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Chips en árboles y otras técnicas que protejan el bien común

No todas las informaciones conservación natural y el clima son negativas. Un nuevo estudio asegura que las emisiones derivadas de la destrucción de bosques tropicales son la mitad de lo que se había calculado hasta ahora.

Según los nuevos datos, la deforestación produce el 8% de las emisiones globales de CO2, con un margen de error en la interpretación de los datos que las situaría entre el 5% y el 12% de las emisiones producidas por el ser humano. Hasta ahora, se asumía que la destrucción de bosques y vegeración producía el entre el 12% y el 18% de las emisiones.

El estudio procede de Winrock International, una firma de consultoría cuya investigación es financiada por el Banco Mundial y el gobierno de Noruega, conocida por su papel activo en la lucha contra la deforestación en el mundo.

Pese a ello, sus conclusiones no fueron recibidas del mismo modo por todos en la Cumbre del Clima de Cancún, ya que el nuevo cálculo podría reducir el montante económico de la compensación (a través del programa de incentivos económicos de la ONU para evitar la deforestación, REDD en sus siglas en inglés) que recibirían los países en desarrollo, a cambio de mantener sus bosques intactos.

Si la deforestación no contribuye tanto al efecto invernadero como se pensaba, el valor económico de su conservación se reduce sobre el papel, lo que entrañaría un riesgo futuro, sobre todo si su explotación comercial, legal e ilegal, genera muchos más beneficios en las comunidades locales.

La tala de selva brasileña, en mínimos históricos

Hay más noticias relacionadas con la gestión de los bosques más importantes del mundo. Brasil ha confirmado que la tala de árboles está en el nivel más bajo de las dos últimas décadas.

Eso sí, el ritmo de destrucción de selva tropical en el país sudamericano entre agosto de 2009 y julio de 2010 fue más alto de lo esperado, debido a la tala ilegal. En este período, se talaron 6.541 kilómetros cuadrados de bosque tropical, un área equivalente a 4 veces el tamaño de São Paulo, la mayor urbe de Brasil.

La pérdida de bosque tropical en el último período contrasta con los datos de 2004, año en que se destruyeron 27.000 kilómetros cuadrados de selva.

Desde entonces, los números han descendido de manera consistente, coincidiendo con el uso de imaginería por satélite para combatir la tala ilegal y con la crisis económica mundial, entre otros factores. Entre 2008 y 2009, la tala de bosque tropical descendió un 40% en Brasil, hasta los 7.600 kilómetros cuadrados, al que se suma el retroceso del 14% entre 2009 y 2010.

Tras presentar los últimos datos, Brasil confía en cumplir sus objetivos de reducir el 80% de la tala indiscriminada antes de 2020, equivalente a limitar la pérdida de bosque tropical a 3.500 kilómetros cuadrados anuales.

Métodos para evitar la pérdida de árboles

La tala indiscriminada produce la mitad de emisiones que se habían calculado y la pérdida de árboles en la mayor reserva forestal del mundo es la más baja desde que se realizan cálculos, pero estos datos podrían arrojar conclusiones erróneas. ¿Fue la crisis o las políticas de control y lucha contra el fraude las que redujeron el ritmo de deforestación en la mayor reserva forestal del mundo?

La deforestación sigue siendo un problema global y, pese a no producir tantas emisiones como se había calculado, los ecosistemas siguen retrocediendo en lugares donde la tala ilegal se combina con fenómenos como la instauración de monocultivos (aceite de palma, soja) o la explotación de recursos naturales (combustibles fósiles tales como el crudo o las arenas de petróleo).

La tala ilegal seguirá siendo el problema principal para el bosque lluvioso en las próximas décadas, aseguran los expertos. En la Amazonia, las dimensiones de la zona selvática, la falta de medios técnicos para una vigilancia efectiva y la corrupción han dificultado históricamente la lucha contra la tala ilegal, aunque ello podría estar cambiando.

Reuters explica que algunas organizaciones especializadas en gestión forestal en la Amazonia han instaurado sistemas de monitorización que permitan una lucha contra el fraude más efectiva. Consiste en implantar microchips en los árboles de distintas zonas para, en caso ser talados ilegalmente, sea posible obtener información sobre el delito.

