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Daño de esencialismo y plutocracia en la economía productiva

La oleada de nativismo contrasta con la realidad cotidiana de quienes simpatizan con las distintas cepas de nacionalismo aislacionista: llegado el momento de invertir o comprar, los iconos del extremismo recurren a ofertas de viernes negro (otra aportación -¿la última?- de la cultura popular estadounidense al consumismo), sin mirar la procedencia del producto.

El fenómeno consiste en criticar en abstracto situaciones agravadas por el comportamiento propio: despotricar sobre la deslocalización o el comercio desleal sin reflexionar sobre la realidad productiva de los bienes en torno a uno mismo, empezando por el teléfono (por el que dicen pagar ya demasiado).

Grabado donde se observa al polímata estadounidense Benjamin Franklin aprendiendo el oficio de la publicación, uno de los numerosos cometidos a lo largo de su vida

Una rebaja en ese flamante teléfono bien vale renunciar (momentáneamente, se dirán) a sus puros y nobles principios de derecha o izquierda “alternativa” (autoproclamada, y tan real como un holograma).

La decadencia del liderazgo estadounidense

El cinismo ha alcanzado tales niveles que el presidente de Estados Unidos, en su reciente visita por Japón, declaraba que su respeto por la potente industria japonesa, así como el liderazgo en sectores como el del automóvil, aunque lamentaba -decía Trump-, que Japón no construyera más autos vendidos a los estadounidenses en suelo norteamericano.

En realidad, los fabricantes japoneses no sólo producen la mayoría de los autos que venden en Norteamérica en Estados Unidos, sino que las plantas con que cuenta en el Sur aportan mayor riqueza y emplean a más personas que industrias que Trump usó en sus arengas pseudo-nacionalistas para ganar la Casa Blanca, como el sector del carbón en la región de los montes Apalaches y en torno a las Rocosas.

Asimismo, la preocupación de Trump sobre las escasas ventas de vehículos de marcas estadounidenses en Japón tiene más que ver con los propios modelos que con barreras comerciales entre ambos países (que, por cierto, Trump dificultará al negarse a firmar el tratado cooperación económica con la región, TPP en sus siglas en inglés), sino con el escaso atractivo de los propios vehículos en comparación con sus homólogos japoneses.

Por mencionar uno de los obstáculos que explican el fracaso de los vehículos estadounidenses fuera de Norteamérica, el espacio urbano y vial japonés es mucho más denso y comprimido, que incide sobre la preferencia de vehículos más compactos y eficientes que los superventas de Estados Unidos.

Aislacionismo a la carta: excluir lo ajeno e imponer lo propio

El nativismo que, emulando al presidente de Estados Unidos, usan otras personalidades de Europa y Norteamérica para criticar fenómenos como la deslocalización, sirviéndose de ideólogos y economistas tanto de la derecha conservadora (por ejemplo, el profesor californiano Peter Navarro) como de la izquierda autoproclamada revolucionaria, contrasta penosamente con la vida diaria de quienes arengan poco menos que la vuelta a un sistema económico más próximo a la autarquía que modelos realistas y constructivos para, por ejemplo:

  • regular de una vez la economía no productiva asociada a los mercados financieros;
  • establecer nuevos modelos de imposición fiscal para que las empresas tecnológicas paguen impuestos por servicios prestados allí donde resida el consumidor, y no en algún paraíso fiscal (o, en su defecto, en el lugar de la sede central);
  • facilitar la financiación de pequeñas empresas y asistencia a quienes estén dispuestos a arriesgarse en un negocio privado, en vez de realizar reformas diseñadas para grandes empresas;
  • etc.

La socióloga experta en tecnologías de la información Zeynep Tufekci, sintetiza la situación actual: mientras ciudades y regiones estadounidenses llevan meses cortejando a Amazon después de que la empresa de Seattle anunciara su intención de erigir una sede complementaria en el país -anuncio que la agudeza de las relaciones públicas ha convertido en Amazon HQ2, “headquarters 2”-, “el mundo mira hacia otro lado” cuando los gigantes tecnológicos no pagan impuestos o contratan a trabajadores en proporciones similares a las grandes empresas del pasado.

Riesgos de negligir la economía productiva a pie de calle

Mientras tanto, nadie parece interesarse en atraer a jóvenes empresarios y trabajadores, al ser un plan más complejo que genera frutos más difusos y más difíciles de capitalizar políticamente, sobre todo en un único mandato, lo que priva de incentivos a los altos cargos burocráticos de grandes consistorios en el mundo desarrollado (normalmente, cargos políticos, a diferencia de sus subordinados), para poner el acento en facilitar trámites, aportar ayudas y realizar seguimientos a ideas y ampliaciones de negocio con cláusulas de compromiso (permanecer en el lugar durante un período determinado, invertir recursos propios, etc.).

