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Cómo superar las tres décadas perdidas de las renovables

El petróleo no bajará radicalmente de precio aunque acabaran las revueltas sociales en los países árabes y, tras Fukushima, el público no cree que la energía nuclear (local, no emite CO2) sea confiable.

Petróleo caro y energía nuclear impopular. El mundo conocía ambos axiomas y no ha producido una alternativa a gran escala limpia y más barata que los combustibles fósiles más abundantes, carbón y gas natural, que se postulan como beneficiarios del petróleo caro y el rechazo popular a la energía nuclear.

Gestión energética: no apta para gobiernos débiles

Paradójicamente, el carbón no reduce el riesgo medioambiental de la energía nuclear, mientras el gas natural padece la misma debilidad geoestratégica que el petróleo: los países que quieren consumirlo (Norteamérica, Europa, China e India), carecen de reservas propias suficientes, por lo que dependen de terceros países para garantizar su suministro.

En cuanto a los desechos de, por ejemplo, el carbón, son igualmente tóxicos y radiactivos, además de incrementar las emisiones, relacionadas con el efecto invernadero. El New Scientist recuerda que las fuentes de energía más tóxicas para el ser humano son los combustibles fósiles.

En Londres y el Reino Unido, por ejemplo, sólo los más viejos recuerdan el que se llamó Great Smog de 1952, una espesa nube de polución producida por cenizas de centrales de carbón y las condiciones estacionarias de un anticiclón.

La nube de humo, que oscureció literalmente toda la ciudad, impidiendo que apenas se percibiera el sol como una mancha rojiza a pleno día (ver fotogalería), produjo 12.000 muertes. Fukushima, de momento, no ha provocado ninguna.

La alternativa actual de bajo coste a la energía nuclear es tóxica, contaminante e incluso radiactiva. Nos guste o no.

La segunda época dorada del carbón

Los riesgos del carbón son desconocidos entre el gran público, que además muestra su simpatía en lugares como España o Alemania, cuando los mineros reivindican mantener su puesto de trabajo. Pese a los esfuerzos por reducir sus emisiones totales de CO2, la Unión Europea de los 27 produce el 21% de su energía con carbón.

Mientras el carbón se prepara para vivir su segunda época dorada si nadie lo evita, las energías renovables aumentan su instalación en varios países pero continúan aportando una cantidad energética residual, demasiado modesta para sustituir el porcentaje de electricidad fósil, más cercana a aumentar su cuota de mercado tras el desastre de Fukushima y el rechazo del público a la energía nuclear, que a reducirlo.

En la era del petróleo caro (el barril de Brent alcanzaba 119,79 dólares a finales de febrero), el carbón y el gas natural, dos combustibles fósiles, son las únicas alternativas energéticas, sobre todo en países con grandes necesidades energéticas y sin margen para incentivar la instalación de energías renovables a gran escala. ¿De quién es la culpa y qué se puede hacer para solucionarlo?

Miserias del mix de energía mundial

El mix energético mundial actual recuerda que la abrumadora mayoría de la electricidad que consume el mundo es generada con tres combustibles fósiles: por este orden, petróleo (el 34% de la electricidad generada en 2009), carbón (25%) y gas natural (23%).

La energía nuclear ocupa una discreta cuarta posición, con el 6% de la generación eléctrica mundial, seguida de la biomasa (4%), la hidrológica (3%); esta última es considerada renovable, pese a su innegable impacto medioambiental.

Cierran la lista las energías renovables con menor impacto, como la eólica y la solar, con cuotas de mercado significativas en algunos mercados, pero un papel testimonial en el mix mundial (un 2% en total). Hay también protestas contra el impacto local (sonoro, paisajístico) de estas renovables.

Dermot Gately, profesor de economía de la Universidad de Nueva York, experto en la economía global del petróleo, expone que “los combustibles fósiles acaparan el 85% de la energía mundial por un razón de peso: son baratos y abundantes”, concluye.

