(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Educación, vocación y trabajo: combinar utilidad y humanismo

El debate de ingenierías vs. humanidades (una orientación vital y profesional más útil –utilitarismo– en contraposición a una visión más orientada a las artes) va más allá de las supuestas mayores y mejores oportunidades laborales para el primer grupo.

Cultura popular, artes y filosofía (las humanidades cuentan el relato) se han dedicado con ahínco a describir los cambios profundos a los que la sociedad tecnológica nos impele, lo queramos o no.

Desde los años 30 del siglo XX, el existencialista Martin Heidegger discutió el ascenso de las nuevas tecnologías y su permeabilidad en todos los ámbitos; lo llamó “tecnicidad”.

Fin de la inocencia tecnológica

Heidegger expuso las características de la era tecnológica en la que se adentraba el mundo después de la II Guerra Mundial en un ensayo (en realidad, recopilación de sus apuntes sobre el tema) y una entrevista con Der Spiegel (1966); había comprendido su potencial y alertó sobre sus riesgos, pues la tecnología como herramienta humana se elevaba a una escala y automatización jamás vista antes.

Para Heidegger, es esencial que el individuo encuentre la “verdad” en su relación con las herramientas que forman parte de lo cotidiano; su noción de relación verdadera con las cosas es desarrollada más tarde por Jean-Paul Sartre y su concepto de “autenticidad”. 

Una persona actúa con autenticidad cuando se desenvuelve en función de lo que elige en cada momento y cuenta con un propósito, se trate de un camarero que ama lo que hace o de un artista. Alguien que vive en la “inautenticidad” es quien hace las cosas por inercia, sin una decisión que albergue coherencia y voluntad de ser.

Otros filósofos, desde el también existencialista alemán Karl Jaspers al postmoderno francés Michel Foucault (ni marxista-estructuralista, ni existencialista, ni puro anarquista-nietzscheano), creyeron que la tendencia hacia sociedades tecnocráticas era imparable, y las nuevas herramientas tecnológicas abrirían muchas posibilidades.

Eso sí, las sociedades tecnocráticas también convertirían a cualquier individuo en un miembro más de una “mente colectiva”, con el riesgo de instrumentalización que conllevaría.

Riesgos de la “mente colectiva”: exasperación de la “mentalidad de rebaño”

Karl Jaspers, que murió sin asistir al ascenso en las últimas décadas de las tecnologías de la información, no estaba en contra de lo que Heidegger llamaba “tecnicidad”, si bien creía que la mentalidad “positivista” y utilitarista prevalente en el mundo tecnológico (la creencia de que mejor tecnología enriquece a la sociedad) no podía considerarse como una filosofía, pues la hipótesis no garantizaba un futuro mejor o más libre.

Jaspers alertaba de los totalitarismos, pero también se mostraba escéptico con respecto a la “sabiduría” de las democracias mayoritarias y el concepto que, extendido al mundo tecnológico, se convirtió en algo menos que un mantra durante el inicio de las aplicaciones web 2.0: “la sabiduría de la multitud”.

(Imagen: Claude Lévi-Strauss haciendo trabajo de campo en la Amazonia -1936-)

Curiosamente, ambos modelos llevados al extremo (la dictadura, por un lado; y la democracia directa, por el otro), reivindican la manifestación, la asamblea y los plebiscitos constantes para refrendar la “fuerza” del líder o del pueblo en cuestión.

Herederos del sesgo confirmatorio (y de otros subproductos estructuralistas)

Las democracias representativas actuales se enfrentan, en efecto, a un nivel de “tecnicidad” que influye sobre la vida y el trabajo de todos (algoritmos, redes sociales, robotización).

La influencia de Facebook, Twitter o herramientas similares no ha creado, de momento, el nivel de “conciencia colectiva” que muchos denuncian, si bien estudios y artículos ilustran posibilidades y tendencias inquietantes.

Merece la pena explorar la evolución del fenómeno conocido como sesgo confirmatorio: prolifera el fenómeno de filtrar la información que no nos agrada y denigrar a quienes no compartan nuestros valores o visión del mundo, etiquetándolos como “los otros”.

La tecnología cotidiana que ya no percibimos

La tecnificación (según Heidegger, “tecnicidad”) de nuestra realidad influye sobre nosotros desde que nacemos; ello explicaría por qué hay vídeos en YouTube que muestran a bebés abriendo y cerrando sus manos para pasar la página de una revista como si se tratara de un objeto en una pantalla digital. 