Grabado del siglo XIX donde se observa a un aprendiz vertiendo sebo (normalmente, de ballena) en moldes para fabricar velas

Una economía más diversificada y atenta a ayudar a pequeñas empresas locales ya existentes, generando negocio en torno a ellas y a ideas similares que requieren poca inversión inicial y logrando equilibrio financiero más rápido que los servicios de Internet dependientes de capital externo, tendría un impacto diversificado a medio plazo sobre la prosperidad de una región, y menos sometido a los deseos o decisiones salomónicas de grandes empresas.

David Zipper explora en un artículo para Citylab el apoyo consistorial a pequeños negocios locales, a menudo asociados con zonas deprimidas de centros urbanos, en contraposición con el “apoyo encubierto” a empresas como Amazon.

Cortejando a Amazon para que implante su segunda sede

La firma dirigida por Jeff Bezos no pretende elegir su segunda sede únicamente en función de consideraciones logísticas, laborales o de calidad de vida, sino que se beneficiará de subvenciones encubiertas en forma de ventajas fiscales, negocios inmobiliarios u otros mecanismos que han dominado la política -porque es eso, política- de las grandes corporaciones en las últimas décadas, tanto en Europa como en Norteamérica.

El “yo planto mi sede en tu ciudad si me das más que el vecino” se ha traducido en patéticos mensajes de captación como el de la localidad de Fresno, en el interior de California: un empleado público de la ciudad ha declarado que Amazon no tendría que pagar impuestos destinados a “un agujero negro cívico” como el cuerpo de bomberos, sino sólo en aquellas cuestiones relacionadas “con la propia inversión” de la compañía.

En competición con Fresno, que cedería literalmente el control de la ciudad a Amazon para su segunda sede, Chicago ofrece rebajas de 1.000 millones de dólares en impuestos sobre la renta, y Chula Vista (California) dona incluso terrenos e infraestructuras.

Todo por atraer a la desesperada el maná que parte no ya de un tejido propio de ciudadanos involucrados, formados y talentosos, sino de la decisión centralizada y condescendiente que de una compañía que ha sacudido la distribución minorista mundial.

Sarah Holder explora en un artículo algunos detalles de esta subasta privada vista como versión deformada y contemporánea de la magnanimidad individualista de los grandes industriales filántropos que impulsaron proyectos educativos y culturales a finales del siglo XIX.

Rindiendo pleitesía al pluto-populismo

Leyes a la carta para los gigantes, incluyendo una nueva fiscalidad, la aprobada por la Administración republicana, que favorece a grandes empresas y multimillonarios con fortunas no asociadas con el rendimiento del trabajo, mientras penaliza a partir del segundo año a la clase media, y perpetúa el coste hiperbólico de la educación universitaria, gravando a trabajadores jóvenes con préstamos que les impiden comprar viviendas o formar una familia. Una presión sobre la clase media, juventud y minorías que también se observa en la reforma sanitaria.

El cortejo de más de 200 ciudades de Estados Unidos para atraer la segunda sede de Amazon -amplificado por la interminable retahíla de artículos sobre la materia medios generalistas y tecnológicos- y el contenido escandaloso de las reformas fiscal y sanitaria propuestas por los republicanos, ha llevado a autores tan poco sospechosos de los exóticos radicalismos aislacionistas actuales como Martin Wolf (Financial Times), a tildar el espectáculo de “pluto-populismo”.

Ningún país de la OCDE se acerca a la desigualdad entre ricos y pobres observada en Estados Unidos (gráfica elaborada por The New York Times; clic sobre imagen para acceder al contenido original)

Cuando el Financial Times habla sin remilgos de plutocracia (al estilo ruso) para referirse a la Administración Trump, hay que ponerse las manos en la cartera.

Demoledor inicio del artículo de Wolf:

“¿Cómo un partido político centrado en los intereses materiales del 0,1% del espectro salarial logra mantenerse en el poder en una democracia de sufragio universal? Ese es el reto al que hace frente el partido Republicano. La respuesta que ha encontrado es el ‘pluto-populismo’. Se trata de una estrategia políticamente exitosa, pero peligrosa. Ha llevado a Donald Trump a la presidencia. Su fallida puede traer al poder a algo más peligroso, más determinado. Esto importa a EEUU y, dado su poder, al resto del mundo.”

Cuando los plutócratas moldean leyes a medida

Las consecuencias potenciales de unas leyes fiscales tan descaradamente protectoras de la clase dominante, según Wolf:

“Los plutócratas están cabalgando a lomos de un tigre hambriento. El pluto-populismo de la élite del partido Republicano permitió el ascenso de Trump. Esto no va a ser olvidado. Si las leyes fiscales que se debaten son aprobadas, las tensiones en EEUU empeorarán con casi toda seguridad. Una desigualdad latinoamericana conduce a políticas latinoamericanas. Los Estados Unidos que el mundo conoció una vez están sucumbiendo a una marea de avaricia desmedida y aparentemente ilimitada. Todos estamos condenados a vivir con las desdichadas consecuencias.”

