conservadas con meticulosidad por la tradición islandesa y recuperadas con pomposidad por Richard Wagner para el motivo de sus óperas, combinan la hagiografía (vidas de santos y mártires) e historiográficos (dinastías, héroes y colonizaciones) con los mitos nórdicos arcaicos.

(Imagen: Saturno devorando a su hijo, de las Pinturas negras de Francisco de Goya)

Estos mitos arcaicos o sagas de los tiempos antiguos (fornaldarsögur), interesaron tanto a Wagner como a los filósofos de los siglos XIX y XX, ya que sus mitos y leyendas (la destrucción de los burgundios, el cantar de los nibelungos) combinan elementos comunes a otras obras epopéyicas europeas de la época, y de nuevo desempolvan arquetipos y modelos de conducta ya presentes en la antigua Grecia.

Conciencia individual y conciencia grupal

Consciente, antes de Sigmund Freud y Carl Jung, del paralelismo entre los mitos arcaicos escandinavos y los arquetipos griegos, así como los de otras tradiciones occidentales, el psicólogo y filósofo alemán Wilhelm Wundt se preguntó si existían etapas de desarrollo de los grupos humanos, que conforman sus mitos, leyendas e imaginario colectivo a medida que se suceden acontecimientos aglutinadores y tensiones disgregadoras.

Wundt, un psicólogo experimental interesado en el funcionamiento de la conciencia individual y su proyección en el grupo social (lo que Nietzsche criticó llamando “mentalidad de rebaño” o gregarismo, la raíz según él del decadente conformismo del ciudadano medio), combinó antropología y psicología para definir las tres etapas de cualquier grupo humano:

  • etapa totémica, presente en pequeños grupos primitivos, crean símbolos que dan una narrativa a lo inexplicable (el origen del mundo, la mortalidad, el destino);
  • edad de los héroes y los dioses, donde emergen las sagas epopéyicas -primero orales, después escritas- y cultos politeístas; estos cultos simbólicos, a menudo panteístas, dan paso al monoteísmo;
  • etapa ilustrada, que culmina en la cultura secular y científica.

Vigencia de la mitología griega

En todas las sociedades y grupos, así como en cada individuo, apreció Wundt, se superponen pinceladas de las tres edades, una hipótesis que relacionaba la conciencia individual con el subconsciente grupal hereditario.

La Grecia y la Roma clásicas combinaban aspectos de la etapa ilustrada con los mitos simbólicos de la edad de los héroes y dioses, si bien los ciudadanos de la Atenas de Pericles o la Roma de los patricios estoicos interpretaban los arquetipos de un modo poético institucionalizado que carecía de cualquier atisbo de interpretación dogmática.

En cambio, los cultos monoteístas abrahámicos sí cayeron en la interpretación estricta de sus textos sagrados, dotándolos de un supuesto carácter y autoría sobrenaturales. 

Durante buena parte de la Edad Media y hasta bien entrado el Renacimiento, la sociedad europea se encontraba en una etapa, en términos de psicología antropológica, anterior a la Época Clásica, si por “etapa ilustrada” entendemos a una época sustentada en la aspiración al conocimiento razonado, obtenido mediante el escrutinio -diálogo socrático, lógica aristotélica, empirismo-.

Adelantarse a romanticismo y existencialismo desde la pintura

En su psicoanálisis de la mitología, Carl Jung estipulaba que casi todo lo presente en el subconsciente humano y sus instintos más primitivos (concentrados, ahora sabemos, en torno a la amígdala, que regula el apetito por azúcares y grasas, el apetito sexual, el gregarismo, la violencia), ya está presente en la mitología griega. Desde las pesadillas recurrentes a las obsesiones más inconfesables; todo está allí.

Quizá por ello, Francisco de Goya prefirió recurrir a motivos arquetípicos de origen griego para confeccionar algunos de sus cuadros más terribles de entre sus ya de por sí tenebrosas pinturas negras, como el repugnantemente magistral Saturno devorando a su hijo. Un cuadro que adelanta -y concentra- el arte moderno todavía por llegar en la época de Goya, pero también la filosofía de Kierkegaard y Nietzsche, y acaso la psicología y vanguardias artísticas del siglo XX.

Las edades del hombre eran para los griegos las etapas por las que había pasado la humanidad, cinco según el griego Hesíodo (Trabajos y días), condensadas en cuatro por el romano Ovidio (Las metamorfosis).

