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De agrícola a residencial: establos reconvertidos en vivienda

Corrales de vacas al abrigo de la Sierra de Gredos reconvertidos en retiro productivo, paneras asturianas sobre gruesos pilares cónicos con todas las comodidades de una pequeña vivienda, espaciosos establos del norte de Europa y Estados Unidos transformados en viviendas-estudio…

Granjas, lagares, corrales, establos y viejos edificios supletorios de explotaciones agrarias olvidadas, testigos de una vida en el campo transformada con la emigración a zonas urbanas y el abandono de la agricultura tradicional, recuperan su esplendor paisajístico, albergando un interior adaptado a nuevos inquilinos: profesionales atraídos por el “otium rurisvirgiliano, el ocio productivo e introspectivo propio de las labores agrícolas.

La alabanza de la vida sencilla y del ritmo de las labores del campo, tan presente en el humanismo del “beatus ille“, sirvió de nuevo de inspiración a los románticos del siglo XIX, preocupados por la desaparición de espacios naturales de “huída del mundo”, tales como la vida rural y su concepción íntima y orgánica de la naturaleza.

El interés es ahora revivido por desencantados de la vida urbana y profesionales en busca de un espacio introspectivo y una oportunidad familiar para explorar sus lazos con la naturaleza.

De vieja carcasa varada en el paisaje a vivienda-atelier

Dos tipos de edificio sintetizan los profundos cambios desde inicios de la Ilustración, que reviven el interés por las ruinas de modelos previos:

  • vestigios de granjas y explotaciones agrarias familiares, vestigios de diseños y usos que en ocasiones se remontan a influencias y épocas prerromanas;
  • y edificios supervivientes de la primera Revolución Industrial, a menudo viejas naves junto a cursos de ríos y nudos de comunicaciones. Su cotización entre los nuevos románticos está al alza.

Los viejos edificios apartados caídos en desgracia aguardan una nueva oportunidad: a menudo desvalorizados y sin título de vivienda, sirven de base para nuevas residencias y estudios que aprovechan la envergadura de estructuras espaciosas y diáfanas como lagares, establos, viejas industrias.

En definitiva: un viaje arquitectónico con aspiraciones etnográficas entre el campo y la ciudad.

Legado de la primera industrialización

Desde finales del siglo XVIII, se activó la migración del campo a la ciudad en las primeras sociedades industriales: en Europa, la mecanización rural y la demanda de mano de obra en los nuevos núcleos fabriles aceleraron el abandono de explotaciones agrarias tradicionales, de índole familiar y ancladas en usos y tecnologías del Antiguo Régimen.

En Norteamérica, la rápida industrialización en el noreste, los Grandes Lagos y la cuenca del Misisipí contrastó con la resistencia agraria del resto del territorio. El latifundismo sostenido por la esclavitud de los Estados del Sur contrastó con una política de pequeños asentamientos familiares (“homesteading”) en el Oeste.

Estas realidades influyeron sobre la arquitectura rural: viejos usos, a menudo remontados al comunitarismo y trabajo vecinal del campo europeo durante la Edad Media, adquirieron un nuevo significado en Estados Unidos y Canadá, donde las familias de cada demarcación se asistían unas a otras para erigir establos y otros edificios, casi siempre usando la técnica de construcción con enmarcados de madera (“post-and-beam”) y cubierta en mansarda.

Primero, granjas abandonadas; luego, colonias fabriles; luego, fábricas urbanas

En la Europa rural, el derecho consuetudinario mantuvo su influencia en la preservación de la arquitectura rural: en Asturias, por ejemplo, la “andecha” o trabajo voluntario de buena vecindad influyó sobre el diseño y mantenimiento de edificios, desde graneros a corrales.

Estas labores altruistas relacionadas con la construcción y mantenimiento de estructuras rústicas perduran como tradiciones marginales en distintos puntos de Europa, como sustrato de las realidades del Antiguo Régimen (en la cultura vasca, se conoce la actividad con el nombre de “auzolan”).

Pero, a medida que se erigían las primeras minas y factorías textiles junto a los cursos fluviales, los viejos establos, cobertizos y casas rurales padecían los efectos de la migración masiva desde el campo hasta la ciudad.

Décadas después, las primeras colonias fabriles, a menudo con viviendas anejas, empezaron su propio proceso de abandono: nuevas máquinas y procesos ajenos al uso de ríos acercaron las nuevas factorías a las ciudades.

Rediseñar el uso de viejos edificios (manteniendo su espíritu)

La crisis del petróleo de 1973 es el inicio simbólico de la desindustrialización en las ciudades de Europa y Norteamérica que habían iniciado este proceso: nuevas máquinas y primeras deslocalizaciones añadieron un estrato más de viejos edificios funcionales en estado de abandono, en esta ocasión en la periferia de las ciudades.

