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El paseo regular al aire libre palía el sedentarismo laboral

Mientras la UE decide poner fin a la práctica del ajuste horario, que dejará de producirse dos veces al año a partir de 2021, la ciudadanía ajusta reloj interno al clima e intensidad lumínica de la primavera.

La tolerancia de la mayoría a las partículas de polen en suspensión contrasta con la dificultad con que los alérgicos transcurren las semanas de floración.

También en concordancia con el aumento de polen en el ambiente y con la mayor intensidad lumínica, las mesas y estantes de librerías y kioscos se nutren de publicaciones y libros dedicados a la jardinería urbana, las actividades al aire libre y algún que otro ensayo de divulgación sobre la belleza de lo próximo cotidiano.

«Office in a Small City», Edward Hopper, 1953

Durante un paseo por París el pasado fin de semana, observé cómo la edición encuadernada e ilustrada de La vida secreta de los árboles, de Peter Wohlleben, permanece en un lugar destacado pese a no ser ya una novedad. La obra aspira a la perdurabilidad a lo largo de las estaciones y los años, y emular así al grupo que, entre sus protagonistas perennifolios.

La receta de las cuatro estaciones

En torno al paralelo 45 grados Norte (que atraviesa de manera aproximada la línea divisoria entre Estados Unidos y Canadá, así como el sur de Gran Bretaña, Francia y Europa Central y del Este, latitud dominada por una transición clara entre las cuatro estaciones y durante los equinoccios (20 o 21 de marzo y 22 o 23 de septiembre) el sol se encuentra en el cenit (45 grados) en el mediodía, el inicio de la primavera representa también el fin de los meses fríos y oscuros, y el momento de salir al balcón, el bosque o el parque.

El efecto del sol primaveral y el aire exterior sobre nosotros y sobre nuestro estado de ánimo no es nada desdeñable, una bocanada de aire fresco y realidad próxima palpable cuya luminosidad contrasta con un estado de ánimo colectivo que ha vivido mejores momentos.

La agenda sigue dominada por exabruptos políticos en el mundo anglosajón, así como por la incógnita en torno a movimientos contestatarios que, como los «chalecos amarillos» en Francia, sólo pueden ponerse de acuerdo en una cosa: un enfado transversal más o menos inducido por los medios sociales o por la amarga percepción de una realidad compleja y un nivel de vida constreñido por obligaciones y estrecheces.

Percibir la llegada de la primavera asomándose a la calle y dejando que el sol caliente nuestra piel es, acaso, el revulsivo para nuestro estado de ánimo menos cacareado en las redes: al fin y al cabo, la actividad no requiere comprar nada (ni siquiera un libro de autoayuda), ni alcanzar el teléfono para descargar una actividad que promete liberarnos de la agitación inducida en parte por actividades como conceder a nuestro terminal telefónico la licencia de interrumpirnos cuantas veces como permitamos.

Trabajar sentado

Tampoco hay que leer artículos, escuchar podcasts o hacerse con un libro de autoayuda. Sobra decir que no hay que conocer los secretos de la meditación trascendental, hacer malabares mientras mantenemos la posición de loto o repetir preceptos espirituales o propios del último gurú new age.

Y no, la reflexión no tiene que ver con el enésimo intento de las redes sociales por hacernos creer que estamos a un truco de distancia para convertirnos en la imitación de bajo coste de algún entrenador personal en línea decidido a realizar esfuerzos descomunales para promover un estilo de vida supuestamente dominado por la falta de fricción y esfuerzo.

Fotograma de «Office Space» (Mike Judge, 1999)

En nuestra —muy humana— búsqueda cotidiana de cierta exigencia laboral compatible con cierto bienestar y tiempo libre dedicado a amigos, familia e introspección, no debemos confundir distracciones que aumentan la crispación diaria —como la interrupción constante en el trabajo— con otro tipo de distracción, esencial para recargar energía y rendir mejor: tanto quienes trabajan sentados o en posición relajada durante la mayor parte de la jornada, como quienes desarrollan una labor tensa que depende de ciertas posturas físicas, necesitan descansar cada cierto tiempo.

