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¿Deberían los índices de bienestar medir filosofías de vida?

Ya se ha publicado el Índice de Prosperidad de Legatum de 2012, que pretende medir la prosperidad (bienestar relativo, felicidad) de la población de 142 países con 8 indicadores: economía, emprendeduría, gobernanza, educación, salud, seguridad, libertad personal y capital social.

Elaborado desde 2006, el índice es una alternativa a los sistemas de medición del bienestar más usados hasta ahora, relacionados con una variable tan voluble y sensible a la interpretación como la renta total de un país (PIB) y su renta per cápita, así como baremos que, partiendo de esta misma base, han incluido otros indicadores.

Quién paga el estudio

El Legatum Prosperity Index ha sido fundado por Legatum, una firma de inversión privada con sede en Dubai.

La ausencia de polémica o intereses contrapuestos en la elaboración de un índice para medir la felicidad -o tristeza- de un determinado país ha permitido a la fundación mantener su independencia con respecto a sus fundadores. No existen críticas fundadas de peso hacia la escrupulosidad y metodología del trabajo realizado por el Legatum Institute.

Relativizando el retroceso de la prosperidad en los países ricos

Como los anteriores, el índice de 2012 relativiza, en el contexto mundial, el efecto de la crisis financiera sobre la población de los países desarrollados, así como las consecuencias de la crisis crediticia de los países periféricos del euro: con o sin problemas, los países ricos mantienen niveles de prosperidad, seguridad jurídica y libertades muy superiores a los del resto del mundo.

Entre los movimientos más significativos con respecto a anteriores ediciones:

  • La lista de prosperidad sigue encabezada por países avanzados con poblaciones relativamente pequeñas.
  • Se mantienen inmutables las zonas de mayor prosperidad del mundo (Europa Occidental, Norteamérica, Oceanía, Japón y Corea del Sur, microestados asiáticos).
  • Estados Unidos abandona por primera vez los 10 primeros puestos, mientras la prolongada recesión japonesa sitúa al país en el puesto 22, entre Francia (21) y España (23).
  • Sorprende un dato del Índice Legatum sobre España: pese a las deficiencias educativas en el país (índice de fracaso escolar, ausencia de sus principales universidades de las clasificaciones de excelencia), España se sitúa entre los 10 países con mejor educación del mundo.
  • El sur europeo retrocede algunas posiciones, pero se mantiene en el grupo privilegiado (Italia cae a la posición 33, y Grecia a la 49; Portugal se encuentra en el puesto 26, 3 puestos por detrás de España).
  • Varios países emergentes escalan puestos, pero permanecen alejados de la cabeza en libertades personales, seguridad, educación y sanidad.
  • La proyección de algunos países en regiones deprimidas del planeta (sobre todo, Costa Rica en Centroamérica y Botsuana en el África subsahariana) ofrece pistas y esperanzas a sus economías vecinas: ambos países lideran los baremos de gobernanza y libertades personales de sus respectivas zonas.

(Imagen: clasificación europea de la prosperidad, según el Legatum Prosperity Index 2012)

El cuento del PIB y la renta per cápita

El producto interior bruto y la renta per cápita, se ha repetido hasta la saciedad estos años, cuantifican cualquier actividad económica como aumento de la riqueza total y, por tanto, renta por habitante; también la inversión militar, la compra a crédito o la inversión necesaria para recuperar una zona de un desastre natural.

En los últimos años, se han propuesto varios índices que aportaran pistas sobre un intangible tan difícil de cuantificar no sólo la riqueza, sino el bienestar e incluso la felicidad. La última crisis, al fin y al cabo, ha dado carpetazo al culto al Producto Interior Bruto y se busca sustituto.

¿Se puede cuantificar la Felicidad Nacional Bruta?

En estos indicadores, desde la Felicidad Nacional Bruta (Gross National Happiness) propuesta por el pequeño estado tibetano de Bhután al Índice de Desarrollo Humano de la ONU, es fácil obviar todos los intangibles que convertimos en bienestar y que no aparecen -ni lo harán con facilidad- en ninguna clasificación: mentalidad, filosofía de vida, relación con el entorno inmediato y social, optimismo de cara al futuro, posibilidad de autorrealizarse, y un largo etcétera.