“Para algunas aplicaciones como el transporte, nada se le acerca. Hemos realizado una sencilla transición en varias aplicaciones -generación eléctrica, calefacción, calentadores de agua-, pero dudo de que jamás podamos deshacernos del petróleo en el transporte”. El plástico es otra gigantesca industria que depende mayoritariamente del petróleo.

Cuando Gately afima que el mundo ya no depende del petróleo para generar energía a gran escala, está en lo cierto. El precio pagado: mayor dependencia del carbón, sobre todo en China y Estados Unidos; y, tras Fukushima, habrá que comprobar si los proyectos nucleares cancelados propulsan la instalación de renovables o, por el contrario, contribuyen a que el carbón y el gas natural aumenten su cuota de mercado en la generación eléctrica mundial.

A la espera de los grandes números en energías renovables

El futuro energético es todavía menos esperanzador de la sensación que pudiera dejar el consumo distraído y superficial de los medios de comunicación. Los países emergentes, que apenas percibieron la severa recesión en los países ricos, son los más poblados y los que más crecen. 

Su consumo energético, sobre todo el chino, también aumenta proporcionalmente. Pero hay una similitud entre China y los países desarrollados: su dependencia energética exterior y su intención estratégica a aumentar la producción propia de energía.

China, carente de petróleo, gas natural o arenas de petróleo, ha aumentado la producción de electricidad con fuentes locales construyendo grandes infraestructuras hidrológicas (la presa de las Tres Gargantas, por ejemplo) y, sobre todo, inaugurando centrales de carbón, tanto térmicas como de ciclo combinado. La polución por carbón aumenta en las grandes zonas industriales chinas, rememorando episodios similares al mencionado Great Smog de Londres en 1952. En el futuro, el problema no hará más que agravarse.

Las reservas conocidas de carbón le convierten en el único combustible fósil considerado “local” para mercados como el Chino o el europeo. Pero su bajo precio, relacionado con sus elevadas reservas, no empequeñece su peligrosidad: el carbón es más tóxico para el mundo que cualquier otra energía (sí, más que la energía nuclear, tan sensible para la opinión pública), es uno de los mayores emisores de CO2 y, pese a pasar desapercibido para el gran público, sus cenizas son también radiactivas

¿Cuánto? Según un artículo de 2007 de Scientific American, más radiactivas que los residuos nucleares.

Lo que queremos oír: el oxímoron “carbón limpio” y la demoníaca nuclear (que no lo es tanto)

Mientras el mundo trata de descubrir si “carbón limpio” es más que un burdo oxímoron, las reservas existentes sólo en China convertirán a su sector del carbón en “el nuevo Oriente Medio” de esta energía, según Fred Palmer, presidente de la Asociación Mundial del Carbón.

Según el último informe (junio de 2010) sobre el consumo energético mundial que elabora BP anualmente, el consumo mundial de carbón descendió ligeramente por primera vez en 2009 debido a la crisis. Mientras la generación de electricidad con carbón pierde terreno en Rusia y sus antiguos satélites, continúa creciendo imparable en China, que en 2009 consumía el 46,9% del total mundial.

La inestabilidad política en los países árabes y el fallo de la central nuclear Fukushima I acaparan la atención del público y afectan a tanto a los precios del combustible como al futuro de la generación energética.

El agotamiento de recursos en los que se basa la salud de una economía que todavía depende de la extracción de energía (“peak oil” o pico petrolero) no es una sorpresa. Sin embargo, décadas de avisos y conflictos geopolíticos relacionados con el acceso y control del suministro de energías fósiles no han servido para que el mundo preparara una alternativa a gran escala.

La energía fósil barata desincentiva la innovación en renovables

La economía extractiva está en crisis y el fenómeno “peak everything“, como Richard Heinberg del Post Carbon Institute ha bautizado al descenso de las reservas y encarecimiento de la extracción de los recursos, no tiene un Plan B viable desde el primer día. Todavía.

El hecho de que las reservas comprobadas de carbón y gas natural garanticen décadas de generación eléctrica ha ralentizado la innovación en el campo de las energías renovables.

