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Cuando Internet debía confirmar la «sabiduría de la multitud»

Experimento social a escala familiar. Planteo a mis hijos, nativos digitales, la siguiente disyuntiva: a la hora de elegir la próxima lectura, una persona decide recurrir a distintos baremos que medirían, si no la calidad, algo próximo a ella.

Ellos podrían basar su próxima compra en: la opinión de alguien en cuyo criterio confían; un listado de mejores libros del año (o de la década, etc.) curado por expertos; la opinión de los críticos de una revista especializada; o la relativa «popularidad» orgánica de libros que nos «recomiendan» los algoritmos de redes sociales y tiendas electrónicas.

Estudio preliminar de «El juramento del juego de la pelota», pintura inacabada en la que el artista neoclásico Jacques-Louis David entre 1790 y 1794; el compromiso, que había tenido lugar en Versalles en 1789, es un evento clave de la Revolución Francesa en el que el Tercer Estado —apoyado por representantes del clero y la nobleza— acuerda elaborar una Constitución

¿Es confiar de la popularidad en Amazon o Facebook un mejor baremo que fiarse de instituciones tradicionales tales como amigos con criterio, críticos profesionales y publicaciones sectoriales?

La popularidad en Amazon y Facebook se materializa en una compleja fórmula sobre la que inciden el número de comentarios y acciones positivas, el efecto de red, la publicidad contextual, nuestro perfil y el «rastro» que nuestra actividad ha dejado en la Red. Trato de explicar la diferencia entre viejos y nuevos listados.

¿En qué «multitud» confiar?

La capacidad de los servicios de la Red para servir anuncios relevantes acabará condicionando la elección de los menos dispuestos a mantener su escepticismo y espíritu crítico. Al final, oigo respuestas a las que yo mismo me he enfrentado en alguna ocasión, al comprar algún producto en línea: ¿es preferible adquirir un producto con 200 comentarios de 4 estrellas u otro producto en la misma categoría y rango de precio que tendría mayor puntuación, pero un número notablemente inferior de comentarios?

¿Qué ocurriría si, en estos mercados en apariencia «objetivos» y de «libre participación», existiera un tráfico de comentarios interesados? ¿Son los viejos métodos de decisión intrínsecamente inferiores a los métodos que, en Internet, nos sugieren estar basados en una supuesta «sabiduría de la multitud»?

Cuando James Surowiecki publicó su ensayo The Wisdom of the Crowds en 2004 (momento pretérito al teléfono inteligente y a las principales plataformas sociales y de la economía de bolos), no podía imaginarse el recorrido que tendría su expresión.

Primero llegó la adopción entusiasta, a medida que el acceso de banda ancha y los estándares inalámbricos se hacían ubicuos, lo que permitió al fin crear e intercambiar contenido multimedia a una resolución notable.

Expandirse como un servicio público y crear un mercado cautivo

Luego, el entusiasmo se convirtió en júbilo, pues tener un ordenador con conexión de banda ancha en el bolsillo abría el camino a oportunidades para crear economías basadas en el alquiler bajo demanda de bienes de consumo y servicios.

Los anuncios clasificados evolucionaban y cualquiera podía ganar algo de dinero adicional si tenía algo que ofrecer. Las plataformas de la «gig economy» prometían deshacerse de los abusos de las regulaciones locales y los intermediarios, y a la vez pretendían, gracias al efecto de red, acaparar el mercado para hacerse imprescindibles en ambos sentidos del servicio:

  • para los usuarios interesados;
  • y para quienes estaban dispuestos a ofrecer su vivienda o servicio a través de la «aplicación» sin ser reconocidos como trabajadores de la plataforma.

Pronto, el ensayo de Surowiecki empezó a desviarse de la evolución de la economía autoproclamada «colaborativa».

La mayoría de los productos financiados de manera colectiva a través de sitios de micromecenazgo no evolucionaban según lo prometido; y las condiciones ventajosas iniciales de plataformas como Uber, tanto para usuarios como para trabajadores «independientes» en éstas, dejaban de serlo una vez las compañías frenaban la expansión a base de capital riesgo y necesitaban frenar las pérdidas trimestrales.

Cuando la «economía compartida» no comparte con quienes la posibilitan

Entonces, el precio de los servicios «colaborativos» se incrementaba en condiciones similares a las ofertas atractivas anteriores, mientras que las retribuciones de los trabajadores bajo demanda se reducían cuando, de acuerdo con los patrones del algoritmo hasta entonces, debían haberse mantenido o incluso elevado.