Viejos establos, colonias fabriles junto a cursos fluviales, y fábricas o almacenes que echaron el cierre en las zonas metropolitanas se han convertido en una de las fronteras arquitectónicas con mayor potencial y resultados más espectaculares.

Poco a poco, jóvenes profesionales y artistas han recuperado muchos de estos viejos edificios:

  • viejos establos se convierten en diáfanos talleres artísticos y segundas residencias, conservando el carácter y valor paisajístico del viejo edificio;
  • colonias fabriles abandonadas (a menudo junto a ríos) recuperan su utilidad, albergando a menudo equipamientos públicos, desde museos a museos industriales, pasando por centros educativos;
  • y viejas fábricas y almacenes que han sobrevivido a la expansión urbana se han convertido en las últimas décadas en el espacio preferido de reconversión de viejos usos en nuevas necesidades: factorías de cemento alojan talleres arquitectónicos (es el caso de La Fàbrica de Ricardo Bofill en Sant Just Desvern, Barcelona; el centro artístico del Matadero Madrid; así como los estudios-vivienda de arquitectos, artistas y diseñadores en viejos barrios industriales de Nueva York, Londres, Berlín, San Francisco, París…).

Una nave destartalada… O un espacio diáfano lleno de posibilidades

Los tres tipos de edificio comparten ciertas características que aumentan su potencial de reconversión: son edificios grandes y diáfanos, a menudo con iluminación natural idónea gracias a aperturas cenitales, además de un precio por superficie inferior al de las viviendas tradicionales.

Por contra, reconvertir viejos edificios agrarios e industriales en viviendas puede ser jurídicamente complejo, al depender de la interpretación de normativas y códigos de edificación que varían entre países, regiones y localidades (a excepción de Japón, con una sencilla normativa de edificación con efecto en todo su territorio, lo que -argumentan algunos expertos y ensayos sobre la materia- acelera trámites, reduce costes y favorece la innovación).

Los equipamientos agropecuarios y viejos edificios industriales no disfrutan de la ventaja de las oficinas urbanas, en las que a menudo basta con un trámite sobre su cambio de uso para actualizar su situación legal.

En España, por ejemplo, una sentencia jurídica a favor de este tipo de demandas garantiza el derecho de cualquier propietario de vivienda tradicional a convertir una oficina en vivienda; eso sí, siempre que la oficina en cuestión cumpla con los requisitos de habitabilidad demandados.

Una respuesta orgánica a la precariedad y el precio de la vivienda

Viejos establos y naves industriales han servido a artistas y profesionales para instalar viviendas-estudio, atelieres y talleres en las últimas décadas, a menudo convirtiendo localidades marginales o barrios industriales en epicentros culturales… atrayendo, de paso, la atención de otros y contribuyendo a un fenómeno de nuestro tiempo: la “gentrificación”.

La reconversión de viejos edificios funcionales en viviendas y centros artísticos y culturales informales no está exenta de polémica: en Europa, la ocupación ha estado asociada al fenómeno (así como a la recuperación de pueblos abandonados en distintos puntos), mientras la prensa estadounidense dedica espacio a un incendio con 36 muertos en el Ghost Ship, un almacén de Oakland reconvertido en colectivo artístico.

El incendio en esta localidad industrial junto a San Francisco sintetiza los riesgos de reconvertir grandes espacios sin actualizar en lugares de uso intensivo. En el caso de Ghost Ship, las carencias estructurales se sumaron a los despropósitos en la gestión que magnificaron los efectos del incendio, además de impedir la evacuación (no había extintores, ni hidrantes en funcionamiento, ni salida de emergencia).

Después del incendio de Oakland

El incendio del Ghost Ship se ceba sobre una ciudad que concentra la reconversión de viejos espacios industriales en talleres artísticos y colectivos experimentales, la mayoría de los cuales se han adaptado a los nuevos usos con mayor responsabilidad que Ghost Ship:

Más que la excusa para demonizar a colectivos artísticos y a iniciativas imaginativas de muchos jóvenes para lograr su espacio profesional y residencial a costes razonables en regiones con precios prohibitivos como la bahía de San Francisco, el incendio del Ghost Ship es un recordatorio de la necesidad de actualizar códigos de edificación realistas y asumibles, que garanticen la seguridad en cualquier edificio reconvertido.

Compartir espacio de residencia, ocio y trabajo (viejas realidades rebautizadas con términos como cohousing/coliving y coworking, pero ya presentes en viejas culturas comunales como en Berlín, epicentro de los Baugruppen, o residencias comunales), es una respuesta creativa a las dificultades que afrontan muchos jóvenes.

Más que penalizarse, debería reconocerse y mejorar, así, cuestiones como la seguridad.

