(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Consumo colaborativo: usuarios conectados para compartir

Con Internet, cualquiera puede ofrecer su propia caja de herramientaslenguaje de patrones personal, y obtener a cambio el conocimiento de otros, a menudo enriquecido por la experiencia colectiva.

Sabemos desde los 90 que la Red ha cambiado nuestra manera de acceder a la información y comunicarnos; también se ha convertido en un punto de encuentro global donde encontrar personas con afinidades e intereses similares, o complementarios.

Se comparte información, pareceres y aficiones instantáneamente y sin límites geográficos. También se enriquece el conocimiento propio con aportaciones de otros: el consumo colaborativo se refiere a este tipo de transacción, a menudo informal, potenciada con las herramientas de información instantáneas, parecida al que tendría lugar en el mercadillo o el rastro de nuestro barrio o ciudad, pero capaz de abarcar cualquier punto del mundo.

Es algo ya prometido hace más de una década por autores y empresas, explicado por Tim O’Relly y Chris Anderson, entre otros, convertido ahora una realidad para la mayoria.

El fanzine Whole Earth Catalog ofrecía en su lema comercial “acceso a herramientas” a quien adquiriese aquel ecléctico compendio cultural y tecnológico de los 60, en el que se hablaba de diseño, técnicas de construcción artesanales o los primeros pasos de la informática. Las redes sociales y plataformas de intercambio entre usuarios, tanto de bienes físicos como de servicios y conocimientos, profundizan en el objetivo de aquel fanzine contracultural.

Aprender a través del intercambio

Siguiendo el modelo de las aplicaciones web con arquitectura de usuario a usuario (peer to peer, P2P, como la aplicación de telefonía IP Skype), o el de las redes sociales y sitios web que facilitan el intercambio, el consumo colaborativo describe la tendencia crítica con el consumo excesivo que fomenta modelos económicos en los que bienes, servicios y conocimiento son canjeados a través del trueque, el mercadeo o el alquiler.

La colaboración, formal o informal, entre personas de todo el mundo ha hecho posible Wikipedia, o el uso extendido en todo el mundo de productos culturales que optan por una licencia Creative Commons, que explica a usuarios potenciales qué derechos intelectuales sobre su obra desea mantener el creador, en ocasiones en función del uso que se haga de ésta.

El ser humano ha usado el intercambio de conocimientos y herramientas (colaborando o de modo hostil, a través de la conquista o el guerreo) como método de progreso y fomento del bienestar desde las sociedades de cazadores y recolectores, explica Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero

Internet acelera el proceso y lo devuelve al individuo, que vuelve a ser artesano y a la vez consumidor, y se interrelaciona instantáneamente con cualquier persona en cualquier lugar del mundo. Permanece la ligazón tradicional, delimitada geográficamente y por las circunstancias sociales del individuo, aunque se superpone al anterior un tejido de intercambio y colaboración social sin fronteras.

Un mundo de usuarios-creadores

Muchos de estos intercambios basados en la colaboración tienen lugar entre usuarios convertidos en creadores, capaces de ofrecer un producto o conocimiento a cambio de otro, a través de un contrato formal o informal. En ocasiones, se trata del trueque de productos o servicios, capaz de beneficiar a ambos usuarios.

No importa lo minoritario que sea un interés o afición; Internet ha facilitado que los creadores (que a su vez son usuario) contacten con usuarios (que a menudo son creadores) si existe un interés por un producto o servicio.

En lugar de poder acceder a sólo un puñado de productos y servicios diseñados para las masas, ahora podemos buscar aquello que se adecue más a nuestras preferencias personales (el director de Wired, Chris Anderson, llamaba a este fenómeno hace ya unos años The Long Tail, o la larga cola de las aficiones e intereses, tan variada como la singularidad del propio carácter humano).

Ya no hay tantos productos como los que caben físicamente en la tienda, ya que el coste de mantener un inventario inacabable en Internet se acerca a cero, y la recompensa de hacerlo es indudable: vender una unidad, digital o física, de muchos productos “oscuros” puede ser tanto o más rentable que vender un producto popular, ofrecido por todos. La especialización, en ocasiones hasta niveles inimaginables, es recompensada en un mundo interconectado.