Para los bebés de hoy, la revista “no funciona”, al no responder como lo haría el dispositivo digital que niños y adultos emplean en su entorno inmediato.

La experiencia influye sobre nuestra educación, y la misma educación reglada se retroalimenta del nivel de “tecnicidad” imperante en lo cotidiano.

Conscientes de la complejidad y profundidad de los cambios que se producían en la segunda mitad del siglo XX, los filósofos más atentos al fenómeno de las tecnologías de la información se adaptaron a una nueva visión académica que tenía más en cuenta los estudios interdisciplinarios: la combinación de psicología, filosofía, antropología, neurociencia, inteligencia artificial, etc., dio paso a la ciencia cognitiva.

Socialización y tecnología

Dos pensadores franceses, René Girard en sociología y Michel Foucault en filosofía, reivindicaron a partir de los años 70 del siglo XX el historicismo de individuos, sociedades e instituciones, así como el papel que juega el arte (la literatura en el pasado, los medios de masas a finales del siglo XX, la cultura digital en el presente) en la “socialización”.

Según el historicismo de Michel Foucault, el individuo interioriza lo que cree que su entorno (tanto el inmediato como, en términos más abstractos, “la sociedad”) espera de él.

A diferencia de la visión utilitaria y neo-positivista de la sociedad actual, que destacaría únicamente los aspectos materialmente más optimistas de la evolución tecnológica durante las últimas décadas (mayor prosperidad global, mejor medicina, mayor esperanza de vida, mayor alfabetización, etc.), varias corrientes filosóficas exponen también las contradicciones de esta mayor “tecnicidad”.

Desenmascarar con una máscara, “gubernamentalidad” y otros animales

Por ejemplo, el nuevo historicismo recuerda que cada acto de supuesto “desenmascaramiento”, crítica u oposición usa las herramientas que condena y se arriesga a caer víctima de las prácticas que expondría o condenaría: en política y periodismo, observamos esta apreciación a diario, pero es en las redes sociales donde esta cultura del “desenmascaramiento” parece haber arraigado con mayor efectividad.

Y no se puede hablar de “nuevo historicismo” sin hacerlo del filósofo que con su obra lo posibilitó, Michel Foucault, cuyo concepto de “gubernamentalidad” explora las similitudes entre las distintas instituciones de “socialización” que logran que organizaciones como “gobiernos” (pero también empresas, “movimientos”, medios públicos, grupos mafiosos o cualquier grupo organizado con los medios, herramientas y prestigio necesarios) forjen un tipo de ciudadano amoldado a las políticas promovidas.

Lo que nos explican los mitos compartidos

Si Foucault exploró la influencia de las instituciones sobre el individuo en una sociedad cada vez más tecnificada, otro filósofo posestructuralista (aunque él se definió como antropólogo), Claude Lévi-Strauss, aplicó la visión interdisciplinar (“holista”) de las humanidades en la sociedad contemporánea para entender con profundidad cómo se produce nuestra “educación”.

Claude Lévi-Strauss acude al origen del aprendizaje compartido (y de la propia educación o “socialización”), y estudia los mitos. Observa una paradoja:

  • el contenido de los mitos y leyendas de distintas sociedades en todo el mundo a lo largo de la historia es fantástico e impredecible;
  • sin embargo, esta aparente arbitrariedad y caos en las historias compartidas contrasta con la sorprendente similaridad de los mitos recolectados en momentos y lugares separados geográfica y temporalmente.

Lévi-Strauss trata de resolver la paradoja de la arbitrariedad de los mitos y su similitud en todas las culturas humanas sugiriendo que deben existir leyes universales que gobiernan el pensamiento humano y el aprendizaje, lo que explicaría la predilección por el uso de arquetipos para ilustrar tipologías humanas en historias con moralina, a menudo en forma de animales con supuestas “personalidades”.

“Bricoleurs” e “ingenieros”

La cultura humana, concluye Lévi-Strauss, incluye patrones reproducibles incluso en las historias más fantásticas e impredecibles (los mitos), por lo que quizá todo el pensamiento humano esté sujeto a leyes universales.