Se han propuesto, además, el Coeficiente de Gini, el Índice de Atkinson, la Encuesta Europea sobre Calidad de Vida, el Índice del Planeta Feliz (Happy Planet Index), o el Índice Prescott-Allen, entre otros.

Sobre el bienestar introspectivo individual: nadie sabe, nadie contesta

Como muchos de los anteriores, el Índice de Prosperidad de Legatum se orienta en la dirección correcta, pero reconoce ser incapaz de captar el estado de ánimo, la salud mental y optimismo de individuos y comunidades, su bienestar menos relacionado con la riqueza material.

Asimismo, la mayoría de estos indicadores descartan realidades como la riqueza generada en la economía sumergida, la desigualdad social y su proyección a lo largo de los años, o las preocupaciones más o menos patentes en un hogar o sociedad, tales como la sensación de seguridad, la confianza en el futuro, etc.

(Fuente: Legatum Prosperity Index 2012)

Se ha reiterado que un individuo no aumenta su bienestar más allá de un nivel de riqueza determinado: incrementar la riqueza a partir de estas cotas no tiene una incidencia proporcional en la felicidad de las personas.

La necesidad de un mínimo bienestar

Eso sí, la psicología social humanista, influida por las ideas de Abraham Maslow, relaciona el bienestar y la autorrealización con entornos donde el individuo tenga garantizadas unas necesidades mínimas y pueda centrarse, a partir de ahí, en las más elevadas. Maslow sintetizó esta hipótesis en la pirámide de las necesidades.

Varias corrientes han tratado de medir intangibles tan difíciles de definir y, por tanto, medir, como la felicidad o el bienestar duradero usando sólo indicadores racionales, de raíz positivista, sobre todo económicos, tales como el nivel e incremento de la renta real y relativa, así como su relación con la marcha de la economía, la inflación, etc.

Otras van incluso a la raíz y constatan que el principio de la prosperidad de un pueblo -el bienestar del mayor número de sus ciudadanos, en definitiva- coincide con el respeto a los valores que, desde la Ilustración, se relacionan con la creación de riqueza sostenida en el tiempo.

¿Hay un manual de las “buenas instituciones”?

Desde la Ilustración, la base de la prosperidad material se ha basado en ideas vigentes que, según los autores Daron Acemoglu y James A. Robinson, son olvidadas cuando se imponen los bandazos del populismo: seguridad jurídica y respeto de los contratos y la propiedad privada, oportunidades de inversión, control de la inflación, mercado libre de productos y servicios, instituciones independientes, medios de comunicación y opinión pública saludables que controlen el devenir de estas instituciones; y poco más.

En su ensayo Why Nations Fail, Daron Acemoglu y James A. Robinson reiteran que lo que hace a los países ricos o pobres es conocido por todos y se basa en la consistencia y en cumplir de la manera más coherente y escrupulosa posible con el “manual” de las “buenas instituciones”.

Por ejemplo, muchos de los países que más avanzan en riqueza material (China, Vietnam, Tailandia, Malasia), avanzan económicamente sin, por ello, acompañar el crecimiento y prosperidad de sus clases medias emergentes con instituciones que garanticen las libertades personales.

(Fuente: Legatum Prosperity Index 2012)

Jared Diamond expone la misma visión en el artículo a propósito de este ensayo para The New york Review of Books.

El mundo tras el fin del culto al PIB

En el fin del culto al Producto Interior Bruto, se abre el debate acerca de qué indicador expresará con mayor destreza nuestro bienestar y felicidad, una vez alcanzado un grado mínimo de prosperidad material, seguridad y “buenas instituciones” que permitan a los miembros de una sociedad avanzar desde la base de la pirámide de Maslow (necesidades básicas fisiológicas, de seguridad, de afiliación) a sus estratos más elevados (reconocimiento, autorrealización).

