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Después del tabú nuclear: sal, torio, modularidad (y normas)

La energía nuclear convencional es cara y asusta a la opinión pública. Pero, a largo plazo, reduce la dependencia energética y evita tanto contaminación ambiental como gases de efecto invernadero.

Ya hay pragmáticos que abogan por una regulación actualizada para acelerar el desarrollo de reactores nucleares más baratos, flexibles y seguros. Es el momento, dicen, de la energía atómica.

La “gran niebla” artificial que cubría el Londres de los 50

En la primera mitad del siglo XX, las principales ciudades occidentales asumían niveles de polución ambiental que impedían la visibilidad durante días o incluso semanas.

El hollín en suspensión no sólo era visible, sino que impedía la visibilidad. Había que respirarlo irremediablemente, causando desde ataques de asma y alérgicos a enfermedades cardiovasculares.

Fueron necesarios varios episodios de “niebla” producida por la polución para que se limitara por ley el uso de carbón junto a las grandes ciudades.

Eso sí, fue necesario que miles de personas se quedaran literalmente sin aire para que zonas como el Gran Londres se replantearan su política energética, dependiente del carbón hasta hace medio siglo (con plantas en Fulham, Battersea, Bankside y Kingston upon Thames).

China: la apuesta a corto plazo (carbón) que oscureció (literalmente) las ciudades

Esta misma externalidad negativa (o consecuencia no deseada) derivada del uso de plantas energéticas de carbón explica parte de la polución que experimentan las ciudades que más se han industrializado en las últimas décadas.

De momento, ni siquiera el dramático empeoramiento de la calidad del aire en las ciudades industriales chinas ha producido los necesarios cambios legislativos para reducir la dependencia energética del país con respecto del carbón

(Imagen: la contaminación del Great Smog en Londres a finales de 1952 durante un partido del Arsenal)

Será difícil que se produzca, y no sólo por la falta de transparencia o la ausencia de democracia en China, que evitaría que grandes debates y polémicas se tradujeran en cambios legislativos: China es rica en carbón y depende de terceros en el consumo de otros combustibles fósiles, mientras la energía nuclear a gran escala (como ocurre en Francia) implica grandes inversiones a largo plazo.

Los intentos chinos para diversificar sus fuentes de generación eléctrica se limitan de momento a grandes proyectos de ingeniería hidroeléctrica, como la polémica (por sus consecuencias medioambientales y sobre el territorio, que incluyen la reubicación de millones de personas) presa de las Tres Gargantas, se centran en tecnologías actuales.

El efecto escudo y otros fenómenos de la dependencia del carbón

De modo que, como ocurrió con la crisis medioambiental en las ciudades europeas y estadounidenses a mediados del siglo XX, las externalidades negativas derivadas de producir energía barata con fuentes contaminantes como el carbón no han servido de incentivo para innovar ni acelerar la diversificación: el aumento de la inversión en renovables apenas cubre un porcentaje marginal de las necesidades energéticas chinas.

Por no hablar de las consecuencias planetarias de la dependencia del carbón y otras fuentes que producen gases con efecto invernadero a gran escala: China es el principal productor de estos gases, por delante de Estados Unidos y la Unión Europea.

China deberá actuar con celeridad si quiere aplacar en lo posible un fenómeno que preocupa especialmente: la creación de microclimas debido al efecto escudo de los gases contaminantes en suspensión, informa The Economist

De momento, se observan fenómenos relativamente inocuos, como temperaturas inferiores a las que se producirían con una atmósfera despejada.

Ciudades donde no se ve: ¿un acicate para innovar con rapidez?

¿Deberían el aire irrespirable en las ciudades y la escalada en la producción de gases con efecto invernadero servir como acicate definitivo para buscar alternativas energéticas factibles con repercusiones planetarias?

Expertos en otras áreas tecnológicas como el inversor de capital riesgo Peter Thiel, o el veterano ensayista contracultural Stewart Brand, argumentan que sólo salen los números incluyendo en la mezcla energética un mayor porcentaje de energía nuclear.

(Imagen: ¿Asia en la actualidad? No, Londres en 1952)

El problema, según Thiel, no es la peligrosidad o el coste de la energía nuclear actual, sino las trabas burocráticas que impiden según él la innovación en este sector energético.

En un artículo para The New York Times, Thiel, cofundador de Paypal e inversor inicial en empresas como Facebook, así como autor del ensayo sobre innovación Zero to One, cree que el público no debería mirar hacia la conferencia del clima de París celebrada estos días, sino a gestos legislativos que incentiven métodos más efectivos y seguros de generar energía limpia y barata con reactores nucleares de nueva generación.

