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El lado salvaje de la educación: el mundo más allá del aula

Un nuevo estudio detalla la correlación entre la inteligencia de los principales mamíferos y tanto la madurez al nacimiento como su destete definitivo. El ser humano destaca por su extraordinaria inmadurez al nacer, que prolonga la cría y el aprendizaje, estrategia evolutiva que -sugiere el estudio- explica la inteligencia humana.

En todos los animales estudiados, la edad y madurez en el destete predijeron alrededor del 78% de la puntuación en inteligencia, explica The Economist

La escasa madurez al nacer tendría un origen fisiológico y la cría prolongada habría contribuido no sólo a aprovechar la inteligencia potencial compartida con otros primates superiores, sino al desarrollo del habla y al dominio de herramientas, así como de una narrativa y la cultura asociada a ésta, tal y como argumenta el trabajo del antropólogo Leon Festinger.

Cuentistas: la función cerebral que elabora nuestro relato

Gracias a una región del cerebro que Festinger identificó como “intérprete”, capaz de combinar recuerdos con percepción y pensamiento abstracto en una única experiencia que define nuestra conciencia (ese “ahora” que amarramos y al que damos sentido, pese a escurrirse hacia adelante en el tiempo y estar conformado por tantas cosas que se proyectan hacia pasado y futuro, y que filósofos como Martin Heidegger han tratado de analizar), nos asomamos al mundo aspirando a narrarlo en primera persona.

El hecho de que la naturaleza se haya ocupado de borrar en la edad adulta nuestro recuerdo de los primeros meses de desarrollo tiene sentido evolutivo, ya que sólo el ingenio humano (su capacidad para innovar y para acelerar el progreso a partir de la Ilustración) han reducido la mortalidad infantil a porcentajes marginales, si bien durante la mayor parte de la historia de nuestra especie los primeros años de desarrollo eran tan precarios que, al menos en una ocasión, estuvimos a punto de desaparecer.

Justo cuando parece que la tecnología de realidad virtual empieza a acercarse a las predicciones sostenidas durante décadas por la ciencia ficción, lo que conocemos de la experiencia humana y los resultados de diversos estudios nos muestran una y otra vez la estrecha relación entre nuestra salud física y psíquica y nuestra manera de estar en el mundo: nuestra visión del mundo, lo que comemos, nuestro entorno, la actividad física… y nuestro contacto con la naturaleza.

Lo que (re)descubriremos con la realidad virtual

Dispositivos como Oculus Rift acelerarán las experiencias cognitivas, algunas de ellas ya disponibles en su versión básica, que nos recordarán que nuestros sentidos crean de los impulsos obtenidos del mundo real nuestra propia “narrativa” de realidad virtual. De ahí que una tecnología suficientemente madura lo tenga tan fácil para engañar a nuestra percepción y hacernos sentir vértigo o incluso náuseas.

Sabíamos que ocurriría tarde o temprano. Recordemos, por ejemplo, la película Días extraños -1995-, dirigida por Kathryn Bigelow y protagonizada por un joven Ralph Fiennes interpretando a un traumatizado adicto a las experiencias de realidad virtual, en este caso ejecutadas a través de un dispositivo ilegal que los “yonquis” cognitivos se sitúan sobre la cabeza, en contacto con la corteza cerebral.

(Imagen: fotograma de la película Días extraños -1995-)

Esta nueva ventana a una percepción artificial no dictada por una observación directa de lo circundante, sino por una narrativa prefabricada, promete redefinir conceptos filosóficos recurrentes desde que Platón, por un lado, y Aristóteles, por otro (este segundo tratando de alinearse con Sócrates), discutieran si mente y cuerpo son dos entidades separadas o interpretaciones de un todo mortal e inseparable.

Filtrando estímulos en una sociedad institucional

Cuando las experiencias de realidad virtual avanzadas disponibles con los dispositivos comerciales actuales engañan a nuestros sentidos hasta el punto de hacernos volver a la realidad cotidiana con cierta extrañeza, dada su aparente falta de “acción cinemática”, nos estamos ya planteando las grandes cuestiones sin resolver.

