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Ejercitar la mente contra el déficit de atención (estudios)

Decidir qué hacer en cada momento añade complejidad al día a día de quienes acusan problemas de concentración. Nuevos estudios confirman que se puede ejercitar la mente para tratar -y superar- problemas de déficit de atención.

Hábitos adquiridos desde la infancia explicarían por qué optamos por actividades con una recompensa instantánea y postergamos las que requieren esfuerzo hasta que no queda más remedio que afrontarlas.

Déficit de atención y el arte de elegir

Psicólogos y neurocientíficos relacionan el déficit de atención y las versiones más severas de procrastinación (postergar las obligaciones en favor de actividades que proporcionan bienestar inmediato, en lugar de optar por la recompensa a la larga) con nuestros instintos evolutivos: no hemos evolucionado para realizar actividades sin pestañear, sino más bien para operar por “pulsos” o ritmos biológicos.

El consultor, autor y colaborador de Harvard Business Review Tony Schwartz recuerda que los pulsos evocan el ritmo biológico de nuestros órganos -los latidos del corazón, el bombeo de la sangre, los pulmones tomando y expulsando aire, etc.-, y no tienen nada que ver con tipos de comportamiento impulsivos o compulsivos. El pulso es el tempo o ritmo corporal que compartimos con el resto de vertebrados superiores; mediante pulsos, alternamos entre el gasto de energía y la recuperación.

Las reflexiones de Schwartz sugieren cómo lograr más haciendo menos, siguiendo un único precepto: evitar la multitarea y la ausencia de concentración. Para lograrlo, nuestra mente necesita regenerarse.

Regular la mente e impulsos en una cultura que premia el estímulo instantáneo

Por sus necesidades ingentes de energía, el cerebro requiere una renovación constante, efectuada durante el sueño y en esos tiempos muertos que ahora nos empecinamos en ocupar ante alguna pantalla.

Siendo críticos, deberíamos preguntarnos por qué es contraproducente que el teléfono inteligente haya acabado con el tedio y sus -ahora reivindicados- efectos regeneradores.

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Experimentos como el del malvavisco (nube de caramelo), demuestran que los niños que optan por un caramelo al instante en lugar de esperar y obtener dos como recompensa, obtienen peores resultados en la vida y alcanzan menores cotas de autorrealización.

Embobarnos con la pantalla del teléfono sin ton ni son equivale a optar por zamparse una nube de caramelo al instante, en lugar de aguardar por una recompensa a largo plazo (por ejemplo, leyendo en profundidad y, por ende, aprendiendo mientras nos concentramos).

Todos compartimos un núcleo cerebral que prioriza azúcares, grasas y comportamientos gregarios, pero también se ha comprobado que la fuerza de voluntad actúa como un músculo, atrofiándose con el desuso y mejorando con el entrenamiento.

Cuando consultar una pantalla se convierte en obsesión

La Internet ubicua y dispositivos al alcance con actividades emulan estos mecanismos ancestrales de gratificación, al apelar a nuestros apetitos instintivos con el “picoteo” informativo, casi siempre superficial y sin objetivos ni métodos de control preestablecidos.

Este fenómeno es sencillo de detectar tanto en niños como en adultos: postergación de cualquier otra actividad y uso desproporcionado de redes sociales, mensajería, “escaneo visual” de bitácoras, etc.

Cuando la ausencia de planificación coincide con la imposibilidad para concentrarse hasta perder la noción del tiempo y abstraerse del entorno (trabajo introspectivo y experiencias de “flujo”), el déficit de atención pasa de anécdota a problema.

Un estudio de Pew Research muestra que dos tercios de los propietarios de “smartphones” consultan el teléfono por inercia.

Ni reprimir ni prohibir: controlar en beneficio propio

Tratar problemas de atención y concentración no equivale a convertirse en un robot. Shane Parrish recuerda en Farnam Street que hay maneras enriquecedoras de lo que llamamos “perder el tiempo” o “no hacer nada”, pese a que estas situaciones conservan el estigma de la oficina de mediados del siglo XX, que giraba en torno al cubículo y en la cual el rendimiento se podía contabilizar en “unidades de producción”.

