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De paria a agente medioambiental

Son los pirujas de Argentina, los catadores en Brasil y los cutreros de Perú; una estampa habitual en las urbes de toda América Latina, con sus carros cargados de desechos recuperados de las calles o los vertederos. Un congreso celebrado en Sao Paulo ha servido para reunirlos y dar a conocer sus reivindicaciones como colectivo y el valor medioambiental de un trabajo denigrado como pocos.

En portugués, el término reviravolta designa un cambio súbito y brusco. Y ésa, precisamente, ha sido la palabra elegida por el Movimento Nacional dos Catadores de Materiais Recicláveis (MNMCR) para bautizar un congreso que, por primera vez, ha conseguido amplificar la voz de estos trabajadores del reciclaje hasta hacerla audible para una audiencia internacional.

Reviravolta Expocatadores 2009 ha contado con la presencia de delegaciones llegadas de 11 países suramericanos, donde existe una Red Latinoamericana de Recicladores, a las que se ha sumado un grupo de representantes de los recuperadores callejeros de basuras de la India.

Todos ellos han tenido ocasión durante unos días de compartir mesas de trabajo con un nutrido grupo de políticos brasileños -incluido el presidente Luiz Inácio Lula Da Silva- delegados gubernamentales de numerosos países latinoamericanos, representantes del mundo empresarial, fundaciones y ONG.

La importancia de los recicladores

En términos generales, se podría decir que las infraestructuras de recogida y gestión de residuos son extraordinariamente deficientes en el conjunto de América Latina. La falta de recursos financieros, la desidia de las autoridades competentes, la terrible presión que representa el inagotable torrente de población rural que se desplaza hacia las ciudades y la consolidación y expansión de grandes bolsas de pobreza concentradas en espacios periféricos e informales de las urbes latinoamericanas son algunos de los ingredientes que en mayor medida contribuyen a alimentar este grave problema.

Baste decir que, por ejemplo, en 1999, diversos estudios cifraban alrededor del 30% el porcentaje de residuos que ni tan siquiera eran recogidos y que, por tanto, acaban acumulándose en las calles de todo el continente o arrojados de forma ilegal en vertederos no regulados, lagos, ríos y otros espacios naturales.

Un porcentaje que, traducido en cifras, arrojaba un terrible saldo de entre 20 y 25 millones de toneladas de residuos que anualmente escapan a cualquier tipo de control. Se estima que, además, de la basura recogida, menos del 40% es tratada de un modo adecuado.

En los últimos años, América Latina trabaja por revertir la situación, pero las mejoras están lejos de poder ser consideradas suficientes. Incluso allí donde la industria del reciclaje ha ganado peso estratégico, como es el caso de Argentina o México, donde la recuperación de plásticos y cartón, respectivamente, alcanzan ya cifras de negocio significativas.

En este escenario, no cabe duda que la labor de los recicladores que, de un modo informal, recuperan materiales reutilizables de entre las montañas de desechos de sus conciudadanos adquiere una relevancia difícil de apreciar en su verdadera magnitud para ojos como los nuestros, ajenos en muchos casos a la realidad social latinoamericana.

Pensemos si no, y por citar un caso especialmente llamativo, que en la ciudad boliviana de Santa Cruz los recicladores, conocidos como buzos por estos lares, han llegado a hacerse cargo de hasta un 37% de los desechos sólidos generados en la ciudad.

Aunque tampoco faltan las voces que afirman que el gran número de personas que ganan a diario su pan buscando lo que de aprovechable pueda quedar entre las basuras es, precisamente, uno de los grandes problemas que existen en América para consolidar proyectos formales de recogida y tratamiento de residuos bajo supervisión de las administraciones públicas.

Insalubridad, pobreza y marginalidad

Buzo, piruja, pepenedero o catador no son palabras que se pronuncien con excesiva estima o aprecio en ningún lugar de América Latina. El oficio de competir con las gaviotas por un precioso pedazo de basura es contemplado con una mezcla de desdén, horror y franca animadversión por muchos ciudadanos americanos.

El de reciclador es un trabajo que conlleva el compromiso de cargar con un pesado fardo de oprobio social. Un estigma vinculado a la pobreza  y la marginalidad que para muchos convierte en sinónimo los términos ‘reciclador’ y ‘delincuente’.

Bien es cierto que, en muchos casos, a la recuperación de desechos no se llega por amor al medio ambiente ni como alternativa al imperfecto servicio de tratado de residuos que las autoridades americanas han demostrado ser capaces de proporcionar a sus ciudadanos.

Con el reciclado de basuras se busca un modo de vida, por peligroso e insano que pueda ser. Entre los hombres y mujeres que a diario luchan por su sustento en los gigantescos vertederos que acogen la inmensa cantidad de residuos que diariamente genera el elefantiásico Distrito Federal de México, la esperanza de vida no llegaba a los 40 años, frente a la media nacional de algo más de 70.

La falta de reconocimiento a su labor convierte a los recuperadores de residuos en obligados habitantes de los márgenes más oscuros y olvidados de la sociedad donde, muy a menudo, acaban siendo presas fáciles de organizaciones mafiosas dispuestas a ejercer la fuerza para hacerse con una parte del poco dinero que tan penosamente ganan. Allí donde no alcanzan las enfermedades o las infecciones, lo hacen muchas veces las balas y la violencia desatada contra los recicladores.

Quizás uno de los episodios más dramáticos de esta violencia se vivió en Colombia en 1992. Cerca de las instalaciones de la Universidad de Barranquilla se hizo el macabro descubrimiento de los cadáveres de 40 recuperadores asesinados. Sus cuerpos sirvieron en algunos casos para alimentar el criminal mercado clandestino de órganos humanos y, en otros, para que los estudiantes de medicina de la facultad pudieran afinar sus dotes como diseccionares.

