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Cómo los entornos esterilizados afectan a nuestra salud

Muchos de quienes nacimos en los 70 y la primera mitad de los 80, tuvimos oportunidad, al menos en España, de disfrutar de la ya entonces cada vez más escasa vida de pueblo, sin colorantes ni conservantes, con veranos interminables decorados con bicicletas tiradas en las callejas sin aceras y, a veces, todavía con los corrales llenos de animales.

En ocasiones, había que andar con cuidado para que la rueda de la bicicleta no patinara con algún resto de paja o con las más o menos contundentes heces del ganado, que variaba de un sitio a otro: si había vacas, los caminos podían convertirse en peligrosos -y divertidos- campos minados de peligros para las ruedas de la bicicleta, las zapatillas deportivas y las pantorrillas. El apelotonamiento de las cagadas de caballo, mulo o burro creaba auténticos montículos que había que superar como si se tratara de pequeñas lomas movedizas.

Los que veníamos de la ciudad y sólo veraneábamos en los pueblos, que revivían durante los meses calurosos, teníamos carta blanca para hacer entonces lo que, de vuelta en la ciudad, resultaba un despropósito y ensuciaba nuestra ropa: arrastrarnos por el suelo, jugar y revolcarnos con los animales, coger un bote de conservas y llenarlo de insectos, cazar ranas, encaramarnos a los árboles a coger fruta, fuera de la familia o no.

Recuerdo con claridad cómo, en una ocasión, teniendo muy pocos años, llegamos a descalzarnos para intentar caminar desde el caserío familiar hasta la iglesia, brincando de una a otra cagada de vaca. Y sí, todavía puedo evocar el tacto de semejante actividad sobre los pies descalzos. 

Ya en aquella época, yo mismo, de vuelta en la ciudad, evitaría rozar hasta el más mínimo excremento de perro, como por otro lado hacían el resto de niños y adultos, obedeciendo al mandato de, cuanto más esterilizado, más urbano.

El proceso de esterilización de España

Pocos años más tarde, coincidiendo con nuestra adolescencia, la consolidación de la democracia en España y su entrada en la entonces Comunidad Europea y la OTAN, las casas de los pueblos perdieron sus animales y se dejó definitivamente de trabajar en los campos familiares.

Los caminos se quedaron sin excrementos de animales y sin niños en bicicleta, ya que el descenso de la natalidad nos convirtió, a los nacidos en los setenta, en los incrédulos adolescentes de finales de los ochenta, aburridos en la cambiante realidad veraniega de los pueblos y preparados para los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, la Expo de Sevilla del mismo año y la música grunge, que inundó nuestras carpetas del instituto.

Lo que no podíamos hacer durante el resto del año en las zonas urbanas sí valía durante el verano, amigo del barro y el polvo, los insectos y, también, el estiércol. Graneros, pajares, hórreos y huertos bien labrados, ausentes casi siempre de fertilizantes químicos, completaban la imagen.

Muchos de nosotros, que todavía visitábamos pueblos en los que cada familia hacía la matanza del cerdo, labraba su era con un huerto que hoy etiquetaríamos como orgánico y fomentaba relaciones entre la casa y su entorno a la manera que gustan de explicar los expertos en permacultura, fuimos testigos de la transformación del campo. La última generación en convivir con plantas y animales domésticos.

La propia realidad económica familiar, alejada ya entonces de los pueblos debido a la emigración masiva hacia las zonas industriales, además de la imposición de las leyes del mercado y las economías de escala en la agricultura y la ganadería, contribuyeron a convertir los pueblos en zonas libres de gérmenes, tan pulcras y esterilizadas como las ciudades, coincidiendo con nuestra adolescencia.

Refrendando la intuición de nuestros mayores: enguarrarse tiene un porqué

La desaparición de los animales domésticos, la boina, el botijo, el negro perpetuo en las ropas de las viejas alcahuetas, siempre bajitas y amantes de las sillas de mimbre con patas liliputienses, se compensó con lujosas aceras, aparatoso alumbrado, en ocasiones algún polideportivo y algo parecido a una casa del pueblo.

