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El arte de editar lo innecesario… y de ordenar lo esencial

Editar objetos físicos -y digitales- es una de las tendencias al alza en una sociedad con acceso universal a bienes de consumo cuyo coste marginal se acerca a cero.

El nuevo lujo, dicen los expertos, es tener criterio para desprenderse de lo superfluo y, de paso, convertirse en omnívoro cultural (según Shamus Khan en The New York Times, “los nuevos elitistas“).

Era cuestión de tiempo que la sobreabundancia de alimentos, objetos físicos y objetos digitales (servicios, información, todo a un click apelando a los instintos de la parte nuclear de nuestro cerebro que compartimos con los reptiles), convirtiera a quienes son capaces de discernir el grano de la paja en los nuevos triunfadores a largo plazo.

(Vídeo de Kirsten Dirksen donde Peter Lawrence nos explica su estrategia para lograr lo que él considera una existencia plena practicando la simplicidad: Lawrence trata de proyectar su filosofía de vida en el espacio y objetos que le rodean)

Estrategias para combatir el empacho sensorial

Según la hipótesis que expone los excesos -y la saturación sensorial que éstos producen- de la sobreabundancia de objetos físicos y digitales, los nuevos elitistas no se distinguirían del resto económicamente (no se trataría aquí de dirimir entre porcentajes de población), sino por su estilo de vida “editado” y la proyección de éste sobre su persona.

A medida que Internet y sus servicios maduran, además de conectarse e interrelacionarse con el mundo físico, la persona de carne y hueso acarrea su “persona digital” y la imagen que ésta proyecta del individuo real.

Una personalidad digital irascible, obsesiva, irracional u obsesionada con algún comportamiento trasciende Internet y se proyecta sobre la reputación del individuo con repercusiones similares a su proyección en el mundo físico.

Se trata de síntomas más relacionados con la sobreabundancia y la saturación, así como con la incapacidad para controlar los impulsos (gratificación instantánea) y fenómenos como la falta de autoestima, que con la “marginalidad”, la “pobreza” y otras denominaciones abstractas de un fenómeno muy amplio que afecta a personas y familias de distintos perfiles.

Cuando, queriéndolo todo, olvidamos qué necesitamos

Entre los efectos de la saturación de bienes, servicios y alternativas, a menudo olvidamos el originado por acumular objetos físicos y digitales (o alimentar distintos tipos de adicción sin siquiera ser conscientes de ello): nuestra incapacidad para, de manera racional, decidir qué necesitamos y qué no, qué enriquece nuestro día a día y qué obra en sentido contrario, restando espacio y tranquilidad (ataraxia).

En cambio, otros síntomas son más familiares y detectables por cualquiera: acumular bienes sin ton ni son dentro y fuera de casa; no recoger de la habitación, la vivienda, el porche, etc., los antiguos objetos en desuso; transmitir en el aspecto personal la misma indecisión e incapacidad cotidiana (que se transformaría en problemas de peso, higiene, falta de consistencia en lo cotidiano, etc.).

Cuando la abundancia se gira en contra de lo que los filósofos clásicos llamaron “tranquilidad” y la psicología actual “bienestar” o “autorrealización”, el criterio para evitar sus peores consecuencias aumenta su valor hasta el punto de originar un nuevo tipo de experto: el “editor” de objetos innecesarios.

El arte de editar

Pero, ¿qué ocurre en la era de la sobreabundancia cuando algo como lo que nos ocupa [aprender a desprenderse de objetos físicos y digitales innecesarios] se convierte en tendencia?

Cuando “el arte de editar” se convierte en tendencia -como es el caso, prolifera (hablando sólo de Internet) una exhuberante oferta de consejos diseminados por artículos, entradas de bitácora, “memes“, comentarios en Reddit (donde “declutter” es una popular etiqueta: mucho ruido en el hilo digital para evitar el ruido) y redes sociales, así como ensayos (literalmente decenas de ellos, tanto en formato físico como digital).

