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Biopolítica o riesgos de cribar entre inmunizados y el resto

El protagonista del filme de ciencia ficción Gattaca (Andrew Niccol, 1997), interpretado por Ethan Hawke, pretende acceder a un exigente programa espacial sólo apto para individuos concebidos con métodos de ingeniería genética.

Vincent Anton Freeman, el personaje interpretado por Hawke, carece de la fortaleza física requerida y tratará de contrarrestarla con pruebas genéticas falsas que obtiene de su hermano, un niño probeta con un código genético imbatible que ha sufrido un accidente irreversible.

El filme trata de describir un futuro lejano en el que individuos a la carta convivan con personas concebidas de manera natural y cuenten con un código genético más azaroso y un sistema inmunitario incapaz de hacer frente a enfermedades hereditarias o ataques víricos.

Quizá el escenario de Gattaca permanezca alejado de nuestro tiempo, pero la pandemia de coronavirus presenta retos cuya gestión sanitaria y administrativa podría rozar la separación de la población entre quienes han pasado el coronavirus y están inmunizados (lo que les garantizaría una reinserción inmediata en la sociedad) y quienes no están inmunizados y cuentan con agravantes de edad, riesgos preexistentes o debilidad inmunitaria.

El riesgo de distinguir biológicamente entre aptos y no aptos

La idea de cribar entre quienes cuenten con anticuerpos de coronavirus pero estén curados y el resto de la población (la cual o bien presentaría síntomas y sería todavía contagiosa, o no se habría contagiado de momento y sería susceptible de serlo antes de que llegara una vacuna), estaría siendo barajada.

Alemania, el país que ha puesto en marcha la política de pruebas de detección de coronavirus más extensa de la UE, estaría barajando esta posibilidad a través de la expedición de «certificados de inmunidad», informan Daniel Wighton y David Chazan para el diario británico The Telegraph desde Berlín y París, respectivamente.

Los certificados de inmunidad nacerían con polémica, dada la turbulenta historia que asocia la criba de población por aptitudes físicas con las políticas eugenésicas del pasado. El contexto es muy distinto y cualquier política emprendida por Alemania podría extenderse al resto de la UE, siempre que pasara por un entente francoalemán.

Las analogías históricas son, sin embargo, como mínimo inquietantes… A menos que la información de The Telegraph proceda de una interpretación interesada y torticera, a partir de una traducción chapucera del alemán (como así parece confirmarse). Mejor que todo quede en eso, una aberración informativa.

El inicio de una mala novela de ciencia ficción

Y del cine (Gattaca) a una especulación novelera. La novela podría empezar así: las calles de Nueva York, como las de otras urbes del mundo, están más vacías que de costumbre y las sirenas no dejan de sonar en la lejanía.

Los hospitales están al borde del colapso debido a los efectos de una pandemia y, ante la ausencia de equipamiento adecuado, el alcalde de la ciudad decide hacer un llamamiento a los veterinarios de la región para que donen cualquier respirador de UCI compatible.

Al otro lado del Atlántico, Alemania, el país europeo que ha efectuado más pruebas de laboratorio para el coronavirus, aumenta todavía más la cantidad de tests para que quienes hayan pasado la enfermedad y conserven anticuerpos que garanticen su inmunidad puedan continuar con su vida normal o abandonar el aislamiento.

La respuesta alemana desde los primeros casos de transmisión detectados en el país contrasta con la incapacidad de otros países europeos para comprender el riesgo de crecimiento exponencial hasta que ya era demasiado tarde, y la trayectoria de la curva de contagio sigue el recorrido marcado por Italia.

La descoordinación y el celo marcaron la acción al inicio de la epidemia en Europa, y sólo las dificultades en focos de contagio como el norte de Italia y los departamentos del Gran Este francés animaron a Alemania a asistir a sus vecinos y asumir el tratamiento de algunos enfermos franceses e italianos.