Pero la realidad rural en retirada también se llevó algo más. Ahora se sabe que nuestra convivencia con gérmenes, animales y plantas desde que somos pequeños contribuye no sólo a una resistencia adulta a las alergias.

Como ya intuían nuestros abuelos, a mayor número de gérmenes a los que se expone una persona durante su infancia, más sólido es su sistema inmunitario en la vida adulta.

Evitar el contacto de nuestros hijos con la arena y el barro, las plantas, los animales de granja (hoy en día convertidos en un souvenir para grupos de colonias, visitas escolares, retiros de distinto tipo y actividades de turismo rural), puede ahorrarnos el uso de la lavadora, pero también dañará sus futuras defensas durante el resto de su vida.

Investigadores de Medicina de la Universidad de California han publicado sus hallazgos al respecto. Ser demasiado limpio daña, por ejemplo, la habilidad de la piel para cicatrizar. El equipo de científicos, radicado en San Diego, han descubierto que las bacterias convencionales que habitan nuestra piel activan una reacción de nuestro sistema inmunitario que previene la inflamación cuando nos lastimamos.

Estos gérmenes son combatidos por la mayoría de productos de higiene personal, sobre todo los más agresivos, lo que evita su contribución, si no hemos estado en contacto cotidiano con ellos durante nuestros primeros años de vida.

Son gérmenes que aplacan reacciones inmunológicas hiperactivas, lo que evita fenómenos como la hinchazón en cortes y rasguños o las erupciones, según la investigación, publicada en la edición electrónica de Nature Medicine.

Piel plastificada

Esos gérmenes que a menudo intentamos combatir en nombre de la pulcritud y la higiene, “son en realidad buenos para nosotros”, comenta el profesor Richard Gallo, director del estudio. Se intuía que las bacterias que residen en la superficie de la piel contribuyen a la protección de la epidermis, pero hasta ahora se desconocía la causa concreta.

Las especies comunes de bacteria, conocidas como estafilococos, que pueden causar inflamaciones cuando llegan al interior de la piel, son “buenas bacterias” cuando se encuentran en la superficie y son los principales agentes para reducir inflamaciones.

El estudio refrenda la conocida como “hipótesis de la higiene“, propuesta en los años 80, que sugiere que los niños que permanecen en contacto con gérmenes desde su nacimiento preparan su sistema inmunitario contra las alergias. Esta hipótesis ha sido usada en los últimos años para explicar el incremento sostenido alergias como la fiebre y los eccemas entre los niños de los países desarrollados, donde los productos de higiene personal y limpieza del hogar incluyen agentes anti-bacterias.

Ahora, con el estudio de la Universidad de California en San Diego, se confirma esta hipótesis con pruebas moleculares y ello contribuirá al desarrollo de técnicas terapéuticas para enfermedades cutáneas.

Menos contacto con sustancias naturales, mayor exposición a productos químicos

La batalla por la higiene, librada con la ayuda de sustancias químicas sobre las que se desconocían efectos secundarios, ha producido en las últimas décadas efectos adversos a los deseados. Sin siquiera haber optado conscientemente por ello, hemos aumentado nuestra exposición cotidiana a sustancias usadas en productos cosméticos, de higiene personal y limpieza del hogar.

Tampoco hay que menospreciar los efectos sobre nuestra salud de las condiciones ambientales en las que se desarrolla nuestra cotidianeidad. Las características de nuestro hogar pueden influir sobre nuestra salud y sobre las de nuestros hijos y, a tenor de los resultados de diversos estudios, deberíamos preocuparnos más por los productos de cosmética y limpieza, o por los materiales estructurales y del mobiliario de nuestra casa y el trabajo que por la suciedad que pudiera acumularse en medio de los quehaceres cotidianos.

Los códigos de construcción actuales de muchos países ricos han desestimado la importancia del bioclimatismo tradicional, también para nuestra salud, y han primado tanto la reducción de costes en los materiales como la rapidez de la construcción.