El ingeniero forestal Paulo Borges, de Ação Verde (acción verde), organización que pretende limitar la tala forestal a explotaciones legales que practiquen la tala supervisada y compatible con el mantenimiento de la riqueza selvática, explica que la implantación de microchips prevendría del fraude y aumentaría el valor de la madera producida sin causar daños irreparables sobre el terreno.

Borges cree que el mejor modo de evitar que las irregularidades administrativas permitan vender madera procedente de la tala ilegal con certificaciones de gestión sostenible es supervisar la selva de un modo más efectivo. Por ejemplo, instalando los mencionados pequeños sensores en los árboles.

Los críticos con este tipo de medidas aseguran que su coste sería prohibitivo, si fueran instauradas a gran escala, más allá de las pruebas piloto que se realizan.

Modos de poner puertas al campo: más información (Google Earth, etc.)

Si instalar microchips con sensores de radiofrecuencia a todos los árboles de los bosques lluviosos y boreales del mundo es poco menos que imposible, la medida podría ser adoptada en localizaciones donde la tala ilegal constituya un problema endémico.

En los últimos años, han aparecido herramientas que permiten supervisar efectivamente y con menor coste miles de hectáreas de terreno a organizaciones no gubernamentales, empresas e individuos.

Existen métodos menos burocráticos, más eficientes y económicos para compartir información, tales como las herramientas de colaboración web 2.0 y la computación en nube, que equipan a cualquier investigador que disponga de ordenador personal y conexión a Internet con imágenes por satélite en tiempo real de algunas de las zonas de biodiversidad más importantes del mundo.

El caso paradigmático procede de Google.org, la división filantrópica y especializada en tecnologías verdes de la empresa californiana. Aprovechando la celebración de la COP16 en Cancún, Google.org presentó la versión definitiva del sistema de monitorización geográfica (en alta resolución, con datos históricos y en tiempo real) Google Earth Engine, del que hace un año ya había mostrado una versión preliminar.

El objetivo último de Google Earth Engine consiste en parar la tala de bosques con un sistema de supervisión en tiempo real, accesible para gobiernos, individuos, ONG, empresas y medios de comunicación. A mayor información y transparencia, creen los científicos que colaboran con el proyecto de Google.org, mayor responsabilidad y efectividad en la gestión (“accountability“).

Google ha confirmado que financiará durante dos años la capacidad de proceso requerida por gobiernos de países en desarrollo y organizaciones que deseen supervisar con efectividad sus bosques y reservas naturales, para que así puedan dar cuenta con mayor precisión de su propia riqueza forestal.

Los cálculos, realizados sobre imaginería con información histórica (datos del satélite Landsat durante los últimos 25 años) y actual en alta resolución, servirían, por ejemplo, para compensar económicamente a cada país en función de los bosques protegidos, de acuerdo con el programa de la ONU para reducir la degradación forestal y la tala indiscriminada en los países en desarrollo (el mencionado REDD).

Hacer compatibles el beneficio propio y la protección natural

Los recursos naturales del mundo son finitos, pero individuos y empresas nos comportamos como si los océanos proveyeran de alimentos para siempre, los ríos se recuperaran solos de los vertidos y la contaminación se disipara en el aire. Al fin y al cabo, nadie posee en propiedad los océanos, los bosques tropicales, los ríos, el aire.

Esta entrada es también una carta abierta a John Locke y Adam Smith. Sus ideas sirvieron para que la humanidad consiguiera un nivel de bienestar impensable hace 300 años. Ahora, conocedores de que sus ideas tienen un problema fundamental (el mundo es finito y todos no podemos buscar nuestro máximo beneficio a cualquier precio, porque no hay planeta para ello), lo más constructivo sería dotarse de nuevos mecanismos para vivir bien sin por ello consumir más recursos o contaminar más.

Ello no está ocurriendo. Seguimos más interesados en lograr nuestro propio beneficio a corto plazo que en reconocer que los recursos naturales que no pertenecen al ser humano se están dañando o agotando, a veces irremediablemente.

Es un dilema que ya se plantearon en la Grecia Clásica para justificar los primeros límites privados (cercamientos, “enclosure” en inglés) y que todavía no ha sido solucionado: cómo seguir buscando el máximo beneficio propio sin que ello dañe el entorno irremediablemente, o cómo cuidar el bien del que todos hacemos uso para que siga proveyendo, sin contaminarse, sin agotarse.

