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Biopesticidas: más soluciones naturales de control de plagas

Los biopesticidas -o bioplaguicidas- son métodos biológicos para controlar plagas que evitan las “externalidades” -consecuencias negativas- de los plaguicidas químicos derivados del petróleo, al ser biodegradables e inocuos para personas.

Las ventajas son cada vez más valoradas, a medida que disminuye el precio de los tratamientos y se acorta el tiempo de amortización de los pesticidas biológicos: son más efectivos a largo plazo, no producen residuos peligrosos persistentes, impactan menos sobre las especies no tratadas y, en ocasiones, pueden ser creados por los propios productores.

Ascenso del control de plagas biológico

Históricamente, los pesticidas se han clasificado por el tipo de plaga que controlan, pero la eclosión de la agricultura orgánica, presente ya en grandes explotaciones agropecuarias de todo el mundo, demanda una primera subdivisión básica entre:

  • plaguicidas biodegradables, descompuestos por microbios y otros organismos en sustancias inocuas que vuelven a la tierra en forma de humus;
  • y los pesticidas persistentes, que necesitan tiempo -desde meses a años- para descomponerse y, cuando lo hacen, contaminan organismos y suponen en ocasiones un riesgo para la salud humana.

Los efectos de los plaguicidas sintéticos se han estudiado con cada vez más precisión desde que casos de persistencia nociva como el del DDT (relacionado con la muerte masiva de aves, como denunció Rachel Carson en Silent Spring, que condujo a su control y prohibición en la mayoría de usos, exceptuando el tratamiento de casos de insectos parasitarios relacionados con pandemias como la malaria), tanto por agencias medioambientales como por organizaciones independientes, como el Environmental Working Group (EWG).

Saber qué pesticidas hay en la fruta y verdura que consumimos

EWG publica listas anuales con el porcentaje de pesticidas encontrados en las principales frutas y verduras (en la edición de 2014, 48 tipos, con 32.000 análisis en todo Estados Unidos) en los mercados estadounidenses, recomendando en su guía de compra qué productos merece la pena comprar orgánicos (más caros) para evitar riesgos potenciales en la salud.

Sus listas The Dirty Dozen (literalmente, “la docena sucia”) y The Clean Fifteen (“la quincena limpia”) se actualizan anualmente y son usadas por muchos consumidores como indicador para priorizar sus compras en el supermercado:

  • recurriendo a la versión orgánica -producida con biopesticidas- de las frutas y vegetales con más pesticidas persistentes (en función de los resultados en The Dirty Dozen);
  • y optando por ofertas en frutas y vegetales con la menor cantidad de pesticidas persistentes (en función de la recomendación anual de The Clean Fifteen).

Ante la falta de herramientas, lavar antes de comer

No existe ninguna organización independiente que confeccione a escala europea las listas equivalentes a “la docena sucia” y “la quincena limpia” a cargo del Environmental Working Group en Estados Unidos.

(Imagen: 15 verduras y vegetales con menos pesticidas químicos de los 48 testeados por EWG para su guía de 2014)

Quizá la “Internet de las cosas” (sensores conectados a teléfonos inteligentes con capacidad para cotejar datos con Internet en tiempo real desde cualquier lugar), permitirá crear aplicaciones para analizar en la tienda los principales indicadores de un alimento: su composición y efecto en nuestra dieta, así como el tipo y cantidad de restos de plaguicidas.

Los usuarios darán o quitarán la razón a una idea similar, de llegar a las principales tiendas de aplicaciones. Quien escribe este artículo estaría encantado de poder descargar una aplicación similar en el teléfono, aunque ello implicara crear un accesorio de software (sensor para detectar y medir compuestos químicos, por ejemplo).

Mientras llegan nuevas herramientas, el mejor modo de asegurar la ausencia de restos de pesticidas persistentes en fruta y verdura es lavar bien cada pieza antes de su ingesta, si se opta por no comprar la versión orgánica.

