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David Deutsch: el físico que cree en el progreso exponencial

1980. Un joven de 25 años con media melena, gafas con montura metálica redonda, camisa y tejanos, llega tarde a un encuentro con la prensa. Es el consejero delegado de una compañía que ha cimentado el surgimiento de un nuevo sector tecnológico, el de la informática personal. 

Después de estudiar la audiencia, excusarse y aclarar que conducía a 90 millas por hora, empieza a charlar con su característica narrativa seductora, elocuente y casual. El vídeo de la entrevista -signo de los tiempos que el entonces joven que lo protagoniza, ya desaparecido, ha contribuido a cimentar-, acumula visitas en YouTube. 

Pasan los minutos y el joven, un tal Steve Jobs, explica por qué cree que la informática es el principio de algo gordo: ha visitado una escuela infantil de la zona y  ha comprobado cómo los niños interactúan con ordenadores personales que él ha contribuido a crear. 

Encandilando a la audiencia con la gráfica de la bicicleta

Con una sonrisa, explica la importancia de esa experiencia cotidiana: los niños se las ingenian para sacar el máximo partido a los equipos, de maneras inverosímiles. Son los primeros, dice, en crecer con esas herramientas. 

A continuación, explica por qué lo que ha visto en esta visita es tan importante: como buen diletante, Jobs recuerda la lectura de un artículo de Scientific American que compara la eficiencia de los distintos animales de la actual megafauna terrestre a la hora de desplazarse, unidad de distancia por calorías (“kilocalorías por kilómetro o no sé lo que midieron”, expone el joven ante la prensa).

En la comparación, el cóndor es el más eficiente, superando a los mamíferos terrestres. El ser humano salía bien parado y se situaba, en el estudio, en el tercio inferior de la lista de animales. “Pero, afortunadamente, alguien en Scientific American fue suficientemente incisivo como para incluir la categoría ‘hombre con bicicleta’… Y el ‘hombre con bicicleta’ ganaba a todos… Dos veces más eficiente que el cóndor (…)”, dice el joven Jobs, ayudándose de aspavientos.

El fabricante de herramientas

“Y lo que muestra -he aquí el auténtico Jobs- es que el ser humano es un fabricante de herramientas, que amplifican las características que posee”. Y es exactamente lo que hacemos aquí, dice Jobs. Es exactamente lo que estamos haciendo aquí, repite. 

Steve Jobs no había acabado su educación en la pequeña universidad del Noroeste del Pacífico que había atendido, pero su diletancia, actitud exploradora y el acceso a una cultura a medio camino entre las humanidades y la ciencia, con fanzines como Whole Earth Catalog (que recordaría en su célebre discurso para los graduados de Stanford), le convencieron del potencial de una buena herramienta para amplificar las capacidades humanas.

La mentalidad y aspiraciones metafísicas de personalidades influyentes en el ascenso del sector tecnológico desde la cultura industrial, contracultural y educativa de la bahía de San Francisco (expuesta por el fundador del mencionado Whole Earth Catalog, Stewart Brand, en un artículo para Time en 1995 y por ensayos como What the Dormouse Said, John Markoff), como el propio Jobs, contribuyó a la corriente del progreso humano, una aspiración de superar las limitaciones de la especie a partir de trabajos interdisciplinares de filosóficos y sobre cibernética que se remontan al siglo XIX y convergen en las ciencias cognitivas.

Hacia territorio desconocido

Esta aspiración a explorar el potencial de la metáfora a la que recurría el joven Jobs ya en 1980 ha sido el principal motor de inspiración de compañías surgidas en torno al valle de Santa Clara: primero, a través de la informática personal, pasando luego de los átomos a los bits y preparándose, después de Internet y la telefonía móvil, a influir sobre cualquier sector imaginable, desde vehículos autónomos a drones de reparto o robots de entrenamiento

El siguiente paso, por el que Jobs quizá hubiera apostado o quizá no, es el de la realidad virtual, una herramienta de aumento de nuestra percepción que habría hecho las delicias de otros pioneros proponentes de la evolución humana con herramientas para su “aumento”: Timothy Leary, que -a diferencia de Jobs y otras personalidades del mundo tecnológico- pensó que la herramienta de ampliación humana más radical debía pasar por el propio rediseño de la conciencia y el cuerpo humanos (transhumanismo).