La tragedia de los comunes no importa un bledo

Las peores consecuencias de la pérdida de ecosistemas o el aumento artificial de la temperatura se sitúan siempre en un futuro suficientemente confortable y ni a gobiernos ni a empresas o individuos agrada gastar grandes sumas, especialmente en tiempos de penuria, para afrontar un problema que no se ve en el rellano de casa, o no se relaciona con el precio del menú del día, o el de la gasolina.

Ocurre que sí hay una relación, aunque no reconocida. Y empresas como la española Pescanova lo notarán en el valor de sus acciones. Si no se relaciona la conocida como tragedia de los comunes, no sólo desaparecerán los combustibles fósiles usados para proveernos de energía, sino el pescado procedente de los océanos.

Mientras la última Cumbre del Clima en Cancún ha finalizado con un acuerdo de mínimos que, al menos, emplaza al mundo a responder a los problemas medioambientales más urgentes, nos encaminamos a catástrofes naturales que podrían ser mitigadas, a poco que hubiera una mínima planificación. Pero miramos hacia otro lado y buscamos nuestro propio interés, al modo que teorizaron John Locke y Adam Smith, el bien común retrocede.

El mundo “lockeano” sería el paraíso… si el mundo tuviera recursos infinitos

En la destrucción de los ecosistemas subyace un problema que no ha sido solucionado a lo largo de la historia y que los autores de la Ilustración creyeron que el mundo nunca afrontaría, ya que las distancias y los recursos naturales parecían entonces inabarcables e inacabables. Había espacio y recursos para que la naturaleza proveyera hasta el fin de los días.

Hace décadas que esta falacia ha sido refutada por la propia realidad, no por teorías o proyecciones futuras. El desarrollo personal y de las sociedades promovido por la Ilustración se basó en la doma de la naturaleza para extraer el máximo beneficio propio, que a la vez enriquecería indirectamente al resto. La idea tiene un error fundamental: el mundo no es finito y cada vez es más problemático para el planeta que individuos (físicos y “jurídicos”) maximicen su beneficio sin pagar nada a cambio a la naturaleza.

La naturaleza, a la cual no se ha puesto precio, está en completa indefensión. Si, por ejemplo, cada vez es más difícil localizar grandes reservas de petróleo sin asumir riesgos medioambientales como los que condujeron al vertido de BP en el Golfo de México, el problema medioambiental se acentuará, si las leyes siguen tratando a los animales y ecosistemas del planeta como “bien común” que no tiene precio jurídico.

Peak everything: por qué nos estamos metiendo en un gran lío

Los expertos auguran que habrá que afrontar en los próximos años retos como el agotamiento acelerado de recursos (“Peak everything“). Se puede actuar, dicen; es posible trabajar y vivir de un modo más eficiente, para lograr beneficios y bienestar similares al actual consumiendo mucha menos energía.

Ello permitiría comprar tiempo para, sin pausa, lograr que la generación energética sea mucho más limpia que la actual, mientras aumenta el porcentaje de renovables y se investigan técnicas disruptoras para, por ejemplo, que la energía no se derroche en forma de calor, como ocurre en la actualidad.

Por el contrario, si gobiernos, empresas e individuos (que conforman la clase política, los grupos de presión y las empresas, además de votar gobiernos y leyes) nos olvidamos, en nuestra lucha diaria por lograr el máximo beneficio a corto plazo para los nuestros, como nuestro gregarismo ancestral nos manda, nos meteremos de lleno en el mayor lío jamás visto.

Energía, agua y alimentos básicos se verían afectados por una crisis que, en poco tiempo, empeoraría con conflictos geopolíticos en busca de asegurar recursos esenciales. Porque John Locke y otros sabios de la Ilustración no sólo creyeron que los recursos naturales seguirían proveyendo sin problemas, sino que contaban con que sólo unos cuantos países seguirían las ideas que estipulan que la búsqueda del máximo beneficio propio producirá el beneficio común. China, India, Indonesia, Pakistán, Brasil, México y otros gigantes tenían un papel más desdibujado. Y carecían de la población actual.

