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Breve historia de las recesiones y las emisiones de CO2

La recesión económica tiene sus consecuencias positivas. Por tercera vez en el último medio siglo, las emisiones globales de CO2 descenderán significativamente, un 3% en este caso, según la Agencia Internacional de la Energía.

Pese a los intentos de aprovechar las dos anteriores crisis económicas que también provocaron un descenso en las emisiones (la crisis del petróleo de 1973, y el desmorone del bloque soviético a finales de los 80) para el impulso de energías renovables y métodos más eficientes de generación y uso energético, seguimos en una situación similar a 1973.

Hollín perseverante

Todavía dependemos del petróleo, el motor de combustión sigue dominando el motor de más de 9 de cada 10 coches fabricados y la generación energética sigue usando intensivamente carbón, pese a los avances en eficiencia y al uso de gas natural por parte de los países ricos, más dispuestos a renovar sus plantas energéticas.

Veamos por qué todavía hoy Jimmy Carter es visto como un peso pluma entre los últimos presidentes estadounidenses, pese a sus interesantes ideas sobre energías renovables, y por qué a nadie le importó seguir buscando métodos limpios, eficientes y disruptores para generar energía una vez los precios del petróleo descendieron a inicios de los 80.

Si en el imaginario colectivo estadounidense, Carter es visto como un amable charlatán en un momento, los 70, de profunda crisis económica en Estados Unidos, y Reagan es respetado como fuerza positiva incluso por los demócratas, hay que culpar de ello en buena medida a los precios del petróleo.

Los mayores grupos de presión del mundo

Curioso organismo, el de la Agencia Internacional de la Energía, AIE (o IEA en sus siglas en inglés).

La AIE es una organización internacional, creada por la OCDE (o el club de los 28 países más desarrollados, además de dos países emergentes de la órbita norteamericana y europea, México y Turquía) tras la crisis del petróleo de 1973, para coordinar las políticas energéticas de los Estados miembros, para “asegurar energía confiable, adquirible y limpia” a sus habitantes.

La OCDE es, de hecho, heredera del mundo occidental surgido tras la aplicación del Plan Marshall: “Whatever the weather we must move together“. O lo que es lo mismo: “defendamos nuestros intereses al unísono”. Que durante mucho tiempo supuso una única voz cantada, sobre todo, desde Washington.

Sin los circunloquios: Occidente se quedó tan despavorido tras las consecuencias de la crisis del petróleo de 1973 que decidió formar un organismo para coordinar con la máxima unanimidad los intereses energéticos (y, por tanto, también petroleros y gasísticos) de los países desarrollados, cuyas economías dependían entonces y ahora de la marcha del mercado internacional de la energía.

Cuando la crisis del 73 disminuyó las emisiones de CO2

Siguiendo con el baile de siglas y empezando por el contexto, en 1973 la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo) decidió tomar el control de las exportaciones y del precio del petróleo con dos medidas unilaterales.

Primero, enviaron un mensaje a los países ricos cuando se negaron momentáneamente a exportar más petróleo a los países que hubieran apoyado a Israel durante la guerra contra su entorno árabe (guerra del Yom Kippur).

Es decir, todavía en plena Guerra Fría -cuando las intervenciones geopolíticas debían llevarse a cabo con pinzas, so pena de liarla con el máximo enemigo del otro bloque-, la OPEP metía el miedo en el cuerpo a Estados Unidos y a Europa Occidental sentándose sobre el petróleo durante una temporada.

Pero el objetivo se centraba en la segunda medida: expresar su enfado al unísono con la toma de control del mecanismo que fijaba el precio mundial del petróleo, con un resultado: el coste en el mercado de la materia prima, esencial para la marcha de la economía mundial, se cuadruplicaron.

Otras curiosidades sobre los precios del petróleo

Es recomendable echar un vistazo a algún gráfico que muestre la evolución de los precios -nominal y real- del petróleo desde que la materia prima empezó a ser importante para la industria y el transporte mundiales y, por tanto, para la economía de todo el mundo.

Desde 1880, 8 años antes de la de la primera exposición universal celebrada en Barcelona, los precios del petróleo no registraron ningún cambio brusco hasta la crisis de 1973.

