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Biorremediación: lombrices que eliminan tóxicos y más

Por mucho que nos esforcemos, los animales siguen conjurándose para proteger la vida; a pequeña escala, sí, aunque dando pistas de tener en mente un plan universal, como si quisieran refrendar ideas y teorías como el panteísmo de Marco Aurelio; o la hipótesis de Gaia, o patrones de la biosfera que postulan que la vida trata de mantener condiciones adecuadas para sí misma.

Desde el principio de *faircompanies, nos hemos interesado por hechos científicos -fehacientes, comprobados empíricamente- que hablan sobre la supuesta conjura de los animales para “salvar” algunas condiciones de la biosfera indispensables para la vida. O sobre cómo estructuras orgánicas creadas por seres vivos sustituirían con éxito compuestos aparentemente tan indispensables en la sociedad como los polímeros plásticos.

No se trata de una batalla cuerpo a cuerpo entre la megafauna del mundo y el ser humano (James Cameron fue acusado de poco menos que subversivo por mostrar este mensaje en Avatar); pero los seres vivos, ya sean complejos o unicelulares, prefieren no esperar a que la especie dominante llegue a un acuerdo de mínimos en alguna conferencia burocrática para evitar la desaparición de ecosistemas enteros.

Interrelación entre pájaros, murciélagos, lagartijas, ballenas y temperatura

Por ejemplo, sorprendió leer en su momento cómo especies tan distintas como murciélagos, pájaros, lagartijas y ballenas, entre otras, contribuyen a mitigar los peores efectos del cambio climático, quizá guiándose por un reloj universal que todos compartimos en lo más primitivo de nuestra herencia genética.

Mientras la Universidad de Maryland ha relacionado la labor de especies tan distintas como murciélagos, pájaros y lagartijas en el crecimiento de las plantas de enormes ecosistemas, al mantener estable la población de insectos que se alimentan de la flora, investigadores australianos han demostrado que el plancton del Pacífico Sur disminuye, al faltar hierro para fertilizar las aguas.

Las grandes cantidades de hierro, en este caso, han provenido de las heces de ballena, y habrían disminuido en la zona en los últimos años debido a la caza realizada por balleneros japoneses.

¿Una historia inverosímil? No lo es tanto cuando se conoce que sólo las heces de ballena aportan el 12% del hierro de la superficie del Pacífico Sur.

Cuando desaparecen especies, se pierden oportunidades

El naturalista estadounidense Edward O. Wilson explica que la pérdida de biodiversidad y la extinción de animales de todos los reinos antes de que hayan sido siquiera catalogados por la ciencia no es sólo un desastre ético y medioambiental.

Además de certificar nuestra poca pericia como especie dominante, la pérdida de ecosistemas repercute sobre nuestro bienestar en el futuro, ya que buena parte de los avances en medicina, diseño industrial o desarrollo de modelos, patrones y materiales proceden de nuestro estudio de animales, plantas, hongos, bacterias y organismos unicelulares como las arqueobacterias, algunas de las cuales viven en soluciones de arsénico (como explico en este vídeo de nuestra visita al lago Mono, California, en el pasado verano).

Para entender lo relacionados que están los patrones naturales con nuestras propias creaciones, basta echar un vistazo a la obra de Antoni Gaudí, o leer el influyente El lenguaje de patrones (A pattern language), obra coordinada por Christopher Alexander en la que se trata de instaurar un lenguaje que sirva para desarrollar cualquier diseño o arquitectura, desde la concepción de un objeto a la planificación de una ciudad entera. Incluimos esta obra entre nuestros 10 libros esenciales sobre vida sencilla y minimalismo.

Biorremediación: usar seres vivos para afrontar problemas medioambientales

A menudo hemos citado estudios de campo sobre el potencial remediador que algunas especies de seres vivos tienen sobre ecosistemas maltrechos por el ser humano. Por ejemplo, el micólogo Paul Stamets ha dedicado su vida a estudiar el comportamiento y las propiedades de uno de los seres vivos más importantes y esquivos del planeta, los micelios, u hongos subterráneos cuyos filamentos microscópicos tejen marañas sobre el manto de la tierra, actuando como “conciencia” del suelo, al poder transmitir información básica sobre los nutrientes de una zona determinada a árboles y otras plantas.

Los micelios comparten la estructura de su diseño con otros patrones presentes en animales complejos. Sus hifas tejen una delicada estructura capilar que se extiende bajo la tierra como un sistema nervioso, similar a estructuras más cercanas a nosotros mismos, como nuestro sistema nervioso, o a la versión más compleja que conocemos de esta estructura, nuestro propio cerebro. Paul Stamets lo explicaba magistralmente durante una intervención en el ciclo de conferencias TED Talks.

Sabemos, a través del estudio de los hongos micorriza, que los micelios se asocian con las raíces de los árboles, convirtiendo materia orgánica en nutrientes y, a cambio, obteniendo azúcares de los árboles. Estudiando este comportamiento, Paul Stamets ha demostrado que los hongos no sólo descomponen la materia orgánica típica dispuesta sobre cualquier sotobosque, sino que también pueden ser usados para convertir el petróleo y los pesticidas (materia orgánica, al fin y al cabo) en hidratos de carbono simples.

Existen animales, por tanto, que transforman la contaminación y los desastres medioambientales en una oportunidad. En este caso, el petróleo y los pesticidas se convierten en abono orgánico, o la base de nuevos materiales y tejidos, por ejemplo.