La «economía compartida», una utopía para superar el problema a gran escala del comportamiento egoísta que conduce al agotamiento de los bienes comunes, no seguía el modelo teorizado en 2008 por el profesor Lawrence Lessig, creador de la licencia cultural de intercambio Creative Commons.

Estudio preliminar de «El juramento del juego de la pelota», pintura inacabada en la que el artista neoclásico Jacques-Louis David entre 1790 y 1794

Pero la expresión que Lessig había contribuido a difundir en 2008, la «economía compartida» («sharing economy») tendría una deriva muy distinta a los objetivos altruistas que se habían manifestado a pequeña escala hasta 2005, y que en 2009 habían inspirado la creación de empresas como Uber.

Cuando 10 años más tarde, el 10 de mayo de 2019, Uber salía a bolsa, quedaba claro que inversores y directivos habían priorizado el crecimiento global de los servicios de la firma a toda costa, sin atención a las consecuencias en la propia empresa (con una cultura corporativa definida como «tóxica»), a los sectores afectados (desde los taxistas a las haciendas locales, que no cobraban por servicios realizados en su territorio), a los trabajadores «independientes» y a los propios usuarios (los estudios demostrarían que firmas como Uber aumentaban la congestión y dificultaban el tráfico).

El riesgo que inquietaba a James Madison

De nuevo, la multitud mostraba una «sabiduría» como mínimo cuestionable. El subtítulo del ensayo de Surowiecki, «Por qué la mayoría siempre es más inteligente que la minoría», se lee hoy, al comprobar el potencial de los servicios de la red para condicionar nuestro estado de ánimo, nuestra decisión de compra o incluso la manera en que votamos…

Otra de las limitaciones de la hipótesis sobre la supuesta superioridad de la multitud a la hora de realizar decisiones parte de un fenómeno observable en los últimos tiempos, asociado a lo que los teóricos de la democracia representativa durante la Ilustración (entre ellos, John Stuart Mill, James Madison y Alexis de Tocqueville, entre otros) llamaron «tiranía de la mayoría»: a menudo, las ideas populares no son las más adecuadas y juiciosas.

A gran escala, el sesgo cognitivo (los errores de juicio) pueden resultar catastróficos. Es fácil, por ejemplo, diseminar medias verdades sobre el impacto de la inmigración sobre una sociedad. Las tendencias cognitivas y emocionales humanas son tan contradictorias, que psicólogos y economistas como Daniel Kahneman han basado su carrera en demostrar los patrones de comportamiento irracional de la población (lo que ha dado pie al campo de la llamada economía conductual).

Esta limitación de juicio, incluso cuando se dan las condiciones para que cada individuo razone sobre temas importantes sin presión exterior, se manifiesta en la facilidad con que conflictos sociales complejos.

Opinión en redes sociales y auge del populismo

En ocasiones, estos conflictos combinan penuria económica real o percepción de la pérdida de peso específico en una sociedad, con tensiones territoriales, identitarias o raciales. Su instrumentalización gana tanto el favor como la promoción «orgánica» del público.

La popularidad actual entre determinadas capas de la población de políticas aislacionistas, de un etno-nacionalismo a menudo excluyente, o de la primacía del poder ejecutivo sobre el diálogo público y la separación de poderes, evoca el populismo iliberal de otras épocas. Muchas de estas ideas gozan de buena prensa entre porcentajes significativos de sociedades prósperas. En ocasiones, las ideas más populares no son las más sabias o las que ofrecerán mejores réditos para todos a la larga.

Las actuales políticas sobre migración de gobiernos como el estadounidense están más basadas en prejuicios que en una realidad cuantificable. Sin embargo, el muro con México que vende su administración es mucho más popular entre el votante medio de Estados Unidos que hipótesis bien fundadas sobre la relación entre prosperidad mundial y una gestión menos punitiva de la movilidad (controlada pero efectiva) de la población, ya se trate de una movilidad social (entre clases y niveles educativos) como geográfica (en el interior de países, en zonas de libre circulación como la UE o entre regiones mundiales).

Estudio preliminar de «El juramento del juego de la pelota», pintura inacabada en la que el artista neoclásico Jacques-Louis David entre 1790 y 1794

Observamos que, incluso cuando cada individuo es libre de discernir por sí mismo, sus lagunas de formación, falta de experiencia, ausencia de perspectiva, tendencias ideológicas extremistas o, simplemente, mezquindad, juegan un papel tan o más importante que la capacidad de manipulación de los mensajes populares en las redes sociales y foros extremistas.

