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Blockchain para periodismo: veracidad, autoría y retribución

La irrelevancia demostrada por la prensa “seria” en las últimas contiendas electorales no explica sólo el auge del populismo y es más un síntoma que una causa.

Bajo la superficie, yace una cuestión ya presente desde Napster: la digitalización del conocimiento multiplica la facilidad para realizar copias y modificaciones de cualquier pieza de información, transformada o no en “meme”, o acontecimiento digital ampliado.

En periodismo, esta transformación da pie a fenómenos inesperados como el auge de los bulos (el eufemismo usado es información “post-truth”), la propaganda (con el eufemismo “fake news”) y los silos informativos.

Kevin Kelly (cofundador de Wiredargumenta en su ensayo The Inevitable que, una vez digitalizamos un evento, lo hemos “cognificado”. Desde el momento en que los átomos o el conocimiento abstracto se han trasladado a bits, la información tiende a la copia y modificación.

La batalla entre la información rigurosa y la información amarilla ya no importa como en la época en que ambos modelos eran representados en Estados Unidos por Joseph Pulitzer (izquierda) y William Randolph Hearst (derecha), ganada por Hearst (Estados Unidos entró en guerra contra España gracias a la influencia de los medios de éste en la opinión pública); ambos aparecen caricaturizados como el “Yellow Kid”, la primera viñeta periodística (precursora del cómic moderno)
La batalla entre la información rigurosa y la información amarilla ya no importa como en la época en que ambos modelos eran representados en Estados Unidos por Joseph Pulitzer (izquierda) y William Randolph Hearst (derecha), ganada por Hearst (Estados Unidos entró en guerra contra España gracias a la influencia de los medios de éste en la opinión pública); ambos aparecen caricaturizados como el “Yellow Kid”, la primera viñeta periodística (precursora del cómic moderno)

Cualquier intento de asegurar la “autenticidad” de esta información usando viejos métodos (autoría informal, derechos de autor, etc.) se pondrá en entredicho cada vez que se transmite (a menudo transformándose y asociándose con otras piezas de contenido).

Contenidos de entretenimiento vs. información periodística

Una pieza de información artística (una canción, un vídeo, una película, un videojuego, la reproducción digital de una obra de arte) tiene una repercusión social en la que el aspecto ético es irrelevante (o, al menos, no es imprescindible).

Los géneros artísticos digitalizados tienen un carácter divulgador y, sólo en ocasiones, moral (géneros alegóricos, reivindicativos, etc.), pero carecen de la aspiración empírica que han reivindicado históricamente tanto la información científica (divulgada en forma de “artículos científicos”, “papers” en inglés), como la información periodística -que, como género de las humanidades, ha tratado de alcanzar un carácter científico que siempre se le ha negado.

En la era de Internet, tanto información científica como información periodística han entrado en su crisis de credibilidad más profunda desde inicios de la Ilustración:

  • un porcentaje escandaloso de artículos científicos padecen lo que se ha llamado crisis de reproducibilidad (al no poder reproducirse su tesis de manera inequívoca, la hipótesis queda invalidada);
  • mientras la información periodística ha perdido su aspiración empírica y en Internet domina la información-impacto: sensacional, atractiva, que produzca la acción del visitante.

La información que requiere rigor para su supervivencia

En prensa científica y periodismo tradicional, el carácter utilitario de la información (su rentabilidad, cuantificada en inversión, difusión, etc., en función del contexto) se impone a la veracidad y a la voluntad de rigor, y medios de nuevo cuño se imponen a los medios tradicionales en entornos como Facebook.

La rentabilidad de la información tendenciosa impulsa, asimismo, a una nueva generación de creadores de contenido sin escrúpulos (es el caso de Allen Montgomery y su pseudo-medio con información falsa y/o tendenciosa National Report, explica Alex Kantrowitz en Buzzfeed).

A diferencia de la información artística digitalizada, que lleva dos décadas tratando de hacer frente al cambio de modelo desde soportes físicos a digitales (transición que obliga a reescribir esquemas sobre derechos de autor, retribución a creadores, legislación local, etc.), la información periodística sí tiene una repercusión ética ineludible.

