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Ciudades muriendo de éxito: provincianismo y gentrificación

¿Es posible para una ciudad empeorar con el éxito? ¿Puede un cambio político afectar irremediablemente la imagen a largo plazo de una ciudad ahora apetecible? ¿Puede la población de un país-ciudad aborrecer las “externalidades” de la riqueza y la prosperidad?

Apuntaba estas y otras cuestiones para dedicarles, quizá, artículos separados en el futuro, pero su relación y la falta de respuestas claras me han animado a garabatearlo ahora.

En los últimos años, he observado con perplejidad cómo Barcelona, la ciudad donde vivo, me gusta cada vez menos. No son tanto los problemas económicos, que los hay, ni las consecuencias de la crisis (de esos temas ya se ocupan otros, según sus intereses y orientación política), sino de los achaques de lo que muchos entendemos como provincianismo. 

Otros los interpretan -legítimamente- como ansias de libertad.

Sobre padecer la fiesta de otros

Quienes no sentimos nuestra la reivindicación independentista padecemos, no obstante, las consecuencias de su presencia. 

Ello lleva a quienes tienen una relación más circunstancial con la ciudad a irse a otros lugares donde preocupan menos las identidades y uno se puede enfrascar en conversaciones sin sentirse un marciano o sin pensar en los peores tics de la Europa idealista, desde Friedrich Hegel hasta los que confunden el fútbol con la identidad nacional.

Me refiero a autores e intelectuales como los barceloneses nacidos en Latinoamérica que deciden abandonar Barcelona (ese pequeño París mediterráneo y acogedor, canalla junto al mar y pizpireto en sus colinas), a favor de Madrid y otras destinaciones que antes no podían competir con la Ciudad Condal (¿alguien usa todavía “Ciudad Condal”? Lo dudo; demasiado políticamente incorrecto).

Los que vienen a arreglarlo todo

Santiago Roncagliolo explica su punto de vista sobre la deriva de Barcelona. El título de su artículo: Perdiéndonos la fiesta. Así nos sentimos algunos, no porque no podamos acudir, sino porque no queremos hacerlo.

El final del artículo de Roncagliolo:

“La paradoja es desoladora: basados en un elevado concepto de su propio cosmopolitismo, los nacionalistas están construyendo una sociedad más provinciana. Por enormes que sean sus banderas en plazas y estadios. Por fuerte que griten en catalán e inglés. Por muchas embajadas que quieran abrir. Su único proyecto cultural es precipitar a Cataluña orgullosamente hacia la irrelevancia.”

El autor no va en contra de nadie, pero se nota la urticaria que produce la brasa del pro-independentismo para quienes vinieron a Barcelona porque creían que la ciudad retenía algo de la visita de Alonso Quijano fabulada por Cervantes; o de los paseos nerviosos de la Colometa; o del gusto de Carlos Barral y sus jóvenes escritores latinoamericanos. Que sigan buscando.

Charna on the rocks

Hace un tiempo escribí una novela pseudo-autobiográfica sobre la situación política y el ascenso de los populismos en Barcelona; tristemente, la parte más cómica y caricaturesca de esa novelilla se cumple con creces.

Si a este gazpacho veraniego le añade uno la pizca de turismo masivo que tuvo que aguantar durante sus años de vecino en el Barrio Gótico -concretamente, en la trasera de la Plaza Real; queda todo dicho-, así como el perfil de la nueva alcaldesa y su equipo (incluyendo, claro, a su pareja y a todos sus amigos), uno no puede más que plantearse qué han hecho mal los barceloneses para, ahora, “morir de éxito” en Technicolor.

De repente, la ciudad apetecible se convierte en un lugar más. Y ya no es necesario esforzarse por formar parte de su tejido.

Cuando Stefan Zweig no fue invitado al entierro de Viena

En función de la gestión que Barcelona haga de su éxito, se me ocurren dos consecuencias a medio plazo:

  • en el primer escenario, Barcelona superaría la fiebre alta y mantendría el prestigio logrado durante las últimas décadas, incluyendo las asociaciones predominantes con valores como el cosmopolitismo o la creatividad (alternativa que, hoy por hoy, se aleja);
  • en el segundo, la ciudad se decantaría sin haberlo elegido por el provincianismo, asistida desde la política “nacional” (palabra que nunca había sido unívoca en Barcelona, hasta que los no independentistas empezaron de repente a ser vistos y etiquetados como “unionistas”); haría, en definitiva, el recorrido equivalente al realizado por la cosmopolita Viena, peso pesado en la ciencia y en la cultura del mundo, desde su auge a finales del siglo XIX a su imparable deriva hacia la mediocridad desde finales de la I Guerra Mundial.

Por entonces, sus principales valedores empezaron a dejar Viena para siempre, y no a temporadas. Ludwig Wittgenstein se fue a Cambridge; a Stefan Zweig le dolió tanto la deriva de su ciudad que nunca hubo exilio posible para él, pues su persona había sido posible en una Europa intelectual que desaparecía con la radicalización de los idealismos.