Ni siquiera las dos guerras mundiales del siglo XX afectaron sobre este precio, debido a que un puñado de países, mientras el crack económico de 1929 redujo ostensiblemente el precio real de la materia prima, aunque el valor nominal permaneciera inmutable, como muestra el gráfico.

Querencias energéticas: los amigos de Jimmy Carter vs. los amigos de Reagan

Coincidiendo con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a la Casa Blanca y Downing Street, los 80 representaron un desengaño para los países de la OPEP.

Se entendió que, si se apretaba más de la cuenta en los precios de el producto que tenían que ofrecer, el empeoramiento de las economías de los países compradores reducirían la actividad económica y, por tanto, la necesidad del uso de petróleo. Y las emisiones de CO2, aunque importaran un pimiento entonces (y, hasta cierto punto, esta aseveración sirve también para el momento presente).

Jimmy Carter, un presidente leído, aunque demasiado progresista y poco macho para el gusto estadounidense de la época, fue uno de los chivos expiatorios usados por quienes urdían la opinión pública en aquellos momentos a causa de la crisis creada por la OPEP.

Tanto republicanos estadounidenses como tecnócratas y reyecillos de la OPEP tenían un objetivo común en aquellos días: sacarse de en medio a Carter, que entre otras políticas estaba incentivando no sólo la instalación de energías renovables, sino investigando agresivamente y con dinero público en tecnologías energéticas limpias como concentradores solares, algas, hidrógeno, tracción eléctrica y otros programas.

Todos estos programas fueron suprimidos por “malgastar” el dinero de los estadounidenses nada más llegar Ronald Reagan a la Casa Blanca.

Reagan, a menudo considerado, junto a Bill Clinton, como el mejor presidente de Estados Unidos en las últimas décadas, se mofó de estos gastos superfluos, jugó -es cierto- un papel importante en el fin de la Guerra Fría y… Abandonando toda coherencia, se gastó los cuartos que no quiso emplear en la investigación en energías limpias con capacidad disruptora en crear un escudo antimisiles inviable para defenderse de unos enemigos que se desmoronaban.

Bautizado como La Guerra de las Galaxias, el proyecto anti-misiles de Reagan (y de su vicepresidente George H. W. Bush) sería rescatatado y casi reimpulsado por George W. Bush.

Actividad económica y emisiones globales de CO2

Sea como fuere, la crisis del petróleo de 1973 causó, como ha ocurrido con la crisis económica global en que estamos inmersos, que la actividad económica se desplomara en los países ricos.

Debido al descenso de la producción industrial, la producción de bienes de consumo, la compra y uso de vehículos, etc., las emisiones de dióxido de carbono descendieron drásticamente, aunque repuntaron -y superaron con creces los niveles anteriores a 1973, con el inicio de la bonanza en los años 80.

Antes de la actual crisis económica, otro acontecimiento histórico provocó que las emisiones globales de CO2 volvieran a descender: el desmorone del bloque soviético provocó el abandono de anticuadas energéticas que empleaban carbón. En 1989, 1990 y 1991, se quemó mucho menos carbón que durante los años anteriores.

Millones de personas dejaron de calentar sus hogares en invierno, aunque las consecuencias de la desaparición del Telón de Acero fueron más positivas en el campo medioambiental: disminuyeron las emisiones globales de CO2, al cerrar buena parte de la industria pesada y energética soviética y de los países europeos en su órbita.

La tragedia nuclear de Chernóbil no fue más que otro trágico capítulo del batacazo social, económico y político de la Unión Soviética.

La energía nuclear, que ha permitido a Francia transformar su sector energético desde una situación de dependencia petrolera y gasísitica (sobre todo tras la independencia de Argelia) a un exportador neto de energía excedentaria producida sin emitir CO2 por su red de centrales nucleares, nunca se ha recuperado del desastre ante la opinión pública, pese a las ventajas objetivas de su uso civil.

Pensadores como James Lovelock y Stewart Brand, históricamente relacionados con el ecologismo y la sostenibilidad, defienden el uso civil de la energía nuclear para poder abandonar drásticamente el uso de combustibles fósiles en el esquema de la generación energética y reducir así las emisiones globales de CO2, mientras se buscan métodos más baratos y eficientes de producir masivamente energía a partir del sol, el viento, las mareas o el cultivo de algas.