La carambola que limitó el crecimiento de la energía nuclear

Según Thiel, otras fuentes renovables como la solar y la eólica han recibido gran interés e inversiones en los últimos años, pero no ha habido avances revolucionarios en las tecnologías comerciales conocidas (y sí escándalos como el de Solyndra, empresa californiana que declaró la bancarrota después de atraer cientos de millones de dólares en ayudas públicas).

Después de recordar el potencial de la eterna promesa de las renovables (sol y viento), Peter Thiel (como de costumbre, al declararse un entusiasta de llevar la contraria, siempre que ello tenga sentido) pone el dedo en la llaga, recordando que la energía nuclear se merecía una mejor oportunidad.

Peter Thiel: “Lo que es especialmente extraño sobre este impulso fallido de las renovables es que ya teníamos un plan en los 60 para liberarnos del dióxido de carbono sin necesidad de energía eólica y solar: energía nuclear”.

“Pero tras años de sobrecoste, retos técnicos y la extraña coincidencia de un accidente en Three Mile Island y la presentación en 1979 de la película de terror de Hollywood El síndrome de China, se cancelaron en torno a cien reactores propuestos. Si hubiéramos seguido añadiendo, nuestra infraestructura eléctrica habría sido libre de carbono hace años”, reflexiona Peter Thiel.

Energía nuclear hoy: los países con más reactores en uso

En cambio, dice el emprendedor e inversor de capital riesgo, “hicimos lo contrario. En 1984, la casi completa planta nuclear William H. Zimmer fue convertida abruptamente en una instalación con carbón por combustible: un microcosmos de la renovada apuesta del país [Estados Unidos] hacia la generación de carbono”.

En las principales economías europeas, a excepción de la muy nuclearizada Francia, ocurrió algo similar a lo experimentado por Estados Unidos.

Para que ello se produzca, la opinión pública mundial deberá dar su visto bueno, ya que si bien el activismo en contra de la producción de energía con carbón ha sido siempre marginal, hay influyentes intelectuales, organizaciones y grupos de presión que mantienen desde hace décadas una posición inequívoca con respecto a la energía nuclear. En síntesis, muestran un rechazo frontal.

La sombra de Chernóbil

¿Es científicamente fundado este rechazo a la energía eléctrica o los activistas hacen bien en relacionar ad aeternum esta tecnología de generación energética con catástrofes como el accidente de Chernóbil (por no mencionar su uso bélico en la II Guerra Mundial)?

La producción energética nuclear en países como Francia tiene poco que ver con el deficiente, anticuado y temerario mantenimiento y diseño de centrales nucleares como las que subsistían en el territorio de los antiguos países conformantes del Pacto de Varsovia a finales de los años 80. 

Y algunos avances sugieren que pronto la energía nuclear podría deshacerse de la principal fuente del histórico rechazo de activistas de todo el mundo: la inestabilidad, radiactividad y permanencia de su materia prima, una vez alterada para crear las condiciones que activan la producción energía.

El hollín que no aceleró la innovación

De momento, partimos de una herencia energética que equivale, en términos geoestratégicos, al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: un artilugio anticuado que responde a la idiosincrasia diplomática y los equilibrios de poder del mundo surgido de la II Guerra Mundial.

Del mismo modo, la producción energética con carbón es el remanente de otra época, ahora casi olvidado por la opinión pública occidental al haberse concentrado en plantas termoeléctricas alejadas de los grandes centros urbanos.

Por el contrario, la situación de esta energía en Asia Oriental es muy distinta: el meteórico desarrollo de China se ha producido a costa de la calidad del aire en el país… debido sobre todo a la producción de energía barata en plantas de carbón cercanas a zonas urbanas, donde se concentra la industria.

La visibilidad y polución en las principales ciudades chinas recuerda a la experimentada hace más de medio siglo en Occidente, pero de momento no llegan las alternativas. Las autoridades chinas deberían estudiar los procesos que permitieron a Londres reducir sus episodios cíclicos de contaminación extrema, que pasaron por suprimir la producción energética con carbón junto a la ciudad.

Cuando la anomalía se convierte en la nueva normalidad

Pese a haber evitado los peores casos de contaminación por partículas, que a mediados del siglo XX bloqueaban incluso la visibilidad peatonal y producían tanto accidentes como atropellos de viandantes, el aire contaminado causa todavía miles de muertes en Occidente, aunque la combustión del tráfico (en Europa, las partículas emitidas por el elevado parque de vehículos diésel) es la principal causante, y no el carbón como hace décadas (o como ocurre en Asia Oriental en la actualidad).

