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Cómo el ejercicio y aprender cosas nuevas asisten al cerebro

El avance de la neurociencia incurre en el riesgo del reduccionismo, sobre todo con el uso rampante de estudios en la materia que periodistas y científicos corren a relacionar con distintos campos de las ciencias de la conducta.

Empezamos a discernir algunos de los misterios de la conciencia y los procesos químicos que propulsan su vertiente física, pero apenas entendemos siquiera de dónde parte el fenómeno de la propia conciencia, ni podemos asomarnos al mundo sin pasar por el filtro de nuestros sentidos (nos recuerdan escépticos y solipsistas)…

Hasta el punto de que es difícil refutar científicamente incluso la filosofía más especulativa sobre nuestra mente y lo que ésta percibe.

Una misma persona en momentos distintos

De la conciencia parten no sólo la cosmovisión, la conducta y la ética, sino también la aptitud, la habilidad, la capacidad y la personalidad, atributos que nos hacen diferentes e irrepetibles, no sólo entre distintos individuos, sino entre nosotros mismos.

Nadie es el mismo en dos momentos distintos en el tiempo, si atendemos a la hipótesis de que la conciencia ocurre en el instante presente gracias a nuestra relación con lo circundante, por lo que carecemos de un Yo inmutable como sostiene la tradición occidental (desde Platón a Descartes o Kant) y, en cambio, nuestra mente fluye y es mutable (como sugiere, por ejemplo, el budismo).

Este “estar en el mundo” y dejarse llevar por el flujo de las cosas fue llamado Dasein por Heidegger, un concepto muy similar al de “ichinen” (donde “i” es sujeto, “chi” es energía y “nen” se refiere a la fusión de ambos conceptos), en filosofía oriental.

La conciencia fluida

Como intuyeron Heráclito, Hume, Nietzsche, la fenomenología y la tradición filosófica oriental (se especula incluso con que Hume habría leído el primer ensayo sobre budismo en Occidente), nuestra conciencia es un fenómeno que ocurre en este instante, aquí y ahora, y se arma tanto de la evocación de la experiencia como de la esperanzada proyección hacia el futuro.

Sea nuestra conciencia fruto de un espíritu prefijado que nos acompaña toda la vida (dualismo cuerpo-alma) o, por el contrario, una entidad mutable en unidad con nuestro cuerpo y proyectada hacia lo que nos rodea (Hume, Heidegger, filosofía oriental), el objetivo de la neurociencia y las ciencias del comportamiento actuales es certificar la relación entre hábitos y salud mental.

Así que, semana sí y semana también, pese a no haber certificado siquiera si la conciencia humana tiene una realidad a priori -como sostiene la filosofía dualista occidental, con punto álgido en Kant– o, por el contrario, es una realidad fluida e inseparable del cuerpo y del entorno donde se proyecta la experiencia del individuo -filosofía oriental, Nietzsche, fenomenología, existencialismo-, se repiten los artículos populares donde se sugiere la relación entre ejercicio y rendimiento mental.

Entender el deterioro cognitivo de la senescencia (para contrarrestarlo)

Nuevos estudios sugieren cómo el ejercicio asiste a la salud y plasticidad neuronal (propiedad que emerge del funcionamiento de las neuronas al comunicarse entre sí, dando lugar a un fenómeno que apenas conocemos: el surgimiento de la conciencia), escribían en Harvard Health Publications hace unos meses.

Desde The Independent, el doctor Jack Lewis explicaba hace algún tiempo cómo “sacar partido” de la plasticidad neuronal. Lewis explica cómo, del mismo modo que fortalecemos los músculos del cuerpo cuando los ejercitamos, nuestro cerebros se beneficiarían de actividades que lo animan a cambiar y adaptarse.

Estas actividades, por tanto, contrarrestarían el equivalente cerebral a la senescencia o envejecimiento, un proceso mucho más complejo que su mera reducción al fenómeno químico de la oxidación celular: el deterioro cognitivo relacionado con la edad (ARCD en sus siglas en inglés).

