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Carrera para mejorar productos esenciales: el papel higiénico

Hace un par de semanas, Kirsten y yo asistíamos al desarrollo de los acontecimientos. Como si la naturaleza hubiera pretendido contener a toda la humanidad en un experimento existencialista, las «circunstancias» se imponían a las libertades y medio mundo debía permanecer confinado.

Fue así cómo nació la idea de crear un documental sobre que aportara el punto de vista de esta situación inédita de confinamiento a gran escala por cuestiones sanitarias, a partir de la reflexión personal de distintas personas y familias en varios puntos del planeta.

El hilo conductor, además de la cuarentena, es ese reflejo tan humano que es asomarse al mundo desde la ventana. Las ventanas son también un portal a nuevas situaciones y oportunidades, reflexiona la escritora india Arundhati Roy.

Ventanas y portales

Los umbrales son un terreno dado a los ensayos y a la creación, al ofrecernos incertidumbre y empujarnos al esfuerzo de asomarnos, interpretar el exterior. De ahí el título del documental producido por Kirsten con la ayuda de numerosos colaboradores en varios continentes: World of Windows. WoW ya no equivaldrá de manera unánime World of Warcraft. Esperemos que los algoritmos no nos confundan con Microsoft Windows.

Las conversaciones en Internet también actúan como umbral en momentos difíciles, y así lo hará World of Windows a escala microscópica, en tanto que interpretación onírica de los millones de vínculos concurrentes que la Red crea entre personas separadas físicamente que mantienen contacto sonoro y visual con amigos, colegas y seres queridos.

Internet como conector humano, he aquí su potencial positivo, humanista, como demuestra la colaboración ciudadana remota en tiempos de pandemia, así como el no menos importante apoyo empático y moral. Aunque, eso sí, esta vocación abierta e internacionalista contrasta, también en este momento, con su lado más oscuro, representado por la desinformación que muchos pretenden instrumentalizar.

Patente estadounidense de una invención ubicua, el rollo de papel higiénico. Vamos, que antes de diciembre de 1891 no había papel de váter tal y como hoy lo conocemos

La sociedad debería permanecer abierta y vigilante, a través de la transparencia informativa, no ya «incluso» en momentos como el actual, sino «sobre todo» en momentos como el actual. Personas que han obrado en favor de esta visión, algunas de las cuales nos precedido en décadas o incluso siglos, han recordado la importancia de la transparencia y la comunicación para que el totalitarismo no se expanda como una inundación por un miedo tan denso que toma un estado líquido.

Valores necesarios durante una pandemia

El propio Victor Hugo, denunciador del sacrificio de los valores de la Revolución Francesa durante el auge reaccionario de mediados del XIX, se inspiraba en la actitud de quienes, desde la tribuna de 1789, abogaban por una cierta moderación y por que el morbo del revanchismo entre la ciudadanía diera paso a exigencias más elevadas, capaces de servirse de las ventajas materiales para cultivar las espirituales. En 1789, el polímata ilustrado Jean Sylvain Bailly proclamaba:

«la publicidad [en el contexto contemporáneo, la libertad de información y el periodismo] es la salvaguarda del pueblo».

Un acontecimiento tan asociado a las relaciones humanas (y a nuestra tensa relación con la naturaleza) como una pandemia especialmente contagiosa y mortífera en sociedades avanzadas —con mayor esperanza de vida y una edad media superior—, agudiza las tensiones de nuestro tiempo entre inercia económica y deriva climática, entre crecimiento ilimitado y constricciones físicas, entre la indiferencia del corto plazo y la necesidad de planear a largo plazo.

La pandemia de coronavirus ha obligado a estructuras locales, estatales y regionales a coordinar (mal que bien) una respuesta que, en el contexto virológico, no puede producirse más que a escala mundial, pues existen todavía posibilidades para frenar su avance en el mundo en desarrollo, ahora que los focos de la pandemia se gestionan sin dilaciones (pese a la pobre reacción inicial y debido, de nuevo, a las «circunstancias» cuando se echan encima) en Europa y Norteamérica.

Y, si la respuesta ante una pandemia no puede llegar más que de la coordinación entre autoridades sanitarias locales, sociedades y entidades supranacionales, observamos el atractivo del mensaje patriotero y aislacionista, que aprovecha esta amenaza «invisible» y de origen extranjero para exponer, de nuevo, la receta del cerrojo identitario.