Quienes creen que la informática, Internet y su evolución (hasta convertir el mundo a nuestro alcance en una extensión de nuestra realidad que podemos domeñar con algoritmos) son sólo el principio de una evolución radical del ser humano hacia un potencial incalculable, se preparan para lo que vendrá no ya con la realidad virtual, sino con la modificación de organismos y humanos a escala genética.

El emergentismo del progreso humano

El anhelo humano por aumentar sus capacidades no empieza por la bicicleta citada por Jobs, ni acaba en los últimos avances sobre implantes o realidad virtual: el ser humano se diferencia del resto de especies en su búsqueda incesante de mejores herramientas, sirviéndose:

  • de un relato de la realidad que puede compartir, transmitir y conservar entre generaciones;
  • y de mejores soluciones a través de conjeturas que, a través del ensayo y error, perfeccionan procesos.

El reclusivo físico británico David Deutsch, proponente de teorías sobre física cuántica que dependen de la existencia de múltiples universos (algo que no le cuesta explicar y reconocer, tanto en ensayos como en charlas, así como en el puñado de entrevistas que ha concedido -Deutsch está asociado al departamento de física de Oxford, pero se niega a enseñar porque, dice, no quiere perder el tiempo hablando con gente que no quiere escuchar, como ocurre en el contexto lectivo-), expone en su ensayo The Beginning of Infinity que la mentalidad representada por la metáfora de la bicicleta de Steve Jobs floreció gracias a la Ilustración.

David Deutsch, el huraño físico cuántico admirador de Karl Popper

Deutsch, que distingue entre dos tipos de Ilustración:

  • la más ideológica, intervencionista con la realidad, politizada y perfeccionista, o Ilustración continental -con epicentro en la Revolución Francesa-;
  • y la Ilustración anglosajona más pragmática, científica y centrada en mejorar tecnologías y condición humana mejorando conjeturas y avanzando a través del ensayo error -Reino Unido y Estados Unidos.

Es la mentalidad surgida de esta segunda Ilustración, la versión pragmática y ajena al idealismo (y a sus derivados: nacionalismo, marxismo), la que aspira a desentrañar lo que David Deutsch ilustra como “inicio de lo infinito”, u oportunidad para mejorar tanto como las leyes de la física permitan. 

Literalmente. Deutsch cree que todo lo que sea posible según la física, está al alcance de nuestra especie, para él ese extraordinario primate creador de herramientas capaz de conocer con certidumbre científica qué ocurre en el interior de una supernova o cualquier otro acontecimiento extraordinario del universo, pese a no haber abandonado jamás la minúscula vecindad periférica de un diminuto sistema solar en una galaxia más.

Marcos que limitan: principio de mediocridad y nave espacial tierra

David Deutsch es crítico con dos ideas que se han impuesto en la filosofía de la ciencia y el imaginario colectivo, ambas relacionadas con nuestra toma de conciencia científica sobre la insignificancia de la tierra en términos cósmicos:

  • el llamado “principio de mediocridad”, o idea de que no hay nada significativo o digno de mención especial en los humanos en el esquema cósmico (en términos de Stephen Hawking: los humanos somos “apenas una escoria química sobre la superficie de un planeta típico que está en órbita alrededor de una estrella típica en las afueras de una típica galaxia”; según esta supuesta mediocridad del ser humano y la vida en la tierra, la vida extraterrestre podría ser común en el universo;
  • la idea conocida como “nave espacial tierra”, popularizada por Buckminster Fuller, entre otros, según la cual nos encontramos a bordo del equivalente a una nave nodriza adecuada para la vida y protegida por su biosfera, afuera de la cual sólo hay hostilidad.