El gesto, al que se suma el envío puntual de equipamiento, no esconde la inexistencia de una reacción europea a la pandemia.

Relaciones públicas en tiempos de pandemia

El desconcierto en Europa y Norteamérica ha sido aprovechado por la diplomacia internacionalista de China, Rusia y Cuba. Los tres países han enviado equipamiento y, en el caso de Cuba, equipos médicos, para asistir a Italia y a cualquier país de la región que lo demande, si bien esta asistencia se ha mostrado más útil como herramienta propagandística que como asistencia efectiva.

Fotograma de «Gattaca» (Andrew Niccol, 1997)

Así, mientras médicos cubanos, camiones militares rusos y aviones chinos aterrizaban estos días en Italia, a la par que Francia y España abrían puentes aéreos con China para garantizar el abastecimiento de equipamiento médico, un avión de mercancías salía de Moscú con dirección a Nueva York (mientras los casos de «neumonía» se multiplican en el país y Moscú declara el confinamiento de su población). Tiempos extraños.

España, en apuros similares a los de Italia aunque con una semana de retraso en el avance de la epidemia en su territorio, ha tratado de eludir el precedente italiano, condicionado por la inacción europea y la necesidad de tomar medidas desesperadas, pidiendo ayuda formal a los socios europeos y a la OTAN… Y es así cómo Turquía, su socio en la Alianza, envía mascarillas, batas desechables y gel desinfectante.

El juego geopolítico continúa, las respuestas a la pandemia siguen siendo estatales (más bien infraestatales) y, mientras tanto, los últimos informes hablan de que podríamos encontrarnos ante el principal reto (según la ONU) desde la II Guerra Mundial, a un coste de hasta el 10% del PIB global.

Dominic Cummings, Boris Johnson y Covid-19

Lo descrito nos habría parecido hasta hace unas semanas poco plausible y algo cliché, al estilo de Contagio (2011) película de Steven Soderbergh asesorada, al fin y al cabo, por el experto en pandemias Larry Brilliant, pionero de la contracultura californiana e influyente tecnólogo en Silicon Valley.

Los epidemiólogos, sin embargo, habían advertido del riesgo. La diferencia en la respuesta ante el riesgo presentado por Covid-19 en Estados Unidos y Alemania no se debe tanto a la falta de consenso entre los expertos, sino a decisiones políticas: mientras Trump despedía a Timothy Ziemer, su experto en seguridad sanitaria mundial, en la primavera de 2018, el Instituto de Virología de Berlín, dirigido por Christian Drosten, asesoraba al Gobierno alemán ante posibles escenarios pandémicos.

La capacidad de reacción alemana no se debe tanto a la experiencia o el conocimiento científico, sino a la coordinación entre epidemiólogos como Christian Drosten y las administraciones locales, regionales y federales en Alemania; en Estados Unidos, el equipo de expertos de reacción contra pandemias no sólo había sido despedido, sino considerado «una idea de Barack Obama».

La respuesta del Reino Unido a la pandemia ha sido tan errática como la estadounidense; el asesor Boris Johnson, el controvertido Dominic Cummings, había presionado a Downing Street para aplicar una estrategia diferente a la crisis cuyos riesgos habían preocupado a políticos y epidemiólogos por igual; consistía en dejar que el contagio siguiera su curso y acelerar la inmunidad de grupo mientras se aislaba a ancianos y a población con mayor riesgo inmunológico.

El plan biopolítico británico se topó de bruces con la realidad y el Reino Unido trata de aplicar una política de distanciación más relajada a la presente en países de la UE; el retraso británico en las pruebas de detección de coronavirus es patente incluso en el contexto europeo, sobre todo en comparación con Alemania e Italia.

La estrategia inicialmente permisiva en el Reino Unido ha alimentado el crecimiento de la propagación en la isla, algo que también se observa en Holanda y Suecia, cuyo laissez-faire ha producido también más contagios y mortalidad con respecto a sus vecinos inmediatos.