(Imagen: 12 verduras y vegetales con más pesticidas químicos de los 48 testeados por EWG para su guía de 2014)

La versión orgánica es igual de nutritiva (eso sí, sin el potencial tóxico)

Los fabricantes de pesticidas convencionales (sintéticos), son los principales interesados en difundir estudios que concluyen con cierta solidez que los biopesticidas no son más saludables para el consumo humano, al no aportar más ventajas que las intrínsecas al cultivo controlado. No son los únicos: la alimentación no orgánica es más económica y, con los debidos mecanismos de control, con escaso riesgo para la salud humana y medioambiental.

Los estudios muestran resultados nutricionales parecidos o prácticamente idénticos al ingerir alimentos de cosechas controladas con plaguicidas sintéticos y alimentos orgánicos (producidos con métodos de control biológico de plagas).

Quizá la alimentación orgánica no sea más nutritiva (por ejemplo, una cabeza de brócoli cultivada con pesticidas sintéticos en contraposición a un brócoli orgánico cultivado con un control biológico de plagas), pero las consecuencias para la tierra, el medio ambiente y la salud nerviosa y hormonal de los consumidores sí son cuantificables.

(Vídeo: hay espacio para la innovación agraria, incluso a microescala, como demuestra el matrimonio de Benjamin y Sara Staffeldt en su pequeña instalación de “aeropónica” en Wisconsin, que ha logrado financiarse en Kickstarter)

Incidencia de plaguicidas sintéticos sobre salud, reproducción y producción hormonal

Los alimentos orgánicos no serían más nutritivos, pero sí evitan la ingesta de restos de pesticidas sintéticos con efectos nocivos para la salud comprobados.

Entre ellos: la alteración del sistema nervioso y de la producción hormonal -causando problemas reproductivos, enfermedades y malformaciones fetales-, así como relación con diversos tipos de cáncer.

Expertos como el escritor y periodista Michael Pollan (autor de El dilema del omnívoro), recuerdan las evidencias de que las cosechas orgánicas -controladas con biopesticidas- no producen erosión en el suelo y mantienen su composición, además de degradarse sin impacto negativo sobre el entorno o las personas.

En definitiva, los alimentos no aportarían más nutrientes que sus equivalentes producidos con plaguicidas convencionales, pero evitarían las peores consecuencias de la producción a gran escala con fertilizantes químicos.

Ventajas objetivas de los biopesticidas

Michael Pollan defiende la alimentación orgánica: “Creo que estamos edificando un muñeco de paja y después derribándolo, el muñeco de paja representaría que todo el sentido de los alimentos orgánicos consistiría en que son más nutritivos. El auténtico sentido de la alimentación orgánica es su sostenibilidad ambiental. Esa es la defensa más sólida y sencilla que hacer [de la producción orgánica]”.

Los biopesticidas son, además, personalizables en función de la variedad local de tierra, clima y tipo de cosecha; también se pueden producir localmente, evitando así los costes relacionados con el uso de pesticidas patentados y producidos de manera centralizada.

Los biopesticidas se dividen en tres grandes metodologías para el control biológico (menos dañino para el consumo humano y el medio ambiente):

  • los biopesticidas basados en sustancias bioquímicas de origen vegetal (tales como aceites y extractos de plantas aromáticas, piretro, nicotina, rotenona, azadiractina, etc.), lograron ventas de 450 millones de euros en 2011, sobre un total de 1.300 millones;
  • microorganismos (plaguicidas microbianos, incluyendo bacterias -250 variedades registradas, entre ellas Bacillus subtilis para control de patógenos y Bacillus thuringiensis, que ataca a insectos-, hongos -95 variedades registradas, como Trichoderma, Metarhizium anisopliae, Beauveria bassiana y, para proteger la vid de mildio, el hongo Ampelomyces quisqualis- y virus -40 variedades, como Cydia pomonella, para proteger de la granulosis-);
  • invertebrados: insectos para el control de plagas; se usan más de 300 especies, desde mariquitas a avispas parasitoides (lograron 350 millones de euros en ventas en 2011).

Sobre integrar la resistencia a plagas en el código genético de la planta

Además de extractos, microorganismos e invertebrados, que representan la mayor parte de la oferta y la demanda actuales, aumenta el uso de feromonas (sustancias químicas segregadas por seres vivos para estimular comportamientos específicos en otros individuos de la misma especie, con 145 variedades registradas para el control de plagas), y nematodos (gusanos y lombrices, con 15 especies de las 25.000 registradas, aunque se estima que existan 500.000 especies de nematodo).