Plasticidad cerebral y tonificación física: sobre aprender cosas nuevas y hacer ejercicio

Según esta hipótesis neurocientífica, bastaría con retarnos de manera consistente en nuestra cotidianidad al esforzarnos en hacer cosas nuevas, para que las actividades mentales relacionadas obliguen al cerebro a reestructurarse, creando nuevas conexiones que lo adaptarían a las nuevas demandas.

En su artículo para The Independent, Jack Lewis cita algunos métodos cotidianos y al alcance de cualquiera para mantener nuestra mente en forma y retrasar el deterioro cognitivo: aprender a tocar un instrumento, jugar al ajedrez, bailar o leer.

¿Se encontraría el ejercicio físico a la altura de las actividades mencionadas para mantener en forma nuestra mente, retrasar su deterioro y, de paso, aumentar -dicen estos artículos- su capacidad (neuroplasticidad)? Hay estudios que ofrecen respuestas a medias. 

Estudios sobre deterioro cognitivo

En su entrada sobre ejercicio y salud mental para Harvard Health Publications, el doctor Howard LeWine recuerda que la mayoría de los estudios que sugieren que el ejercicio retrasa el deterioro cognitivo y aumenta la plasticidad neuronal “son ante todo observaciones, no pueden mostrar asociaciones y no son pruebas de causa y efecto”.

Por la extensión de las muestras, tiempo de observación y consistencia, estos estudios acumulan evidencias que asocian actividad física diaria (aunque sea moderada) con un mejor rendimiento y un menor deterioro cerebral, algo positivo para ese fenómeno sobre el que todavía filosofamos al desconocer sus detalles: la conciencia humana.

Las recomendaciones de Howard LeWine para que nuestra conciencia se beneficie de las virtudes del ejercicio físico están al alcance de cualquiera:

  • evitar el sedentarismo en casa y el trabajo levantándose cada hora y combinando algo de actividad física y cognitiva;
  • caminar más y usar menos el coche;
  • usar escaleras en lugar de ascensor y escaleras automáticas siempre que sea posible;
  • hacer trabajo físico (desde labores de jardinería a bricolaje, etc.).

El bienestar de las pequeñas cosas: Alvina Foisy

LeWine combina estos consejos con otras conductas igualmente asequibles, muchas de ellas asociadas al bienestar humano desde la Antigüedad, cuando los filósofos enseñaban “a vivir” (o “filosofía de vida”): dormir lo suficiente, evitar conductas de riesgo con sustancias (en nuestra era, hay que hablar de tabaquismo, sobrealimentación, alcoholismo, sobremedicación, etc.), reducir el estrés o controlar la presión sanguínea.

Nuestra actitud y actividad física frenan, por tanto, las peores consecuencias de ese fenómeno relacionado con todos los organismos vivos conocidos: la oxidación y atrofia celular. Un reciente vídeo casero muestra el poder del ejercicio y la actitud incluso en edades muy avanzadas: en el vídeo, Alvina Foisy, una mujer canadiense de 101 años, indica a su hijo que pare el coche para bajarse de él en plena nevada y a temperaturas bajo cero.

Sin pensárselo, Alvina Foisy se dedica a hacer bolas de nieve.

Cómo contabilizar actitud y fuerza de voluntad

Esta pequeña aventura explica parte del secreto de su longevidad, en la que ejercicio físico e improvisación en nuevas actividades juegan un papel, pero también lo hacen la actitud, la fuerza de voluntad y otros fenómenos de la conducta difíciles de estudiar en términos científicos, dada su subjetividad.

La neurociencia y las ciencias de la conducta se encuentran en la misma disyuntiva que la filosofía: cómo explicar fenómenos de la conciencia donde se combinan aspectos que tienen un origen químico (o son reducibles a referentes de origen físico, tales como el ejercicio, la actividad cotidiana o la alimentación), mientras otros se escurren en acontecimientos de la conciencia sobre cuyo origen hay todavía poca certidumbre científica.

Los estudios sugieren al menos que habría actividades más complejas (aprender un instrumento, aprender un idioma, jugar al ajedrez, bailar, así como otras actividades introspectivas -por ejemplo, meditar, leer, contemplar una obra de arte, mantener una conversación sugestiva, acudir a una obra de teatro, etc.-), que requerirían un mayor esfuerzo de readaptación y reinterpretación constantes, lo que reforzaría la plasticidad neuronal.