Indagar en los efectos “emergentes” de la realidad virtual (a partir de un sonido, una imagen y un movimiento calculados por algoritmos, nos creemos sumergidos en un mundo que vive sólo en forma de impulsos con los que nuestra conciencia ensambla una “realidad”) es hacerlo en las grandes cuestiones sobre nuestra percepción del mundo expresadas por la filosofía:

  • David Hume (para el cual nuestra conciencia se funde con lo circundante, tal y como explica el budismo);
  • el obispo Berkeley (que pensaba que vivimos en un mundo virtual similar al expresado en “The Matrix”, aunque, en el caso de Berkeley, todo lo percibido por nosotros no partía de las máquinas, sino de Dios);
  • o los propios conceptos extremos de dualismo (diferenciación de mente y espíritu -la raíz de todos los problemas, según Nietzsche: platonismo, cristianismo, cartesianismo), solipsismo (creer que todo parte de nuestra propia mente), etc.

Lo que Berkeley enseñó a Mach

George Berkeley llamó a su concepción del mundo, para él una simulación en nuestra mente a partir de una idea orquestada por un ser superior, “inmaterialismo”; Berkeley había llevado el empirismo a sus últimas consecuencias, concluyendo que lo que llamamos “realidad” reside en nuestra percepción de estímulos en un medio al que el observador otorga sentido. 

Su idea de que la realidad es sancionada por el observador influyó sobre el escepticismo de Ernst Mach y Albert Einstein, al intuir que los principales conceptos de la física no son absolutos y dependen de la referencia entre el espectador de la realidad y la realidad observada.

Casi tres siglos después de que este precursor de Mach y Einstein intuyera que el ser humano se las ha ideado para dar una narrativa amable y tridimensional a una existencia menos comprensible (si tenemos en cuenta fenómenos como la física cuántica y la curvatura del espacio-tiempo, por ejemplo), Elon Musk, el empresario detrás de SpaceX, empresa que aspira a colonizar Marte en las próximas décadas, cree que es plausible que vivamos en una simulación, a medio camino entre el idealismo subjetivo de Berkeley y narrativas de ciencia ficción como The Matrix.

Intuiciones de Nietzsche: recuperar nuestra naturaleza

El inmaterialismo de Berkeley, que tanto interesa a quienes desarrollan el nuevo campo de la realidad virtual, no sólo topó con el problema de explicar la evidencia de un mundo ajeno a la propia mente (para el que Kant podía tener sentido cuando era observado, o carecer de éste cuando no), sino con la tradición filosófica que defiende nuestro naturalismo:

  • desde los presocráticos y su defensa del cultivo de artes físicas e intelectuales (areté, o aspiración a la excelencia en cuantas más áreas mejor, incluyendo el deporte y la pelea);
  • hasta la reivindicación de Nietzsche de los aspectos físicos (de sensualidad, fuerza instintiva, combinación de lo físico con lo sensorial) como balance para una cultura que había primado lo mental y racional.

Nuestro propio desarrollo, volviendo al estudio citado por The Economist que relaciona una mayor dependencia de las crías de mamíferos con la inteligencia de la especie, nos recuerda el incalculable valor de la educación en el desarrollo humano.

Nuestra simulación

A medida que la evolución de las herramientas tecnológicas facilite muchas tareas cotidianas, las únicas cosas que mantendrán -o quizá aumentarán- su valor a medida que los bienes y servicios se abaraten son -explica el cofundador de Wired, editor y ensayista Kevin Kelly– las experiencias humanas. Porque, a diferencia del resto, las experiencias no pueden ser copiadas.

Las primeras experiencias de la vida marcan el tono de lo venidero. Estudios antropológicos demuestran la importancia de la lactancia y la autonomía del niño mientras descubre el mundo (sea o no lo que Berkeley y Elon Musk creen una simulación orquestada por “alguien” superior), para su bienestar y su inteligencia como adulto.