En su ensayo El pensamiento salvaje, Lévi-Strauss explora cómo distintos modos de afrontar la realidad derivan en sistemas de educación que logran dos mentalidades opuestas:

  • el “bricoleur” (mentalidad primitiva), o el que desarrolla un instinto artesano, centrándose en la reparación y el detalle, que partiría del instinto por la caza y la agilidad física, pero la actualidad se referiría a la cultura “hazlo tú mismo” (DIY, “do it yourself”, bricolaje), construyendo o reparando modelos existentes con herramientas o materiales a mano, primando la artesanía y el cacharreo (formas orgánicas) por encima del cálculo y la precisión (propia de una cultura mecanicista);
  • y el “ingeniero” (mentalidad surgida en la tecnificación que permite el desarrollo agrario durante neolítico), que concibe/percibe los proyectos en su conjunto y procura todos los materiales y herramientas para obtener el mejor resultado en el menor tiempo y con el menor número de recursos.

Instinto personal, vocación y “utilidad” en la sociedad

En una sociedad tan tecnificada como la actual, la educación primaría al “ingeniero” (utilitarismo) por encima del “bricoleur” (humanidades, tradición); pero, ¿qué ocurre con las humanidades (y con valores como la mesura o la virtud), si tanto el valor y la utilidad como el prestigio se concentran en proporcionar a la población una educación técnica?

El impacto de robotización y algoritmos sobre el mercado de trabajo y la administración de nuestra vida personal y profesional ha sido más rápido que la adaptación educativa a las nuevas demandas laborales.

Uno de los epicentros del cambio auspiciado por las tecnologías de la información, Silicon Valley, aporta también su visión práctica de cómo debería ser la educación del futuro.

La visión predominante en Silicon Valley apuesta por el utilitarismo (una educación “útil” y técnica, algo calificado como “sustantivo” por Marc Andreessen, impulsor del navegador de Internet tal y como lo conocemos e inversor de capital riesgo).

¿Son las humanidades un mero “añadido” por su escasa utilidad tangible?

Andreessen recopila un concienzudo listado de recursos para que los más jóvenes desarrollen una estrategia profesional desde antes de alcanzar la educación superior.

El creador del navegador que se convertiría en Netscape aclara que comparte sus consejos a título personal, así como una puntualización decisiva. 

La entrada habla tanto de habilidades relacionadas con la “educación reglada” como las que acumulamos en el que debería ser un proceso de aprendizaje que dure toda la vida.

Eso sí, Marc Andreessen cree que, para maximizar el impacto de la carrera profesional, quienes eligen educación deberían ser conscientes de la necesidad de titulaciones y habilidades técnicas, mientras las humanidades deberían ser un complemento o una “pasión” para desarrollar con posterioridad o en paralelo.

Qué es útil en el mundo real y en función de qué

Esta postura educativa predomina en Silicon Valley, pero no es la única; en la propia Universidad de Stanford, foco educativo que contribuyó decisivamente la potente industria y cultura de la zona, hay profesores -la mayoría de humanidades, todo sea dicho- críticos con la cultura de la socialización a través de redes sociales y la desaparición de otros espacios de debate tradicionales; es el caso de Robert Pogue Harrison, director del programa radiofónico Entitled Opinions.

Sea como fuere, Marc Andreessen no sólo se limita a explicar por qué las titulaciones más útiles en la actualidad son técnicas y se refieren a ciencias aplicadas e ingenierías, pero también disciplinas que combinan el análisis de datos con la lógica (desde la economía a las matemáticas).

Su análisis pretende establecer una línea clara entre titulaciones superiores “útiles en el mundo real” (sobre todo, el que él conoce de trabajos cualificados en próspero entorno tecnológico y de servicios), pero no obvia ni la importancia de habilidades sociales ni la necesidad de crecer como individuos, a la vez que uno avanza en el mundo académico y profesional.

Más allá del mero utilitarismo

Es por ello que Marc Andreessen recomienda esforzarse en ser bueno en algo, así como asegurarse de tener cierta competencia en un par de habilidades adicionales para facilitar un cambio de orientación si fuera necesario, así como mantener contacto con el mundo real:

  • mejorar la competencia en comunicación, desde idiomas y culturas al discurso elocuente y coherente, tanto oral como escrito;
  • conocer cuanto antes mejor nociones básicas de gestión, la venta y desarrollo de producto, así como entender las ventajas e inconvenientes de estrategias financieras distintas (ahorro vs. riesgo, etc., corto plazo vs. largo plazo, etc.);
  • viajar y, a poder ser, vivir en otros países (estudiando, trabajando o ambas cosas).

Eso sí, los consejos formativos de Marc Andreessen no son puramente utilitarios, pues no se olvida del papel de conceptos como el papel de la “socialización” en el futuro de cualquiera con voluntad de prosperar y desarrollar su potencial.