Eugenesia neo-folclorista

Pero Barcelona seguirá estando muy bien para los despistados, o para los que creen que el revival folclorista-catalanista que le da a todo una pincelada prepirenaica es la “auténtica” Barcelona. Como si a algo tan complejo como una gran ciudad uno pudiera aplicarle sin equívocos un único tipo de autenticidad.

Otras ciudades pierden su carácter canalla y cosmopolita por factores más económicos que relacionados con el revival de las ideas de Hegel, ese moscardón que parece haber picado a los desesperados de Barcelona sin saber siquiera quién es Hegel, qué significó ni por qué Friedrich Nietzsche dedicó toda su carrera filosófica a desballestarlo.

Los hijos de Hegel

Nietzsche no mató a Dios, sino al idealismo hegeliano, pero los defensores del nacionalismo fichteano -por un lado- y del materialismo dialéctico -por el otro-, nunca se enteraron. Hasta el punto de que el propio Nietzsche, denunciante de la mentalidad de rebaño, fue citado sin pudor por el nacionalsocialismo.

En Barcelona, los hijos siameses del muy místico idealismo siguen vivitos y coleando. No extraña que haya escritores latinoamericanos (o de cualquier otro lugar) que prefieran inspirarse en otros lares.

Gentrificación extrema

Hay ciudades, decía, que no son atacadas por un provincianismo de fueros, carlismo y romanticismo mal entendidos, como la potencialmente neo-provinciana Barcelona; el talón de Aquiles de estas otras ciudades que también “mueren de éxito” o podrían hacerlo se resume con un anglicismo feote, “gentrificación”.

Los casos últimamente más sonados: en Asia, Hong Kong y Singapur; en Europa, París y Londres; en Estados Unidos, San Francisco y Nueva York. Las ciudades mencionadas comparten varias características:

  • carácter global y cosmopolitismo certificado (no importa que no sean lo que fueron, ya que -salvo los dos ejemplos asiáticos- inventaron en cierto modo el significado de cosmopolitismo);
  • economía boyante, independientemente del contexto estatal o global;
  • ascenso imparable del precio de alquileres, compra de viviendas y superficie comercial, debido tanto a la prosperidad endógena como a su atractivo para empresas y fortunas del mundo que, diversificando el riesgo de sus inversiones, compran un apartamento en cada una de las “ciudades globales” mencionadas.

A menudo, estos apartamentos de inversores ajenos a la vida de la ciudad se traducen en edificios medio vacíos durante la mayor parte del año. Hay calles en Londres y París que viven a medio gas por la ausencia de sus vecinos.

Ciudades de vanguardia sin vanguardias y con vanguarditas

Neo-provincianismo y gentrificación extrema. Barcelona y San Francisco.

Viena es una ciudad que ha padecido en el siglo XX ambos fenómenos con mayor claridad que cualquier otra ciudad. De centro intelectual de un imperio siempre en descomposición y en un permanente “Siglo de Oro” filosófico y artístico, a museo limpio y próspero de una sola y pequeña nación centroeuropea. Todo muy bonito. Pero nada más.

San Francisco nunca fue Viena, ni París, sino Oeste estadounidense y lo que el Oeste de Estados Unidos ha implicado para el país y para el resto del mundo, desde las misiones franciscanas de Carlos III a la ruta de Oregón, pasando por la contracultura de los 60.

Fue frontera de una idea e inicio de nuevas ideas, al conformar un final desacomplejado y demasiado alejado de los corsés del viejo Occidente, incluyendo los idealismos (sean de índole nacionalista o marxista). 

Lo que evocaba y evoca San Francisco

San Francisco es ahora, en cambio, una ciudad acabada y rígida, demasiado cara para muchos de sus habitantes, debido en buena parte a la meteórica prosperidad de Silicon Valley.

Ahora, tanto las empresas tecnológicas como sus directivos y trabajadores quieren trabajar y vivir en San Francisco en lugar de hacerlo junto al campus de la Universidad de Stanford, en el corazón del valle de Santa Clara.

San Francisco experimenta, con todavía mayor agudeza debido a su poca densidad y a la complejidad de su regulación urbanística, el mismo fenómeno que Manhattan.

Nueva York representó en el siglo XX la idea arquitectónica de los valores estadounidenses (a lo monólogo objetivista de Ayn Rand).

Ricos de casa y pobres de casa (los que compraron vs. los que no)

Ahora, Maria Konnikova, ensayista y colaboradora de The New Yorker, se pregunta en qué se convierte una ciudad que económicamente impide a su clase trabajadora vivir en ella.

Si hablamos de los dos tercios meridionales de Manhattan, más que hablar de problemas para la clase trabajadora, habría que especificar que la clase media y media alta sin piso en propiedad, a menudo con salarios envidiables en cualquier otro lugar, tampoco pueden seguir el ritmo de gastos.

Un nuevo documental, Home Less, retrata los problemas de las víctimas de la gentrificación: cualquiera sin vivienda en propiedad y con un salario medio que trabaje en la ciudad.