A diferencia de las sociedades tradicionales, donde el niño participa como espectador en los quehaceres cotidianos, aprendiendo en el proceso y, de paso, manteniendo un contacto con microorganismos y sustancias presentes en el ambiente (tales como aceites volátiles presentes en las plantas), los niños actuales crecen en un mundo más aséptico, estructurado y compartimentado.

Del desencantamiento de Weber al nuevo naturalismo

Varios estudios coinciden en los beneficios de revertir el desarraigo entre la crianza y los ritmos de la naturaleza, promoviendo un “reencantamiento” con una educación que tenga más en cuenta la energía del niño, así como su necesidad para jugar y explorar tanto su entorno como la naturaleza.

Ha pasado un siglo desde que el sociólogo alemán Max Weber explicara el proceso de burocratización paulatina de las sociedades modernas, que regulan cada vez más aspectos de la vida, sancionando los usos de las libertades individuales que -se supone- protegen. 

Un ámbito donde la regulación ha avanzado de manera imparable es el de la crianza y la educación infantil. Niños y adolescentes de Estados Unidos se enfrentan en la actualidad a poco menos que un régimen policial si se aventuran a la calle o al juego no supervisado por adultos en parques y zonas verdes.

Infancia institucionalizada: ¿toque de queda para los niños?

El régimen de supervisión adulta obligada a niños y adolescentes en calles, parques y zonas de juego constituye poco menos que lo que The Guardian tilda de régimen de toque de queda.

Lo sorprendente es que tanto calles como parques actuales son mucho menos peligrosos que en décadas anteriores, cuando Estados Unidos y el resto de países desarrollados otorgaban mayor autonomía a los menores, cuando existían métodos más laxos e informales de supervisión, tales como la presencia de personas en la calle y la participación de los abuelos en la crianza.

El fundador del sitio Metafilter, Matt Haughey, declara: “Cuando tenía 15-18, montaba en bicicleta cada noche hasta las 12 o la 1 de la noche. No puedo creerme que la policía arreste ahora a niños si son más de las 10 de la noche”.

Explorar el mundo

Para conocer mejor el mundo y conocerse mejor a sí mismos, los niños tienen derecho a explorar y a mantener una cierta autonomía, así como a “perderse” de vez en cuando en el bosque, aprendiendo los límites y señales de su entorno por su propio pie.

A no ser que lo que prefiramos es, siguiendo la hipótesis de George Berkeley, crear un entorno real tan supervisado y aburrido que, al final, sea para ellos mucho más emocionante sentarse en un sillón, embutirse unas gafas de realidad virtual y sumergirse en otro mundo en el que su cuerpo no participa.

(Imagen: fotograma de la película Días extraños -1995-)

Y, recordando a Nietzsche, la raíz de muchos problemas de nuestra sociedad parte del acento que ponemos sobre lo mental, olvidando que nuestra conciencia es inseparable de nuestro yo dionisíaco. Y nadie mejor que un niño para saber que hay que correr y explorar tanto como sentarse y observar.

Cada niño merece potenciar su propósito en el primero y más fantástico entorno de realidad virtual que conozca, al que accederá nada más abrir los ojos (en ocasiones, acaso todavía en el interior del vientre materno).

Estar en el mundo

Todo niño, explica Carol Black en un excelente artículo sobre lo que la institucionalización infantil de las sociedades avanzadas causa a nuestros instintos por encontrar nuestra propia voz en la edad adulta, debería poder explorar el mundo sin la estricta guía de sistemas que premian a los no disidentes e intentan medicar a quienes, en lugar de centrarse en una tarea mecánica ante ellos, prefieren mantener su alerta sobre el mundo que les rodea.

Para conocer el mundo, debemos vivir en él con la actitud abierta que la aventura se merece. Y, conociendo el mundo, nos conoceremos a nosotros mismos, tal y como sugiere Thoreau cuando, en su ensayo Walking, asegura que “en lo salvaje reside la preservación del mundo”.

Para él, “lo salvaje” es el cosmos presocrático, un “estar en el mundo” similar a la idea oriental de conciencia plena, que Martin Heidegger llamaría “dasein”.