Si reconocemos el periodismo como la institución que mantiene informada a la opinión pública en sociedades democráticas, un modelo reconocido como “vigilante” de las sociedades surgidas de la Ilustración (donde la información pasó de las tertulias de cafés a la información publicada, que Edmund Burke llamó “Cuarto Poder”), este tipo de información tiene un objetivo no sólo divulgador, sino también ético.

Cuando la prensa entra en crisis, nadie vigila

Siguiendo la hipótesis de que el objetivo del periodismo es tanto divulgador como ético, aunque este segundo fin se pone en entredicho en la era de las redes sociales, con información post-factual y fenómenos como el contenido tendencioso y/o sensacionalista diseñado para maximizar ganancias en los nuevos repositorios de datos, o información “clickbait”.

La información periodística padece una transición sin retorno desde la era del sesgo editorial -información más o menos rigurosa, pero con aspiración empírica, a la cual se le daba una orientación en función de los intereses de la cabecera-, a la era post-factual: no importa siquiera recurrir a información veraz, consultar a expertos o relatar acontecimientos que en realidad han ocurrido.

Es más rentable inventar una información impactante y, al no existir consecuencias deontológicas de este comportamiento irregular, ya se verá qué ocurre.

A diferencia de la información sensacionalista tradicional, las nuevas noticias inventadas, tendenciosas o directamente diseñadas para producir la acción deseada (el mencionado “cebo de clics” o “clickbait”) usan en el nuevo contexto los mismos canales que la información legítima: las redes sociales, donde un algoritmo que los productores de contenido no controlan clasifica la información en función de una relevancia calculada según parámetros exclusivamente utilitaristas y no éticos.

Falacias del departamento de relaciones públicas de Facebook

Pese a las últimas declaraciones de buenas intenciones, Facebook, principal medio donde la población se informa de cuestiones mundanas, pero también de política y acontecimientos con gran peso en la opinión pública (economía, seguridad, identidad, etc.), niega su responsabilidad como medio y se considera a sí mismo como el repositorio donde personas y empresas intercambian contenido.

Poco más. Sobre todo si los usuarios no demandan un cambio radical a algoritmos diseñados para amplificar el fenómeno del sesgo de confirmación. Facebook nos da los que nos mantendrá activos en el sitio, sin importarle la calidad o veracidad del contenido informativo proporcionado.

Cuando Facebook asegura que su algoritmo carece de sesgo hacia la información de mala calidad, tendenciosa o simplemente falsa (con las consecuencias demostradas en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses), la red social olvida mencionar que un cambio en su algoritmo registrado el pasado verano promocionó de manera indirecta el contenido de medios “clickbait”, más impactante y adictivo, en detrimento de los medios tradicionales.

Otro de los argumentos expuestos por Facebook para eludir responsabilidades sobre su influencia en el periodismo y la opinión pública: es difícil, cuando no imposible, discernir la información veraz de la tendenciosa de tal manera que un cambio en el algoritmo limitara la repercusión de la información falsa.

Asimismo, la empresa se escuda en la libertad de expresión y advierte del fenómeno de la censura: ¿no sería controlar su algoritmo una actividad próxima o análoga a la censura? De nuevo, Facebook recurre a falacias de manual en sus argumentos, al olvidar que el equipo de “aprendizaje de máquinas” (“machine learning”, disciplina estratégica dentro de la inteligencia artificial) bloquea con éxito y de manera sistemática cualquier desnudo en la red social, incluso cuando se trata de imágenes relacionadas con la lactancia materna, el arte -desnudos en cuadros o fotografías artísticas, esculturas, etc.-, o campañas médicas -por ejemplo, aquellas que combaten el cáncer de mama-).

Información falsa pero rentable = política y economía sin control de la sociedad

Varios artículos de análisis señalan en las últimas semanas un síntoma difícil de contrarrestar dada la debilidad demostrada por el periodismo tradicional, con una capacidad de influencia delimitada por la popularidad de la información en las redes sociales donde la información política legítima se combina sin criterios deontológicos con información tendenciosa o puramente falsa.