El experto en política internacional y articulista Charles Kenny resume con acierto el abismo creciente entre la narrativa de quienes apoyan el extremismo político actual -recordemos, un movimiento supuestamente “contra las élites”- y lo que realmente ocurre.

El creador de “Poor Richard’s Almanac” y la primera autobiografía moderna: Benjamin Franklin aprendiendo el oficio de impresor

A juicio de Kenny,

“No se trata de los robots. No son los inmigrantes. No es el déficit comercial. La creciente desigualdad en Estados Unidos es abrumadoramente el resultado de decisiones regulatorias/políticas.”

Kenny, investigador del think tank Center for Global Development, especifica un ejemplo concreto: la misma legislación fiscal que se debate en el Congreso en estos momentos, y proporciona un enlace al artículo de Jonathan Rothwell en The New York Times sobre “los mitos del 1%”.

Cuando el mercado no es más que la deformación de la idea

A juicio de Rothwell, el análisis de la desigualdad en Estados Unidos, que alcanza niveles muy superiores al resto de economías desarrolladas y acerca al país a la cleptocracia rusa o a oligarquías de América Latina, no se explica por el éxito meritocrático de emprendedores hechos a sí mismos, supuestos héroes randianos que deben combatir la burocracia que trata de impedirles la creación de invenciones productivas surgidas de su intelecto.

En realidad, explica Rothwell, casi todo el crecimiento acumulado entre quienes más acumulan procede de… grupos que tienden a beneficiarse de barreras reguladoras que los protegen de la competición en igualdad de condiciones con terceros.

Si casi todo el crecimiento de los que más ganan en Estados Unidos procede de la explotación ventajista de trabas y regulaciones al funcionamiento normal de legislaciones y economía, estos supuestos paladines del capitalismo no son más que representantes postmodernos de un clientelismo muy anterior al aprendizaje automático, el big data y el resto de pilares que sostienen la capitalización bursátil de las mayores empresas del mundo.

El secretario del Tesoro de Estados Unidos el día en que acudió con su mujer a ver su firma estampada en el dólar: el polémico Steve Mnuchin es ex trabajador de Goldman Sachs y, al parecer, amante de vuelos de lujo a cargo del contribuyente estadounidense (en la imagen, con su tercera mujer, la actriz Louise Linton, cuyas fotos en Instagram sobre una vida rodeada de lujo trajeron problemas a la pareja, al no quedar claro a cargo de quién iban las continuas indulgencias)

En definitiva, el mismo capitalismo clientelista que liberales clásicos como el ensayista y político británico Matt Ridley han criticado en artículos como su muy difundido El mercado como antídoto al capitalismo (donde defiende la economía productiva y poco regulada en oposición al capitalismo de amigos, donde los poderosos se reparten beneficios y legislan a favor de la economía especulativa -según Ridley, un “casino”-).

El plutócrata que ganó diciendo que combatiría a los plutócratas

Con sus inconsistencias e incapacidad para moderar las leyes más descaradamente plutocráticas con que soñaran antes de las elecciones los grupos más ligados a intereses contra los que -se suponía- Trump quería batirse, la Administración de Estados Unidos hace que comentaristas del Financial Times, The Economist o el Weekly Standard exploren posiciones que, en comparación, son socialdemócratas.

Un partido con objetivos reales tan abiertamente contrarios a los de la mayoría, como el ala republicana que apoya a Trump y su gabinete de amigos, sólo se entiende con justificaciones que funcionan en momentos de polarización y electorado movilizado (y que David Brooks ha llamado mentalidad de asedio).

Según Martin Wolf, las justificaciones a una plutocracia tan descarada en un país con sólidas instituciones democráticas encuentran su racionalidad en un electorado que espera que algo funcione en tiempos complejos: “si los más ricos tienen que pagar menos impuestos, invertirán más”, “si las empresas pagan menos impuestos de sociedades, reinvertirán los beneficios”, etc.

Cuando estas justificaciones no son suficientes y falla la integridad moral, ocurre lo que los votantes más inocentes de Trump pensaban que iban a lograr votándolo: “secar el cenagal” burocrático y los conflictos de interés entre departamentos, think tanks y grupos de presión. ¿La realidad? Los intereses de los poderosos campan a sus anchas.

La grosera “estrategia sureña” todavía funciona en EEUU

El tercer supuesto que explica el auge del pluto-populismo es algo a lo que también hemos asistido con Trump: Martin Wolf lo define como “el fomento de divisiones culturales y étnicas”, o la “estrategia sureña” (el Sur de Estados Unidos pasó de una mayoría demócrata a otra radicalmente republicana una vez los demócratas apoyaron los Derechos Civiles que acababan con la segregación racial de facto en el país).