La Unión Europea y los países de su órbita inmediata se han decantado por el uso mayoritario de biopesticidas a base de invertebrados, acaparando el 55% del mercado de biopesticidas en el Viejo Continente.

En Estados Unidos, empresas y laboratorios priorizan también la investigación genética. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos reconoce también como biopesticidas a los plaguicidas incorporados directamente en el material genético de las plantas (Protectores Incorporados en Plantas, PIP en sus siglas en inglés).

Estos protectores insertados en la herencia genética de la propia planta abaratan el proceso de producción, al reducir costes de mantenimiento de pesticidas y automatizar el proceso de control.

Protectores incorporados en plantas (PIP) para alimentación y biorremediación

Los PIP suscitan recelos entre quienes consideran que los métodos de ingeniería genética son patentables por las compañías, que priorizan su interés comercial por encima de los efectos a largo plazo de los cultivos genéticamente modificados sobre la tierra, la salud humana y la dependencia económica de los productores, sujetos a regulaciones y políticas comerciales y empresariales que no controlan.

Un ejemplo controvertido de los efectos más controvertidos de la expansión de variedades genéticamente modificadas son mercados como el del maíz estadounidense y sus efectos sobre la producción regional de la planta -por ejemplo, en la producción y consumo en México-, así como sobre la política agraria estadounidense.

Estudios científicos y expertos apoyan el uso de plantas genéticamente modificadas para aumentar el potencial nutritivo de las cosechas, reducir su impacto medioambiental, o producir efectos beneficiosos para la salud de consumidores y entornos degradados (biorremediación).

Contra los dogmas: ecologistas atentos al potencial de la modificación genética

Expertos anteriormente críticos con plantas genéticamente modificadas, como el fundador de Whole Earth Catalog y autor de Whole Earth Discipline, Stewart Brand, o el autor y activista británico Mark Lynas, de The Nature Conservancy, creen que la producción genéticamete modificada son más parte de la solución a los retos alimentarios y medioambientales del mundo, que del problema.

Organizaciones como Greenpeace o World Wildlife Fund mantienen sus reservas y se oponen al uso de cosechas genéticamente modificadas, citando carencias en la evaluación de sus riesgos a largo plazo.

Volviendo al mundo de los biopesticidas, una de las tipologías de planta modificada genéticamente que ha suscitado mayor interés son las que incorporan en su código los mencionados protectores de plagas (PIP).

Plantas “reguladas” y polémicas patentes

Los protectores de plagas incorporados en el código genético son sustancias producidas por la propia planta. 

La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos explica su funcionamiento: los científicos pueden aislar un gen específico relacionado con la producción de una proteína con efectos plaguicidas, e incorporarla en el material genético de la planta, que produce la proteína necesaria para combatir la plaga que le afecta cuando ésta hace acto de presencia.

En Estados Unidos, tanto la proteína pesticida como el material genético de la planta son regulados por la EPA, mientras la planta no lo es. La agencia aclara: “Antes de que la EPA pueda registrar un pesticida debe haber datos suficiente demostrando que no causará un riesgo excesivo a la salud humana o el medio ambiente cuando se emplee según las instrucciones del etiquetado”.

Mercado inabarcable para innovaciones en biopesticidas y biorremediación

La EPA requiere estudios que analicen numerosos factores, que permitan descartar “riesgos sobre la salud humana, organismos que no sean el objetivo [los que no sean la plaga que controlar] y el medio ambiente”.

Asimismo, si bien la agencia estadounidense exige que las plantas con biopesticida incorporado en su código vayan acompañadas de planes de gestión de la resistencia de insectos y microorganismos, una vez aprobadas, estas especies podrían comportarse de un modo inesperado en contacto con insectos y microorganismos.

Los potenciales beneficios de las sustancias bioplaguicidas incorporadas en plantas siguen sin convencer a los productores europeos de biopesticidas, que se decantan mayoritariamente por el control de plagas con invertebrados.