Si las empresas y los usuarios detestan asumir el coste real de un sistema energético basado en las energías renovables, cualquier alternativa limpia mucho más cara que el gas natural y, sobre todo, el carbón, dependen de subsidios estatales. Google.org, filial filantrópica de Google, cree que las renovables sólo serán una alternativa realista a gran escala si generan energía a un precio equivalente o inferior al carbón (RE, “renovables más baratas que el carbón”).

Pero la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA), oficina de investigación dependiente del Departamento de Energía, no incluye en sus proyecciones sobre el consumo mundial de energía hasta 2035 un aumento sustancial del porcentaje de la energía renovable sobre la producción eléctrica mundial. En las mismas proyecciones, el carbón será la principal fuente de generación de energía en 2035.

Pregunta incómoda: ¿dónde está la alternativa renovable del petróleo?

La escuela de negocios Wharton preguntaba recientemente a sus profesores por qué, pese a la volatilidad de su precio e innegable tendencia al alza, el mundo conserva la misma dependencia del petróleo que hace décadas.

En una reciente comparecencia, Barack Obama insistía en el mismo mensaje que otros dignatarios envían a su opinión pública. La factura petrolífera es demasiado elevada y cualquier aumento sustancial de su precio repercute sobre las familias, las empresas y la economía.

Estados Unidos y otros países presentan planes para reducir las importaciones de crudo y otras energías. “La auténtica seguridad energética”, decía Obama, “sólo llegará si hallamos el modo de usar menos petrólelo, si invertimos en combustibles más limpios y mayor eficiencia”.

Un mensaje similar había sido lanzado al público tras la crisis del petróleo de 1973 pero, a diferencia de lo ocurrido en sectores como la medicina, la informática y las telecomunicaciones, donde las innovaciones se han acelerado en 30 años, los combustibles fósiles no tienen todavía una alternativa en la sociedad, casi 4 décadas después.

Los expertos consultados por Wharton concluyen que no se han creado grandes alternativas a los combustibles fósiles por la inercia que supone su uso, con intereses, infraestructuras gigantescas y varias de las mayores empresas mundiales que cotizan en bolsa.

Incentivos a renovables con el petróleo alto, amnesia después

La clase política también ha tenido su parte de responsabilidad. Por ejemplo, Estados Unidos incentivó la investigación en energías renovables tras la crisis del 73, pero el posterior colapso de los precios del petróleo en los 80 justificaron la supresión de prometedores programas sobre energía solar térmica, fotovoltaica, eólica, etcétera.

Según el profesor de Wharton Christian Terwiesch, el precio históricamente asequible del petróleo y otros fósiles a suprimido el incentivo para innovar en energía: “la innovación consiste en encajar una solución a una necesidad”.

“La triste realidad en Estados Unidos, prosigue Terwiesch, es que hay simplemente poca necesidad de energía alternativa para el mercado a gran escala. La energía es demasiado barata”.

Si la crisis del 73 promovió, mientras duró el petróleo caro, los incentivos públicos y privados para investigar en energías renovables, también aumentaron las políticas de ahorro. En Estados Unidos y Europa Occidental, por ejemplo, se promovieron leyes para aumentar la eficiencia energética de edificios, empresas y automóviles. Y, finalmente, también aumentó la inversión en energía nuclear e hidroeléctrica.

Pero el declive del precio del petróleo en los 80 dio al traste con la investigación más experimental en energías renovables. Se perdieron años de resultados esperanzadores en campos como el de la energía solar térmica, los concentradores solares a gran escala o la energía solar fotovoltaica.

De la crisis (y las renovables) Jimmy Carter a la bonanza (propulsada con fósiles) de Ronald Reagan

Jimmy Carter fue asociado para siempre a una época de penurias económicas y experimentación en energías renovables o vehículos eficientes, entre otras innovaciones que contaban con incentivos fiscales. Por ejemplo, los padres de Kirsten, co-fundadora de *faircompanies, edificaron en aquellos años su casa en la Bahía de San Francisco tras unos años viviendo en Alemania. Instalaron -era a mediados de los setenta- paneles solares térmicos en el tejado, incentivados fiscalmente por entonces.