Manipulando con macrodatos

La falta de conocimiento o experiencia nos limitaría a la hora de valorar todo tipo de cuestiones. Recordemos el ejemplo de los niños atrapados en una cueva inundada en Tailandia: el revuelo mediático condujo a la ayuda internacional de equipos de rescate expertos, si bien Elon Musk no pudo contenerse y «diseñó» un mini-submarino para liderar el rescate. Cuando un experto consideró la idea como lo que era, una estupidez, Elon Musk lo atacó personalmente. Nuestras capacidades en uno o varios ámbitos no nos vacunan contra las meteduras de pata, la imbecilidad o ambas cosas.

Gozar de formación y libertad no exime a nadie de actuaciones poco recomendables, como nos demuestran una y otra vez los personajes nihilistas de las mejores novelas con trasfondo existencialista, desde Dostoyevski a Houellebecq.

O nuestro modo de observar el mundo, condicionado por fenómenos de instrumentacización de esta supuesta «sabiduría». Entre ellos: el sesgo de confirmación (recibir recomendaciones de redes sociales que acrecientan la polarización, al permitirnos bucear en nuestros propios prejuicios); la mentalidad de asedio (creer en una urgencia prefabricada que permitirá a quienes la promueven demandar «sacrificios»); o el pensamiento de grupo -sustituir nuestra autonomía crítica por una lealtad ciega y acrítica al grupo, que se convierte en un «culto»—.

Otros fenómenos análogos se manifiestan en los llamados «mercados de predicciones», análisis especulativos que dependen cada vez menos de los viejos sondeos y trasladan su «inteligencia» al estudio de datos agregados.

El «big data» está presente en el análisis predictivo y como de rentabilidad de algo tan etéreo como el «sentimiento» de la población a la hora de votar, invertir, comprarse una casa o un automóvil, etc. El sentimiento populista y el comportamiento de los inversores ya no será el mismo, si bien los algoritmos no garantizan mayor «sabiduría» de la propia «sabiduría de la multitud».

Inicios de ensueño para lograr mercados cautivos

Con el devenir de los servicios colaborativos más exitosos, erigidos —gracias a agresivas inversiones de capital riesgo— en monopolios de facto, la «sabiduría de la multitud» empezó a demandar no ya notas al pie en el ensayo de James Surowiecki, sino su reescritura.

Los servicios comerciales que se reivindicaban como prueba inefable de la mejora de sistemas en los que la multitud colabora, acabaron mostrando una evolución predecible, al anteponer el rendimiento económico a cualquier otra deriva.

A diferencia de Wikipedia, la enciclopedia colaborativa consultada por una multitud, pero editada comparativamente por una minoría, las plataformas de la «economía de bolos» optaron por un modelo comercial dictado por directivos e inversores.

La intención de las plataformas no se limitaba a la supervivencia de un modelo altruista, como en el caso de Wikipedia y su fundación. Al contrario, los nuevos intermediarios evolucionaban hacia modelos de mercados cautivos para, a la larga, instaurar sus condiciones a usuarios y a trabajadores independientes.

Estas compañías se escudaron en el secreto comercial para defender la propiedad intelectual de sus algoritmos, cuya opacidad se justifica con la supuesta objetividad de la agregación de datos y el aprendizaje automático. Científicos computacionales de Google llegarían a confesar que nadie podía «publicar» el funcionamiento de estos sistemas, pues evolucionaban de manera compleja y autónoma.

Antes y después del fiasco bursátil de WeWork

Las enmiendas parciales a la supuesta «sabiduría de la multitud» llegaron con ensayos marcadamente optimistas como The Power of Networks, en el que los autores, Christopher G. Brinton y Mung Chiang, parten del reconocimiento de las limitaciones de un grupo cuando éste actúa de manera dirigida y los integrantes se dejan llevar por las opiniones «populares» (las que han logrado un mayor efecto de red: a menudo, las más controvertidas, ruidosas o directamente negativas).

Sin embargo, la hipótesis de Christopher G. Brinton y Mung Chiang consiste en identificar lo que ellos llaman «la falacia de la multitud» con el dirigismo artificial de la multitud que, al no poder expresarse de manera independiente con respecto al resto, acaba apoyando decisiones populares que no son las mejores, las óptimas, o las más correctas.