Un estudio de la Agencia de Protección Medioambiental de California alerta sobre la poca salubridad de la mayoría de las nuevas construcciones en este Estado: el 67% de las nuevas casas no cumplen siquiera con los requisitos mínimos establecidos por el estándar californiano sobre ventilación y circulación del aire en interiores.

Todavía más preocupante, “casi todas las casas [entre las analizadas en la muestra del estudio] tenían concentraciones de formaldehído que excedían las recomendaciones para evitar cáncer e irritación crónica, mientras el 59% superó las directrices para evitar irritaciones agudas”.

Cuando el hogar no protege

El formaldehído es un compuesto químico usado como antiarrugas en productos textiles, así como conservante en algunos cosméticos y productos de higiene personal como champúes, cremas de baño, productos para el teñido y alisado del cabello. También se usa para producir abonos, papel y madera contrachapada. Puede estar presente en grandes concentraciones en mobiliario del hogar como sofás, moqueta y alfombras sintéticas.

El estudio de la agencia californiana explica que la mayoría de nuevos hogares unifamiliares en el Estado son construidos con vías de ventilación pobres, con lo que fomentan la concentración de contaminantes en el aire generados en el interior del hogar.

Paradójicamente, cuando aumenta la concienciación universal acerca de los riesgos de la contaminación atmosférica y la concentración de partículas en suspensión, continúa el desconocimiento acerca de los riesgos sobre la salud del aire contaminado con componentes químicos nocivos en el interior del hogar, donde la concentración de estas sustancias es muy superior a la existente en el exterior.

Entorno esterilizado, interior poco saludable

La pérdida del contacto de los más pequeños con los gérmenes existentes en el ambiente durante milenios contribuye a explicar los efectos de la “hipótesis de la higiene”, refrendada ahora por el mencionado estudio de la Universidad de San Diego.

La obsesión por la higiene se ha combinado en las últimas décadas con interiores domésticos y en el lugar de trabajo poco saludables, con concentraciones peligrosas de sustancias perjudiciales para la salud, relacionadas con varios tipos de cáncer, alergias, enfermedades cutáneas e incluso daños irreparables en el feto, cuando mujeres embarazadas se exponen a estos entornos.

Por ejemplo, un estudio sueco ha comprobado cuyas madres viven en casas con suelos de vinilo tienen más posibilidades de desarrollar autismo. El mismo estudio, si bien confirma la relación inequívoca entre la presencia de grandes concentraciones de vinilo y el autismo, deja claro que todavía se desconoce el porqué.

Los investigadores han mostrado su sorpresa ante el hallazgo, ya que el estudio no había sido diseñado para investigar sobre el autismo. Aunque piden cautela y la confirmación de su tesis por nuevos estudios, creen haber demostrado que el autismo, una enfermedad que ha aumentado dramáticamente en los países ricos en los últimos 20 años, es provocado por la combinación de factores genéticos y, sobre todo, ambientales.

Los suelos de vinilo incluyen ftalatos, un grupo de compuestos químicos añadidos a los plásticos para incrementar su flexibilidad, así como en disolventes, pesticidas, productos de cosmética y perfumería. Se había comprobado su carácter nocivo para el feto y la madre durante el embarazo y para el aparato reproductor masculino, así su relación con enfermedades renales y cáncer de hígado. Hasta ahora, se desconocía su incidencia sobre el aumento de los casos de autismo.

El estudio se basa en una detallada encuesta sobre las condiciones ambientales de 4.779 niños de entre 6 y 8 años, 72 de los cuales tenían autismo. Su carácter exhaustivo está fuera de dudas.

Sofás que hacen enfermar

Sustancias con comprobados efectos nocivos sobre las personas, sobre todo entre los más pequeños, siguen presentes en hogares de todo el mundo y están relacionadas tanto con nuestro afán de limpieza del hogar como personal, así como con el mobiliario y a menudo las propias características estructurales del edificio.

Parabenos, ftalatos y formaldehído son químicos sintéticos que han sustituido la presencia de gérmenes naturales. El precio pagado por la pulcritud de nuestros hijos y su entorno es demasiado alto.