Operación salida (del confinamiento)

En estos momentos, Alemania avanza con sus pruebas virológicas a un ritmo muy superior al de cualquier país occidental, y Estados Unidos trata de recuperar el terreno perdido, cuando informes demoledores elevan la cifra posible de muertos a entre 100.000 y 240.000 en el territorio estadounidense.

Jude Law en «Contagio» (filme dirigido por Steven Soderbergh en 2011)

Uno de los rasgos del populismo es su inconsistencia y pragmatismo: afirmar una cosa y aplicar la contraria.

Este desconcierto en el discurso estadounidense y británico alcanza su cénit si se contrasta el aislacionismo que promueven Trump y Johnson con globos sonda lanzados a la prensa en forma de medidas para atajar la pandemia, como acelerar la gestión administrativa que permitiera contratar a personal sanitario ya inmunizado contra Covid-19. ¿Una oferta sólo apta para inmunizados?

El espejismo del dominio estadounidense vuelve a quedar en entredicho cuando el país debe afrontar una crisis económica y sanitaria sin precedentes con una Administración que ha demostrado ineptitud y alergia al consejo de funcionarios y expertos independientes.

Aquellos maravillosos años (para algunos)

Queda poco de la euforia de los años 90 del siglo pasado, el mundo se preparaba para el fin de la historia: Occidente triunfante enarbolaba el utilitarismo económico como único credo imprescindible postmoderno. La luna de miel neoliberal se extendió entre la publicación de El fin de la historia y el último hombre (Francis Fukuyama, 1992) y La Tierra es plana: una breve historia del siglo XXI (Thomas Friedman, 2005).

Por eso, el estallido bélico en los Balcanes emergió como una macabra anomalía en medio de la celebración: guerra fratricida, francotiradores en Sarajevo, limpieza étnica, fosas comunes con los despojos de asesinatos masivos… El horror no podía ser europeo ni occidental.

Hambre, pandemias y guerras desesperadas debían permanecer en escenarios más alejados, donde sequías, hambrunas, terremotos, epidemias o tsunamis suscitaban una compasión deshumanizada y con una empatía separada por un cordón sanitario.

Allí, los muertos podían seguir contándose por miles, deshumanizados por la distancia geográfica y cultural; el paternalismo económico y cultural harían el resto, desde conciertos solidarios a ayuda humanitaria.

Por primera vez en mucho tiempo, tenemos la sensación de que el mundo próspero se defiende con cierto desorden y desamparo de algo que parecía haber quedado atrás: una pandemia capaz de propagarse con suficiente rapidez y virulencia como para poner contra las cuerdas sistemas sanitarios y burocráticos que creíamos más preparados.

Días extraños para Steven Pinker

Las epidemias más recientes habían sido avisos; sin embargo, la población había dado por sentado que, en determinados lugares, la mera inercia burocrática era suficiente para mantener la capacidad de respuesta necesaria ante cualquier brote epidémico.

Fenómenos como el deterioro del poder adquisitivo de la clase media en las últimas décadas, el mantenimiento a menudo deficiente de infraestructuras básicas (por ejemplo, en Estados Unidos) y la austeridad presupuestaria derivada de la crisis de 2008 no parecían poner en entredicho un cierto avance de la sociedad contemporánea, en un contexto que mantenía vigente el ideal ilustrado de progreso lineal.

Así, si bien la deriva populista en varios países europeos y en Estados Unidos, acentuada con las victorias del Brexit y de Donald Trump, mostraban una peligrosa desconexión entre los mejor adaptados y el resto, ensayistas de renombre insistían en una mejora técnica, material e intelectual de un tono entre transhumanista y eugenésico (por ejemplo, Steven Pinker y su En defensa de la Ilustración, de 2018).