El ejemplo brasileño

El congreso de Sao Paulo ha querido mostrar una realidad alternativa a este escenario de miseria y degradación y presentar a los recuperadores de desechos como una herramienta provechosa en la lucha que América Latina todavía tiene pendiente con la gestión, recuperación y valorización de sus residuos.

Brasil es, probablemente, el mejor lugar donde hacerlo. Según cálculos gubernamentales, en todo el país existen unas 800.000 personas dedicadas a estos quehaceres. De ellos, 600.000 forman parte del mencionado MNCMR, entidad formada en 2001 que lucha por el reconocimiento de los derechos sociales y laborales del colectivo al que representa.

Una de las principales actividades del Movimiento es impulsar activamente la integración de los catadores en cooperativas y asociaciones, introduciendo de este modo los principios de la economía social en su actividad. Frente a la marginación, el Movimiento apuesta por la cooperación, la autogestión y la creación de vigorosos lazos de solidaridad que permitan a los catadores  ampliar su campo de acción e introducirse más profundamente en la cadena de creación de valor del producto.

Mediante la organización en estructuras cooperativistas, grupos de catadores han dejado de limitar su rol al de recogedores y selectores de residuos para pasar a gestionar plantas de tratamiento e, incluso, confeccionar nuevos productos a partir de sus cosechas de materiales todavía aprovechables.

En algunos casos, estas cooperativas o asociaciones han alcanzado acuerdos con municipalidades brasileñas para ser ellas quienes cargaran  con la responsabilidad de gestionar la totalidad o una parte significativa de los residuos generados en la zona.

La apuesta de Lula

Frente a 2000 personas, en el marco de Reviravolta Expocatadores 2009, el mandatario brasileño hizo la promesa de activar un programa específicamente dirigido a la integración sociolaboral del colectivo, reconociendo su contribución a paliar el gravísimo problema que la acumulación de residuos representa para el país.

Sobre el papel, el programa, acogido con aparente satisfacción por los representantes de los catadores presentes en el congreso, parece ambicioso. Con el apoyo financiero del Banco Interamericano de Desarrollo, empresas y diversas organizaciones no gubernamentales, el ejecutivo encabezado por el ex sindicalista pretende destinar 120 millones de dólares a potenciar la plena profesionalización de los catadores (cuyo trabajo sigue sin contar con reconocimiento laboral en Brasil y, por tanto, engrosan en su mayoría la denominada economía sumergida) y la reglamentación de su actividad.

¿Una vía alternativa?

A la espera de poder comprobar qué resultados obtiene la iniciativa del gobierno brasileño, Reviravolta Expocatadores 2009 parece haber puesto en la tribuna del debate público la necesidad de dejar de mirar hacia otra parte cuando se trata de afrontar la existencia de 2 millones de personas que sobreviven diariamente en toda América del Sur gracias a la recuperación de residuos.

Sin un sector recuperador convenientemente desarrollado, con escasos recursos financieros que poder destinar a la tarea, una población creciente y que para 2015 vivirá en un 80% en ciudades con entramados urbanos de estructura compleja y precaria vertebración, la gestión de los residuos puede acabar siendo un problema de titánica envergadura para los países latinoamericanos.

Más aún de lo que ya lo es, con incontables acuíferos contaminados, multitud de vertederos ilegales emponzoñando la salud del entorno natural y de las poblaciones que viven en sus proximidades y con una parte importante de los rellenos sanitarios existentes en la región al borde del colapso.

Frente a este desolador panorama, los recuperadores difícilmente pueden ser una solución definitiva si su trabajo no se ve respaldado por otras acciones que, inevitablemente, requieren de la intervención decidida de gobiernos y autoridades regionales. Y, por supuesto, tampoco cabrá hablar de vía alternativa mientras no se haga nada por evitar que un recuperador mexicano muera cuando a sus vecinos les reste más de la mitad de la vida por vivir.

Sin embargo, el congreso brasileño y la esperanza que representa, debe hacernos reflexionar sobre los inmensos beneficios que para el continente puede tener aprender a sacar provecho de unos profesionales largamente desdeñados y humillados.

Devolviéndoles la dignidad, ayudándoles a organizarse, mejorando sus condiciones de vida y trabajo, dotándolos de medios suficientes y reintegrándolos como miembros de pleno derecho de la sociedad, América Latina puede dibujar su propia apuesta de futuro sobre cómo afrontar el aumento exponencial del volumen de residuos.

El continente probablemente no está en disposición de realizar las cuantiosas inversiones que requeriría actualizar su parque tecnológico dedicado a la gestión y recuperación de residuos para ponerse a la altura de lo ya conseguido en países más industrializados y con mayores índices de desarrollo económico.

Con toda seguridad no podrá hacerlo con la urgencia que la situación actual requiere. Y no cabe esperar que la vía de la privatización y la de dejar en manos de inversiones extranjeras la solución al problema resulte efectiva o no conlleve dolorosísimos peajes a pagar.

Quizás no le quede a América Latina más salida que confiar en el único recurso de qué dispone en abundancia y que todavía no ha puesto en venta: su gente.

¿Podrían ser los buzos, pirujas, pepenederos y catadores de mañana una fuente de riqueza para las depauperadas economías locales al tiempo que la solución a la acumulación de desechos? ¿Podría ser en tiempos venideros la exportación de materiales reciclados un motor económico todavía sin gripar para Latinoamérica? ¿Podemos salvar de un futuro oscuro y privado de derechos a dos millones de personas?