La mejora económica de los 80 en Estados Unidos, asociada a Ronald Reagan en el imaginario colectivo estadounidense -ni Carter fue tan malo, ni Reagan tan bueno-, no sólo acabó con la investigación en energías renovables; tras la rebaja del precio del petróleo, pronto el público -y sus hábitos- ignoró lo aprendido en las campañas de sensibilización de la década anterior.

El ahorro y la autogestión energética fueron rápidamente abandonados, explica Louis Besland, directivo de A.T. Kearney en Oriente Medio, mientras los paneles solares y los molinos eólicos no fueron sustituidos, una vez alcalzaron su obsolescencia. Los usuarios se olvidaron de las ventajas de ahorrar energía, una vez habían vuelto la energía y el petróleo baratos.

Cuando el petróleo barato enterró la frugalidad

Según Besland, se ha olvidado la necesidad de ahorro y frugalidad, también en energía: “esta es la mejor alternativa [el ahorro energético], pero ha recibido menos atención. Prestamos atención ahora, cuando ya consumimos demasiado. Pero [en las últimas tres décadas] no hemos mantenido esta reducción. Olvidamos hacerlo. Sólo en los últimos años ha vuelto la premura, con el cambio climático”.

Wharton cita unas declaraciones en el Christian Science Monitor del profesor emérito de ingeniería mecánica en el MIT David Gordon Wilson, que trabajaba en los 80 como consultor de varias corporaciones que trabajaban en innovaciones energéticas. 

Según David G. Wilson, el principal escollo con que se toparon estas empresas no fue tecnológico, sino con la crudeza del mercado. El precio del petróleo se había colapsado en 1981 y, por una simple cuestión de costes, no merecía la pena invertir en técnicas para producir energía que no podía competir económicamente con las energías fósiles.

“La mayoría de las empresas que trabajaban en soluciones para los problemas energéticos o bien cerraron, o bien redujeron severamente el presupuesto”.

Un acontecimiento aparentemente fortuito, la reducción drástica del precio del barril de petróleo a principios de los 80, tras una década de subidas, modificó la política energética del mundo durante las siguientes tres décadas.

Estudiar el presente

Hasta la situación actual, con el petróleo cada vez más caro, el carbón ganando terreno como fuente de generación eléctrica y el rechazo popular a energía nuclear, la única alternativa “local” capaz de comprar tiempo hasta la llegada de las energías renovables suficientemente económicas y para el consumo masivo.

Maurice Schweitzer, profesor de operaciones y gestión de la información en Wharton, sí cree que el mix energético ha evolucionado en las últimas tres décadas, aunque de manera insuficiente. “Dependemos mucho menos del petróleo de lo que lo hicimos en los 70. Esta es una de las razones por las cuales el precio del petróleo ha tenido un impacto muy inferior en la economía mundial”.

Eso sí, “nuestro progreso energético va muy por detrás de lo que debería ser. Las empresas privadas y los gobiernos han sido más bien complacientes sobre investigación energética”. El precio relativamente bajo del petróleo había permitido a ejecutivos y políticos mirar hacia otro lado. Hasta los últimos años, cuando los precios repuntan y el cambio climático está encima de la mesa.

La historia energética mundial habría sido muy distinta desde la crisis del petróleo del 73, si la rebaja del barril de los 80 no hubiera modificado la política de investigación de Estados Unidos y Europa Occidental.

Según un estudio elaborado por el Laboratorio Nacional del Pacífico Noroeste para el Departamento de Energía, el gobierno de Estados Unidos invirtió cerca de 4 billones de dólares (billón europeo, equivalente al trillón estadounidense) en investigación y destarrollo entre 1961 y 2008. De esta cantidad, la investigación energética recibió 172.000 millones durante el mismo período, o el 4,5% del total.

Con el agravante de que la mayor parte del gasto tuvo lugar durante las crisis del petróleo. Desde la década de los 90, concluye el estudio, la investigación y desarrollo en energía ha recibido sólo el 1% de la inversión total.

