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Asimetría en Eurasia: empatía por Notre-Dame y olvido de templos uigures

El pasado 15 de abril, acababa un artículo y salía a la tienda de la esquina a comprar un par de ingredientes para la cena. En el supermercado, un par de conversaciones al vuelo me llevaron a consultar el móvil. En efecto, a 10 minutos de allí, ardía la catedral de Notre-Dame.

El estupor era palpable. Hay cosas que pueden ocurrir en teoría, pero simplemente no lo hacen. Sin embargo, el 15 de abril los parisinos comprobaban la crueldad de la lógica proposicional y del modo usado por los estoicos para refutar la supuesta validez de una hipótesis: el «modo que, al negar, niega» (modus tollendo tollens) nos dice que, si encontramos un cisne negro, no todos los cisnes son blancos.

Del mismo modo, si la catedral de la ciudad puede arder una vez, está sujeta como cualquier otro edificio de la ciudad a los caprichos azarosos de los desastres fortuitos y ni siquiera su estructura de contrafuertes góticos habría podido resistir a un fuego algo más duradero. Media hora más de incendio activo —calcularon los bomberos— y la estructura abovedada de piedra habría cedido total o parcialmente.

Richard Harris —en la imagen, caracterizado para el rodaje de «Gladiator» de Ridley Scott— hace un buen Marco Aurelio (emperador romano estoico, el último de los Cinco Buenos Emperadores y autor de las «Meditaciones»)

El envejecimiento, la fragilidad y, en última instancia, la mortalidad de nuestros próximos son el recordatorio existencial de nuestra propia mortalidad. Del mismo modo, la sorprendente fragilidad de instituciones físicas y teóricas que imaginamos rocosas ponen de relieve la fragilidad de maneras de ver el mundo y ni teorías del conocimiento, ni siquiera las grandes catedrales góticas son la transubstanciación en piedra de ideas inmutables y eternas.

Y así, para regocijo de unos y escándalo de otros, la solidaridad y muestras de simpatía que contribuirán a la restauración del templo dañado gracias a una gran recaudación voluntaria, contrastan con las dificultades para movilizar la generosidad de grandes fortunas, empresas y ciudadano de a pie cuando hay que afrontar retos perentorios (sociales, climáticos, humanitarios).

Transitoriedad de incluso lo percibido como eterno

Las catástrofes simbólicas que parten del epicentro de una idea compartida se nutren de este recordatorio catártico de la transitoriedad de la existencia y la fragilidad de los artilugios humanos, incluso los más sofisticados y con vocación más eterna. Los ecos de la primera epopeya literaria, la de Gilgamesh —originada en el Creciente Fértil, entre el Tigris y el Eúfrates—, nutren mitos bíblicos como el diluvio universal o la Torre de Babel.

Y estas viejas maravillas, convertidas en mitos por el tiempo y la memoria de las generaciones, nutrieron el fatalismo de los estoicos romanos, conscientes de que toda acción fantástica es incapaz de capturar el secreto del tiempo y está condenada a la decadencia de su estructura, tanto la física como la conceptual: las ruinas de los templos sumerios, egipcios o de Mesoamérica son apenas la huella material de su sentido y actividad originales.

Marco Aurelio, el emperador estoico que hoy identificamos más con el rostro anciano y compungido de Richard Harris en Gladiator que con los numerosos bustos que de él se conservan, asumió el fatalismo de guerrear durante toda su vida en la frontera germana pese a sus convicciones e ideales conciliadores. Su posición y tanto la intensidad como la escala de su esfuerzo bélico no le hicieron perder la perspectiva estoica de la existencia:

«¡Asia, Europa: rincones del mundo; todo el océano: una gota del universo! El Athos: un minúsculo terrón en todo el universo; todo el presente, un instante en la eternidad».