De hecho, el estigma del individuo improductivo, que medita sin hacer nada, ha contribuido a comportamientos que preocupan a investigadores educativos como Teresa Belton, que reivindica que los niños deberían tener el derecho de aburrirse a la antigua, sin que una “niñera electrónica” acuda a colmar sus sentidos a la mínima de cambio.

Cuando los niños dejaron de aburrirse

Según la doctora Teresa Belton, “ahora, cuando los niños no tienen nada que hacer, inmediatamente encienden el televisor, el ordenador, el teléfono o algún tipo de pantalla. El tiempo que gastan en esas cosas ha aumentado”.

“Pero los niños necesitan tiempo de distracción –prosigue Belton-; tiempo imaginando y persiguiendo sus propios procesos de pensamiento, o asimilando sus experiencias mediante el juego, o simplemente observando el mundo en torno a ellos”.

  • tenemos a nuestro alcance más recompensas y actividades que sacian nuestros mecanismos de gratificación instantánea que quizá nunca antes;
  • y, al sustituir los momentos necesarios para meditar o “aburrirse” por pasatiempos que anulan la regeneración de nuestra mente, fomentamos sin querer el déficit de atención (saturación cognitiva) en detrimento de la creatividad.

Sobre tratar uno mismo el déficit de atención

Daniel Goleman (autor del ensayo Focus: The Hidden Driver of Excellence) explica en The New York Times que crece la evidencia científica de que es posible tratar el déficit de atención ejercitando la mente, en lugar de optar por la terapia tradicional (medicación).

Los estudios muestran lo que ya explican las filosofías de vida grecorromanas: cuando un niño o un adulto comprenden que ellos mismos pueden controlar sus impulsos con mayor efectividad que cualquier terapia o medicación, a los beneficios de ejercitar la fuerza de voluntad se une el aumento de la autoestima.

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En 2007, investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles comprobaron en un estudio conducido entre adolescentes de Filandia y Estados Unidos, que pese a que la incidencia del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH, ADHD en sus siglas en inglés), así como de trastornos emocionales como la depresión, es similar en ambos países, no lo es así el tratamiento.

Los adolescentes estadounidenses con TDAH y depresión son medicados; no así la mayoría de los finlandeses. Susan Smalley cree que los resultados de este estudio cuestionan el uso de medicación como primera línea de tratamiento. La medicación, cree Smalley, debería ser el último recurso en casos extremos.

Ejercitando los “músculos” cognitivos para evitar su atrofia

Un amplio estudio publicado en 2013 en The Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry corrobora las reservas de Susan Smalley con el tratamiento de dolencias del comportamiento con medicación sin estimular primero “músculos” cognitivos como la toma de conciencia y el autocontrol.

El estudio concluía que, si bien la mayoría de afectados por hiperactividad se benefician de los efectos de la medicación durante el primer año de tratamiento, estos efectos se han desvanecido el tercer año, cuando no antes.

Riesgos de “medicar” la conciencia

Otros expertos coinciden con Susan Smalley en su escepticismo al intentar “curar” trastornos del comportamiento con sustancias ajenas a terapias centradas en ejercitar a largo plazo la fuerza de la voluntad y la introspección.

James M. Swanson, psicólogo de la Universidad de California en Irvine, es uno de ellos. Swanson cree que, “no hay beneficios duraderos derivados de tomar medicación contra el trastorno por déficit de atención con hiperactividad”.

En cambio -prosigue el psicólogo-, las actividades que fomentan la concentración de la atención y la conciencia, tales como la lectura, la meditación o cualquier otra acción introspectiva que acote la mente y delimite unos objetivos, “parecen ejercitar las mismas áreas del cerebro que ha dañado la hiperactividad”.

“Mindfulness”: filosofía y meditación se ganan el respeto de la ciencia

Desde los años 70, la psicología ha usado tratamientos basados en el concepto “mindfulness” -toma de conciencia individual- para tratar con éxito enfermedades psicológicas como la ansiedad, la depresión o el estrés.

Hasta ahora, por su severidad, la hiperactividad ha quedado fuera de tratamientos de “mindfulness” en países como Estados Unidos, favoreciendo en su lugar la medicación. 

Las terapias de conciencia son tan importantes -cree James M. Swanson- “porque parecen enfrentarse a las causas”. La medicación, por el contrario, trata una dolencia del comportamiento como si se tratara de un catarro.