La cruda realidad

Según la Energy Information Administration (EIA) de Estados Unidos, el sector de las renovables es el tipo de energía que más crece. Lo hace al 3% anual, superando el ritmo elevado del carbón (que crece el 2,1% anual) y el gas natural (2%).

Pero, debido a la amnesia de público, empresas, centros de investigación y clase política, responsables de que el esfuerzo en investigación y políticas de ahorro de los 70 del siglo pasado se olvidara a marchas forzadas en los 80, la sociedad mundial ha perdido tres décadas de investigación en energías renovables. Como consecuencia de ello, la energía eólica, la termosolar o la fotovoltaica actuales reducen rápidamente su precio de generación eléctrica.

Con el impulso decidido de tres décadas de investigación, el precio de las renovables se acercaría todavía más al de la generación eléctrica con carbón o gas natural, con efectos, contaminación y CO2, pese a que el gran público no lo perciba así y, en cambio, no apruebe el uso de la energía nuclear.

Según las previsiones de la EIA estadounidense, las políticas e incentivos para instalar energías renovables en Norteamérica, Europa y los países emergentes, permitirá que la generación energética te todas estas fuentes en conjunto aumente hasta superar el 20% del mix energético mundial en 2035. Las mismas proyecciones sitúan al petróleo, el carbón y el gas natural todavía por delante del conjunto de renovables.

Preguntas desde el ágora de Twitter

Hace unos días, una persona de Estados Unidos preguntaba a *faircompanies a través de Twitter cuál era nuestra opinión acerca del gas natural como solución de corto plazo a la actual situación energética. Su opinión: el gas natural es abundante y no presenta los riesgos de la energía nuclear, ni tiene el precio del petróleo.

Yo respondí que el principal problema del gas natural estriba en su carácter externo y geopolítico, atributo que comparte con el petróleo. Los mayores consumidores de energía todavía querrán impulsar fuentes “locales” para generar energía y, si hay una oposición generalizada a la energía nuclear, esta voluntad podría traducirse en más carbón (China, Estados Unidos) y arenas de petróleo (Estados Unidos).

Esgrimí, además que el problema de la sociedad actual es nuestra hipocresía en cuestiones energéticas. Nos da miedo la energía nuclear, y acabamos invirtiendo en carbón.

Finalmente, nuestro lector estadounidense nos exponía que todas las grandes fuentes de energía son contaminantes, mientras las fuentes renovables no producirán a gran escala durante años. “¿Cuál crees que es la mejor elección?”, preguntaba.

Traté de dar una respuesta realista, dejando una puerta para la esperanza. “Mi elección -explicaba- a corto plazo es similar a la de James Lovelock y Stewart Brand: apresurarse para lograr cuanto antes que las renovables sean viables incluso sin incentivos (lograr que sus costes se asemejen a la generación eléctrica con carbón y gas natural), y mantener la producción energética nuclear a corto y medio plazo, para paliar las emisiones de CO2 en el sector energético.

En busca de energías renovables tan baratas como el carbón

También se producirá un aumento del porcentaje instalado de energías renovables, que se mantendrá, por cuestión de coste, relativamente bajo. A no ser que se produzca una innovación disruptora, capaz de generar grandes cantidades de electricidad a menor coste que el carbón y el gas natural. Muy difícil a corto plazo; no tanto a medio plazo.

Hay motivos para la esperanza, según científicos, clase política y activistas. Al Gore, por ejemplo, se mostraba convencido hace sólo unos días acerca de las posibilidades de la energía solar para competir muy pronto en costes con el carbón.

También se suceden a buen ritmo las innovaciones. Algunos de estos experimentos -por ejemplo, generar energía solar mediante el almacenamiento magnético, en lugar de hacerlo en células fotovoltaicas- mejorarán las posibilidades de las tecnologías renovables.

De momento, es un ejercicio de responsabilidad hablar no sólo de los riesgos de la energía nuclear, sino también de la realidad energética actual, más dependiente del tóxico, contaminante y también radiactivo carbón.