Qué más daban el populismo y la incompetencia, debes observar los datos, nos decía Pinker en un libro no apto para conatos milenaristas tales como una pandemia que devuelve a la opinión pública occidental a un imaginario que se creía del pasado, en el que el número de víctimas domésticas obliga a deshumanizar la catástrofe, y los nombres propios experimentan la transubstanciación burocrática para pasar a ser la entrada de un registro.

Una vez los servicios sanitarios dejen de estar saturados

En medio de la necesaria gestión sanitaria a gran escala de una pandemia que está a punto de alcanzar el millón de contagios registrados —el número real es mucho mayor— y más de 40.000 fallecidos —de nuevo, la cifra real es superior—, las administraciones más afectadas (hasta el momento, la mayoría en países con infraestructuras sólidas) corren el riesgo de olvidar que las cifras de contagios y muertes se refieren a personas.

En unas semanas, nos hemos adentrado en niveles de gestión geopolítica que adentran en lo que hace poco habíamos considerado ciencia ficción: políticas de confinamiento y distanciación social que afectan a un tercio de la población mundial, centenares de millones de niños obligados a seguir los cursos escolares a distancia, y un parón de la actividad económica sin precedentes que amenaza con disparar el desempleo y la mortalidad empresarial hasta cotas superiores a las que azotaron el sur europeo hace una década.

Fotograma de «Gattaca» (Andrew Niccol, 1997)

La respuesta heterogénea a un evento tan complejo como la propagación de una pandemia en un mundo globalizado ha generado intensidades de contagio y niveles de mortalidad muy distintos entre países y entre regiones de un mismo país, lo que confirma la incidencia de las recomendaciones de la OMS para combatir la proliferación: higiene reforzada y testeo masivo para localizar focos de propagación.

¿Mascarillas para todos?

La ambivalencia de los funcionarios de la OMS para corroborar la eficacia del uso de mascarillas entre la población ha contribuido a crear una nítida división en los resultados de la respuesta sanitaria entre los países asiáticos (con mayor capacidad de respuesta por las epidemias previas de SARS, MERS y gripe aviar) y los occidentales.

En los primeros, la población usa mascarillas, mientras que en los segundos la falta de preparación ha contribuido al desconcierto administrativo y la carencia de equipos de protección básicos (empezando por mascarillas) no ya entre la población, a la que se ha informado que no es necesario su porte, sino entre los propios equipos sanitarios.

Internet sirve para que la propagación de las consignas de biopolítica sea instantánea y vaya de la mano de fenómenos como el nacionalismo, la desinformación y un apoyo anímico en las redes sociales que alcanza una escala sin precedentes.

La dependencia de los países afectados queda patente con el desconcierto existente en torno al acopio de máscaras quirúrgicas, respiradores y otros elementos esenciales que permitan reducir al máximo dilemas éticos que la medicina parecía haber olvidado en los países desarrollados, tales como la criba de pacientes con mayor esperanza de vida cuando el número de pacientes críticos a la espera de cuidados intensivos es superior a las UCI disponibles.

La tendencia al repliegue nacional en tiempos difíciles

Es una situación que requiere una respuesta internacional coordinada si el objetivo es aplacar la pandemia en los países más afectados, reforzar la capacidad de respuesta en el posible descenso viral en verano de cara al otoño y, de paso, evitar en lo posible la incidencia de la propagación en países que carecen de infraestructuras sólidas y sistemas sanitarios operativos para toda la población.

De momento, asistimos más bien a un repliegue nacional que pone de nuevo a prueba la capacidad de reacción de un mundo desarrollado envejecido y autocomplaciente.

En la Unión Europea, la ausencia de una respuesta coordinada a la altura quedó patente en una reunión de crisis en que Holanda y Alemania esconden en un discurso de responsabilidad fiscal moralizante su desacuerdo a una financiación a bajo interés a escala europea (los denominados «coronabonos»).

Lleven el nombre de «eurobonos» o de «coronabonos», en los momentos de incertidumbre, los países europeos velan una y otra vez por los intereses nacionales en detrimento del discurso humanista y solidario que —se supone— propulsaría a la UE.