El ejercicio físico produciría beneficios similares.

Emergentismo: la conciencia es más que la suma de neuronas

Hasta aquí, todo mantiene coherencia y los artículos sobre la temática garantizan su popularidad… Hasta que otros estudios rechazan parcialmente esta relación entre aprendizaje introspectivo, ejercicio y retraso del envejecimiento neuronal (¿y, por tanto, de nuestra conciencia?; ¿o acaso no es reduccionista equiparar neuronas con conciencia?).

El concepto filosófico y científico de emergentismo contrarresta la simplificación dualista recordando que, a menudo, un sistema o es reducible a la suma de las propiedades o procesos de sus partes constituyentes (no podemos tomar la temperatura de una habitación midiendo una molécula que se encuentre en este espacio, ni comprender la “inteligencia” de un hormiguero o un termitero sumando sus hormigas o termitas).

Un ejemplo de la información contradictoria acerca de los métodos mencionados para frenar el deterioro cognitivo del envejecimiento:

  • mientras Time citaba en agosto de 2015 un estudio para exponer que ejercitarse no mantiene joven a nuestro cerebro…
  • la bitácora Well de The New York Times cita otro estudio esta misma semana que diría lo contrario y reafirmaría la relación entre ejercicio y salud cerebral.

Entender la senescencia para aprender a envejecer

Gracias a Internet, es más fácil que nunca crear información a medida a partir de hipótesis que el autor favorece, sea de manera consciente o inconsciente; este fenómeno, conocido como sesgo de confirmación, demostraría que existe una tendencia generalizada a favorecer las propias creencias o hipótesis, y a descartar o perjudicar las tesis contrarias.

Filósofos y, más recientemente, sociólogos, han estudiado este tipo de fenómeno, combinando neurociencia con ciencias de la conducta e incluso historia del arte y de la literatura. El recientemente desaparecido historiador y filósofo francés afincado en California René Girard dedicó su carrera a explorar la tendencia humana a desear lo mismo que las personas admiradas, así como a comportarse “como una turba” (también defendiendo opiniones y puntos de vista).

Este comportamiento gregario es también observable en la creación de información, de manera que noticias acerca de la relación entre plasticidad neuronal, ejercicio físico y envejecimiento cognitivo incluirán uno u otro estudio, en función de la conclusión que uno quiera creerse, sea de manera consciente o por sesgo de confirmación (¿por deseo mimético?).

Ejercicio aeróbico y cerebro

El estudio que pone en duda la relación entre ejercicio físico y salud cognitiva fue publicado en la revista JAMA y dirigido por Kaycee Sink, entre 1.635 personas sedentarias de 70 a 89 años; mientras que el mencionado por Gretchen Reynolds en Well fue dirigido por Hideaki Soya (Univesidad de Tsukuba, Japón) entre 60 hombres de 64 a 75 años, y se publica en enero de 2016 en la revista NeuroImage.

Los resultados de un estudio no sólo dependen del tamaño de una muestra, sino del propio diseño de la prueba, que depende de mediciones y baremos en ocasiones más interpretables de lo que sería deseable.

Los estudios neurocientíficos suelen combinar mediciones con escáner cerebral y métodos más tradicionales, y a menudo son catalogados como “indicativos”, o más adecuados para señalar una tendencia que para confirmar una hipótesis de manera inequívoca.

El estudio realizado en Japón sugiere que “el mayor ejercicio aeróbico es asociado con una función cognitiva mejorada mediante una activación lateralizada frontal en adultos mayores”.

En busca de estudios holísticos

La gente mayor en forma necesitaría, por tanto, menos recursos para completar tareas que el cerebro de personas de la misma edad en baja forma.

El estudio mencionado por Time no había observado una diferencia clara entre la actividad cerebral detectada entre los participantes que habían realizado ejercicio físico moderado durante dos años y los que, en el mismo período, habían cursado un programa educativo sobre salud y bienestar que no implicaba ejercicio físico.

¿O será que quienes se sometieron a estas pruebas cognitivas “no físicas” entrenaron su neuroplasticidad, logrando resultados cognitivos similares al grupo que hizo ejercicio físico?