Las edades del hombre según Hesíodo y Ovidio

Para Hesíodo, la humanidad había transitado por:

  • una edad de oro, regentada por Cronos, cuando inmortales -dioses del Olimpo- y mortales a su imagen y semejanza convivían en armonía, de la que surgió una humanidad de oro;
  • seguida por la edad de plata: en donde Zeus releva a Cronos; los hombres viven bajo el dominio de sus madres durante cien años y dejan de rendir tributo a los dioses, por lo que Zeus los destruye, convirtiendo a los hombres de esta edad en espíritus del inframundo;
  • la edad de bronce albergó a hombres temibles y fuertes, preparados para la que era su principal ocupación y propósito, la guerra; sus armas estaban forjadas en bronce y degeneraron en una estirpe violenta que llenó el Hades; esta era acabó con una gran inundación;
  • en la edad de los héroes, Zeus reconoció sus errores al concebir a los anteriores guerreros, originando en esta ocasión hombres creados a partir de los “huesos de la tierra” (piedras), y destacaban tanto por la lucha como por su integridad, lo que los llevó a vivir como los semidioses y héroes que lucharon en Tebas y Troya, de los que da cuenta Homero recopilando la tradición rapsoda;
  • finalmente, la edad de hierro supone el “eterno retorno” (temática recuperada por Nietzsche) a etapas y errores anteriores a la edad de los héroes; los humanos viven de nuevo entre contradicciones y destellos de miseria, desesperación, heroísmo, amor, luchas fratricidas, etc. Las contradicciones humanas que conocemos se consolidan en esta etapa, en la que los hijos deshonran a sus padres, los hermanos luchan entre sí y se olvida el contrato social entre huésped y anfitrión.

Hesíodo expone que, al final de la última era, la de hierro, los bebés nacerán con cabello gris y los dioses habrán abandonado por completo a la humanidad; la humanidad se colapsará al no existir remedio contra el mal en estado puro.

Ovidio sintetiza las edades de Hesíodo, olvidando la edad de los héroes y, a cambio, convirtiendo a los hombres de la edad de bronce en luchadores nobles. El poeta romano combina, en definitiva, la edad de bronce y la de los héroes.

Mitos recurrentes de la aventura humana

Los mitos judeocristianos y escandinavos, así como la cultura neoplatónica y caballeresca, surgen de la interpretación de los valores ensalzados en las edades del hombre donde predominaron la bondad y la ética clásica (la aristotélica, por encima de cualquier otra). 

Los caballeros andantes parecen surgidos de la edad de los héroes, como también emerge de esta etapa el Übermensch (superhombre) que imagina Nietzsche para superar el narcotizante gregarismo de la humanidad (una decadencia mental y física que Nietzsche sintetiza en otro arquetipo, el Último Hombre -der letzte Mensch-), y a partir de la dicotomía nietzscheana entre Übermensch y Último Hombre surgen los arquetipos de las novelas de Ayn Rand: el héroe y el villano randianos.

(Imagen: Judith y Holofernes, de las Pinturas negras de Francisco de Goya)

Como no podía ser de otro modo, los arquetipos recurrentes en la filosofía y psicología modernas no surgen de la nada, sino que dan la razón a Jung, puesto que estarían presentes -además de en nuestro subconsciente- en la mitología grecorromana y la tradición judeocristiana o la pagana de los distintos pueblos europeos (las mencionadas sagas escandinavas, etc.).

Entre los arquetipos personificados de la tradición griega, destacan:

Conocerse mejor uno mismo para aprender sobre los demás

Basta evocar su nombre para que emerja en nuestra conciencia la tradición filosófica y psicológica, religiosa, literaria y artística en general, de Occidente.

En ocasiones nos sentimos como alguno de estos arquetipos; o tenemos “complejo” de alguno de ellos; o intuimos los motivos universales de uno o más de estos arquetipos en la personalidad y comportamientos de una o muchas personas. 

Sócrates decía que la mejor manera de conocer cada vez más cosas de la humanidad y del mundo circundante consistía en conocer más sobre uno mismo. La reflexión sigue vigente en todas las disciplinas humanas.

Y de los arquetipos griegos -tan maltratados por la poesía, tanto la inmortal como la infame por su escandaloso nivel de azúcar (poniendo por caso, por ejemplo, el modernismo más ñoño)-, a los arquetipos de la filosofía de todos los tiempos, presentes en la Antigüedad y vigentes en filosofía y psicología actuales, aunque sea para referirse a lugares comunes y evitar, así, repeticiones innecesarias o redundancias.

¿Qué arquetipo filosófico eres -o te sientes- tú?

El existencialismo del siglo XX, alimentado con las aportaciones de Nietzsche y Kierkegaard, ambos todavía en el siglo XIX, pretendió superar el platonismo y la supuesta decadencia de una sociedad laica que había abandonado el culto monoteísta pero vivía con las sobras de su inercia.

