(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

EEUU: difícil vuelta a las aulas en un clima de desconfianza

Jerry Brown, el carismático ex gobernador de California —durante dos mandatos separados tres décadas entre sí— hablaba a la prensa en medio de los incendios que azotan los bosques colindantes de la propiedad de su familia a una hora de Sacramento, capital del Estado.

La gente habla de marcharse, dice Brown. ¿Adónde?, se pregunta el veterano político. ¿A una zona donde no haya fuegos estacionales, pero sí tornados?

El sueño americano había consistido en prosperar en el Oeste. Pero hoy, el Estado más poblado y próspero del país, con una economía similar a la francesa o la británica, se siente menos seguro de sí mismo. La sensación no sólo planea sobre Sacramento, la modesta capital del Estado, sino que también lo hace sobre Salem y Olympia, las no menos modestas capitales de Oregón y Washington, porque el Pacífico Noreste también arde.

Lo que hay que hacer, cree Brown, es ser humildes y reconocer que la gestión medioambiental de las últimas décadas incide sobre la virulencia de los incendios en los últimos años. Y sobre tantas otras cosas.

Cuando las contingencias superan los peores escenarios

No es momento de escurrir el bulto y los escépticos del cambio climático lo van a tener muy difícil en los próximos años, cuando la opinión pública constate que la amenaza difusa y «pelmazo» que la comunidad científica nos había anunciado se traduce en fenómenos con consecuencias concretas.

Pero los californianos, como el resto de los estadounidenses tienen más cosas de las que preocuparse, y ese sea quizá el problema. Nunca habrá tiempo para reaccionar de manera preventiva contra una amenaza. Y, paradójicamente, cualquier medida paliativa que tenga éxito correrá el riesgo de ser catalogada de innecesaria y exagerada.

¿Y qué ocurre con la pandemia en plena vuelta a las aulas? La amenaza de contagio había alimentado un torrente de artículos en donde los urbanitas sueñan con cambiar su apartamento por una vida en el campo que albergue todas las expectaciones y clichés de los mencionados artículos.

Mientras tanto, otras ideas acaso más osadas que habrían propiciado un retorno a las clases más exitoso en Estados Unidos, tales como improvisar sesiones lectivas en los amplios equipamientos al aire libre con que cuentan muchos centros educativos, simplemente no han ocurrido.

La «desescolarización» ha ocurrido por todos los malos motivos, y por ninguna de las buenas razones que exponían los pioneros de la educación alternativa y personajes de ficción como Captain Fantastic. El espíritu voluntarista de los campamentos parece circunscribirse exclusivamente al verano.

Vuelta al cole en el contexto de una pandemia

Los contagios aumentan, pero esta segunda ola de progresión exponencial no se traduce en hospitalizaciones y muertes equivalentes a los casos registrados en marzo, abril y mayo.

Varios factores influirían sobre el fenómeno, desde el número artificialmente bajo de casos contabilizados en la primera ola de contagios a la prevención en grupos de riesgo, el aumento de la inmunidad, las medidas preventivas en población y administraciones. A ello hay que administrar la dosis de serendipia y conocimiento «en diferido» propio de fenómenos tan complejos y multidimensionales como una pandemia.

El agotamiento informativo en torno a la crisis sanitaria también es real, justo cuando el nivel de alerta entre la población debería recuperarse en paralelo con la vuelta a clase y al trabajo después de meses de confinamiento y vacaciones.

Las clases han empezado en Europa sin sobresaltos excesivos, aunque con grandes incógnitas y protocolos para afrontar casos de contagio y aislamiento entre alumnos y maestros susceptibles de estar contagiados.

En los países con mayor índice de contagios, empezando por España y Francia, el cierre de centros es, de momento, mínimo, pero los datos no invitan al optimismo prolongado. La experiencia reciente de Israel, cuya segunda ola de contagios superó con creces la virulencia de la primera (algo que, de momento, se ha evitado en los países europeos más castigados entre marzo y mayo), invita a la cautela, pues las escuelas se convirtieron en epicentro de los nuevos contagios.