¿Cómo navegar por toda la información disponible para comprender -precisamente- “cómo navegar por toda la información [y ruido] disponibles”?

Basta un poco de paciencia y un rato de divagación por la Red para calmar incluso al más preocupado con la sobreabundancia: buena parte de artículos y bitácoras -descubrimos- se refieren a expertos, libros e ideas que basculan entre la familiaridad y el sentido común.

Paseando entre algunos abogados y pioneros del minimalismo

Varios años después de que Kirsten Dirksen y yo mismo (también otros como Leo Babauta en Zen Habits) hiciéramos entrevistas y recopiláramos información sobre técnicas para mejorar la cotidianidad desprendiéndose de objetos innecesarios, el “arte de editar” alcanza una popularidad más amplia e inclusiva.

Desde hace años, hemos relacionado la edición de objetos innecesarios con el estilo y filosofía de vida de cada uno, y las etiquetas que añadimos a vídeos y reportajes permiten profundizar en conceptos relacionados como la vida sencilla, la filosofía clásica occidental y oriental, o su proyección en arquitectura, interiorismo, ropa, diseño, viajar, etc.

En un artículo de hace tres años, sobre los beneficios de simplificar la propia existencia renunciando a objetos innecesarios, empezábamos y acabábamos con dos ideas que repiten los expertos del “arte de editar”.

Cuando no hay nada más que quitar

Empezábamos citando a Antoine de Saint-Exupéry, aventurero y autor de El Principito: “la perfección se alcanza no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada que quitar”, una cita que extraje de la biografía del fundador de la firma de ropa técnica californiana Patagonia Yvon Chouinard, el recomendable Let My People Go Surfing.

Sintetizo el contenido del mencionado artículo en un comentario al final, con tres años de antigüedad:

“El minimalismo crecerá como tendencia, más allá de la moda pasajera. Tiene sentido: estético, espiritual, de gestión. Se amolda a los tiempos y hace positivo lo que la cultura de la abundancia marca como negativo”.

Posteriormente, los estudios han confirmado que acumular cosas no sólo supone un esfuerzo económico y, sobre todo, sino que compite por nuestro espacio y atención, lo que genera (y aquí hay evidencia científica) nos angustia.

(Vídeo sobre el sentido de tener un armario ropero con lo esencial -consulta también el artículo-: yo mismo hace casi 5 años y, sí, básicamente la misma ropa, aunque con dos hijos más)

Mentalidad “(I Can’t Get No) Satisfaction”

Paradójicamente, como expone la hipótesis psicológica de la adaptación hedónica (expuesta por Shane Frederick y George Loewenstein, según la cual perseguimos algo nuevo hasta que perdemos interés por ello al obtenerlo, buscando un nuevo objeto), tratamos de evitar lo que el filósofo Søren Kierkegaard llamó “angustia existencial” actuando de un modo (tratando de satisfacer impulsos que generan adicción y no son por definición saciables) que aumenta la angustia en lugar de reducirla.

Plinio el Viejo lo expresó de la siguiente manera: “Un objeto en posesión rara vez conserva el mismo encanto que cuando era deseado”.

Como en tantas otras ocasiones, los filósofos clásicos occidentales y orientales acertaron con una solución para controlar (no reprimiendo, sino optando por el camino medio) nuestros impulsos y evitar, de paso, el fenómeno de la adaptación hedónica: apreciar lo que tenemos. En otras palabras: introspección, reflexión, análisis de lo que nos compromete y genera desazón, etc.

Cuando la mejor compra es no comprar nada

En ocasiones, la mejor manera de “comprar” es no hacerlo, del mismo modo que, a menudo, estar en la trinchera filosófica, social o política consiste en no actuar, sobre todo en momentos de saturación, ruido o incluso centrifugación.

La doctrina de “actuar” precisamente no actuando se conoce en la tradición taoísta como “wu wei“, para encontrar un equilibrio entre nosotros y lo que nos rodea “compensando” con ausencia de ruido el exceso de ruido de nuestro entorno (independientemente de su fuente de origen: acumulación de objetos físicos o digitales, o quizá desación social con exceso de gregarismo).