El papel decisivo del ser humano

Mientras el principio de mediocridad resalta lo típica y mediocre es la tierra, la teoría sobre la nave espacial tierra hace lo contrario, destacando sus características excepcionales. En términos filosóficos, ambas teorías convergen… y ambas fallan en lo esencial, según David Deutsch: ambas se oponen a la capacidad del ser humano para comprender cada vez más el universo, restándole el comando sobre su propio destino (principio de mediocridad), o criticando su arrogancia al tratar de controlar el mundo y expandirse a otros astros (nave espacial tierra).

Deberíamos reivindicar, dice Deutsch, dos hechos constatables:

  • los seres humanos son decisivos en el esquema cósmico de las cosas; y
  • la biosfera de la tierra es incapaz de mantener la vida humana tal y como la conocemos (hemos mejorado las condiciones a lo largo de la historia para, mediante herramientas e ingenio, adaptarnos a cualquier hábitat, catástrofe o imprevisto).

El físico británico es uno de los defensores más ilustres del futuro de una tecnología que hasta el momento no ha demostrado sus posibilidades sobre el papel, aunque -dice Deutsch- es cuestión de tiempo, ya que los cálculos la hacen posible: la informática cuántica (o máquinas que no computen según el esquema binario actual de 1 y 0, sino que se comporten de la misma manera aparentemente errática de la física cuántica, según la cual cualquier evento puede ser 1 y 0 a la vez, hasta que llega el momento de “manifestarse”, tal y como demostró cómicamente el ejemplo conocido por la cultura popular como el gato de Schrödinger (que puede estar muerto y vivo a la vez hasta que uno intenta observar su auténtico estado: el propio observador influye sobre el resultado, que entonces se materializa en cualquiera de sus opciones potenciales).

Un gato que está y no está: informática y entrelazamiento cuántico

Los bits tal y como los conocíamos -incontestablemente 1 o incontestablemente 0- se convierten, debido al fenómeno del entrelazamiento cuántico, en qubit: on y off a la vez; si y no; 1 y 0.

En otras palabras: a escala cuántica, la realidad depende de potenciales que pueden materializarse de distintos modos, aunque todavía desconocemos los detalles acerca de por qué al final lo hacen de una manera y no de otra (extrapolando este comportamiento a la propia realidad que percibimos, hay quienes relacionan el fenómeno cuántico con la teoría de los universos múltiples, según la cual cualquier evento en el espacio-tiempo puede tener numerosas opciones, manifestándose de un modo u otro en función del universo en que uno se encuentre: en nuestro universo, una manzana ha caído del árbol que observo, aunque en otro universo no lo ha hecho, mientras en un tercero una plaga ha acabado con ella, en un cuarto el árbol nunca germinó, etc.). 

Si cualquier cómputo se compone de unidades que pueden comportarse como unos y ceros, la informática cuántica elevaría la capacidad de cómputo de cualquier procesador estable ensamblado con sus principios de manera exponencial, más allá de “minucias técnicas” para las que Deutsch tiene una explicación que, para la mayoría de la comunidad científica, es “demasiado filosófica”: al reto de saber dónde se produce el colosal cómputo que, sobre el papel, una computadora cuántica podría realizar, Deutsch contesta sugiriendo que la simultaneidad del fenómeno de los universos múltiples. 

Qubits: del sistema binario al “unario”

Para Deutsch, esta hipótesis es fundamental, ya que de lo contrario no se explica por qué, en teoría, una computadora cuántica podría realizar cómputos con más información que partículas hay en el universo.

Eso sí, el potencial teórico de la computación cuántica no se traduce hasta el momento en resultados dignos de mención, debido a la dificultad para crear el equivalente a un microprocesador que se comporte en sistema “unario”, ya que los dispositivos básicos ensamblados hasta el momento son demasiado inestables. 

Con la esperanza de acelerar la mejora de una tecnología inestable y en ciernes desde hace décadas, IBM ha anunciado a principios de mayo de 2016 que conectará sus computadoras cuánticas a Internet para que cualquiera se familiarice y pueda trastear con la tecnología, explica The Economist.

(Imagen: la gráfica de Scientific American publicada en su especial sobre la bicicleta de 1973 que Steve Jobs en una comparecencia de prensa de 1980)

Google, Microsoft o HP, entre otras compañías, disponen de sus propios proyectos experimentales en este ámbito.