El antídoto de comportamientos compulsivos se llama “conciencia humana”

El autocontrol cognitivo es un atributo de la conciencia humana desde la propia formación de la personalidad durante la infancia. Eso sí, cada disciplina lo define a su modo:

  • habilidad para postergar y regular gratificaciones (signo inequívoco de dominio racional de los impulsos, autosuficiencia que coincide con las enseñanzas de filosofías de vida como el estoicismo);
  • gestión racional de los impulsos;
  • autorregulación o autocontrol emocional;
  • supresión de pensamientos irrelevantes;
  • o capacidad para prestar atención y aprender.

Más allá de los detalles de su definición, los investigadores han comprobado que esta habilidad mental predice el éxito tanto educativo como laboral.

Entre la incontinencia y el autocontrol

Nuestra habilidad para el control cognitivo se incrementa entre los 4 y los 12 años, coincidiendo con la formación de la conciencia individual; después se frena, explica Betty J. Casey a Daniel Goleman, experta en psicología del desarrollo en Cornell. 

La adolescencia está marcada por las dificultades para controlar los propios impulsos. No obstante, la impulsividad alcanza su cénit a los 16 años, y la mayoría de los adultos logra los niveles de control cognitivo propios de un adulto en la veintena.

En adultos sanos, esta capacidad de autocontrol vuelve a descender a los 70 y 80 años, cuando se incrementan las distracciones que la mente suprime con eficiencia antes de la senectud.

La fuerza de voluntad se puede ejercitar

El tratamiento más adecuado, sugieren los expertos críticos con medicar cualquier déficit de atención, consistiría en trabajar la introspección, el control cognitivo y la concentración en actividades inmersivas que requieren esfuerzo y fuerza de voluntad.

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En función de la edad, podría tratarse de juegos, trabajos plásticos, lectura, deporte, etc. Lo que el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi llamó en 1975 experiencias de flujo, o capacidad para concentrarnos en algo hasta el punto de perder la noción del tiempo y de uno mismo, son la aspiración introspectiva de cualquier individuo con capacidad para concentrarse.

Sobre el valor de intentarlo

El primer paso para recetar tareas de introspección como terapia para combatir trastornos por déficit de atención, explica Daniel Goleman, es comprobar científicamente los efectos de la terapia de concentración o “mindfulness”: enseñar a analizar la propia conciencia, pensamientos y sentimientos sin buscar juicios de valor ni reacciones.

Así, en lugar de dejarse llevar y perder un enfoque elegido -especialmente cuando se alinean impulsos y costumbre-, cualquier niño o adulto consciente de que la inmersión cognitiva requiere esfuerzo aunque padezca déficit de atención, puede darse cuenta de lo que acaba de ocurrir y renovar así su concentración.

O intentarlo como primer paso.

Lectura

Un estudio demuestra que adultos con déficit de atención han progresado en su control cognitivo combinando actividades de introspección (“mindfulness”) y terapia cognitiva, con un progreso similar al de individuos medicados.

Las actividades introspectivas, desde la lectura a la meditación, pasando por el deporte, parece ejercitar los mecanismos cerebrales encargados de mantener la atención, un primer indicador de control cognitivo, tal y como confirma una investigación de la Emory University.

Hay estudios que muestran cómo la meditación es capaz de centrar la atención en un objeto o pensamiento, gracias a movimientos y divagaciones que refuerzan esta habilidad neuronal.

Determinación y libre albedrío

Para el doctor Adam Gazzaley, neurocientífico de la Universidad de California en San Francisco, la meditación es un ejercicio de control cognitivo que “mejora la habilidad para autorregular las distracciones internas”.

Psicólogos como James M. Swanson reconocen su escepticismo hasta que empezaron a analizar los resultados de varios estudios. Ahora, Swanson confirma que los hallazgos son “prometedores”.

Las filosofías de vida de la Antigüedad recomendaban métodos de introspección cuyos efectos sobre la conciencia son ahora corroborados por la psicología y la neurociencia.

Séneca, en Cartas a Lucilio: “Crees que tienes que habértelas con muchas dificultades, pero la verdad es que la mayor dificultad está en ti y tú eres el estorbo para ti mismo”.