Desde estos dos filósofos precursores del existencialismo y la filosofía moderna en general, se recrean y recuperan distintos arquetipos para referirse a estados del individuo o el grupo, tanto los estados decadentes como los deseables o aspiracionales.

Entre estos arquetipos filosóficos, destacan:

  1. Héroe absurdo: el héroe absurdo por antonomasia en Sísifo, enfrascado en la titánica tarea de saldar sus errores conduciendo una piedra hasta la cima de una montaña que, justo antes de llegar, se vuelve a precipitar ladera abajo, lo que le obliga a repetir su labor “ad aeternum”; es el personaje existencialista por antonomasia, evocado por Albert Camus y el precio de ser lúcido en una época de desengaños (la pasión por la vida constituye la propia tortura); el héroe absurdo puede transmutarse en Übermensch o héroe randiano, pese a que su pesimismo le impide lograrlo. ¿Lección? Conoce tus debilidades y camina hacia otros arquetipos, si es lo que deseas (aviso: puede ser contraproducente si uno quiere ser poeta-o-músico-castigado-por-la-vida);
  2. Übermensch: cada individuo debe reconectarse con su malgastada fortaleza interna -sincronizando cuerpo y conciencia con la formación, el ejercicio, etc.- y aspirar a convertirse en una persona con un propósito vital definido, que comprende que la autorrealización consiste en avanzar hacia un mayor conocimiento y disfrute razonados;
  3. Último hombre: concepto opuesto del superhombre; el último hombre es similar al villano randiano, un ser gregario con mentalidad de rebaño cuyo único propósito en la vida consiste en alimentar su apetito de manera indulgente, si bien cae en las apariencias y mantiene las formas predicando lo que él no hace en su propia existencia (valores cristianos como el sacrificio, la misericordia, la bondad con el resto del rebaño, etc.);
  4. Héroe randiano: personaje aristotélico cuyas acciones e integridad le acercan a su potencial como individuo (“areté” o ideal griego de excelencia, con pinceladas de “ágathos”, o síntesis de lo moralmente heroico y a la vez racional, una idea aristotélica que profundiza en las ventajas de comportarse de manera racional y cultivar la introspección); los personajes incorruptibles Howard Roark y Dominique Francon (El manantial), así como John Galt y Dagny Taggart (La rebelión de Atlas) logran estar a la altura de su potencial cultivando su propósito vital de manera racional (concepto aristotélico de “eudaimonía”, la base del estoicismo y la psicología humanista); los paralelismos con el Übermensch de Nietzsche son indudables, lo que demuestra la influencia del filósofo alemán en Ayn Rand, quizá sólo superada por el propio Aristóteles;
  5. Villano randiano (Ellsworth Toohey): encarnación del idealismo del siglo XIX y decadencia del neoplatonismo. Intelectual amante de los ideales y lo platónico, gregario, que cultiva la admiración de los otros manipulando su sensiblería apelando al sacrificio y la misericordia (venerador de un ideal colectivo como la Nación -nacionalismo- o el Pueblo Oprimido -materialismo dialéctico-);
  6. Hombre subterráneo: personaje de Dostoyevski, con sus debilidades y contradicciones; fatalismo existencialista y nihilismo, una desconexión con el mundo que, cuando es ilustrada pero carece de un mínimo de empatía, genera monstruos como el asesino circunstancial Rodión RaskólnikovCrimen y Castigo– o, en la vida real, quizá el muy articulado Ted Kaczynski, más conocido como Unabomber);
  7. Rey filósofo: los reyes filósofos son el hipotético consejo de sabios que gobierna la utópica Callipolis de Platón (su ciudad ideal descrita en La República); fiel a su concepción mística de la filosofía, que relacionaba todas las cosas con sus formas ideales, Platón creía que la única manera de lograr una República próspera consistía en ceder su gobierno a un consejo de sabios: o bien “que los filósofos se conviertan en reyes… o esos a quienes hoy se llama reyes… filosofen genuina y adecuadamente”;
  8. Príncipe: el gobernante perfecto según Maquiavelo; increíblemente manipulativo gracias a una meticulosa y fría comprensión de la naturaleza humana;
  9. Libertino: explorador de las fronteras de la gratificación instantánea y los placeres impulsivos regulados por la amígdala cerebral -el núcleo del cerebro que compartimos con el resto de los vertebrados superiores-, lo que supone explorar hasta las pasiones más retorcidas sin atender a sus consecuencias más destructivas, à la Calígula o marqués de Sade; al aspirar a la gratificación instintiva sin cortapisas, este arquetipo olvida las enseñanzas de la filosofía clásica, que concluían que el mejor camino -también para el disfrute a largo plazo-, consistía en aplicar una máxima que acompañaba en Delfos al “conócete a ti mismo”: “meden agan” (nada en exceso).