Imprimir productos, crear robots, diseñar e “imprimir” muebles

Tendencias complementarias, como el abaratamiento de las impresoras tridimensionales de código abierto (por ejemplo, MakerBot, impresora ofrecida por la empresa neoyorquina de Bre Pettis, a quien entrevistamos en este vídeo hace unos meses), aportan pistas acerca de otro fenómeno, el de los usuarios inconformistas que, al no encontrar el producto o servicio deseado, simplemente lo crean.

Internet también permite que distintas empresas o usuarios intercambien productos y conocimientos para convertirse en inventores o creadores, no tan alejados de los del Renacimiento o la Ilustración.

Massimo Banzi, uno de los responsables de Arduino, una plataforma de hardware libre basada en una placa electrónica que puede ser adaptada y programada para cualquier uso imaginable, nos explicaba en una reciente entrevista que su proyecto tiene el potencial de convertir a cualquier persona en un creador de robots.

Otros proyectos, como el ideado por la empresa Ponoko, ofrecen a sus clientes los productos que ellos mismos diseñan. Ponoko ha sido llamada la Ikea del futuro porque facilita a cualquiera el diseño específico de mobiliario, que se convierte en un pedido electrónico procesado por el centro de impresión de la empresa más cercano al usuario, donde los bits se convierten en átomos.

Átomos: el consumo colaborativo y los productos físicos

Por ejemplo, a lo largo de los años, he acumulado centenares de productos culturales, tales como libros, cómics, discos compactos y películas DVD. Sincerándome conmigo mismo, difícilmente consultaré la mayoría de estos productos de manera regular.

Existen varias maneras de sacar partido a estos productos, que puedo ofrecer a mi círculo, o donar a una biblioteca, o vender en un mercadillo, o intercambiar por otros productos o servicios.

Como en otros ámbitos que afectan nuestra vida personal y profesional, Internet ha favorecido que nuestro círculo de acción, centrado hace unos años en un ámbito social y geográfico muy delimitados, se convierta en global en la actualidad. 

Cada uno de nosotros podría explicar decenas de experiencias personales en las que el consumo colaborativo ha enriquecido su experiencia y, por qué no, su calidad de vida. Si antes preguntábamos a amigos cercanos acerca de un producto o servicio determinados, ahora es posible enviar nuestro mensaje personal a una audiencia dispersa que puede estar en cualquier lugar del mundo.

El rastro global

El consumo colaborativo no sólo se refiere a bienes físicos. Muchos hemos notado cómo una cantidad cada vez más importante de nuestra atención está relacionada con información almacenada remotamente, a la que accedemos desde el ordenador, el teléfono, el libro electrónico, etcétera.

Informarse, consultar información técnica, compartir cualquier tipo de conocimiento, leer cualquier clásico libre de derechos de autor instantáneamente sin necesidad de acudir a la biblioteca y otras muchas actividades son más sencillas. Tanto, que crecen riesgos como el déficit de atención, o la frustración de percibir que en el nuevo medio también existe el riesgo de sentirse abrumado por la descomunal cantidad de información y ruido existentes.

Lo que está claro es que, en un mundo interconectado, nosotros decidimos si queremos ofrecer nuestros libros, discos compactos y películas, o incluso productos creados por nosotros mismos. Porque habrá alguien interesado que quizá pueda ofrecernos algo a cambio que nos resulte extremadamente útil.

Átomos con bits: pensando en servicios (no en productos)

La impresora 3D de código abierto MakerBot, la placa madre Arduino, el servicio de “impresión” de muebles (o Ikea del futuro) representado por Ponoko, la tienda electrónica de diseño “social” de camisetas Threadless, o el servicio que convierte a cualquiera en pequeño inversor de emprendedores Kiva.org, entre otros ejemplos, ilustran la pluralidad del consumo colaborativo en Internet.

En *faircompanies, también hemos comprobado que los artículos y vídeos que ilustran distintas facetas del consumo colaborativo mantienen su popularidad más que cualquier otra temática. Nuestra guía de ropa rediseñada, escrita por Kirsten Dirksen es uno de los artículos más visitados y citados del sitio.