Crisis actual = descenso del 3% en emisiones de gases contaminantes

Las emisiones con efecto invernadero generadas por el hombre caerán un 3% en 2009, según el informe de la AIE, aunque la ya anunciada mejora económica para 2010 y 2011 devolverá pronto las emisiones a niveles actuales.

Con el actual ritmo de crecimiento de las economías emergentes, se alcanzarán nuevas cotas de emisiones de CO2 durante la próxima década, antes de que entre en vigor cualquier acuerdo internacional de limitación y reducción progresiva de emisiones que pudiera surgir de la próxima Conferencia sobre el Cambio Climático, que se celebrará en Dinamarca entre el 7 y el 18 de diciembre.

Mucho tendrían que cambiar las negociaciones para lograr acuerdos que supongan el cambio drástico necesario para evitar las peores consecuencias del cambio climático. En estos momentos, los países en desarrollo acusan a los países ricos de intentar boicotear las negociaciones, con mayores obligaciones para todos los países, incluidas las economías en desarrollo.

El jefe economista de la AIE, Fatih Birol, explica que “el crecimiento medio de las emisiones ha sido de un 3% anual, aunque estimamos que este año descenderán un 3%. Debido a la crisis financiera, muchas industrias tienen la oportunidad de abandonar la energía no sostenible. Si conseguimos un buen resultado en la reunión de Copenhague, entonces ya podrían estar preparadas para el reto de la energía sostenible”. Son palabras similares a las pronunciadas por dignatarios y tecnócratas estadounidenses y europeos tras la crisis del petróleo del 73. Palabras que no fueron mucho más allá, con el nuevo descenso brusco de los precios del barril a partir de los años 80.

No obstante, para Birol el momento actual representa una oportunidad única (más única que en el pasado, al parecer, siendo sólo un pelo cínicos). ¿La diferencia? Si las predicciones son acertadas, no hacer esencialmente nada por cambiar el modelo de producción y crecimiento es demasiado arriesgado.

“Necesitamos una revolución energética y medioambiental. Seguir con el modelo actual incrementaría las temperaturas 6 grados centígrados. Para mantener las emisiones en el nivel de las 450 ppm (450 partes por millón), necesitamos construir alrededor de 18 estaciones eléctricas nucleares, 17.000 turbinas eólicas, 100 centrales térmicas solares y 16 plantas de captura y almacenamiento de dióxido de carbono, antes de 2030″.

Birol prosigue con su razonamiento: “pensamos que la combinación de renovables y energía nuclear, que supone ahora el 18% del total energético mundial, necesita aumentar como mínimo hasta el 33% mundial en 2030. Pero la eficiencia energética será la clave”.

Esta pequeña revolución energética supondría un coste de 400.000 millones de euros al año, o 1/3 del producto interior bruto de España al año. No obstante, según Nobuo Tanaka, director de la AIE, costaría mucho más ajustarse a los recortes de CO2 más adelante, si se quisieran evitar igualmente los efectos más catastróficos del aumento de las temperaturas durante este siglo.

Receta ineludible: abandono inequívoco del motor de explosión

La agencia energética ha pensado en un escenario en el que, para mantenerse en las 450 ppm, los países deberán, por ejemplo, moverse rápidamente desde un parque móvil todavía basado en el motor de explosión hacia un modelo dominado por vehículos híbridos y eléctricos.

Según la AIE, “El 95% de los coches nuevos tienen en la actualidad motores de combustión interna. Para mantener las emisiones en las 450 ppm, se necesitan cada vez más híbridos y eléctricos. En 2020, sólo el 40% de los coches debería tener motor de combustión interna”.

Un mensaje para los fabricantes automovilísticos que hasta ahora habían comprada la apuesta por el coche eléctrico como una cuestión de charlatanería. Tras el último salón del automóvil de Fráncfort, queda claro que el coche eléctrico es una apuesta incluso de los fabricantes europeos más reticentes a su adopción hasta ahora; es el caso de, por ejemplo, Volkswagen.

Pronto, incluso Jimmy Carter no parecerá haber sido tan mal presidente a ojos de los estadounidenses. Veamos qué ocurre con su heredero ideológico Barack Obama, a quien también le ha tocado entrar en la Casa Blanca en un momento de especial dificultad económica y política.

Veamos si las facturas con que volverá a casa desde Copenhague son respetadas por su opinión pública; al menos, deberían serlo mucho más que el proyecto de La Guerra de las Galaxias.