Sea como fuere, los biopesticidas más efectivos tienen un mercado multimillonario por explotar no sólo en Norteamérica, Europa Occidental y los mercados maduros de Asia y Oceanía, sino en el resto del mundo, dado el crecimiento del control biológico de plagas en, por ejemplo, Latinoamérica (con el mencionado 13,2% del mercado mundial).

Los productos orgánicos llegan a las tiendas no especializadas

Tradicionalmente, los fertilizantes sintéticos producen mejores resultados a corto plazo, que disminuyen a medida que su composición daña y empobrece la tierra; por el contrario, el rendimiento de los distintos tipos de biopesticidas se desarrolla de manera diametralmente opuesta, mejorando con el tiempo (al mantener -y, en ocasiones, mejorar) la composición de la tierra.

La mayor demanda de productos orgánicos en mercados maduros, así como su llegada a los estantes de grandes distribuidores (en Estados Unidos, pasando de mercados locales y tiendas como Whole Foods a la más económica Trader Joe’s e incluso Wal-Mart; en Europa, aumentando su presencia más allá de cadenas especializadas en distribuidoras mayoritarias, como Carrefour), ha ido pareja al aumento en el uso de biopesticidas y agentes de control biológico inocuos para la salud humana y el medio ambiente.

Proyecciones

Pese a su reciente pujanza, los biopesticidas siguen siguen siendo minoritarios (National Geographic estima, en su edición de septiembre de 2014, un 4,1% de cuota de mercado mundial), pero la tendencia sigue al alza pese a la crisis económica desde 2008.

Según cálculos de Álvaro Valiño para National Geographic, el mercado mundial de biopesticidas lograba 730 millones de euros en ventas justo antes del inicio de la crisis financiera (2007), ascendiendo a los ya mencionados 1.300 millones de euros en 2011, mientras se espera que alcance los 2.000 millones de euros en 2014.

Por regiones, la producción orgánica se concentra en zonas próximas a los principales mercados de consumo: un 29,2% de las ventas de biopesticidas se concentra en Europa, un 27,1% del total en Norteamérica y un 26,9% en Extremo Oriente y Oceanía, por un 13,2% en América del Sur y un 3,2% en África.

Futuro inmediato de biopesticidas y biofertilizantes

Se espera que, sólo en Europa, el mercado de biopesticidas alcance los 889,3 millones de euros en 2017 (desde los 417 millones de dólares en 2013, un 16,4% de incremento), cuando un tercio de las sustancias para el control de plagas sea biodegradable.

Europa se convierte en el mercado con mayor crecimiento en el uso de pesticidas biológicos, con un 16,6% de aumento en su uso hasta 2020.

El mayor uso de biopesticidas (así como biofertilizantes) también implica más oportunidades de negocio para empresas locales que quieran invertir en sus propios sistemas biodegradables para el control de plagas.

Si el mercado global de biopesticidas alcanza en 2020, como esperan los analistas, una cuarta parte de la cuota total de fertilizantes y un volumen de negocio de 6.200 millones de dólares (3.200 millones en 2017), las mejores innovaciones en el sector tendrán oportunidad de crecer.

Un mercado con espacio para pequeños y grandes productores

Más biopesticidas no sólo implica menos erosión del terreno de cultivo y menos sustancias nocivas en la mesa y en el medio ambiente, sino también una menor dependencia del uso de derivados del petróleo para garantizar la bonanza de las cosechas en todo el mundo.

Sabes que los biopesticidas (y, por ende, los biofertilizantes) han alcanzado la madurez y están listos para ocupar la centralidad del mercado cuando una empresa con una trayectoria tan controvertida como Monsanto anuncia que desarrollará sus propios sistemas de control biológico de plagas.

El anuncio llega tras la consolidación de los negocios de control biológico de plagas (sobre todo, usando insectos) de las europeas Bayer (a través de su subsidiaria CropScience) y Syngenta (que vende ácaros comemoscas, avispas que matan orugas y abejas que previeren con su actividad daños en grandes cultivos).

Muchos ganaderos realizan sus propias pesquisas y, con la ayuda de herramientas como Internet, compiten localmente contra las grandes comercializadoras, a menudo con éxito.