Para muchos, ha llegado el momento de prepararse para fabricar productos propios, o intercambiar productos y cualidades por otros bienes o servicios en que estemos interesados. Sea a través del trueque, el intercambio, la compra, el préstamo u otros modelos de transacción.

Internet también ha inspirado a comunidades y personas de todo el mundo, que intercambian experiencias como aquellas que fomentan, por ejemplo, el tránsito desde productos tangibles hacia servicios.

Bibliotecas de herramientas

Hasta ahora, las bibliotecas, impulsadas por el sector público, el privado o el tercer sector, se han especializado en facilitar la consulta y el préstamo universal de productos culturales. Con Internet, muchos de estos productos (libros, música, audiovisuales) pueden consultarse, total o parcialmente, sin necesidad de poseer una copia física.

En cambio, hay proyectos exitosos en los que las librerías prestan herramientas de todo tipo, para realizar labores artesanales, agrarias o técnicas de cualquier ámbito. A menudo, estas herramientas son difícilmente amortizables por un aficionado o alguien que las usará intensivamente durante un período limitado.

Los centros de intercambio o préstamo de herramientas y conocimientos artesanales, o ecológicos (como el compostaje, o la reparación de bicicletas), facilitan productos y herramientas que, de otro modo, tendríamos que adquirir o descartar. Un negocio que promete ahorro económico. Tanto para las empresas que quisieran reducir costes y vender su conocimiento, en lugar de productos con poco valor diferencial, como para los usuarios.

En Estados Unidos, ha florecido una red de bibliotecas que, en lugar de ofrecer sólo productos culturales, proporcionan herramientas, equipamiento y material instructivo para todo tipo de aficiones y oficios artesanales.

Consumo colaborativo

Se atribuye el término “consumo colaborativo” al consultor Ray Algar, que lo usó en un artículo publicado en 2007, que ya apuntaba que el intercambio, trueque, comercio o alquiler entre usuarios, tanto a través de herramientas sociales como usando plataformas de usuario a usuario, cambiaría nuestro modo de consumir.

Rachel Botsman y Roo Rogers lo han usado en el mismo sentido en el libro What’s Mine is Yours (“lo que es mío es tuyo”), así como en la charla realizada por Botsman en el prestigioso ciclo de conferencias de la organización TED en mayo de 2010.

Botsman y Rogers hablan sobre los sospechosos habituales: la empresa para compartir vehículos Zipcar, el sitio de viajes entre usuarios Airbnb, la veterana lista de correo de intercambio de objetos entre usuarios Freecycle o el portal de préstamos P2P Zopa.

Pese a que su tesis no es nueva y ha madurado a lo largo de los últimos años, What’s Mine is Yours reivindica el fenómeno con el nombre atrayente (consumo colaborativo, “collaborative consumption”), al que acompañan con un logotipo similar a la doble “C” de la fundación Creative Commons y sistema flexible y gratuito de licencias de derechos  de autor, con el mismo nombre.

Antes de la silla, tuvimos la necesidad de sentarnos

La difusión de la tesis del consumo colaborativo refrenda su atractivo. Quizá la tendencia contribuya a que las personas, ejerciendo de ciudadanos, consumidores y creadores, pensemos más en el verdadero valor de un producto, en el servicio (contenido) y no en el continente.

Como recordaba el diseñador catalán Juli Capella en una entrevista a *faircompanies, los productos deberían escapar de su coraza tangible y convertirse en “servicio”.

Una silla existe porque hay una necesidad previa de sentarse. Suena a perogrullada, pero las sillas fueron diseñadas para permitir un tipo concreto de reposo al cuerpo humano, distinto al que experimentamos cuando nos reclinamos o nos tumbamos totalmente.

¿Qué ocurriría si un campo energético fuera capaz de copar nuestra necesidad de sentarnos? Siendo capaces de sentarnos en el aire, pagaríamos por el servicio (idea), no por los átomos. Un ejemplo llevado al extremo, pero suficientemente ilustrativo.

El consumo colaborativo promete acercarnos con mayor decisión al ideal de creación y consumo, en que un puñado de productos y servicios esenciales, diseñados con nuestra colaboración o adaptados a nuestras necesidades concretas, facilitarían nuestra vida.