El alarmante fenómeno de la información falsa, que repercutiría sobre el criterio y las decisiones de la opinión pública, es según algunos analistas un mero síntoma, pues el problema de fondo está relacionado con el nuevo filtro de la información: Facebook y sus algoritmos no han sido diseñados para informar al público con reporterismo fehaciente, sino que premia la interacción entre personas.

John Herrman escribe en The New York Times:

“Facebook es un lugar donde la gente construye y proyecta su identidad a amigos, familiares y relaciones. Es un mercado en donde la información es relevante hasta el punto que sirva a estas identidades. Es un sistema construido clasificando, vetando y votando, donde sin embargo las penalizaciones apenas son posibles y donde el conflicto se resuelve con aislamiento. (Ello no implica que útiles que faciliten el conflicto abierto en una plataforma representen mejora alguna: para Twitter, [ésto] ha supuesto un motivo de crisis constante).”

El filtro periodístico a muerto, viva el “algoritmo” (opaco, utilitario, sin ética)

Conocemos lo que ocurre, pero ni Facebook es considerado un medio de comunicación (aunque gobiernos como el alemán amenacen con acabar con su permisividad y obligar a Facebook a comportarse en su territorio como tal), ni existe otro contendiente capaz de revertir la actual situación: un dominio aplastante de los repositorios de contenido -las compañías de Silicon Valley y sus algoritmos- sobre los productores de este contenido.

No es un fenómeno nuevo. La revolución de Internet se sustenta sobre la transformación de industrias con soporte físico que, al digitalizarse, se topan de bruces con una nueva realidad: su contenido es ahora una mercancía que tiende a la gratuidad, mientras la inteligencia que permite transmitir, mezclar y compartir la información (redes sociales y sus algoritmos) acaparan el nuevo valor, al atraer la atención de los usuarios (y, por tanto, la publicidad, al actuar como nuevos intermediarios en la compra de bienes y servicios, tanto digitales como físicos).

Si la información periodística abandona el filtro tradicional establecido por los antiguos medios (“gatekeeping”: decisión sobre lo noticiable, así como sobre su importancia relativa en la actualidad), sustituyendo al intermediario “experto” por cualquier persona interesada en crear contenido, los algoritmos (quienes deciden sobre la relevancia relativa del contenido creado) sustituyen al filtro tradicional.

Servicios que desdeñan el valor social de la información veraz

El nuevo modelo de [gente + algoritmos] sustituye al “gatekeeper” periodístico sin atender a intereses editoriales o publicitarios, pero olvidando también la aspiración empírica y deontológica del periodismo anterior al dominio aplastante de Facebook y los titulares “clickbait”.

Si la desinformación que tiene lugar en las redes sociales (y que ha sido ya comparada con niveles propios de la agitación propagandística de regímenes no democráticos o de la europa de los años 20 y 30) se beneficia de la propia estructura de estas plataformas, más interesadas en que los usuarios permanezcan activos y atraigan mayor valor publicitario que en reivindicar cualquier tipo de responsabilidad sobre las consecuencias sociales de la difusión de noticias tendenciosas, no hay soluciones fáciles para acabar con el fenómeno “clickbait” y la información falsa.

A no ser que la información política se beneficie de incentivos sociales que han permitido al periodismo deportivo y el económico librarse en buena medida del fenómeno: en deportes y economía, existe entre el público el claro incentivo de consultar información lo más fehaciente posible, debido al componente económico de ocio y apuestas (deporte) e inversiones (economía).

La información política y de interés social podría beneficiarse de incentivos equiparables a los que influyen sobre la veracidad de noticias deportivas y económicas.

Combinar utilidad y moral en los algoritmos del futuro

Si aceptamos el rol ético de una información veraz en la sociedad, la “calidad” de la información está relacionada no sólo con su capacidad sugestiva, sino con su aspiración a incluir datos que aspiren al empirismo (ya que damos por sentada la imposibilidad de conocer la Verdad o la Objetividad con mayúsculas).

A falta de incentivos económicos claros, más allá de la tradicional inversión de las campañas políticas en los medios tradicionales, menos relevantes en el nuevo contexto, ¿puede la tecnología crear un marco deontológico del que se beneficien repositorios y medios?