Más allá de lo meramente transaccional: virtud y carácter

Ni Michel Foucault ni Claude Lévi-Strauss viven para comprobar hasta qué punto la prosperidad e hipercompetitividad (económica, educativa) de entornos como el de Silicon Valley tendrían en una nueva generación de jóvenes con acceso a las mejores herramientas e infraestructuras sociales y educativas de la historia.

Andreessen cree que el mayor riesgo que afrontan los jóvenes actuales es la sobreprotección; para ilustrar su punto de vista, cita un artículo de David Brooks en The Atlantic, The Organization Kid.

David Brooks expone en el artículo que, cuando se trata de cultivar intangibles tan importantes en la vida (personal y laboral) como lo que llamamos “carácter” y “virtud”, los jóvenes han sido abandonados a su suerte.

Confesiones

Padres e instituciones educativas centran su esfuerzo en cultivar la agilidad mental, las habilidades, el talento musical y/o deportivo… olvidando que la existencia es más compleja que un listado de habilidades para situarse entre los mejores cuando llegue el momento de saltar al mundo laboral.

Brooks cita a un profesor de política de Princeton: “Haríamos lo más acertado si nos aseguráramos de que nuestros estudios reciben una dosis de sentido augustiniano [en referencia a la filosofía de inspiración clásica del teólogo Agustín de Hipona] de que existe también una dimensión trágica de la vida”.

La sobreprotección, cree Marc Andreessen, puede ser un escollo insalvable para el florecimiento personal por muy preparado que uno esté: si uno ha vivido en un entorno que ha orquestado meticulosamente una formación a conciencia, al salir de una universidad prestigiosa a los 22 años uno afronta el peligro de “toparse de bruces con el mundo real, de ser abofeteado por la realidad y no recobrarse”.

Autosuficiencia sin olvidar la sociedad

De ahí que sea importante, dice el emprendedor e inversor de capital riesgo, ponerse a prueba y saborear tanto las pequeñas victorias como las derrotas y, sobre todo, tomar decisiones duras por uno mismo y en ausencia de información de calidad, así como convivir las consecuencias de haber fallado.

Al citar el artículo de David Brooks, Marc Andreessen concede, aunque sea indirectamente, la importancia de una formación en humanidades, pues qué son el conocimiento de la virtud y la formación de un carácter resistente (el filósofo transcendentalista del XIX Ralph Waldo Emerson lo llamaría “autosuficiente”; hoy se usaría algún palabro como “antifrágil”), sino partes de una filosofía de vida, en el terreno -por tanto- de las desprestigiadas humanidades.

Llevada al extremo, la autosuficiencia puede ser tan peligrosa como el utilitarismo sin la vertiente humanista; el Manifiesto Unabomber expone los riesgos de considerar todo progreso tecnológico como parte de una maquinaria destinada a destruir la humanidad, hipótesis que condujo a un otrora brillante joven estadounidense, Ted Kaczynski, a convertir una crítica con trasfondo filosófico en ataques a inocentes con cartas bomba.

Evitar la cultura de la medicación y el “solucionismo”

El único modo de combatir las limitaciones y tragedias de la existencia de un modo no “terapéutico” (el utilitarismo fomentaría la cultura de la “medicación” de la tristeza o los malos momentos, en lugar de su comprensión filosófica; o la cultura del “solucionismo” tecnológico, que se traduce en el sueño quimérico del “aprete este botón si quiere arreglar el mundo”), consiste en conocer lo que otros miembros autorizados de nuestra especie (escritores, filósofos y artistas de todos los tiempos) dicen acerca de lo que nos ronda en la conciencia.

Para Sócrates, leer sobre otros es el mejor modo de aprender sin esfuerzo lo que otros han laborado duramente por conseguir, además de hacernos partícipes de cualquier aventura humana. 

Por muy ajena a nuestras circunstancias que ésta se presente, aprenderemos.

El juicio al propio Sócrates explicado por Jenofonte, o acaso la versión del mismo acontecimiento dada por otro de sus discípulos, Platón; un pasaje de una tragedia griega; un episodio de El Quijote; una situación límite shakespeariana; la epopeya, minúscula o grande, ancestral o presente, de alguna persona o personaje de ficción…

La conquista de uno mismo

La conquista de uno mismo es parte del significado de lo que los filósofos, emprendedores y autores mencionados coincidirían en llamar una existencia que merece la pena perseguir.

Una existencia consciente tanto de la “utilidad” del propósito vital como de su vertiente “humanista”.