El talento de levantar el ánimo en tiempos difíciles

La propia Unión Europea ha sido incapaz hasta el momento de superar del todo la tensión entre la respuesta local de la pandemia y la supuesta solidaridad entre países que debería imperar en una organización supranacional creada, en teoría, para afrontar mejor retos como el presente (y evitar, precisamente, la lucha abierta fratricida que ha caracterizado al continente en el pasado).

Es cierto que el mensaje humanista, solidario e internacionalista se impone en ocasiones en la literatura, gracias a la habilidad y la estatura de herederos de la Revolución francesa como Victor Hugo y su ejército de personajes, pero el discurso del repliegue nacionalista se acaba imponiendo entre quienes prefieren atender a impulsos patrioteros, prejuicios y teorías conspirativas, a la vez que eluden estudios y análisis racionales de la situación.

El pequeño documental de Kirsten, por ejemplo, debe competir en YouTube por la atención de quienes visitan la plataforma con otros productores que prefieren optar por el mensaje fácil y edulcorado, cuando no el sensacionalismo patriotero o los mensajes llenos de prejuicios velados.

De ahí que muchos espectadores de «World of Windows» hayan destacado algunos de los momentos que yo también considero entrañables de una pieza que, en efecto, transmite una cierta melancolía (si bien con trasfondo optimista). A los 22 minutos de la primera parte, Brad Lancaster, un ensayista y experto en gestión ecológica de recursos domésticos a quien habíamos visitado en su casa de Tucson (Arizona) en 2016, nos sorprende con un mensaje atrevido y entrañable, capaz de suscitar una sonrisa pese a la gravedad de la situación y al tono subyacente del documental.

Biopolítica, ese fenómeno que creíamos académico

Lancaster sostiene una naranja que todavía pende de uno de los árboles de su huerto doméstico y que, nos explica, riega (en el suburbio de una ciudad con clima desértico, recordemos) con aguas grises procedentes de su vivienda. Su mirada traviesa avanza una propuesta para una «época en que la gente acapara papel higiénico», y no podemos pensar con qué nos saldrá.

Lo averiguamos en la toma que sigue, donde Lancaster nos sugiere que relajemos un poco la ansiedad con el papel higiénico, pues siempre tendremos a mano alternativas como las hojas del listín telefónico, las hojas planas y suaves de árboles locales… y la piel de naranja, cuyo reverso blanquecino, nos dice Lancaster, es suave, «la toallita de la naturaleza».

El espectador, enfrentado a una conversación tan de nuestro tiempo debido al «acaparamiento de papel de váter en los días del coronavirus» en el baño exterior de un experto en permacultura de Arizona, no puede más que sonreír y agradecer el esfuerzo de un colaborador que no sólo está a la altura, sino que quiere elevar nuestro espíritu y poner las cosas en perspectiva.

Todo lo que se nos ha pedido es permanecer en casa sin renunciar a lo esencial del confort contemporáneo, y no a morir gaseados en las trincheras de la Gran Guerra (otro acontecimiento traumático a gran escala donde, por cierto, el patriotismo ganó la partida al mensaje internacionalista y de concordia entre pueblos).

Dejando por un instante el papel higiénico y ampliando la imagen como lo haría alguien con una lente a «escala humana» al estilo Victor Hugo, lo que muestra nuestra ansiedad al deber ceder terreno personal en nombre de la gestión biopolítica en un mundo interconectado, observamos que la pandemia suscita tanto destellos de reconocimiento de quienes están en primera línea como solidaridad.

Instrumentalizar los impulsos primarios: la mentalidad de asedio

Al mismo tiempo, observamos en conversaciones, artículos de opinión y comentarios en redes sociales (también en el hilo de comentarios de World of Windows) que muchos sienten el impulso de hallar un culpable, personalizarlo (en una etnia, en una civilización, en un rival geopolítico), convertirlo en antagonista y, tras señalar el supuesto peligro, proclamar o justificar la necesidad del repliegue nacionalista y el cierre de fronteras, sin atender a razones ni comprender las consecuencias de tal actitud si fuera llevada a sus últimas consecuencias (también sobre ellos mismos).