Hace medio siglo, bastaba un anticiclón persistente par que el hollín y el mercurio procedentes de la combustión de carbón convirtieran las calles de varias ciudades occidentales en irrespirables.

Quienes no tenían más remedio que transitar por las calles de estas metrópolis durante los años 50 recurrían a pañuelos y mascarillas (en la memoria, todavía la II Guerra Mundial) para hacer frente a espesas neblinas de polución, fruto de una meteorología estática, la polución del tráfico y la producción energética con centrales termoeléctricas de carbón.

El Great Smog de 1952: miles de muertos por el carbón

Los mayores londinenses todavía recuerdan o han oído hablar del Great Smog (también Big Smoke) de diciembre de 1952, cuando Londres se oscureció por completo debido a una espesa neblina de polución alimentada por una tormenta perfecta medioambiental: una borrasca seguida de un anticiclón (ausencia de corriente y ventisca), tráfico rodado y, sobre todo, el hollín ambiental procedente de la combustión de carbón.

Entonces, los londinenses respiraban literalmente la energía que necesitaban para hacer frente a un invierno exigente. Muchos quienes tuvieron que quedarse en la ciudad contrajeron dolencias respiratorias que se convirtieron en crónicas en los casos más agudas.

El Great Smog londinense fue el punto de inflexión para que las metrópolis occidentales alejaran las plantas termoeléctricas de carbón de las grandes aglomeraciones de población, dejando en la retirada enormes chimeneas que, décadas después, descansan inactivas junto a cursos de agua en las grandes ciudades, como testimonio de un pasado urbano con un aire prácticamente irrespirable en el Támesis y el Sena.

Cuando las centrales eléctricas de carbón abandonaron las ciudades

Fue necesaria una crisis sanitaria sin precedentes para que, a mediados de los años 50 del siglo pasado, los líderes políticos occidentales retiraran las grandes termoeléctricas próximas a las aglomeraciones urbanas e introdujeran alternativas al ciclo combinado que dependía del carbón: se inauguraron centrales hidroeléctricas y nucleares, ambas con su propio coste medioambiental y político, aunque carentes de la externalidad que se trataba de evitar, contaminación por partículas.

Cuatro años después del Great Smog, el Reino Unido aprobaba la Clean Air Act de 1956: las 4.000 muertes directamente derivadas (según la BBC) de los episodios de contaminación extrema de la Gran Niebla de Londres de finales de 1952 (las cifras se elevan a 12.000 muertes relacionadas y 100.000 enfermos) asociaron en el imaginario colectivo británico salud pública y calidad del aire.

Los medios de comunicación de masas se ocuparon del resto. En unos años, Estados Unidos y Europa Occidental habían revisado en profundidad sus normativas sobre calidad del aire en las ciudades, aunque la Gran Niebla no cambió el curso de la producción energética, que siguió dependiendo mayoritariamente de combustibles fósiles.

Las normativas que se han sucedido desde entonces relacionan calidad del aire, salud pública, producción energética y, en el nuevo siglo, crisis climática: la producción energética con carbón, si bien económica, tiene consecuencias cada vez más difíciles de relativizar, dado el meteórico desarrollo industrial y urbanístico de China, seguido de la apertura indiscriminada de centrales energéticas de carbón.

El oxímoron del marketing: “carbón” y “limpio”

La salud pública y el calentamiento del planeta son los dos motivos que podrían hacer descarrilar la estrategia a largo plazo de la industria del carbón: tecnologías que mitiguen la emisión de partículas en este tipo de centrales eléctricas, y que vayan más allá de una declaración de buenas intenciones o un ejercicio de marketing, aplicando apelativos como “verde” o “limpio” al carbón producido en las nuevas centrales.

De momento, y a falta de métodos baratos y fiables para secuestrar este tipo de emisiones a gran escala, “carbón” y “verde” o “limpio”, cuando van juntos, constituyen un oxímoron.

¿Pueden “carbón” y “limpio” ir de la mano? De momento, la respuesta es negativa, atendiendo a una realidad, cuantificable en toneladas de hollín y CO2. No es casual que las centrales eléctricas más contaminantes en activo en la Unión Europea sean de carbón, la mayoría localizadas en el antiguo Bloque del Este, aunque también hay presentes plantas de Alemania, el Reino Unido o Italia.