Durante el verano, varios eventos habían confirmado que, pese al riesgo reducido sobre la salud infantil, los focos de transmisión crecen con rapidez en actividades intensivas, de convivencia y con escasa ventilación; es el caso de un campamento de verano en la zona metropolitana de Atlanta; el uso de mascarillas no fue suficiente y, dos días después del inicio del campamento, al menos el 44% de los participantes (260 de un total de 597) se infectaron. Factores como la pernoctación y el aire acondicionado (imprescindible en el verano sureño) habrían tenido un papel preponderante en la transmisión.

Ventajas y riesgos de abrir las aulas a todos

Estados Unidos padece una crisis de crisis: a fenómenos estacionales severos que invitan a instaurar protocolos de resiliencia contra contingencias que se han hecho habituales como las grandes tormentas del Golfo de México y los incendios al Oeste de las Rocosas, se suma la confusión y descoordinación entre las competencias (y obligaciones) de los distintos niveles administrativos para gestionar retos como las tensiones raciales y la emergencia económica y sanitaria a apenas dos meses de las elecciones presidenciales.

Las ayudas aprobadas en marzo a familias, empresas y administraciones se agotan y, como consecuencia, se teme que el impago de alquileres y créditos se generalice más allá de la población percibida hasta ahora como desfavorecida.

Estados Unidos se adentra en territorio desconocido en cuanto a cierre de pequeñas empresas, despidos, pobreza energética y colas kilométricas en bancos de alimentos, pese a haber padecido un retroceso de su PIB en el segundo trimestre inferior en términos macroeconómicos a los países europeos, que podrían beneficiarse de su mayor cohesión social en lo que queda de año… siempre y cuando se evite un confinamiento generalizado similar al de la primavera.

Por lo que pudiera pasar, países como Francia —segunda economía de la UE— se han comprometido a realizar fuertes inversiones que generen empleo hasta 2022, en un plan que retoma la tradición estatista del país, mientras en Italia y España —tercera y cuarta economías de la UE— preocupa la deuda pública (y las ayudas comprometidas por la Comisión europea) y Alemania —principal economía de la UE— prefiere que las medidas garanticen la liquidez de las empresas estimulen el consumo interno.

Los estudiantes vuelven en la UE pese a la curva

Los indicadores de contagios, hospitalizaciones son, en términos absolutos, muy superiores en América Latina (con una media de 5.076 muertes diarias entre el 4 y el 10 de septiembre) y Estados Unidos (733 muertes diarias de media en el mismo período) que en Europa occidental e Irán, grandes epicentros de la primera oleada de la pandemia más allá del foco inicial en el extremo oriental asiático.

Preocupa la evolución de la India, país más poblado del mundo, primero en contagios diarios actuales en términos absolutos, segundo en contagios totales (por detrás de Estados Unidos) y tercero en muertes registradas (que podrían ser muy superiores, dadas las limitaciones sanitarias y administrativas en zonas rurales todavía muy pobladas, a las que volvieron los residentes urbanos más desfavorecidos —muchos de ellos contagiados— tras el decreto de confinamiento de la primavera).

En Europa occidental, incapaz de mantener bajo control los contagios desde el fin de las medidas más drásticas en julio pasado, las administraciones han decidido priorizar las ventajas sociales de iniciar el curso escolar según lo previsto por encima de otras consideraciones.

El coste educativo y para la salud física y emocional, así como la dificultad de la conciliación laboral y los problemas de los menores en situación de precariedad o riesgo para seguir las clases de manera remota, han pesado más que el riesgo a nuevos contagios y posibles confinamientos.

No ha sido así en Estados Unidos, donde el desconcierto administrativo auspiciado por la Administración de Donald Trump, quien ha delegado la responsabilidad de la posible reapertura a Estados, ciudades y a los propios centros cuando se trata de instituciones privadas, se ha traducido en un inicio desigual y a menudo virtual del año escolar.

