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Ciudades utópicas que inspiraron (o no) el urbanismo futuro

Imaginar un futuro mejor ha sido tarea de filósofos y planificadores urbanísticos desde la Antigüedad en diversos lugares, que con influencia externa o de manera endógena, crearon grandes asentamientos permanentes desde el neolítico: el Creciente Fértil, el Mediterráneo oriental, China, Mesoamérica, el altiplano andino, etc.

En el extremo occidental de Eurasia, los trazados racionales no han variado tanto desde los parcelamientos ortogonales de Egipto, Babilonia, Grecia (plan hipodámico) y los campamentos militares romanos que originaron tantas ciudades europeas.

La modernidad supuso la exportación del modelo urbanístico ortogonal desde el Occidente de Eurasia al resto del mundo, con la combinación de la Era de los Descubrimientos, las ideas del Renacimiento y, luego, de la Ilustración. 

Cuando la modernidad parte de modelos del pasado

La modernidad significó a menudo indagar en un pasado anterior a la etapa más oscura del cristianismo, así como una nueva visión filosófica, más racional y antropológica, del propio cristianismo. 

En arquitectura y urbanismo, se recuperaron los trazados racionales que todavía se entrevían en el centro histórico de muchas ciudades europeas amuralladas, y sirvió como modelo para los asentamientos europeos en las colonias españolas, portuguesas, holandesas, etc., en el Atlántico, el Índico y el Pacífico.

Muchas ciudades coloniales españolas, por ejemplo, deben más a las ideas iniciadas por Hipodamo de Mileto que a cualquier urbanista especializado en ensanches renacentistas y barrocos de las Penínsulas Itálica e Ibérica.

Lucrecio, Poggio Bracciolini, Tomás Moro y Michel de Montaigne

A medio camino entre el Renacimiento y la Ilustración, los pensadores del siglo XVI abordaron los grandes problemas de la humanidad con una mirada fresca, inspirada en obras de la Antigüedad que anteponían libre albedrío a determinismo. 

En el siglo XX, por ejemplo, se encontró una copia de “De rerum natura”, el poema atomista de Lucrecio recuperado por Poggio Bracciolini, que había pertenecido a Michel de Montaigne (siglo XVI): los márgenes del libro estaban anotados con tanta meticulosidad que exponían la influencia del mundo antiguo en la nueva visión mecanicista del universo, que derivaría en la carrera por mejorar las condiciones terrenales del ser humano, sin necesidad de esperar a una supuesta vida ulterior.

Contemporáneo a Montaigne, al otro lado del Canal de la Mancha, Tomás Moro imaginó en Utopía a una sociedad ideal, partiendo de una primera parte en la que expresa los problemas del Reino Unido, y una segunda parte en la que imagina a una sociedad próspera en una isla imaginaria, donde los bienes son comunes y las viviendas, de dos puertas (una a fachada y otra a un huerto interior) carecen de pretensión y se ordenan racionalmente.

“Émile”: cuando Rousseau recuperó la idea socrática de la bondad humana

Desempolvada la idea clásica de que el ser humano puede mejorar cultivándose, puesta por Platón en boca de Sócrates, el pensamiento mecanicista se propuso mejorar las condiciones ambientales y la educación, para lograr barrios, ciudades, sociedades más prósperas. 

Isaac Newton (artífice, junto a su coetáneo Gottfried Leibniz, de la ciencia tal y como la conocemos) y René Descartes sentaron las bases científicas y filosóficas, mientras Jean-Jacques Rousseau, entre otros, se inspiraron en la tesis socrática de que el ser humano es bueno por naturaleza, y tiende a obrar con sensatez si las condiciones ambientales se lo permiten.

En Emilio, o De la educación (1762), Rousseau imaginó a un individuo educado integrado en una sociedad de personas que obran en libertad y disciernen con información y sensatez, e inspiró las posteriores ideas modernas de integración social (derechos y deberes ciudadanos, a través de lo que Thomas Hobbres, John Locke o el propio Rousseau llamaron “contrato social“) y educación universal.

Ciudades utópicas: el intento mecanicista para crear sociedades ideales

Y, si el individuo podía mejorar y autorrealizarse con una existencia racional, tal y como estipulaban las ideas mecanicistas, el urbanismo debía aplicar las ideas sobre el terreno: hogares, edificios, comercios, talleres y espacio público debían adecuarse a las ideas mecanicistas.