Las externalidades naturales producidas por las empresas son difíciles de cuantificar pero, aunque existieran mecanismos precisos para saber cuánto cuesta el daño de un vertido de petróleo, las leyes estatales e internacionales no consideran a la víctima, la naturaleza, como “víctima”, sino como bien común dañado. Los individuos y empresas tienen una protección legal de la que las hormigas, los pájaros, las aves, los peces, el aire, la capa de ozono, carecen.

He aquí la tragedia de los comunes, todavía no solucionada.

“Vida, salud, libertad, o posesiones”

Para John Locke, en un estado natural ideal, las personas son iguales e independientes, y todos tenemos el derecho natural e defender nuestro máximo beneficio. Locke definió que “vida, salud, libertad y posesiones” nos haría mejores, más ricos y, mediante este proceso individual, todos los ciudadanos libres acabarían beneficiándose más o menos, directa o indirectamente, en función de su ambición, cualidades, aspiraciones.

Las ideas de Locke y Smith fueron al poco tiempo corroboradas por la frase más decisiva de la Declaración de Independencia de Estados Unidos: “Vida, libertad, y la búsqueda de la felicidad”. En la frase, el significado de “felicidad” había sido relacionado con los derechos del individuo de acuerdo con las ideas de la Ilustración, como la propiedad privada o la acumulación de bienes.

Pocos no reconocen el valor de las afirmaciones de John Locke, Adam Smith y otros pensadores de la Ilustración, pero estas ideas deben ser puestas al día. Señores Locke y Smith, el mundo es finito y debemos mejorar (no aniquilar) sus postulados, a poder ser sin prebendas, ni coarciones de grupos de presión, ni egoísmo cortoplacista de los que más contaminan, ya sean individuos, empresas o países (compuestos, claro, por individuos o empresas).

Como estamos notando en el rellano de nuestra casa con la crisis mundial, la economía tiene, como la naturaleza, un ámbito global. Para dar solución a la próxima crisis energética, a la gestión mundial de recursos como el agua potable, o al cambio climático, la humanidad debería tener organismos globales acatados por todos o casi todos, donde los que más consumen y contaminan, y los que más lo harán en el futuro, son capaces de entender el problema y comprometerse.

Ello no tendría por qué implicar más gasto público, regulación o burocracia.

Las tragedias -u oportunidades- que se avecinan

Desde que Garret Hardin publicara su artículo La tragedia de los comunes en la revista Science (1968), no se ha solucionado el dilema que planteaba y la situación de las reservas naturales ha empeorado desde entonces, a medida que más personas acceden a más recursos. El desarrollo de China, India, Rusia, Brasil, México, Turquía y otros países emergentes, la mayoría de los cuales tienen una población joven y en expansión, acrecentará las tensiones de la humanidad con la naturaleza.

Múltiples individuos, actuando de manera independiente y buscando el interés propio, acaban agotando o dañando irremediablemente un recurso limitado y compartido, incluso cuando los individuos (pueden ser gobiernos, empresas, comunidades de naciones) reconocen que no interesa a nadie que el recurso desaparezca. Lo que sirve para unos cuantos, no lo hace para todos. 

Según las propias ideas de la Ilustración relacionadas con la formulación de hipótesis o “verdades” del conocimiento de David Hume, si lo que funciona para unos pocos no lo hace para todos, no hay “verdad” que valga. La hipótesis no sirve. Somos muchos y estamos consumiendo demasiado rápido. Pero, a medida que nos acercamos al abismo, y como ya predijo Garret Hardin en 1968, aceleramos el ritmo de consumo individual.

Como consecuencia, el propio Hardin, y numerosos autores después de él, han hablado de múltiples tragedias de los comunes que provocarán cambios en el estilo de vida:

  • Riesgos para bosques tropicales y boreales: la presión de la agricultura, el urbanismo y las grandes plantaciones de monocultivos (usadas como moneda de cambio en los mercados internacionales y, cada vez más, como biocombustible) incrementarán la presión sobre las mayores reservas forestales. Los bosques boreales de Norteamérica y Eurasia tienen mayor importancia estratégica al existir grandes reservas de crudo (Alaska), arenas de petróleo (Canadá) o gas natural (Siberia).
  • Daño a los ecosistemas debido a fenómenos como la acidificación de los océanos (que malmete los arrecifes de coral), la contaminación atmosférica, o el aumento de fenómenos naturales extremos.
  • La calidad del aire ha alcanzado niveles peligrosos, tanto en las zonas urbanas como en el interior de las casas. Las emisiones industriales y derivadas del transporte son los principales responsables.
  • Se augura un aumento de las tensiones relacionadas con el control, acceso y uso racional del agua potable en el mundo. Preocupan la contaminación, la explotación irracional, la sobreexplotación de acuíferos subterráneos, el uso irracional de agua en regadíos (tanto la pérdida de agua como la construcción de regadíos en zonas áridas), etcétera.
  • Los recursos energéticos fósiles son finitos y contribuyen al aumento del efecto invernadero.
  • Animales: la destrucción de los ecosistemas, el aumento de la población y otros fenómenos acelerarán la extinción de hasta un tercio de los animales en las próximas décadas, calculan los científicos.
  • Océanos: la sobrepesca y la acidificación, así como fenómenos de contaminación masiva con metales pesados y plástico (la gran isla de basura flotante a la deriva en el Pacífico, en torno al giro oceánico del Pacífico Norte, preocupa especialmente).

Árboles, ecosistemas, aire, agua potable, recursos naturales, animales y océanos son bienes a los que individuos, empresas y gobiernos acuden en busca de maximizar el beneficio propio. Su carácter finito y limbo jurídico (cómo poner precio al aire que respiramos, a la capa de ozono, a la riqueza de los océanos) les hace vulnerables, como explica la tragedia de los comunes.

La sociedad actual se encuentra en la disyuntiva de articular soluciones para que la augurada tragedia de los comunes no acabe con recursos como la pesca o los grandes bosques lluviosos y boreales.

Articulando soluciones efectivas, poco burocráticas, transparentes

Se han planteado varias soluciones al dilema de la tragedia de los comunes. En lugar de dejar la última decisión en manos del individuo, cuya búsqueda del interés propio de acuerdo con las ideas liberales clásicas podría agotar los recursos, es necesario algún tipo de autoridad o federación capaz de solventar el problema causado por la acción colectiva. La regulación mundial, o gubernamental, limitan la cantidad de un bien común a la que pueden acceder las empresas o individuos. Por ejemplo, se han establecido sistemas de permisos en actividades como la minería, la pesca, la caza, la cría de animales o la gestión forestal.

Otras propuestas creen que la regulación estatal puede actuar de modo arbitrario, injusto, sin proteger los derechos del individuo, en favor de los intereses oligárquicos. Hay economistas y organizaciones que creen que el mejor modo de solventar el agotamiento de los bienes comunes debido a la contaminación y la sobreexplotación consiste en reconocer legalmente el valor económico de ríos, peces, árboles, hormigas, abejas, árboles. 

Si el individuo accede a los derechos de propiedad de una parte proporcional de los recursos comunes y éstos adquieren un precio, se argumenta que el bien común se administraría con mayor responsabilidad. Asimismo, al adquirir un valor nominal, los bienes hasta ahora intangibles podrían ser comercializados, de modo que el individuo compraría y vendería en función de sus intereses.

Ya en 1940, Ludwig von Mises creía que la privatización del bien común garantizaría su mejor gestión y, en última instancia, su supervivencia. De su obra Human Action: A Treatise on Economics: “Aquellos que se encuentran en una posición de apropiarse de los beneficios de la propiedad pública -el timbre de los bosques, el pescado de las zonas de agua, y los depósitos de mineral del subsuelo- no se preocupan por los efectos posteriores de su modo de explotación. Para ellos, la erosión del suelo, el agotamiento de los recursos limitados y otros deterioros del futuro uso son costes externos que no entran en el cálculo de costes y beneficios”.

Sorprendentemente, en 2010, el mundo sigue debatiendo sobre el modo de responder convincentemente las externalidades causadas por nuestra explotación del bien común. Mientras seguimos calculando el precio de los ríos, los árboles, las hormigas, o los peces, la tragedia de los comunes sigue su curso sin solucionarse.

Contar con herramientas para contar y monitorizar las riquezas naturales del mundo es un primer paso. Herramientas como Google Earth Engine aportarán más información, necesaria para tomar decisiones más basadas en el cálculo empírico que en falsos mitos y charlatanería de salón.

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