¿Año perdido para los alumnos más desfavorecidos?

El desconcierto del inicio escolar en Estados Unidos (del que doy fe, al contar con familia política con hijos en edad escolar en los Estados de Washington y Carolina del Norte, y que ha iniciado las clases en casa) podría haberse evitado con voluntarismo. Las administraciones de países europeos con una organización territorial descentralizada en educación y sanidad similar a la estadounidense, como la alemana y la española, han respondido más o menos al unísono.

En Estados Unidos, sin embargo, la educación infantil, primaria, secundaria y universitaria públicas mantienen cerradas las aulas de manera aleatoria, debido a decisiones que los analistas asocian más a la polarización política y a las elecciones de noviembre que a la evolución de la pandemia en determinadas comunidades.

Por lo general, las administraciones demócratas se han mostrado más cautas a la apertura, si bien no se han opuesto a ésta y demandaban más medios y coordinación, algo que no ha ocurrido, con consecuencias nefastas para las familias de menos recursos y más expuestas a un contexto desfavorable para garantizar una educación remota de calidad (ausencia de espacio y herramientas adecuadas, padres con empleos presenciales de escasa cualificación, riesgo de violencia doméstica, etc.).

El riesgo de las medias soluciones en Educación

El New York Times Magazine dedicaba el 11 de septiembre un reportaje al riesgo de que el año escolar 2020-2021 sea algo más que un curso educativamente complejo para millones de alumnos, llegando a catalogarlo de «año perdido».

El reportaje expone numerosas soluciones de emergencia que, según el periodista de investigación radicado en Baltimore Alec MacGillis, parecen más destinadas a «parchear» un derecho esencial como la educación infantil con medias soluciones como proporcionar horas de «cuidado» o guardería, pero no de educación reglada.

Como consecuencia del desconcierto y la falta de coordinación, muchos padres estadounidenses no han inscrito a sus hijos en educación infantil en la escuela pública para el año, al no ser obligatoria hasta los 6 años. En el distrito escolar unificado de Los Ángeles, uno de los mayores de Estados Unidos, la inscripción en la enseñanza en educación infantil (de 0 a 6 años) se ha reducido drásticamente, explica Howard Blume en Los Angeles Times.

Austin Beutner, superintendente del distrito de educación pública de Los Ángeles, confirma que los mayores descensos en las inscripciones se dan en los barrios más desfavorecidos, donde abundan las familias incapaces de garantizar un seguimiento de la educación remota de sus hijos.

Cuando un lugar tranquilo, un ordenador y una conexión son un lujo

Otras tendencias observadas en los suburbios de clase media contribuyen al desconcierto del inicio de curso en Estados Unidos, incluso en zonas donde la circulación de Covid-19 es muy inferior a los 100 casos por cada 100.000 habitantes que denotarían una ratio de circulación preocupante en una comunidad.

Muchos padres se han autoorganizado para crear pequeños grupos educativos ajenos a la enseñanza reglada con otros niños del círculo familiar, el vecindario o la antigua escuela.

Estos «pods educativos» no sólo envían una señal de desconfianza a la capacidad de organización de la administración educativa local, sino que potencian una segregación de facto entre niños cuyo entorno cuenta con medios para crear una educación a la carta, y aquellos que se benefician del rol histórico de la escuela como cohesionador y ascensor social.

La situación no está más clara en la enseñanza secundaria y en la universitaria. En zonas rurales desfavorecidas, tales como los condados de los Apalaches más castigados por la pobreza, el cierre de centros de enseñanza secundaria aumenta el riesgo de exclusión de adolescentes y jóvenes de manera exponencial, sobre todo cuando la privación de Internet y estabilidad familiar va de la mano de problemas más graves como la pobreza energética, los maltratos y las adicciones.

Conducir hasta un aparcamiento para asistir a una case remota

El Wall Street Journal dedica un reportaje al fenómeno con el modo más efectivo de atraer la atención: con casos concretos.