(Imagen: diseño ganador de la competición de diseño de rascacielos de eVolo, un edificio que integra 11 paisajes de distintos ecosistemas)

A finales del XVIII eclosionan las ideas urbanísticas para mejorar, de manera racional y a menudo centralizada, el porvenir de la ciudadanía. 

Los fundadores de Estados Unidos discutieron acerca de crear una sociedad de granjeros prósperos, que vivirían en una sociedad semirural con propiedades en cuadrícula, tal y como imaginó Thomas Jefferson en su reivindicación del agrarismo; o el urbanismo ortogonal y fabril que concibió su contemporáneo Alexander Hamilton. La dialéctica entre la República Agraria de Jefferson y el urbanismo de Hamilton pervive irresoluta en el imaginario estadounidense.

La Revolución Francesa y la fundación de Estados Unidos propulsaron la experimentación urbanística: desde las colonias fabriles a los falansterios (comunidades teorizadas por el socialista utópico Charles Fourier), pasando por las comunidades autogestionadas de minorías religiosas asentadas en Norteamérica para evitar la persecución.

El intento por liberar al ser humano de sus limitaciones ambientales

Las ideas de crear sociedades y comunidades utópicas incidiendo sobre el entorno del individuo y el grupo, se inspiraron en escritos como “La República” de Platón, así como en el neoplatonismo cristiano y, finalmente, el idealismo que derivaría en los movimientos sociales y nacionalistas del siglo XX: son ideas que, tomando el concepto platónico de un universo de ideales, parten en la Europa ilustrada de Immanuel Kant, siguen con Friedrich Hegel y su concepto de dialéctica, inspirador del materialismo marxista.

A finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, se sucederán los intentos de armonizar las “externalidades” del proceso industrial, entre ellas la explotación de los nuevos obreros fabriles o el trabajo infantil, con las ideas mecanicistas de progreso: colonias fabriles y falansterios se asemejan, en su diseño urbanístico y arquitectónico, a otras infraestructuras de la época inspiradas en el reformismo de Rousseau y sus sucesores marxistas, anarquistas y socialistas libertarios, desde Pierre-Joseph Proudhon a Francesc Pi i Margall.

Cuando los planificadores utópicos del XIX se toparon con las aristas del individuo

Las comunidades utópicas que partían del ideal materialista toparon con las mismas contradicciones que llevaron a los primeros existencialistas (todavía en el XIX, Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche fueron los más consistentes) a criticar el idealismo y el materialismo dialéctico: la conducta humana, el individuo y las sociedades no pueden equipararse a máquinas y, en ocasiones, incurren en contradicciones y actúan de manera imprevisible.

Las comunidades utópicas fracasaron al intentar establecer regímenes racionales que comprendían no sólo la educación o el trabajo, sino también la dieta, el descanso o incluso las relaciones sexuales: del mismo modo que el idealismo y su ontología se toparon con quienes pensaban que las ideas gregarias atentaban contra el individuo, la planificación de las comunidades utópicas, tanto religiosas (sobre todo en Estados Unidos) como laicas (falansterios, etc.) descubrieron que el ser humano alberga contradicciones a la altura de los personajes de otro proto-existencialista: el escritor ruso Fiódor Dostoyevski.

Legado racionalista del XIX

Pese a las limitaciones y contradicciones que florecieron durante su puesta en práctica, que derivarían en el urbanismo brutalista de los arquitectos soviéticos tras la II Guerra Mundial, las comunidades utópicas de la Ilustración inspiraron la estructura de nuevas ciudades y asentamientos en Europa y las Américas, desde los ensanches de las ciudades españolas a partir del reinado de Carlos III a los nuevos asentamientos de Andalucía y Sierra Morena, también en la España de Carlos III, para repoblar zonas amenazadas por el bandolerismo.

En Norteamérica, la independencia de Estados Unidos y su tolerancia religiosa, así como el respeto de la propiedad privada y los derechos individuales, atrajeron a grupos religiosos que autogestionaban las comunidades fundadas en el Medio Oeste y el Oeste estadounidenses.