Nathan Gamester, director del programa del Índice de Prosperidad en el Legatum Institute, reconoce en Harvard Business Review que es difícil medir la prosperidad, si bien el índice Legatum presenta “una visión más completa sobre cómo la prosperidad se forma y cambia en todo el mundo combinando medidas tradicionales de riqueza financiera con bienestar subjetivo”.

Lo que hace que la vida valga la pena

Gamester recurre a una sentencia de Robert F. Kennedy para exponer las dificultades de medir campos de las ciencias sociales tan relacionados con lo material como con lo espiritual: “en pocas palabras, [la información económica] mide todo, excepto todo aquello que hace que la vida valga la pena”.

Y “lo que hace que la vida valga la pena” no sólo tiene que ver con la marcha de las “buenas instituciones”, la riqueza per cápita, ni siquiera la igualdad social relativa o la calidad de los servicios sociales: se obvian realidades intangibles fundamentales como:

  • tener una filosofía de vida y un sistema de valores sólido, resistente a los fuertes embates del gregarismo y el populismo en tiempos agitados y proclives a la centrifugación;
  • aplicar disciplina, perseverancia, trabajo duro, ejercitar la fuerza de voluntad -que, dicen los estudios, actúa como un músculo y por tanto puede potenciarse o atrofiarse-;
  • aprender a salir de la zona de confort del conformismo y vivir en empresas arriesgadas;
  • comprender los riesgos que saciar las necesidades impulsivas (mecanismos de gratificación instantánea, asentados en nuestro cerebro desde nuestros inicios como especie) y ventajas de la gratificación aplazada: controlar los impulsos, apreciar lo que tenemos, decidir a largo plazo para no confundir la felicidad con fenómenos como la compra impulsiva, etc;
  • ser conscientes del fenómeno de la adaptación hedónica, estudiado por neurólogos y psicólogos: en ocasiones, contar con riqueza material no genera bienestar, sino desazón: una vez saciado un deseo impulsivo, otra necesidad ocupa su lugar y permanecemos tan insatisfechos como antes -el fenómeno puede combatirse apreciando lo que se tiene-;
  • entender que nuestra manera de alimentarnos y ejercitarnos no sólo repercute sobre nuestra salud y calidad de vida, sino sobre nuestra manera de pensar, energía cotidiana, optimismo e incluso esperanza de vida.

La vida (próspera o no) sin examinar

Corrientes filosóficas y espirituales, orientales y occidentales, han relacionado todos los “intangibles” mencionados con el auténtico bienestar, el tranquilo y duradero, que parte del cultivo introspectivo a fuego lento y huye de las pulsiones impulsivas, el gregarismo y otros fenómenos que demuestran su fuerza en momentos de incertidumbre, sean individuales o colectivos.

(Fuente: Legatum Prosperity Index 2012)

Ocurre que examinarse a uno mismo es un ejercicio que requiere esfuerzo y perseverancia, obligando al individuo a salir de la zona de confort. Cuesta menos esperar a que lo ajeno mejore y, si no lo hace, es también más sencillo culpar a lo otro, al otro. El Otro. La confrontación, un ejercicio humano ancestral tan atractivo para nuestros mecanismos neurológicos como el gregarismo. He aquí su peligrosidad.

Sócrates: “La vida sin examinar no merece la pena ser vivida”.

Omisión de la parte intangible de la prosperidad 

Según la tesis de las filosofías de vida socráticas, desde el eudemonismo de Aristóteles al estoicismo, o de las filosofías de vida orientales -budismo zen, taoísmo, confucianismo-, el bienestar real y duradero parte del cultivo introspectivo, de conocerse a uno mismo, del uso de la razón, de aplicar valores con integridad, etc.

Contar con una filosofía de vida coherente es, según los clásicos orientales y occidentales, el primer paso para la el bienestar duradero, llamado de manera distinta por cada corriente, refiriéndose al mismo estado de autorrealización: “tranquilidad”, “independencia emocional” “autoconocimiento”, “bondad”, etc.

Son también los filósofos clásicos los primeros en intuir lo que la ciencia moderna, desde la psicología a la neurología, han corroborado: el cultivo introspectivo puede potenciarse con el ejercicio físico.