El acaparamiento egoísta de productos de primera necesidad, como el propio papel higiénico, nos ha mostrado una vez más cómo el nerviosismo conduce a impulsos iniciales que, agregados, son contraproducentes y provocan reacciones que pueden derivar en situaciones caóticas.

En esta ocasión, acciones como el acaparamiento de papel higiénico en cantidades irracionales, ha provocado una incomodidad llevadera en millones de personas, anécdota de la facilidad con que viajan comportamientos asociados al pánico (a diferencia de la tristeza, el pánico llega cuando la ponderación racional ha desaparecido momentáneamente, generando fenómenos como los pillajes, los linchamientos, las avalanchas humanas, etc.).

El fenómeno de la mentalidad de asedio, tan explotado por los regímenes que establecen sistemas de apartheid, también lanza sus cantos de sirena durante la pandemia.

Hablemos de papel higiénico

Nos sorprenderá saber que alguien tan vigente como el mencionado Victor Hugo (1802-1885), falleció antes de que una invención aparentemente tan esencial y obvia como el papel higiénico se patentara y empezara a producirse en cantidades significativas: concretamente, el registro de patentes estadounidense conserva el documento Número 465.588 con el título «Rollo de papel higiénico», fechado el 22 de diciembre de 1891.

Lo explica detalladamente Kate Murphy en un artículo para el New York Times. Poco importa que los síntomas del coronavirus sean sobre todo respiratorios, y no gastrointestinales, nos recuerda la autora.

Lo auténticamente paradójico es el hecho de que el papel higiénico sea una tecnología tan poco adecuada: no es suficientemente higiénico ni previene infecciones, su coste medioambiental es notable (la industria de la celulosa es responsable de un impacto que empieza mucho antes de la fabricación, con políticas que promueven la plantación de árboles de crecimiento rápido —y alta capacidad ignífuga— como los monocultivos de eucalipto y coníferas), y su eficiencia es irrisoria. El papel higiénico no lo es tanto.

Al leer el artículo de Kate Murphy, no nos queda otra que reconsiderar el papel de pioneros como Brad Lancaster y sus soluciones «de guerrilla» para evitar la dependencia con respecto a productos que no son tan imprescindibles como creemos. Difícilmente el uso de pieles de naranja (un elemento perfectamente compostable) alcanzará el estatuto de «alternativa a las pieles de naranja».

Godzilla y los «fatbergs»

A diferencia del papel higiénico y las toallitas, las soluciones caseras que plantea Lancaster no son responsables de fenómenos contemporáneos de coste exorbitante como el colapso de los sistemas de alcantarillado urbanos debido a la acumulación de «fatbergs», gigantescas bolas informes compactadas por toallitas mal desechadas.

La escasez de papel higiénico en los supermercados del mundo puede convertirse en un símbolo banal de una época que peca de inercia banal cuando las cosas van bien.

Incapaces de comprender el significado del compromiso, la corresponsabilidad y la solidaridad, atributos que deberían estar siempre presentes en una sociedad abierta, muchos se apresuran a acaparar antes que el vecino lo que consideran esencial, incluso a sabiendas de que no necesitan tal cantidad y de que existen garantías de abastecimiento continuo.

También aprendemos en nuestro tiempo que fenómenos como el expuesto, «la escasez de existencias de papel higiénico» en los supermercados de algunos de los lugares más prósperos del mudo, no son únicamente el reflejo simbólico de una mentalidad supuestamente líquida y postmoderna.

No volverás a ver la piel de naranja del mismo modo

Estos fenómenos también nos obligan a echar un vistazo a la «sala de máquinas» de la sociedad contemporánea, ese gigante embalado en su propia inercia al que se le hace cuesta arribar reaccionar con racionalidad cuando, por ejemplo, millones de personas deben permanecer en casa (lo que divierte la necesidad de papel higiénico y otros productos de restaurantes y oficinas a viviendas privadas).

Asimismo, la competición irracional por el papel de váter nos invita a analizar con ojos críticos la complejidad y opacidad de nuestros sistemas de producción y distribución, que hace tiempo que han ampliado su círculo de proveedores potenciales a todo el planeta.

Hagamos caso a Brad Lancaster e imaginemos, pues, un mejor papel higiénico. Por la cuenta que nos trae.