Versión avanzada de «El juramento del juego de la pelota», pintura inacabada en la que el artista neoclásico Jacques-Louis David entre 1790 y 1794; el compromiso, que había tenido lugar en Versalles en 1789, es un evento clave de la Revolución Francesa en el que el Tercer Estado —apoyado por representantes del clero y la nobleza— acuerda elaborar una Constitución

Según esta hipótesis, la autonomía crítica de multitudes actuando libremente en plataformas conduciría a decisiones siempre óptimas, una extrapolación de la teoría liberal no intervencionista sobre los mercados; ocurre que la «mano invisible» teorizada por Adam Smith (según la cual los mercados no regulados se ajustarían a la oferta y la demanda, y otorgarían a cada uno el fruto proporcional de su esfuerzo), se enfrenta a la evidencia en el mundo real desde su formulación debido a múltiples factores, entre ellos la imposibilidad de contar con un mercado «justo» que no beneficie a unos cuantos sobre la mayoría de participantes.

En el caso de las plataformas de la «gig economy», los mercados cautivos donde ocurre el intercambio entre oferta y demanda tienen un interés intrínseco de obtener un porcentaje cada vez mayor de beneficios, sobre todo —hemos observado— una vez alcanzan el estatuto de monopolios de facto y los inversores reclaman el retorno más suculento posible de su confianza en el modelo (hasta hace poco, la salida a bolsa de empresas con pérdidas trimestrales estratosféricas, modelo puesto en entredicho desde el fiasco de WeWork).

Bonito sobre el papel: de «inteligencias colectivas» y «manos invisibles»

En su ensayo, Surowiecki menciona situaciones en las que «la multitud» es incapaz de realizar un juicio óptimo y la «inteligencia por cooperación» falla estrepitosamente. La fallida del grupo se manifiesta, según él, cuando el entorno es demasiado burocrático y centralizado; cuando el entorno donde se toman decisiones está minado por luchas internas y una fuerte competición desleal (por ejemplo, entre departamentos estatales, como distintos cuerpos de policía sobre un mismo territorio ocultándose información o poniendo palos en las ruedas); o cuando un número significativo de participantes se limita a copiar propuestas que han obtenido ya cierta popularidad entre los «superusuarios».

En definitiva, la «sabiduría de la multitud» podría fallar cuando las condiciones no son óptimas, lo que podría traducirse en un desolador «con frecuencia», por no hablar de casi siempre. Del mismo modo, la «mano invisible» en los mercados a los que los participantes acuden y deciden libremente habría fallado al no haber encontrado todavía unas condiciones óptimas para desenvolverse (una excusa, como hemos observado en las últimas décadas, para desregular, lo que ha favorecido a los grandes monopolios —cuya preeminencia puede relativizarse únicamente a través de decisiones regulatorias—).

En la creciente agenda política iliberal, Boris Johnson sigue apelando a los viejos trucos populistas apelando a su versión particular de la sabiduría de la multitud, que según él (recordemos, el líder del partido conservador británico y educado en Eton) está harta de los dictados del «poder establecido». A su juicio, él y su equipo “tory” no forman parte de ese «establishment», que estaría conformado por «remainers» (o aquellas figuras y ciudadanos británicos a favor de que el país continúe en el seno de la UE).

Argumentos «ad populum»

Las últimas elecciones británicas, que han otorgado la mayoría absoluta a Johnson, son un caso de manual del uso indiscriminado de argumentos falaces para que la supuesta mayoría indignada barra a un supuesto poder establecido, responsable de todas las calamidades percibidas.

Johnson recurre continuamente a «argumentos ad populum», o falacias consistentes en responder a un argumento o promulgar una idea popular y dejar claro que se trata de la opinión o deseo del pueblo. Para la mayoría, A; por lo tanto, A.

Johnson disemina en las redes sociales a través de su equipo: «el poder establecido ‘remainer’ necesita que alguien le dé una lección», y deja entrever que la opinión y deseo del pueblo serán esta vez escrupulosamente ejecutados.

Por ello, se apresura a comprometerse cuando nadie le ha obligado a que lo haga, y quiere firmar el compromiso de que el Reino Unido ejecutará en 2020 su salida de la UE. Un «argumentum ad populum» que perpetuará, en cualquier caso, la deriva populista en varios países prósperos que dicen ejecutar «la sabiduría de la multitud». ¿O era la tiranía de la mayoría?