La dura transformación desde el sistema de aprendizaje gremial-artesanal y la llegada de técnicas industriales (que convertirían al trabajador en una mera pieza de engranaje)

Asistimos, pues, a la convergencia de varios fenómenos e intereses con un denominador común: el interés por evitar que empresas y grandes fortunas contribuyan con más impuestos a reducir la desigualdad en Estados Unidos y, de manera indirecta, a crear empleos derivados de ciudades con una actividad económica más diversificada y abierta a un mercado liberal de economía productiva: negocios florecientes que puedan financiarse, ofrecer su producto sin cortapisas y reaccionar en función del éxito y la libre competencia.

Es una prueba de fuego para el sistema político de Estados Unidos, para la estabilidad del sistema de valores consolidado desde finales de la II Guerra Mundial y para las clases medias desencantadas, que deberán decidir en los próximos años si siguen apoyando experimentos demagógicos u optan por reformas realistas que partan de la -siempre aburrida- responsabilidad. Votantes capaces de votar lo aburrido, clases políticas más comprometidas con el futuro de la sociedad que con sus propios intereses, y administraciones capaces de aplicar reformas impopulares a corto plazo que logran resultados en más de una legislatura.

Volver a pisar el nivel de calle

El primer laboratorio de necesario pragmatismo con resultados, capaz de emular lo logrado por Alemania con la Agenda 2010, reformas aplicadas en 2003 por los socialdemócratas que dieron fruto mucho más tarde, lo intentará Emmanuel Macron en Francia: con la oposición descompuesta -incluyendo las propuestas populistas- y sin elecciones inmediatas por delante, el presidente francés deberá demostrar que el reformismo no tiene por qué causar protestas insolubles.

Volviendo a Estados Unidos, donde más de la mitad de los adultos que votaron en las últimas elecciones no lo hicieron por el actual presidente, acercarse al comunitarismo a pie de calle es uno de los modos de contrarrestar los efectos divisivos de políticas federales y polarización en la sociedad.

Volviendo al dilema de los consistorios de este país, que se dirimen entre cortejar (¿implorar?) a los gigantes tecnológicos (pocos impuestos y pocos puestos de trabajo) por una sede que puede o no puede asentarse en su territorio, hay maneras de activar la economía que no pasan por grandes empresas y multinacionales: la economía productiva también puede surgir de un tejido de autónomos y pequeñas empresas similar al implantado en varias zonas europeas.

Más impuestos corporativos, más pequeñas empresas y autónomos

Facilitar trámites, adaptar imposición fiscal a ingresos reales, fomentar colaboraciones y sinergias entre autónomos y pequeñas empresas, acompañar en misiones de negocios regionales e internacionales, y pisar la calle para entender los problemas de quienes quieren prosperar con su trabajo y creatividad son pasos que no caerán en saco roto para ninguna ciudad que quiera retener a su talento.

Ni siquiera las ciudades más dinámicas del mundo, ciudades-mundo como Londres, son inmunes a los achaques populistas del país del que es capital, y que obliga a la urbe a asumir un rol ajeno a la Unión Europea; el error histórico del voto para abandonar la UE se traducirá en una oportunidad para ciudades como París y Berlín, que atraerán un talento por el que antes lo tenían más difícil para competir.

Mientras tanto, la Agencia Europea del Medicamento deja Londres y se instala en Ámsterdam. En Barcelona, la gente sigue hablando de esencialismo.

Cuando el consumidor (a su vez también productor) prospera

El editor de libros tecnológicos y ensayista Tim O’Reilly, autor de la conferencia convertida en ensayo WTF (What’s the Future), sintetiza el riesgo en que nos encontramos, expuesto también por Zeynep Tufekci en su labor de “tecno-sociología”: si las grandes empresas de Internet se ocupan sólo de su expansión y prosperidad, minando el tejido laboral y social de ciudades y suburbios, llegará un momento en que la expansión se convierta en estancamiento e inestabilidad del propio sistema de prosperidad y garantías democráticas.

Ilustración que muestra la sede de la imprenta y del periódico fundado por Benjamin Franklin en Pensilvania

La solución, si bien compleja, deberá contar con comunidades vibrantes de empresas de distinto tamaño e individuos capaces de readaptar su actividad profesional. Tim O’Reilly cita un estudio de la consultora McKinsey, dedicado a explorar qué es lo que el futuro del trabajo significa para empleo, capacidades profesionales y salarios.

“El aumento de los ingresos de los consumidores es la mayor fuente de creación de empleo. Entonces, ¿por qué estamos optimizando para aumentar el retorno sobre el capital en vez de centrarnos en el retorno sobre la gente?”