De la construcción colectiva al uso comunal

En Estados Unidos, la construcción comunal de establos y cobertizos se convirtió en una institución ineludible de buena vecindad en los siglos XVIII y XIX.

Influidos por las costumbres de colonos del Reino Unido y el norte europeo (minorías protestantes como los anabaptistas alemanes y holandeses, así como población rural procedente de Escandinavia), los granjeros del Medio Oeste y el Oeste estadounidense ayudaron a sus vecinos a erigir sus establos, muchos de los cuales se han convertido en edificios protegidos.

Muchas de las tipologías presentes en Nueva Inglaterra, las Grandes Praderas y el Oeste parten de estilos que se remontan a distintas regiones europeas.

A menudo, viejas granjas y explotaciones ganaderas comprenden varios edificios, con el potencial de convertirse en viviendas espaciosas y estudios anejos para el desarrollo de actividades profesionales o artísticas.

Diferencias regionales de la funcionalidad tradicional: ligereza vs. solidez

Su interior espacioso, funcionalidad y aspecto rústico aumentan el atractivo de cualquier corral o cobertizo bien localizado que no haya sucumbido totalmente al tiempo, ni haya sido engullido por el avance de zonas residenciales: las majestuosas estructuras de madera del norte europeo (troncos sin lucir, tablones, tejuelas), contrastan con la solidez de las construcciones del centro y el sur de Europa, gracias al uso de la mampostería, la piedra (como la que luce Casa Tmolo, ejemplo de reconversión de rústico a residencial en Parrés, España), el ladrillo o el adobe (tapial, cob, etc.) en Europa Occidental y Europa del Sur.

El adobe, ladrillo de barro y paja cocido al sol, se usó en la arquitectura tradicional de regiones del Mediterráneo Occidental como la Tierra de Campos, comarca natural comprendida desde el siglo XIX entre las provincias castellano-leonesas de Palencia, Valladolid, Zamora y León.

Las reconversiones de viejos establos, corrales, pajares y otros viejos edificios agrarios de cierta envergadura, a menudo localizados en emplazamientos privilegiados (junto a zonas de labranza, en parajes de montaña que garantizaban la alimentación del ganado en los meses calurosos, junto a caminos de trashumancia y reservas naturales ricas en agua y fauna silvestre, etc.), conservan el valor paisajístico del edificio.

El valor de conservar la idiosincrasia de un edificio

Más interesante: a menudo -hemos podido comprobar visitando decenas de actuaciones de este tipo en distintos países europeos y en todo el territorio estadounidense-, estos edificios rurales reconvertidos conservan también la esencia de su distribución interior original.

Los establos de doble altura, por ejemplo, preservan la amplitud de una planta baja diáfana (donde se situaban los corrales de los animales, así como los aperos), mientras una planta superior, situada en el antiguo pajar desde donde el labriego lanzaba el sustento a los animales, se divide ahora en estancias propias del nuevo uso residencial.

Reconvertir un viejo edificio que ha tenido otros usos implica partir de una filosofía arquitectónica que se opone al lema de la arquitectura moderna, según el cual “la forma sigue a la función” de una estructura.

Cuando queremos conservar el aspecto exterior y buena parte de la filosofía interior originales en un establo, almacén o fábrica abandonada, nos queda la opción propuesta por el arquitecto catalán Ricardo Bofill: si uno encuentra un edificio que quiere conservar total o parcialmente, en este caso merece la pena saltarse el canon funcionalista y asegurarse de que la función se ajusta del mejor modo posible a la forma conservada.

¿A convertir un corral?

Creados en madera, ladrillo, piedra o una combinación de estos elementos, los viejos establos y edificios rústicos son una oportunidad creativa para cualquiera interesado en explorar con un presupuesto ajustado la interesante intersección entre vida sencilla, construcción tradicional y arquitectura contemporánea.

Los establos, graneros y explotaciones agrícolas en mal estado de conservación son una oportunidad para sopesar nuestra responsabilidad con la herencia de una localización (su aspecto y actividad originales, trayectoria) y la astucia para integrar soluciones modernas que transformen el uso del espacio y mejoren su comportamiento bioclimático, sin por ello empeorar el paisajismo.

Reconvertir un viejo establo, corral o casa de aperos en vivienda o estudio no sólo recupera una vieja estructura abandonada, sino que sustituye la función perdida por un uso contemporáneo, siga éste los principios rústicos del “beatus ille” de Horacio y Virgilio, o se quede en una mera interpretación contemporánea del disfrute del “otium ruris” y las delicias del campo, tanto físicas como espirituales.

Nunca es tarde para enfrascarse en ese alocado proyecto arquitectónico, aplazado sine die por una u otra cuestión.