Cuando la prosperidad atrae a más prosperidad

El encarecimiento de Nueva York o San Francisco no se traduce a menudo en mejoras dramáticas para la ciudad, o esta es al menos la percepción de muchos de sus habitantes, desde los jóvenes de paso que contribuyen a la riqueza y popularidad de ambas ciudades a sus residentes más veteranos.

De ahí que artículos tendenciosos como el escrito por Dave Schilling y Jules Suzdaltsev en Vice (7 de abril de 2014: Razones por las cuales San Francisco es el peor lugar de la historia) se compartan sin cesar en las redes sociales.

Socarronería aparte, el fenómeno de la gentrificación extrema existe y los economistas evalúan sus efectos a largo plazo.

Un caso que interesa por los niveles de prosperidad e insularidad del emplazamiento: los problemas de gentrificación más rampantes en la muy rica Singapur.

Popularidad y prestigio: pagar más por los mismos servicios

El economista Tyler Cowen detalla en su bitácora cómo los habitantes de Singapur, pese a tener una de las mayores rentas per cápita del mundo, se quejan cada vez más de lo difícil que es mantener su alto nivel de vida.

El fenómeno se explica con la llegada de capital y competidores extranjeros, a menudo educados y con alto nivel de vida, lo que aumenta el coste de solares, alquileres y viviendas.

Quienes se beneficiaban del alto nivel de vida y elevados salarios para alquilar a precios bajos en relación con su renta, se encuentran ahora con una realidad imprevista: es demasiado tarde para comprar una vivienda, y cada vez destinan más dinero a lo que obtenían antes con mayor facilidad.

Es algo así como si alguien que vive en una ciudad confortable, pero alejada de toda competición, se despierta de la noche a la mañana en un entorno más parecido al de Palo Alto, en pleno corazón de Silicon Valley. Es la sensación que tienen muchos trabajadores de clase media en Singapur.

Las ciudades son personas, no rebaños

Moraleja. Los mejores sitios no siguen siéndolo ad aeternum. Pueden mejorar o empeorar. O pueden mejorar para unos, mientras empeoran para otros. Mantener un cierto equilibrio es el verdadero objetivo…

Siempre y cuando no se persigan máximos ni se opte por políticas populistas, más basadas en gestos y consignas que en estudiar fenómenos en profundidad y corregir sus desequilibrios más evidentes con los mecanismos ya existentes en sociedades avanzadas.

Muchas veces, fenómenos difíciles de observar y analizar, a menudo sutiles pero con huella inequívoca, empeoran un lugar para muchos cuando la intención era quizá lo contrario.

Cultura “Not In My Back Yard”

Es el oscuro fenómeno, a menudo cargado de hipocresía, que alimenta comportamientos o poses como el NIMBYsmo (acrónimo: “Not In My Back Yard” -no en mi patio trasero-, o apoyar políticas y acciones siempre cuando no le afecten a uno directamente) de San Francisco o el anti-turismo de la -tan mejorada por los beneficios del turismo- Barcelona:

  • por un lado, la ciudad se beneficia del influjo de visitantes y el éxito de su economía;
  • por el otro, no se quieren o se aborrecen las “externalidades” que acompañan al fenómeno.

San Francisco, por ejemplo, puede explicar sus carencias en viviendas debido sobre todo a décadas sobrerregulación, y no a la ausencia de ésta. Barcelona cree ahora que sobrerregulando pacificará el turismo o la situación de la vivienda. La realidad suele ser más compleja.

No hay un solo turismo, ni una sola gentrificación

En cuanto a los efectos de la regulación del alquiler, Estocolmo, una ciudad que no padece los excesos de la gentrificación ni el turismo, podría situarse como paradigma de qué evitar en políticas de alquiler público: su servicio de viviendas de alquiler social proporciona pisos a personas que solicitaron el servicio hace lustros, y en ocasiones décadas.

No es una broma. Si el modelo de alquiler social que se pretende copiar es el de los países escandinavos, que el equipo de Barcelona estudie lo que ocurre en Estocolmo.

Hubo unos años en que jóvenes creativos europeos partían de París, Berlín o las urbes latinoamericanas más cultas camino de Barcelona.

¿Podrá Barcelona resistir a las tentaciones del provincianismo costumbrista? ¿Y qué ocurrirá con las ciudades globales que mueren de gentrificación?

Individualismo

¿Seguirá San Francisco siendo un referente de la contracultura? ¿U ocurrirá como en París, donde hace tiempo que los artistas y clases creativas han sido expulsados de su centro?

En cuanto a los problemas relacionados con el acceso a la vivienda en los centros urbanos más apetecibles y con precios más prohibitivos, en *faircompanies exploramos alternativas. Por ejemplo, en un artículo reciente.

El populismo tiene peor arreglo. Aunque, eso sí, siempre nos queda la dignidad individual y la capacidad para cambiar de residencia y vivir en otro lugar, si la que era nuestra ciudad deja, de repente, de serlo.