Mientras se extiende el descrédito sobre los viejos medios (acusados de parcialidad e instrumento de las élites) y no existe una manera efectiva de combatir la información tendenciosa e inventada (he aquí los problemas que afrontan Facebook y Google, entre otros), expertos como Jay Rosen, profesor de periodismo en la New York University, reflexionan sobre si el viejo periodismo basado en el buen trabajo de reportero es una de las soluciones en la era “post-factual”.

Boots of Spanish leather

En un artículo sobre el “viejo periodismo de zapatos de piel”, Jay Rosen recuerda que este tipo de reporterismo, basado en los propios orígenes ilustrados de la opinión pública en democracias liberales, ha reforzado conceptos como la libertad de expresión y la vigilancia de las instituciones.

Difícilmente una cacofonía de noticias sensacionalistas optimizadas para lograr mayor impacto en Facebook sustituirán el trabajo de campo y análisis requerido para realizar reportajes dignos de crear cátedra entre en esta nueva época de la información.

La actitud artesanal con la información, consistente en salir a la calle, observar, preguntar, investigar, confirmar, cuestionarse la realidad tal y como se presente (la base del reporterismo callejero del “shoe-leather reporting”), aumentará su valor en una era de la información que desdeña las fuentes y el trabajo de campo, limitándose a afilar titular y texto para lograr el máximo impacto con el mínimo esfuerzo.

Ilustración de Joseph Pulitzer durante sus años de editor periodístico en San Luis, Misuri (Ilustración: "Lady Liberty: A Biography" -Candlewick, 2008-)
Ilustración de Joseph Pulitzer durante sus años de editor periodístico en San Luis, Misuri (Ilustración: “Lady Liberty: A Biography” -Candlewick, 2008-)

Pero, para combatir en el nuevo contexto, la información con voluntad de veracidad deberá aliarse con los algoritmos: el periodismo de calidad, aspirante a la interpretación veraz y de primera mano de hechos noticiables, puede servirse de tecnologías emergentes que servirían como incentivo para que la aspiración al empirismo (y al realismo) vuelva a campos como el periodismo político.

Viejo reportero y nuevos detectores de falacias

La información política de calidad es esencial para mantener un debate sano en la opinión pública, sin el cual la prensa es incapaz de mantenerse como institución vigilante de los otros poderes en sociedades democráticas avanzadas. Hasta ahora, “calidad” había ido de la mano de “veracidad” (que no “Verdad” u “Objetividad” con mayúsculas).

Esta veracidad, basada en un reporterismo realista y sensato que trabaja a ras de suelo, lo más cercano a los valores básicos de la Ilustración que sea posible (desmontando falacias, actuando como un híbrido entre Sherlock Holmes y la refutabilidad del “modus tollendo tollens” propuesto por Karl Popper para detectar errores en hipótesis), es compatible con el uso de tecnologías que actuarían como registro de cualquier interacción con una noticia.

Estudiemos, por ejemplo, una tecnología descentralizada de bases de datos con innumerables aplicaciones, entre ellas el periodismo: los registros en cadena de bloques, o blockchain: un listado de “objetos” que se almacena en innumerables repositorios con la misma información y cuyos “registros” (cualquier edición de estos “objetos”) son añadidos por consenso entre los tenedores de la copia, de manera incremental y sin que sea posible alterarlos o modificarlos.

¿Quiere el periodismo luz y taquígrafos? Blockchain es adaptable al oficio

En una estructura de bases de datos con información periodística basada en blockchain, el contenido se comportaría de la siguiente manera:

  • un editor con acceso crea una entrada o “pieza mínima viable de contenido periodístico” (un acontecimiento, un hecho veraz, una crónica en primera persona, un reportaje de investigación, etc.);
  • esta pieza se registra en la base de datos como “bloque”, una referencia única y no modificable (independientemente del sitio que use la información), que la asocia con su creador y con unas características originales (el contenido de inicio); la replicación del registro y sus características en distintos repositorios que almacenan la nueva entrada por consenso garantizan la trazabilidad futura de la información, asociada con sus referencias anteriores y posteriores;
  • tiempo después, esta pieza de información es ampliada, corregida, distribuida en otros medios, comentada, etc.: cada una de estas acciones o “transacciones” aparecen en la lista de registros de la entrada u “objeto” (bloque) con un sellado de tiempo confiable (“timestamp”) asociado, incluso años después y pese a acumular miles de ediciones (se podría conocer quién y cómo ha realizado una edición determinada).