Orígenes del afán domesticador europeo

El clasicismo de la Ilustración se interesó más por las formas y menos por el fondo de una Roma patricia mayoritariamente estoica, y creyó en una misión de un Occidente dispuesto a evangelizar al resto del mundo, al creerse poseedor de la supuesta verdad cristiana, cuya supuesta superioridad habían tratado de demostrar en la Alta Edad Media escolásticos como el mallorquín Ramon Llull y su artilugio Ars Magna, pionero del cálculo binario.

Una percepción autoinducida de supuesta superioridad, surgida durante el cientificismo de la Ilustración, introdujo una falacia contra la que nuestra teoría del conocimiento se revela hoy, en plena decadencia de los viejos modelos positivistas: la civilización llamada Occidental no sólo era capaz de revivir la cultura clásica, sino que estaba llamada a tutelar el mundo con instituciones de todo tipo, incluidas las museísticas.

Las expediciones coloniales justificaron el saqueo cultural en nombre de la ciencia y de la conservación de los artilugios encontrados, y el continente-metrópolis se convertía también en custodio de la herencia clásica, la medieval y la moderna.

«The Silk Roads», el celebrado ensayo de Peter Frankopan, que desmantela con elegancia y erudición el purismo de quienes quieren desgajar la idea de «Occidente» de un sincretismo euroasiático-africano milenario

En paralelo, con la condescendencia y el espíritu mesiánico que aportan una supuesta superioridad respaldada por la cultura y la ciencia del XIX, los museos europeos y de Norteamérica iniciaron su recolección y clasificación del mundo, una tarea paternalista iniciada ya en el viaje de vuelta de la primera expedición de Colón al Nuevo Mundo, con «muestras» de ese nuevo paraíso transportadas como ofrenda a la Corte que había financiado la empresa.

Esta asimetría epistemológica entre la construcción conceptual que llamamos Occidente y la percepción distorsionada del «atraso» del resto del mundo, tiene profundas raíces históricas institucionalizadas por la Iglesia y, desde la Ilustración, por el mundo académico. Y de ella surgen viejos malentendidos que hoy aprovechan los demagogos.

Primeros intentos de superar una vieja condescendencia

Acaso los intentos respetuosos, llenos de curiosidad y sorprendentemente modernos de un puñado de polímatas franciscanos en el Nuevo Mundo, sean los únicos vestigios de un reconocimiento oficial de otras civilizaciones. Es el caso del Códice Florentino, recopilado en Mesoamérica por Bernardino de Sahagún, pionero de una tradición etnográfica que retomará siglos después el antropólogo estructuralista francés Claude Lévi-Strauss.

La misma idea de Occidente es una construcción en entredicho, una vez observamos su relación con un contexto más amplio. La escala de grises de los intercambios entre Europa y el mundo circundante (antes del «descubrimiento» de América: hacia África por el sur, hacia la estepa de las invasiones mongoles por el norte, o hacia la Ruta de la Seda por el levante), lleva a autores como Peter Frankopan a analizar la idea de Europa con un criticismo todavía demasiado ausente en el pensamiento académico y popular.

Peter Frankopan demuestra en The Silk Roads que la «civilización occidental» no lo es tanto, y que en todo caso su existencia está sujeta a matices necesarios. El purismo de Occidente es difícil de sostener desde cualquier ámbito, una vez comprobamos los intercambios permanentes y el sincretismo entre la comparativamente periférica y supersticiosa Europa Occidental y el Levante Mediterráneo, puerta de los intercambios con África y Asia.

El maniqueísmo de la «construcción por oposición» de la idea de civilización excluye cualquier aportación ajena a los cánones culturales o religiosos establecidos por el propio academicismo que parte de la Ilustración del contexto necesario para atestar su valor.

Percepción de templos en peligro en los extremos de Eurasia

Quizá esta reflexión sirva para comprender, al menos en parte, el porqué de la flagrante asimetría en el interés del público mundial por proteger y contribuir a la reconstrucción de Notre-Dame mientras, en paralelo, incluso los mejor informados miran hacia otro lado mientras el gobierno chino interna en campos de «reeducación» a la minoría uigur, pueblo túrquico de Sinkiang que en el siglo VIII abandonó el maniqueísmo, el budismo y el nestorianismo en favor del Islam.