Desde finales del siglo XIX, las ferias mundiales se convirtieron en el escaparate para diseñar las ciudades y sociedades del futuro; nuevos materiales como el contrachapado, el vidrio de grandes dimensiones, el acero corrugado o el aluminio sirvieron para construir edificios emblemáticos como el Crystal Palace (Gran Exposición de Londes de 1851) o la Torre Eiffel (Exposición Universal de París, 1889), demostraron las posibilidades tecnológicas que inspiraban el urbanismo y la futurología. 

“En L’An 2000”: postales de 1900 sobre el mundo en el año 2000

Las postales que a finales del XIX dibujaron Jean-Marc Côté y otros artistas sobre el mundo en el año 2000 (En L’An 2000) muestran la ingenuidad con que imaginamos la tecnología del futuro a 100 años vista, a menudo extrapolando las necesidades y aspiraciones del presente a supuestos modos sofisticados de hacer algo similar en el futuro.

El siglo XX confirmó los pesares e intuiciones de Kierkegaard y Nietzsche, pues el idealismo y sus derivados radicales supeditaron al individuo a dos guerras mundiales y a los grandes movimientos de raíz hegeliana (marxistas, nacionalistas), que devastaron Europa y la sembraron de nihilismo y pesar: la poesía de T.S. Eliot (La tierra baldía es un canto a la locura de la I Guerra Mundial a base de retales o ideas supervivientes), el existencialismo, etc.

La exposición Futurama (Feria Mundial de Nueva York, 1939), diseñada por Norman Bel Geddes, presentaba un modelo de ciudad a 20 años vista, donde tanto los viandantes como el ritmo de la ciudad estaban supeditados al vehículo privado. General Motors era el principal patrocinador.

Urbanismo utópico en el siglo XX

En paralelo con la desconfianza hacia el espíritu humano y su fácil manipulación por medios como la propaganda de masas (o la publicidad y las relaciones públicas), surgieron ideas urbanísticas y arquitectónicas regeneradoras: tras la II Guerra Mundial, Europa y Japón debían reconstruirse, mientras Estados Unidos realizaba su particular transformación suburbial en torno al vehículo privado.

Es en esta época cuando las corrientes vanguardistas surgidas en Europa a partir de aportaciones como las de la escuela Bauhaus (Walter Gropius) o el arquitecto francés Le Corbusier, originarían un nuevo urbanismo: desde las ciudades brutalistas y con planificación centralizada del propio Le Corbusier a las utopías oxigenadas con espacio y vegetación que Frank Lloyd Wright soñara para Estados Unidos.

La arquitectura moderna pronto se fijó en el trabajo de los arquitectos y urbanistas latinoamericanos, un fenómeno que alcanzó su máxima expresión cuando Oscar Niemeyer, un joven arquitecto brasileño influido por Le Corbusier, tuvo oportunidad de diseñar desde cero la nueva capital brasileña.

Estructuras humanas interpretadas como organismos complejos

Brasilia es un canto a la planificación centralizada, a las grandes avenidas y al dominio del hormigón y los edificios públicos magnánimos sobre el pequeño urbanismo. El modelo de ciudad, promovido por el presidente Juscelino Kubitschek, pretendía difuminar la separación por clases sociales en un modelo utópico que ha influido a planificadores urbanísticos desde entonces.

Otros arquitectos proyectaron sus propias utopías ajenos a los grandes proyectos centralizados inspirados por los totalitarismos, tanto marxistas como fascistas (desde la mediocridad del urbanismo estalinista, desprovisto de las innovaciones futuristas de inicios de la revolución bolchevique, al Berlín monumental que Adolf Hitler encargó a Albert Speer y debía convertir la capital alemana en el París del siguiente milenio).

Las dos guerras mundiales y la competencia tecnológica entre los dos bloques durante la Guerra Fría originaron proyectos como la carrera espacial, pero también una nueva concepción filosófica, científica y social sobre el mundo, que se convertía en el equivalente a un superorganismo (hipótesis de Gaia) que había que preservar.

Nave espacial Tierra

El arquitecto, futurólogo y diseñador Richard Buckminster Fuller, inspirador de la expresión “nave espacial Tierra“, imaginó viviendas, edificios y colonias para un futuro próximo y lejano.