Como ftalatos y formaldehído, los parabenos también se incluyen en varias sustancias y productos de uso cotidiano: champús, cremas hidratantes, geles para el afeitado, bronceadores, dentríficos y aditivos alimentarios. Pueden producir irritación en la piel y dermatitis, mientras se estudia la posible relación entre la sustancia y el cáncer de pecho.

A la mencionada tríada se unen ahora dos sustancias químicas, PFOA y PFOS, usadas en todo tipo de utensilios, desde sofás y alfombras hasta sartenes y ollas, que un estudio de la Universidad de Exeter relaciona con un mayor riesgo de padecer un mal funcionamiento de la glándula tiroides.

Ambas sustancias son usadas para fabricar utensilios antiadherentes para cocinar, muebles resistentes a las manchas y recubrimientos anti-grasa. Se cree que entran en el cuerpo a través de alimentos contaminados o polvo doméstico durante actividades aparentemente tan inocuas tomo ver una película o leer en un sofá cuyo tejido las incluya.

Lo que esta investigación y las mencionadas anteriormente dejan claro es la relación de causa y efecto entre el mayor uso de sustancias químicas en las últimas décadas, muchas de las cuales están relacionadas con nuestra higiene y bienestar, y el aumento de alergias, problemas cutáneos, los problemas de tiroides y otras enfermedades, incluyendo algunas tan graves como el cáncer y el autismo.

A menudo sin ser conscientes de ello, hemos llegado a una situación en que el uso de productos de limpieza y belleza puede ser nocivo durante el embarazo.

Empresas que venden productos nocivos a sabiendas

Una sustancia sobre la que, como poco, existen sospechas creíbles de que produce serios problemas de salud para la madre y el feto, ¿debería ser usada en otros casos? De tener toda la información necesaria para realizar una decisión de compra deliverada, cualquier persona, embarazada o no, probablemente evitaría mezclar su vida cotidiana con sustancias potencialmente tan nocivas.

Hay empresas textiles que usan sustancias pirorretardantes (que evitan la rápida propagación del fuego, en caso de combustión), pese a la relación entre estas sustancias y el descenso de la fertilidad femenina.

Más que preocuparnos por la arena o barro pegado a la ropa de nuestros hijos, quizá debiéramos informarnos sobre los auténticos peligros para su salud y la del resto de la familia, procedente de aquellos lugares que, paradójicamente, nos infunden mayor sensación de seguridad: productos de higiene personal, productos de limpieza, muebles, alfombras, sofá, sartenes y ollas, juguetes, ropa.

Hemos desterrado a gérmenes aliados para sustituirlos por sustancias que hacen que el interior de muchas casas constituya un mayor riesgo ambiental que el aire que respiramos en las calles de una ciudad congestionada por el tráfico.

Los niños no sólo han perdido su contacto con animales de granja y gérmenes. Entre todos, hemos contribuido a esterilizar su experiencia vital con sustancias que prometen pulcritud a cambio de efectos secundarios que sólo ahora empezamos a conocer en profundidad.

Enguarrarse ayuda a concentrarse y mejora el estado de ánimo

Hay incluso indicios sobre los efectos de un tipo de bacteria sobre el comportamiento y la inteligencia. La bacteria, que vive en la tierra, provoca reacciones hormonales que mejoran el aprendizaje y reducen la ansiedad.

En un experimento, los animales que estuvieron en contacto con el patógeno, mycobacterium vaccae, mostraron mejor capacidad de aprendizaje y niveres más altos de serotonina, compuesto químico cerebral vinculado al estado de ánimo.

Se trata de “una bacteria que vive en la tierra y es probable que la gente la ingiera o respire cuando pasa algún tiempo conviviendo con la naturaleza“, dice la doctora Dorothy Matthews, profesora de The Sage Colleges en Troy, Nueva York, quien dirigió el estudio.

Quienes tenemos hijos (y los que no tienen, también) quizá tengamos la responsabilidad de desempolvar de la memoria lo que nos enseñaron nuestros abuelos, guardianes de aquel mundo rural que no volverá: enguarrarse es una bendición.

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