Un joven de 15 años conduce su quad hasta la otra ladera de una montaña remota de West Virginia para lograr señal de Internet, mientras otros compañeros conducen hasta el aparcamiento de restaurantes o centros públicos que proporcionan acceso wifi gratuito… En West Virginia, Estado que arrastra un histórico estigma de pobreza endémica en sus condados más rurales de los Apalaches, las desigualdades vuelven a hacerse presentes cuando se trata de seguir clases de instituto (K-12) no presenciales.

Según Kris Maher, entre el 30% y el 50% de los estudiantes de secundaria carece de acceso a Internet en casa. El Estado trata de contrarrestar esta realidad con en torno a 850 puntos de acceso en escuelas, bibliotecas, equipamientos administrativos y parques estatales.

El riesgo de contagio de Covid-19 y la llegada del invierno endurecerá las condiciones de acceso en estos puntos, ya que los vehículos deberán permanecer en marcha en los aparcamientos para garantizar un mínimo confort en el interior de los vehículos. Las familias sin Internet doméstica ni vehículo disponible para las clases deberán buscar otras soluciones.

Los frutos de estar preparados

Como ha ocurrido con los contagios y la mortalidad en torno a la pandemia, las minorías reciben un perjuicio desproporcionado en las contingencias que se han presentado en el inicio escolar 2020-2021 en Estados Unidos.

Tal y como recuerda Alec MacGillis, 35 de los 50 mayores distritos escolares del país han empezado el curso exclusivamente de manera remota. La mitad de los niños blancos tiene la opción de acudir a la escuela presencial en este inicio de curso, pero sólo una cuarta parte de los alumnos afroamericanos e hispanos podrán hacerlo.

En un año que no ha dado tregua, la preparación para la enseñanza remota en los distritos de la Costa Oeste se ha topado con una contingencia que, si bien era predecible, no lo era en las dimensiones que ha alcanzado.

En esta ocasión, la temporada de incendios no se ha limitado al sur de Oregón y a California, y engloba toda la Costa Oeste, donde millones de personas permanecen bajo aviso de evacuación y tanto la calidad del aire como la visibilidad son preocupantes en amplias zonas residenciales en torno a Seattle, Portland (y el corredor de la autopista 5, que vertebra la Costa Oeste, a su paso por el interior del Estado) y San Francisco.

Kate Taylordan Levin ilustra en un artículo para el New York Times cómo la situación habría podido ser más desastrosa si la pandemia no hubiera obligado a los distritos educativos a preparar el curso en forma de clases remotas: con miles de niños desplazados de sus hogares debido a los incendios, las clases proporcionarán la estructura y sentimiento de pertenencia que muchos alumnos necesitan.

El panoptismo, para la ciencia ficción

En comparación con otros países, la falta de adaptabilidad de las administraciones estadounidenses es inquietante, pues el riesgo de exclusión social de los alumnos más desfavorecidos aumentará con los meses.

Las universidades que han optado por la enseñanza presencial han elaborado un protocolo que penaliza a cualquier estudiante que ose comportarse durante el curso como lo hace cualquier estudiante universitario, multiplicando las relaciones, las salidas peregrinas y alguna que otra congregación.

La socióloga Zeynep Tufekci cree que la pandemia no debería ser una excusa para convertir las universidades en un experimento panóptico en el que haya compañeros que delaten a otros estudiantes por un comportamiento no deseado.

Tufekci cree que una vigilancia excesiva y una normativa que penalice de manera desproporcionada a los estudiantes podría tener el efecto contrario que se propone. Sólo la cooperación con los estudiantes puede lograr los resultados que se pretenden: controlar cualquier posible contagio y evitar los focos de infección.

Culpabilizar a los alumnos y amenazarlos de expulsión no parece estar logrando los efectos disuasorios que la medida se proponía.

¿Han olvidado las universidades que quienes acuden a ellas no muestran inconveniente a llevar mascarilla o a practicar la distanciación social? Las teorías conspirativas en torno a Covid-19 no proceden, ni tienen su granero, entre los estudiantes universitarios.