Redescubriendo el potencial nuclear

La producción energética con renovables avanza en los últimos años, aunque el proteccionismo de mercados como el estadounidense y trabas a la autogestión energética (complicando, por ejemplo, la reventa de energía producida en los hogares a la red eléctrica) en varios países limitan el potencial de la energía solar, mientras que los productores de energía eólica tratan de rentabilizar un negocio deficitario debido al precio de la energía.

La energía nuclear no sólo es la fuente favorita de pragmáticos como Peter Thiel o Stewart Brand, sino que demuestra su rentabilidad a largo plazo en países que, como Estados Unidos y Francia (y, en menor medida, Alemania y el Reino Unido), obtienen un elevado porcentaje de la electricidad consumida en plantas nucleares.

En términos absolutos, Estados Unidos es el país que más energía produce en centrales nucleares (el 19% del consumo energético del país), mientras que Francia es el que mayor porcentaje de su consumo energético genera con fuentes nucleares, rozando el 80%, mientras que la Unión Europea genera el 30% de su electricidad consumida con esta tecnología. 

Una energía políticamente incorrecta (e incómoda)

Pese a esta importancia estratégica y al hecho de que, como las fuentes renovables, la energía nuclear no produce gases con efecto invernadero ni contaminación ambiental, el porcentaje mundial de producción eléctrica en centrales nucleares ha retrocedido desde 2007, debido sobre todo al cierre de centrales en Japón y Alemania, donde la opinión pública es mayoritariamente contraria a la energía nuclear. 

Desde el inicio del uso de reactores nucleares para producir electricidad a mediados de los años 50, 2008 fue el primer año en que no se abrió ninguna nueva central nuclear; la oposición pública a esta fuente energética es el principal factor de su relativo estancamiento, siendo los motivos de seguridad geoestratégica y peligrosidad los otros factores de peso.

Varias conferencias de las Naciones Unidas sobre el clima después, y mientras los líderes mundiales debaten en París (COP21) qué acciones emprender para limitar el aumento de las temperaturas (sin descartar, informa The Economist, soluciones radicales como la alteración regional del clima usando geoingeniería).

De 0 a 16.000 personas

La opinión autorizada de defensores de la energía nuclear coincide a grandes rasgos con quienes, desde posiciones progresistas o conservadoras, pretenden aplicar soluciones mixtas apelando al pragmatismo.

Sin embargo, los pragmáticos que creen que la innovación en energía nuclear podría liberar al mundo del efecto invernadero derivado de la producción energética a medio plazo, se enfrentan a una opinión pública aleccionada contra los riesgos de la energía nuclear.

Peter Thiel lo explica exponiendo los datos del desastre de la central de Fukushima y contrastándolos con el tsunami previo: mientras 16.000 personas murieron como consecuencia del terremoto de Tohoku y el subsiguiente tsunami, nadie en Japón murió como consecuencia de la radiación posterior al desastre de Fukushima.

El carbón: objetivamente nocivo, públicamente olvidado

Incluso en situaciones de extremo riesgo e incompetencia relacionados con la energía nuclear (una combinación que los responsables de la energía se ocupan de evitar), como el mencionado desastre de Chernóbil en la Ucrania soviética de 1986, menos de 50 personas murieron (sobre todo por carecer de la protección adecuada durante los trabajos posteriores al desastre) entonces.

Por contra, la American Lung Association estima que la polución procedente de plantas energéticas de carbón es la principal causa de la muerte de al menos 13.000 estadounidenses al año.

Pese al contraste de ambas cifras, la cobertura mediática de la energía nuclear es históricamente más negativa que la -menos presente y alarmista- cobertura que recibe el carbón.

Sólo recientemente esta penalización de la opinión pública empieza a encontrar respuesta entre políticos y líderes de opinión que afirman sin miedo por qué la energía nuclear podría ayudar en la lucha contra la polución atmosférica y el efecto invernadero.

Manifiestos “ecopragmáticos”

Peter Thiel: “Del mismo modo que el impacto del humo de carbón empequeñece los efectos de la radiación de Fukushima, se prevé que el calentamiento global sea mucho peor que la mera contaminación”. El problema es tan grande, dice Thiel, que muchos expertos ambientalistas han reconocido los beneficios potenciales de la energía nuclear.