Hoy, las creencias musulmanas de la población de Sinkiang y el uso de la versión persa modificada del alfabeto árabe son aspectos que el gobierno chino ya no desea tutelar, sino suprimir.

Este acervo particular alimenta una represión de Estado a gran escala que no sólo está orientada a extirpar el acervo cultural y religioso locales, sino que también destruye el patrimonio arquitectónico religioso. La limpieza étnica es también arquitectónica, como lo demuestran las imágenes vía satélite.

Página perteneciente a la obra «Historia general de las cosas de Nueva España», más conocida como «Códice Florentino», supervisada por el franciscano español Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, poco después de la conquista de Mesoamérica

Los templos de ese rincón del mundo equivalentes —al menos para la población local, laica o religiosa— a la posición simbólica de Notre-Dame en Francia y Europa, están siendo borrados hasta los cimientos. Una destrucción sistemática no sólo tolerada desde muchos lugares del mundo, sino aplaudida por quienes identifican el Islam con perversiones fundamentalistas que existen también en otras religiones.

El mundo llora por Notre-Dame y contribuye a su reconstrucción parcial (pues la estructura se mantuvo en pie); en paralelo, el gobierno chino interna a cientos de miles de uigures y arrasa hasta el más mínimo vestigio de mezquitas con varios siglos de existencia sin que nadie se interese siquiera por demandar explicaciones a China.

El coste del estatismo deshumanizado

En el extremo oriental de Eurasia, las civilizaciones china y japonesa también asumieron un pretendido rol mesiánico en su región apelando a viejos derechos y supuestos destinos. Así, muchas tradiciones metafísicas, arquitectónicas, poéticas y literarias ajenas al canon chino fueron arrinconadas.

Los viejos anhelos expansionistas del Japón de la era Meiji, que culminaron con la traumática derrota de la II Guerra Mundial, se orientaron hacia el desarrollo material de un Japón tutelado desde entonces que prohíbe el rearmamento en su propia constitución.

El caso de China es diametralmente opuesto y aspira hoy a rememorar una Ruta de la Seda contemporánea como plataforma para una geopolítica comercial e industrial dominada por las infraestructuras y la exportación de manufacturas. A diferencia del pasado, la relativa tolerancia con las minorías ha abandonado los más mínimos escrúpulos formales y China aprovecha los vaivenes y la belicosidad comercial de la Administración Trump para mostrarse como socio industrial y comercial alternativo.

China parece dispuesta a conservar únicamente los elementos de su acervo cultural que sirvan a los propósitos de ingeniería social (y de la idea misma de «civilización») del Partido Único chino.

En este relato, el país carece de minoría musulmana, el pueblo tibetano debe mirar más hacia Pekín y menos hacia los santuarios budistas, Taiwán es territorio chino incontestado y el país brilla como el «Reino del Medio» (Zhōngguó), lo que implica que el mapamundi debe resituarse con China en su epicentro (para el gobierno chino, apenas la restitución de una «normalidad» histórica).

Quienes admiran la proeza material china y la pujanza de su economía mientras eluden convenientemente realizarse más preguntas de la cuenta sobre lo que ocurre en regiones apartadas del comercio en el mar de la China Meridional, olvidan el coste de anteponer el fin a los medios (una visión del totalitarismo tecnológico ya experimentada en Europa por fascismo y estalinismo).

Percepción de la libertad individual desde el prisma chino

No ha sido, sin embargo, hasta el implacable estatismo del Partido Único, cuando resulta imposible ocultar derivas totalitarias del exitoso modelo económico mercantilista loado por las escuelas de negocio: un ranking social sostenido por el espionaje estatal y el rastreo de datos otorga una puntuación a la ciudadanía que influye sobre la capacidad para viajar en avión o para abandonar el país.

Hace tiempo que los ecos de las protestas de Tiananmen en 1989, cuyas dolorosas imágenes cuentan apenas en el imaginario colectivo occidental, carecen de apoyo entre una población que se ha beneficiado —aunque de manera desigual— del desarrollo fulgurante del país, que alberga en la actualidad el mayor número de mujeres multimillonarias del mundo.