Hasta aquí, el diagnóstico y sus consecuencias; pero, ¿qué hay de los buenos consejos para “editar” nuestra vida y mejorar nuestra cotidianidad renunciando a objetos innecesarios -y ordenando, de paso, los que se quedan-?

La vida examinada y lo que nos rodea (físico y digital)

En *faircompanies hemos tenido oportunidad de inspirarnos leyendo a Henry David Thoreau y visitando el emplazamiento de su cabaña durante su temporada junto al lago Walden, donde el autor decía querer:

“…vivir deliberadamente; confrontar sólo los hechos esenciales de la vida para ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”.

Filósofos clásicos y más recientes, como el propio Thoreau y las personalidades a las que influyó (Lev Tolstói, Mohandas Gandhi), han profundizado en el concepto de la vida sencilla y na “no posesión” (o posesión consciente de lo esencial para ir al grano y profundizar en la propia existencia, teniendo una “vida examinada”).

(Vídeo por Kirsten Dirksen: una pareja de California decide vivir una existencia sencilla en una cabaña en el bosque sin electricidad y con apenas lo esencial)

“No posesión” y estrategias zen para editar y ordenar

La “no posesión” implica de manera irrenunciable al esfuerzo introspectivo ineludible de reducir la dependencia de todo lo que no sea uno mismo, de modo que cualquier objeto externo nos priva de una manera u otra de vivir mejor.

En cuanto a estrategias para renunciar a objetos innecesarios (físicos o digitales, tangibles o intangibles), Peter Lawrence colaboró con Kirsten Dirksen en un vídeo donde explica cómo autorrealizarse rodeándose de un entorno simple que nos ayude a centrarnos en lo esencial.

Marie Kondo se ha convertido en una celebridad en Japón con sus consejos para ordenar y desprenderse de objetos innecesarios, en un país con una cultura proclive a apreciar la relación entre el entorno físico inmediato y la situación espiritual del individuo que lo habita.

Su ensayo sobre la materia, The Life-Changing Magic of Tidying Up: The Japanese Art of Decluttering and Organizing, extiende el fenómeno fuera de Japón, con artículos dedicados en Estados Unidos (The New York Times y Farnam Street, entre otros) y Reino Unido (The Guardian).

Lo que nos enseñan los sistemas estéticos ancestrales

Los consejos de Marie Kondo son una versión edulcorada y para todos los públicos de los conceptos ya expuestos por filósofos clásicos occidentales y orientales, así como minimalistas “avant la lettre” como los aficionados a la vida sencilla y la “no posesión” como los mencionados Thoreau y Gandhi.

La promesa: desprenderse de lo innecesario y ordenar con sentido común lo restante reducirá nuestra angustia y, a la larga, se proyectará sobre nuestra filosofía de vida y nuestra tranquilidad. Ni pensado por un estoico (tradición occidental) o un taoísta (tradición oriental).

Al fin y al cabo, los sistemas estéticos de la tradición oriental (feng-shui en China; wabi-sabi y zen en Japón; vastu shastra en India) parten de la idea de que nuestro interior se proyecta sobre nuestro entorno y a la inversa (el estado de nuestro entorno circundante nos afecta).

El ritmo de la naturaleza

Por eso, qué mejor manera de sentar las bases de una filosofía de vida personal sólida y con voluntad de mantenerse a largo plazo que echando un vistazo a lo que nos rodea y conquistarlo, deshaciéndonos de lo superfluo y ordenando lo restante.

Entonces, quizá llegue el momento de disfrutar de un texto que inspire la relación de nuestro interior con todas las cosas: quizá un ensayo de un amigo de Thoreau, Ralph Waldo Emerson.

O quizá la lectura de la deliciosa novela corta Pan, de Knut Hamsun:

“Esos arroyuelos cantan sin que nadie se detenga a oír su música humilde y, sin embargo, no se intranquilizan y prosiguen su suave canción, armonizada con el ritmo de todos los mundos”.