Esa unidad de información que llamamos “noticia”

Asimismo, una estructura de blockchain en periodismo no sólo reforzaría la autoría o la edición de piezas informativas, sino que podría ser la base de nuevos modelos de financiación y retribución sin intermediarios del creador del contenido (y sus editores posteriores).

Con su estructura de bloques con historial registrado no alterable que incluye autoría y cronología (“timestamp”), blockchain se comporta como un sistema de notaría universal y automatizada que identifica a creadores y modificadores de contenido, ofreciendo un incentivo para que la información registrada cuente con cierta calidad y aspiración a la veracidad.

En esta aplicación hipotética de blockchain a la información periodística, un “bloque” o registro inicial de la cadena podría equivaler a una “unidad” de periodismo; el problema estriba en detectar y consensuar las características de esta “pieza mínima de periodismo viable” en la era de Internet.

Internet no cuenta con las limitaciones físicas y ontológicas del periodismo tradicional, si bien laboratorios de periodismo como el de The New York Times han reflexionado acerca de si lo que llamamos “noticia” (un término ambiguo en extensión, naturaleza, aspiraciones) puede ser o no esta unidad básica.

Encapsulación y cadena de bloques

En NYT Labs creen que el futuro de la información no es un “artículo” en el sentido tradicional, sino más bien una pieza adaptable, que se preste a la síntesis y la sumarización y que mantenga su relevancia a lo largo del tiempo.

Blockchain parece la tecnología más adecuada para, en simbiosis con estas nuevas “cápsulas” de información, lograr que los hechos noticiables tengan un incentivo para mantenerse fieles a una realidad interpretada veraz (aunque contenga una línea editorial determinada), se puedan mejorar y ampliar con el tiempo, y se adapten para permanecer útiles:

  • una “cápsula” de información equivaldría a un bloque;
  • cada “edición” de este bloque sería registrada (“timestamp”) sin posibilidad de borrar o modificar el historial;
  • la autoría de una investigación sería fruto de un trabajo meticulosamente anotado, lo que permitiría crear sistemas de retribución más justos;
  • la tendencia de Internet a copiar, modificar y distribuir “memes” ya no sería un “problema” para creadores y medios, sino un incentivo para mejorar la calidad del contenido, pues cualquier pieza mantendría en todo momento su autoría individual o coral debidamente anotada.

La consistencia de blockchain puede ser un aliado para la información en Internet en general (gestión de distribución y derechos de contenidos) y del periodismo y la información científica en particular.

Lo inevitable

La información quiere ser libre, citada, ampliada, reeditada.

Una base de datos en un repositorio de periodismo basada en una “cadena de bloques” animaría a autores y editores a crear información de calidad, así como a mantener y ampliar su valía a lo largo del tiempo.

El potencial de Internet ha creado los problemas de hoy del periodismo, pero sobre estas limitaciones (que surgen de aplicar un esquema del pasado a nuevas tecnologías) inspirarán las mejoras del futuro.

Al final de su carrera, Pulitzer (que había comprado el New York World) necesitaba que su secretario le leyera la prensa
Al final de su carrera, Pulitzer (que había comprado el New York World) necesitaba que su secretario le leyera la prensa

El periodismo del futuro debería aspirar a explicar la realidad con elocuencia, controlar a los poderes de la sociedad, denunciar injusticias, proponer mejoras.

Una base de datos que actúe como una mente que nunca borra, silencia ni olvida (incluyendo la información incorrecta o falsa) podría asistir a los autores en esta tarea, así como dificultar un viejo anhelo del poder: adaptar el relato público a sus intereses.

Quizá haya llegado el momento de rememorar una frase que Joseph Pulitzer repetía a su redacción en San Luis, Misuri:

“¡Precisión, brevedad, precisión!”