La respuesta la pandemia en Estados Unidos no es menos heterogénea que la europea y la tensión entre los gobernadores de los Estados y la Administración federal es patente. La escasez de pruebas, máscaras, respiradores y unidades de cuidados intensivos, así como la actuación intoxicadora y contradictoria de Donald Trump hasta que la realidad de la pandemia le hizo cambiar de planes, han contribuido a que el foco de la pandemia se haya trasladado a Nueva York.

Más y mejores pruebas de detección (y distribución capilar)

No está claro si la infección remitirá en los meses calurosos del verano para volver con fuerza en la próxima temporada vírica en el hemisferio norte a partir del otoño; este comportamiento equipararía la estacionalidad de la pandemia en activo con otros virus, lo que no ha sido confirmado científicamente.

Los responsables políticos y sanitarios se encuentran ante decisiones complejas que demandarán mesura y responsabilidad con la población y la economía (en este caso, el orden de los factores sí alteraría el resultado, al menos en vidas humanas).

Varios analistas se apresuran a comentar que la estrategia sanitaria del confinamiento para frenar el crecimiento exponencial de la pandemia no es la más dañina para la economía, sino que el coste de no aplicar políticas de distanciamiento eficaces acabaría causando mayores estragos sociales y económicos a medio y largo plazo.

Fotograma de «Gattaca» (Andrew Niccol, 1997)

¿Cómo recuperar paulatinamente la normalidad en las próximas semanas, cuando tratamientos eficaces y vacunas son objetivos todavía en el horizonte? Un confinamiento de varios meses sería insostenible, como también lo sería una tasa de mortalidad demasiado elevada.

Quizá, el único método para salir del atolladero actual consiste en acelerar el testeo masivo de detección de coronavirus en la población, para controlar lo suficiente los focos de contagio y realizar intervenciones de aislamiento cuando fuera necesario, a la vez que se insiste en la prevención eficaz (¿uso universal de máscaras?) y se facilitan los trámites burocráticos para que tratamientos y vacunas potenciales lleguen con celeridad.

Un mundo en transformación

El reto actual también obligará a una transición más pronunciada hacia el teletrabajo en determinados sectores. El mundo de la educación deberá adaptarse a la nueva situación; la educación a distancia se convierte en un sector estratégico y podría crear una nueva generación de compañías tecnológicas prometedoras.

De alargarse en el tiempo, el riesgo de agravamiento de la pandemia promoverá el surgimiento de un sistema sanitario más capilar y con presencia tanto de proximidad como en casa (quizá a través de prácticas como el diagnóstico remoto y el envío de pruebas por correo —al estilo de los test genéticos de compañías como 23&Me—).

El levantamiento de las medidas más estrictas de confinamiento de la población deberá ir de la mano de técnicas más rápidas y eficaces para detectar espacios infectados, así como de mejores métodos para desinfectar espacios públicos y proteger a quienes los usen con frecuencia.

La diagnosis también deberá abrirse a la colaboración con pacientes y la revisión por pares en entornos con un estilo seguro y autoeditable al estilo de las wikis (quizá, los historiales podrían reforzarse con una arquitectura descentralizada y anónima al estilo blockchain).

Quizá, después de todo, el timo de Theranos no partía de una idea tan descabellada: permitir que los laboratorios médicos de bajo coste entraran en casa como un aparato tecnológico más, del mismo modo que lo han hecho la informática personal y la impresión (convencional y, cada vez más, 3D).

Sea como fuere, la solución no consistirá en dividir a la población entre los «aptos» (aquellos que hayan pasado la enfermedad y estén curados o sean inmunes a ella) y las víctimas potenciales (enfermos en fase de contagio y no contagiados).

Un esquema semejante conduciría a crear sociedades con distintas velocidades o «castas» biológicas, postulados que evocan las peores aspiraciones de la eugenesia.