Impermeabilidad al ridículo

Se trate de una idea lejana o de una conjetura que alguien refute, sirviéndose de la máxima de Karl Popper según la cual sólo basta un fallo en una teoría para refutarla, mientras que incontables pruebas de veracidad sólo ampliarían la información sobre la teoría, pero no podrían probar su infalibilidad, la informática cuántica es sólo una más entre la miríada de posibilidades para que la tecnología humana acelere todavía más su evolución. 

David Deutsch cree que muchos individuos y empresas asumirán el reto de Popper, arriesgándose a perder todo el crédito en ideas fallidas y errores, si el proceso les acerca un poco más a la evidencia que buscan. La mayoría de científicos e inventores con intención de avanzar en su trabajo, evitando el ritmo y el marco impuestos por formalidades y atavismos burocráticos, comparten una legendaria impermeabilidad al ridículo

El físico británico es el arquetipo de la obcecación fundada de quienes quieren acelerar el campo que eligen, y no está dispuesto a ceder una sola partícula de su optimismo en el futuro de la humanidad, ni a reconocer la irrealidad de lo que él llama sistema “unario” de la informática cuántica (en contraposición al sistema binario en que se basa la informática que conocemos). El sistema “unario” es plausible, dice Deutsch. No lo impide la física y, además, hay avances al respecto.

Cuando el único límite lo imponen las leyes de la física

Lo único imposible, como recuerda Deutsch, es lo que la física no permite. El resto es alcanzable por la imperceptible “escoria química” (según nos califica Deutsch a ti y a mí, y a él, a toda la especie, en The Beginning of Infinity), siguiendo su técnica creativa para mejorar herramientas: variación de teorías por conjetura, y selección de la mejor opción en cada momento a partir de la crítica y la experimentación.

Creatividad, conjetura, crítica, experimentación.

Nuestra especie se las ha ingeniado para aumentar sus posibilidades desde que luchaba por su supervivencia en la sabana africana, y hay evidencias antropológicas que retrasan esta capacidad a algunos de nuestros ancestros homínidos.

Deutsch, en El principio del infinito: “La habilidad para crear y usar conocimiento explicativo concede a las personas la capacidad para transformar la naturaleza, que en última instancia no queda limitado por factores locales, como las otras adaptaciones [las que tienen lugar de manera fortuita o a través de la selección natural, etc.], sino sólo por las leyes universales”. 

La eficiencia de la vida para almacenar y replicar información

Esta capacidad para mejorar su realidad con herramientas, concede a las personas la capacidad de compilar y transmitir información como lo hace la naturaleza (a través de la información codificada en el ADN y mediante la selección natural y la adaptación al entorno), sin necesidad de esperar a que el cambio se produzca durante generaciones.

Deutsch cita a Richard Dawkins, teórico evolutivo, divulgador y ensayista británico: “Un patrimonio genético es esculpido y tallado durante generaciones de selección natural y ancestral para adaptarse a un entorno. En teoría, un zoólogo especializado a quien se le concediera la completa transcripción de un genoma, debería poder reconstruir las circunstancias medioambientales que concibieron la creación”.

En este sentido, el ADN es una “descripción codificada” de entornos ancestrales, así como el equivalente en la naturaleza al proceso humano de almacenamiento de conocimiento sujeto a conjeturas, críticas y experimentación.

Según Richard Dawkins, si la vida no hubiera arraigado en nuestro planeta y hubiera tomado otra forma distinta en un planeta que desconocemos, las condiciones locales en ese otro lugar del universo habrían dado con un modo para almacenar y replicar información similar al ADN/ARN y a las proteínas: dada su eficiencia y capacidad para mantener el porcentaje de errores (en el proceso de réplica, en el proceso de oxidación celular o debido a la incidencia de agentes externos agresivos como los radicales libres, etc.) bajo mínimos.

La promesa de la ingeniería genética

Si el ser humano avanza por su predisposición a detectar y enmendar errores en conjeturas, la vida tal y como la conocemos sigue un esquema similar, con una salvedad: su lentitud e incapacidad para responder a una creatividad consciente, y no a las circunstancias del entorno durante generaciones. 