También después de la II Guerra Mundial, el arquitecto italiano Paolo Soleri, que había acudido a Arizona para estudiar bajo Frank Lloyd Wright, no abandonaría el desierto de Sonora tras la experiencia y aplicaría allí su contribución a la arquitectura utópica: las arcologías, edificios-ciudad capaces de autogestionarse y proporcionar tanto los alimentos como la energía necesarias para mantener a su población.

Soleri promovió la comunidad utópica de Arcosanti a partir de este concepto, que el pensador contracultural Stewart Brand ha catalogado como uno de los dos proyectos todavía en construcción que tienen una “escala de civilización“. 

De “nuevo urbanismo” a “mínimo urbanismo viable”

El New Urbanism impulsado por Jane Jacobs en los 60, que pretendía aumentar la densidad y amabilidad de las grandes urbes de Norteamérica, influye sobre una nueva tendencia hacia lo flexible y nómada: el “lean urbanism” o mínimo urbanismo viable.

Tendencias sobre el urbanismo del futuro trata de ser más táctico, adaptable y atento tanto a la gente como a la Tierra.

Asimismo, las comunidades utópicas de pueblos abandonados, comunidades de casas pequeñas, proyectos de ciudades libertarias en un solo edificio autogestionado (arcologías verticales, como el último premio de la competición de diseño de rascacielos de eVolo), colonias libertarias en alta mar e incluso, a largo plazo, en el espacio, constituyen expresión extremada de las nuevas tendencias.

10 diseños de ciudad utópica que inspiraron conceptos urbanísticos exitosos

io9 recoge 10 de las ciudades utópicas que más incidieron sobre ideas urbanísticas ulteriores. La mayoría fueron experimentos apenas diseñados o proyectados, mientras otras se pusieron en práctica con resultados dispares.

1. Octagon City (junto a Humboldt, Kansas), ciudad con plano octogonal rodeada por parcelas agrarias con el mismo diseño.

2. La Ciudad Máquina de Le Corbusier (Ville Radieuse), propuesta brutalista de 1935 para el centro de París con edificios y avenidas motorizadas que inspiró la exposición Futurama (y Brasilia).

3. Ciudad Jardín del reformador social y urbanista Ebenezer Joward a partir de su tratado de 1902 Garden Cities of Tomorrow: una ciudad planificada para convivir con la naturaleza (y no mantenerla recluida en contados parques).

4. Broadacre City, ciudad ideal de Frank Lloyd Wright concebida para autoabastecerse de alimentos y manufacturas (contestación intelectual al modelo centralizado Ville Radieuse de Le Corbusier, que detestaba; y concepto precursor de la arcología de Paolo Soleri).

5. Germania, el Berlín monumental proyectado por Albert Speer por encargo de Adolf Hitler que debía empequeñecer a París (diseño influenciado por la idea de Le Corbusier de proyectar espaciosos edificios de apartamentos para favorecer la densidad y la movilidad).

6. Fordlandia, un experimento de Ford para trasplantar una ciudad estadounidense al Amazonas en los años 30 (entonces, Brasil era el principal productor mundial de caucho natural): establecida como modelo, acabó siendo una colonia fabril con condiciones laborales extremas.

7. Ciudad Flotante (Cloud Nine), concepto urbano futurista de Buckminster Fuller, que transformó su cúpula geodésica en una esfera flotante con las condiciones ideales para vivir; la idea se basó en su concepto de tensegridad (estructura geométrica que conforma su fuerza al formar parte de una red tensada continua).

8. Atomurbia, diseño publicado por LIFE Magazine en 1947 de ciudad dispersa para reducir el potencial aniquilador de un ataque nuclear; la idea pretendía trasladar la industria a instalaciones subterráneas.

9. Seward’s Success, ciudad concebida para la vida en un entorno cubierto y climatizado en la bahía de Prudhoe, Alaska (donde en 1968 se encontró un yacimiento petrolífero).

10. Ciudad Inteligente de Songdo, Corea del Sur (arquetipo de “smart city” diseñada para reducir los problemas de tráfico, controlar la contaminación atmosférica, automatizar gestiones urbanas y regular tanto la temperatura ambiente como las comunicaciones (inspirada en gran parte por Marchine City -el sueño brutalista de Le Corbusier para París- y Garden City, la ciudad-vergel soñada por Ebenezer Howard.