El afianzamiento de Boris Johnson entre las clases populares del Reino Unido (sorprendentemente, el voto conservador ha sido especialmente valioso en lugares industriales deprimidos del país, en los que las elecciones han sido percibidas como «un rechazo al establishment»), muestra cómo conocer el funcionamiento de la falacia populista no impide frenarla con facilidad.

Límites de los procesos consultivos

Desde el punto de vista de muchos votantes «indignados», se conoce la falacia, se entiende cómo funciona y, sin embargo, siguen cayendo en la trampa, o «prefieren» caer en la trampa. Como si, abandonando toda esperanza de reforma equilibrada de los desequilibrios de un país, los más desesperados y/o descontentos optaran por votar «en contra de».

De nuevo, la supuesta sabiduría de la multitud no se cumple y se convierte, por el contrario, en una amenaza fatalista que opta por el repliegue nacionalista y el atrincheramiento de unos contra un enemigo caricaturizado (en este caso, los londinenses «remainers», educados y tolerantes, interesados en que la ciudad siga proyectándose al mundo desde la perspectiva europea, y no como supuesto buque insignia imaginario de un imperio inexistente que persiste en la leyenda colectiva).

«El juramento del juego de la pelota», en esta ocasión a cargo de Auguste Couder (1848)

Es precisamente un profesor afincado en Londres, el experto en marketing Oguz A. Acar, quien aclara que depender de algoritmos de recomendación y de la supuesta «sabiduría de la multitud» es a menudo ilusorio y contraproducente, cuando no basado en falacias.

Acar firma un artículo en el que argumenta por qué la colaboración abierta de tareas (distribuir un proyecto o misión entre grupos) no conduce a mejores resultados, sino más bien lo contrario. El «crowdsourcing» (o los procesos de democracia directa o asamblearia a gran escala) culminaría a menudo en malas ideas pobremente ejecutadas por el simple hecho de que las cuestiones más populares o susceptibles de ganar apoyo en relación con una idea o proyecto no tienen por qué ser las mejores o las más adecuadas.

Interés real vs. buenas palabras

Un estudio reciente confirmaría, asimismo, que la motivación social no es correlativa a la calidad de una idea. Oguz Acar menciona el concurso internacional lanzado para minimizar las consecuencias medioambientales en el Golfo de México a raíz de la explosión de la plataforma petrolera de BP Deepwater Horizon en 2010 (una fecha más propicia para el optimismo sobre el potencial de la colaboración en la Red).

Entonces, el mayor vertido petrolífero de la historia requería políticas paliativas urgentes, y BP demandó la participación ciudadana; la firma recibió 123.000 ideas procedentes de más de 100 países. La mayoría de las soluciones propuestas carecían de sentido, eran irrealistas o eran fruto del profundo desconocimiento del desastre y las condiciones en que se había producido. Las buenas intenciones no garantizan la calidad de las ideas propuestas.

De manera interesante, el estudio sobre colaboración en grupo mencionado por Oguz Acar demuestra que el interés genuino intrínseco (una motivación natural a solucionar problemas complejos) o extrínseco (por motivos de reconocimiento, carrera, popularidad o una combinación) contribuyen a dar con mejores soluciones que motivaciones más desinteresadas y altruistas quizá contribuyan a la socialización, pero no a solventar situaciones.

Las motivaciones, por tanto, influyen sobre el resultado. Altruismo y calidad de las ideas no irían tan de la mano como algunos desearían. Del mismo modo, la popularidad de una solución o de la imagen de un político no implica su adecuación.

Apología

De lo contrario, estaríamos diciendo que el nazismo fue legítimo a diferencia de otros movimientos totalitarios, al haber alcanzado el poder a través de la decisión de los ciudadanos de votar por el demagogo que encabezó las elecciones de 1933 y finiquitó poco después la renqueante República de Weimar.

«Ese presidenciable debe ser bueno, ya que la mayoría de los votantes no puede estar equivocada». Un argumento «ad populum», comprobamos, potencialmente falaz.

Quizá Sócrates decidiera no comerse el orgullo (esto es, exiliarse para evitar una injusta condena a muerte promulgada por los atenienses en un fenómeno de populismo) para que Platón y Jenofonte pudieran escribir sus apologías del evento, desde entonces un ejemplo de integridad.

Puede que únicamente quisiera afrontar el mayor peligro de la vida en sociedad: la predisposición a fenómenos los expiatorios que han marcado los momentos más oscuros, tales como pogromos, linchamientos y episodios de gregarismo que aceleran los procesos de degradación contra los que sus promotores dicen combatir.