De modo que uno de los métodos para acelerar el progreso iniciado durante la Ilustración, creen expertos como Deutsch, consiste acelerar cualquier proceso creativo permitido por la física, incluyendo “remiendos” y mejoras en el código genético de organismos, incluyendo el nuestro.

Los avances en secuenciación genética y comprensión del genoma se han quedado, desde que Craig Venter anunciara en 2000 el primer borrador con el genoma humano secuenciado en su totalidad, en una relativa decepción… hasta que han llegado los últimos resultados.

El Proyecto Genoma Humano no produjo los avances previstos en más de una década (descubrir y aislar los genes que causan e influyen sobre las principales dolencias) y, si algo ha quedado claro, es que nuestro “código” es una compleja maraña que ha evolucionado desde hace 3.800 millones de años: el código genético que crea y programa cada una de nuestras células es más complejo de lo esperado, explica Veronique Greenwood en The Atlantic.

Edición genética: el revulsivo CRISPR

Pero desconocer no equivale a “imposible”, tal y como recuerda David Deutsch. Todo lo que no se sabe se puede aprender. Todo lo que la física permite, se puede llevar a cabo (incluyendo el viaje intergaláctico más alocado que se nos ocurra: si salen las cuentas en nuestro universo, no se puede descartar, dada la tecnología requerida).

Poco a poco, y gracias a herramientas que han automatizado y acelerado de manera exponencial el análisis de patrones genéticos en el código de distintas especies, incluida la nuestra, llegan los resultados que se esperaban a principios de la década pasada. 

El avance más espectacular, por su rapidez e incidencia, es el uso de CRISPR (tiras de ADN con repeticiones cortas que se usan desde 2013 para, literalmente, editar genes a través de la transferencia de ADN de un organismo a otro. 

Potencial de la reparación y modificación genética

Las consecuencias son espectaculares: las “tiras” genéticas CRISPR crean defectos genéticos, y permiten modificar dolencias congénitas o características en microorganismos, plantas o cualquier animal que, por ejemplo, permiten:

  • el “rescate genético” de especies en peligro de extinción, como el rinoceronte blanco del norte o el castaño americano;
  • la desextinción, o técnicas que permitirían no ya asistir a una especie en peligro de extinción, sino revivirla desde la extinción;
  • y la cura de dolencias humanas
  • se ha propuesto, asimismo, acabar con epidemias como el virus Zika, usando mosquitos genéticamente modificados que neutralicen a los que transmiten la enfermedad. 

Emergentismo y singularidad

Hay futurólogos que, en consonancia con las reflexiones de David Deutsch, creen que el ser humano se acerca a la disyuntiva ética en que deberá decidir si “hackear” o no su código genético en profundidad, para vivir más y en mejores condiciones.

¿Y qué ocurre con la posibilidad de, volviendo a la metáfora de la bicicleta a la que recurría el joven Jobs, llega la oportunidad de “ampliar” nuestras capacidades no ya con herramientas ajenas a nuestro cuerpo, sino desde el interior de nuestro organismo? 

Deutsch cita al futurólogo y autor de ciencia ficción Vernor Vinge, que cree -siguiendo el razonamiento de David Deutsch- que la mejora en inteligencia artificial avanzará hasta lograr la singularidad tecnológica, o la capacidad de las máquinas -conocimiento artificial creado por el ser humano- para replicarse y mejorar en el proceso sin necesidad de asistencia humana, emulando a la vida.

Astros y aviones

Como causas posibles de la materialización del “principio del infinito”, autores como Vernor Vinge cree que el ser humano deberá establecer las reglas de las mejoras biológicas en su propia especie y el resto de la vida, así como establecer un uso coherente de interfaces cerebro-máquina.

Sin olvidarnos, como recuerda Deutsch, de mirar a las estrellas y abandonar la tierra para, mediante la colonización de otros mundos, evitar que una catástrofe fortuita acabe con la vida en nuestro planeta.

Al fin y al cabo, recuerda Deutsch, un niño cualquiera nacido en la actualidad tiene más posibilidades de morir debido a un evento astronómico que en un accidente de avión.