Entre ellos, el mencionado Stewart Brand, creador a finales de los sesenta del fanzine contracultural Whole Earth Catalog, y autor -ya en 2009-, del ensayo Whole Earth Discipline: An Ecopragmatist Manifesto, donde defiende el papel de la energía nuclear, las ciudades, la ingeniería genética y la geoingeniería en el futuro de la humanidad (de ahí lo de “ecopragmático”). 

El ensayo le ha valido más críticas que alabanzas desde los medios, organizaciones y cátedras universitarias que hasta ese momento le habían alabado. Hablar bien de la energía nuclear tiene un precio.

Más que apoyar sin reparos la tecnología nuclear actual, Peter Thiel reconoce los riesgos y errores del sector, amplificados con ayuda de la prensa y grupos de presión opuestos a su implantación por un potencial mortífero que no acaba de confirmarse.

Futuro nuclear: sal fundida, torio, modularidad

Más que en la energía nuclear actual, dice Peter Thiel, la esperanza está depositada en reactores mejores y más baratos. Los nuevos diseños deberán superar el elevado coste histórico de los reactores y una supuesta sobrerregulación del sector.

Entre las tecnologías que acaparan atención destacan, según Thiel:

Las tres nuevas tipologías han atraído interés tanto académico “como de emprendedores e inversores de capital riesgo como yo dispuestos a invertir dinero en energía nuclear”. Por lo menos, Peter Thiel expone abiertamente su interés a invertir en este tipo de energía.

Radiactividad

La estricta regulación de la energía nuclear se debe a la peligrosidad del combustible empleado y a las consecuencias sobre la vida de la radioactividad artificial (inducida por el ser humano), así como a la persistencia en el ambiente.

Otro motivo de la rigidez y hermetismo de la regulación internacional sobre la energía atómica es la posibilidad de desarrollar armamento nuclear ajeno al control de la comunidad internacional; las nuevas tecnologías nucleares, menos dependientes de los procesos de fisión y fusión nuclear tradicionales, tienen la ventaja añadida de suponer menor riesgo potencial, al no permitir el desarrollo de armas.

De mantenerse la legislación actual sobre energía nuclear, las nuevas tecnologías tendrán pocas oportunidades de comercialización, al constituir normas diseñadas específicamente para los reactores tradicionales.

El valor de llevar la contraria a la opinión pública

Peter Thiel propone como alternativa que gobiernos como el estadounidense recurran a estrategias empleadas ya en el pasado: en 1949, Estados Unidos creó un laboratorio de pruebas en Idaho, gracias al cual se creó buena parte de la tecnología en uso.

De ahí que inversores potenciales en nueva tecnología nuclear presionen a gobiernos como el estadounidense en fechas tan propicias para la temática energética y climática, debido a COP21.

Pronto sabremos si aumenta la permisividad de los gobiernos de Norteamérica, Europa y Asia para acelerar la investigación en técnicas que superen los dos principales inconvenientes de la energía nuclear (además del rechazo público, basado tanto en información fehaciente como en un batiburrillo de información no fundada y leyendas urbanas): su elevado coste y su potencial radiactivo.

Y Peter Thiel acaba su artículo dirigiéndose directamente al Obama, un presidente demócrata, al final de su segundo mandato, momento en que los presidentes estadounidenses deberían pensar más en el legado a su país que en sus índices de popularidad:

“Apoyar la energía nuclear con más que palabras es la prueba de fuego de seriedad sobre el cambio climático. Como cuando Nixon viajó a China, esto [favorecer la evolución de la energía nuclear con menor regulación y más apoyo] es algo que sólo el señor Obama puede hacer”.

¿Aumentará o se reducirá la “niebla” artificial en las ciudades asiáticas?

“Si este presidente despeja el camino hacia una nueva era atómica, los científicos estadounidenses están listos para construirla”.

Cabría saber qué papel jugarían potencias actuales en el uso energético de energía atómica, como Francia, el país desarrollado que vende parte de su electricidad excedentaria a sus vecinos europeos. Francia la produce en sus plantas nucleares, mientras sus vecinos la compran con menos problemas políticos que los que causaría producirla ellos mismos con nuevas centrales.

En Asia Oriental, mientras Japón trata de hacer malabares para mantener su producción nuclear en mínimos necesarios, China analiza esta energía por primera vez con seriedad. Qué remedio.

China cuenta con 23 reactores en funcionamiento, si bien construye 26 más en estos momentos. Eso sí, la tecnología empleada es la convencional, mientras la energía generada representa el 2% del consumo eléctrico en el país, y espera situarse en el 6% en 2020 (en comparación con el 20% en Estados Unidos y el 75% en Francia en la misma fecha).