Hong Kong pierde peso económico e importancia estratégica en China, pero se resigna a perder conquistas de la época colonial como una relativa libertad de prensa y el cultivo de un asociacionismo que condujo a las protestas de 2014, para mantener el estatuto especial en el enclave conocido como «Un país, dos sistemas».

En paralelo, el guante de seda en Hong Kong contrasta con el silenciamiento implacable de la disidencia artística e intelectual. Recientemente, Xu Zhangrun, profesor de la Tsinghua University de Pekín, perdió su visado para viajar al extranjero y está sometido a vigilancia. ¿El motivo? Su crítica abierta a Xi Jinping.

El «Códice Florentino» de Bernardino de Sahagún (siglo XVI) es una obra precursora de la antropología y la etnografía modernas

Desde Occidente, siempre existe el riesgo de interpretar el mundo, China inclusive, desde el prisma inmutable de la asunción de una supuesta superioridad. La política china lleva a cabo con sus minorías una política igual de condescendiente, pero sistemática e implacable.

Documento número 9

El objetivo no es únicamente el control efectivo de los territorios que considera parte de su proyecto no responde a un marco ideológico preciso, sino afianzar su zona de influencia en todo el mundo y hacerlo con un modelo político y económico propios, ajenos a los ideales ilustrados que Europa considera todavía universales (y de los que hoy se pitorrea, por ejemplo, Donald Trump).

China pretende afianzar sus lazos comerciales con Occidente y con el mundo en desarrollo mientras, en paralelo, distribuye documentos internos que advierten a un funcionariado esclerótico y corrupto contra los riesgos de los «valores occidentales».

Pongamos por caso el llamado Documento número 9 distribuido de manera secreta por el Partido Único a todos sus cuadros y filtrado a la prensa desde su primera difusión en julio de 2012. Este documento, subtitulado Comunicado sobre el estado actual de la esfera ideológica, advierte contra 7 «valores occidentales» supuestamente peligrosos, entre los que destacan, precisamente, las dos instituciones puestas por entredicho por Administraciones con discurso populista como la que lidera el propio Donald Trump: la libertad de prensa y la independencia judicial.

El documento especifica qué particularidades del modelo democrático occidental son percibidas como elementos foráneos y «problemáticos»: promover la democracia constitucional occidental; promover los «valores universales» que debiliten los fundamentos teóricos del Partido; promover la sociedad civil; promover el «neoliberalismo» (en oposición al capitalismo de Estado chino, más despiadado que el modelo comercial occidental criticado); promover la la prensa libre, al contradecir la idea de que toda publicación en el país debe estar sujeta a la «disciplina del Partido»; cuestionar la propia naturaleza del modelo «socialista» chino.

China olvida lecciones de su pasado milenario

Este documento, que prohíbe formular en público afirmaciones que pongan en entredicho cualquier decisión del Partido (por ejemplo, «Nos hemos desviado de nuestra orientación socialista», un axioma que, dada la realidad, se acerca más a los hechos que la posición oficial en el país), demuestra hasta qué punto el estilo de vida promovido el lo que llamamos Occidente desde la Ilustración se sostienen sobre conquistas que podrían retroceder con la facilidad con que avanzaron en otros momentos históricos.

Quizá, siendo francos y autocríticos, el rastreo de datos en la Internet actual y la cultura del buffet libre de contenidos fomenten en Europa y las Américas una deriva cada vez más próxima a algunas de las reflexiones de Aldous Huxley en Un mundo feliz.

La deriva china es, si cabe, mucho más inquietante, tanto para sus minorías como para su población en general y para el resto del mundo. En un momento en que las debilidades estadounidenses son flagrantes, no hay que olvidar que conocemos los abusos porque todavía somos beneficiarios de una sociedad abierta.

Perfectible, cierto, pero alejada de experimentos de ingeniería de masas que evocan las peores pesadillas de la primera mitad del siglo XX.