Aumenta el ejército de defensores de Gaia: se presenta el soldado “lombriz de tierra”

Murciélagos, pájaros, lagartijas, ballenas y micelios son sólo algunos de los seres vivos cuya actividad, imperceptible y desconocida para nosotros, repercute sobre un delicado equilibrio que difícilmente recibirá ayudas a gran escala en los próximos años, a tenor de las reticencias existentes para firmar un nuevo tratado climático más ambicioso que el de Kioto, que finaliza en dos años.

Cuando menos fe tenemos en la incipiente gobernanza mundial para temas que nos afectan a todos (clima, economía, seguridad, derechos humanos, etcétera), el inframundo de los seres vivos sigue despertando nuestro yo más optimista. La última “pequeña” lección de la vida: científicos de América del Sur han estudiado la voracidad de especies comunes de lombriz de tierra con los metales pesados procedentes de materiales contaminados que encuentran a su paso.

El estudio ha confirmado que es posible usar lombrices de tierra para limpiar suelo y líquido contaminados en entornos tan poco paradisíacos como sitios industriales y vertederos. Todavía recuerdo la visita que Kirsten y yo realizamos al gigantesco vertedero de Kimbriki, el mayor de Sídney, Australia. Es fácil olvidar que nuestra responsabilidad personal con la basura que generamos no desaparece cuando la depositamos en la papelera o contenedor.

No desaparece por arte de magia, y localizaciones como Kimbriki (ver el vídeo y la fotogalería de nuestra visita), el antiguo vertedero de Nueva York -visible desde el espacio exterior hasta que se ha convertido en parque-, o la isla de basura flotante del Pacífico Norte, entre Japón y Hawai (vídeo y entrada sobre nuestra visita a la isla de Kauai), nos lo deberían recordar.

Lombrices de tierra como agentes de “biorremediación”

La ahora comprobada capacidad de las lombrices de tierra comunes para eliminar metales pesados y otras sustancias tóxicas del suelo y entornos líquidos supone, según los científicos sudamericanos que han promovido el estudio, publicado en el International Journal of Global Environmental Issues. Al fin y al cabo, las lombrices han evolucionado hasta especializarse en procesar grandes cantidades de materia orgánica en distintos tipos de suelo.

Algunas especies de lombriz de tierra común, usadas en actividades como el compostaje urbano, donde se convierten restos de plantas y comida en abono orgánico sin apenas espacio (ver cómo diseñar un vermicompostador casero), procesan a diario la materia orgánica equivalente a varias veces su peso.

No extraña, por tanto, que los investigadores de la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado, en Cabudare, Venezuela, promotores del estudio, propongan usar lombrices de la especie Eisenia fetida para eliminar metales tóxicos -incluyendo plomo y mercurio, interruptores del sistema endocrino en animales y humanos- de un modo seguro y barato, con una tecnología tan eficiente como ancestral. Consistiría en acercarse hacia una zona contaminada y liberar grandes cantidades de lombrices de tierra. Y, claro, respetar su labor.

Toxicidad en facturas de la compra, juguetes o la nieve del Everest

Habitamos en un mundo donde hasta las facturas de la compra son tóxicas (por no hablar de juguetes infantiles y todo tipo de utensilios cotidianos; o el aire que respiramos en las ciudades, plagado de metales pesados en forma de partículas en suspensión).

Organizaciones como el Environmental Working Group (ver nuestra entrevista con ellos) nos recuerdan que no existe ninguna zona ni organismo en el mundo, ni siquiera en los polos o el Everest (donde hay grandes concentraciones cadmio y arsénico procedentes, a través del viento, de las factorías asiáticas), libre de las sustancias contaminantes que producimos a diario con nuestra actividad.

Los datos compartidos los investigadores de la Universidad Lisandro Alvarado, con la ayuda de colegas argentinos, son esperanzadores, ya que nos recuerdan que varios de los retos medioambientales a los que se enfrenta la humanidad hallarán parte de su respuesta en la propia vida que ponemos en peligro. 

En el estudio, las lombrices de tierra eliminaron arsénico del suelo con una eficiencia de entre el 42% y el 72%, mientras hicieron lo propio con mercurio, con una eficiencia de entre el 7,5% y el 30%, en sólo 2 semanas, según el químico Lué Merú Marcó Parra, de la citada universidad venezolana.

Además, los científicos comprobaron que el compost producido por las lombrices sirve como un substrato absorbente efectivo para limpiar aguas residuales contaminadas con metales como el níquel, el cromo y el plomo, una tríada que más nos convendría mantener alejada de suelo, ríos y mares. Cuando salten las alarmas, será demasiado tarde.

Esta entrada es un homenaje al sentido común de la vida, revelado en este caso en la labor silenciosa de una lombriz de tierra. Una reivindicación de las ideas que relacionan “Universo” y “vida”, como el panteísmo de Marco Aurelio, o la hipótesis de Gaia de James Lovelock. De nuevo, una oportunidad para citar la sabiduría ancestral del discurso de Acción de Gracias de la nación iroquesa.

A ver si podemos recopilar cuanta más información mejor sobre la infinidad de maneras que la vida a nuestro alrededor (en la maceta del balcón, en la flora de nuestro estómago, en una gota de agua) puede ayudarnos a encontrar soluciones a grandes retos medioambientales. Y las ideas son oportunidades de negocio.

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