Sócrates: “Ningún individuo tiene el derecho de ser un aficionado en la materia de educación física. Es vergonzoso para un hombre envejecer sin ver la belleza y la fuerza de la que su cuerpo es capaz”.

Introspección, cultivo de uno mismo

Cultivar la introspección, aprender a apreciar lo que uno quiere, saber esperar a los resultados en vez de optar por la reacción impulsiva y otros mecanismos relacionados con el bienestar no dependen del aumento de la riqueza material.

Los indicadores de bienestar también olvidan la actividad física de los individuos de una comunidad. El ejercicio físico tampoco depende de un nivel determinado de renta. Al fin y al cabo, nuestra especie evolucionó corriendo tras la presa hasta extenuarla.

El uso del ejercicio físico como metodología para conocernos a nosotros mismos, desprendernos de la modorra acomodaticia, probar nuestra resistencia, conocer lo que cuesta mejorar o realizar pequeños avances.

En ocasiones, estirar las piernas o incluso trabajar de pie pueden ser el inicio de un cambio cotidiano más profundo.

Contra la comodidad tóxica

Superarse e ir más allá de lo confortable, dicen algunos estudios, obliga a nuestro sistema nervioso a producir más glucógeno, sustancia rica en carbohidratos que se transforma en glucosa. Como consecuencia, no sólo protegemos el rendimiento cerebral, sino que lo potenciamos con mayor cantidad de glucógeno.

Las filosofías de vida relacionan voluntad, ejercicio y práctica de la “incomodidad” para evitar los impulsos acomodaticios, con el fin de propulsar el bienestar.

Optando por el positivismo y recurriendo únicamente a lo demostrable usando el método empírico, los cambios químicos y neurológicos inducidos por el ejercicio afectan al estado de ánimo (niveles de serotonina, endocanabinoides) y agudizan el cerebro con el impulso de nutrientes que estimulan su actividad racional y rendimiento. Y la ciencia acumula cada vez más detalles sobre cómo el esfuerzo físico refresca, literalmente, la memoria.

Cómo medir lo que prolongará nuestro bienestar

Evitar el sedentarismo ejercitándose protege, además, contra la atrofia e incluso la reducción de la masa cerebral, explica Anahad O’Connor en la bitácora Well de The New York Times, citando un nuevo informe publicado en la revista Neurology.

Para aproximarse a la realidad, los indicadores de bienestar deberán incorporar intangibles que vayan más allá de la calidad de vida, el nivel socioeconómico y la calidad de las instituciones y los servicios básicos.

Estos índices deberán incluir, además, desde los niveles de actividad física a la incidencia de distintas enfermedades, pasando por el porcentaje de ciudadanos que practican el equivalente a una filosofía de vida de manera consciente y consecuente, o el grado de cosmopolitismo de su ciudadanía, etc.

La eterna incomprensión intergeneracional

El Índice de Prosperidad de Legatum va en la buena dirección; eso sí, no ofrece pistas sobre la distorsión que, en ocasiones, representa la riqueza material, que convierte en bienestar lo que en ocasiones es despilfarro o compra impulsiva.

Comentaba un Sócrates ya anciano en el siglo V aC: “Nuestros jóvenes de hoy adoran el lujo. Tienen malos modales, desprecian la autoridad; faltan el respeto a sus mayores y chismorrean en lugar de ejercitarse; ya no se incorporan cuando los mayores entran en la estancia; contradicen a sus padres, hablan antes de trabajar; engullen su comida y tiranizan a sus maestros”.

La incomprensión intergeneracional, que se ha repetido a lo largo de la historia, ofrece pistas sobre el espíritu humano y sus contradicciones. Los jóvenes, los de hace 2.500 años y los de ahora, protestan por la pérdida de lo que consideraban legítimamente suyo; a diferencia del Sócrates anciano, los mayores actuales actúan como los jóvenes de hoy, exigiendo su parte de la riqueza material.

Quinientos años después de Sócrates, en el siglo I, dC, el estoico Epicteto, esclavo griego culto que había ganado su libertad en Roma, afirmaba que “la riqueza no consiste en tener grandes posesiones, sino en tener pocas necesidades”.