Según Eurostat, cerca de cuatro de cada diez personas (39%) que trabajan en la UE desempeñan su labor sentados frente a un escritorio, casi siempre dotado de ordenador y teléfono. El segundo grupo de trabajadores más numeroso por actividad física en el puesto de trabajo, concretamente el 30% de los ocupados, desempeña su labor en el sector servicio y desarrolla un ejercicio moderado durante la jornada (desde camareros a dependientes).

Un 20% trabaja toda la jornada de pie y prácticamente sin posibilidad de reposo salvo en momentos de descanso. Finalmente, el 12% de los trabajadores de la UE trabaja en empleos que requieren un esfuerzo físico intenso, y asumen asimismo mayor riesgo de padecer un accidente laboral.

Aprovechar las pausas para estirar las piernas

Ser trabajador sedentario no implica perder toda oportunidad de conservar cierta forma física y bienestar: acudir al trabajo en bicicleta o caminando, así como dar un garbeo durante los descansos, forma parte de la rutina intuitiva de millones de personas, las cuales no han requerido aplicaciones de crecimiento personal ni libros de autoayuda para asumir por sí mismos —u orientados/influidos por relaciones— la rutina del ejercicio moderado antes, durante y después del trabajo.

¿Por qué es tan importante salir ahí afuera y aprovechar para dar un paseo —una oportunidad para divagar o entablar una conversación potencialmente inspiradora—?

Para empezar, hacer una pausa cada 30 minutos para estirar las piernas puede no sólo relajarnos, sino —así lo atestigua un estudio de la Universidad John Moores (Liverpool) en 15 oficinistas sin problemas de salud— que es crucial para restaurar el flujo sanguíneo en el cerebro, sobre todo entre quienes deben sentarse durante a diario frente al escritorio durante horas.

El sedentarismo laboral es tan nocivo como el doméstico, y años de jornadas frente al escritorio sin descansos para reponerse caminando al aire libre tendrían implicaciones a largo plazo en la salud y el rendimiento cerebral y cardiovascular, escribe Gretchen Reynolds en The New York Times.

Edificios enfermos y trabajadores sedentarios

El acceso a la luz natural durante la jornada puede influir sobre la salud y el estado de ánimo, y las oficinas que sacrifican la luz y vistas al exterior por cuestiones económicas o estratégicas contribuyen a un fenómeno contemporáneo que sirve de metáfora de la discutible salubridad de muchos entornos de trabajo: el síndrome del edificio enfermo.

El síndrome del edificio enfermo engloba las dolencias físicas y anímicas inducidas por edificios pobremente iluminados y, sobre todo, mal ventilados, en cuyo interior se crea un cóctel de partículas en suspensión y agentes nocivos que originan situaciones con cierta variabilidad, desde jaquecas y náuseas a alergias y depresión. La modernidad y espectacularidad de los edificios no representan garantía alguna frente a deficiencias de iluminación natural, ventilación y adecuado condicionamiento.

«Chop Suey», Edward Hopper, 1929

Dos de los edificios más destacados durante la remodelación post-olímpica en Barcelona, la torre Agbar y la torre de Gas Natural, han tenido que reacondicionar su espacio interior para corregir los errores estructurales que produjeron varios casos del síndrome. En ambos edificios, el cableado en suelo y techo, el material conductivo usado y la abundancia de potentes campos electromagnéticos provocaron lipoatrofia semicircular.

El sedentarismo en la oficina afecta nuestro metabolismo, indica Alex Hutchinson en el medio canadiense The Globe and Mail.

O explicado irónicamente por Hutchinson:

«Los científicos han descubierto un método notable para hacer que nuestro cuerpo sea inmune a los beneficios metabólicos del ejercicio: se llama desempeñar un trabajo en la oficina».

La necesidad de luz natural y pausas al aire libre

Los problemas no surgen sólo del tiempo sedentario prolongado en la oficina. Citando un estudio de la Universidad de Texas publicado en Journal of Applied Physiology, el artículo describe un fenómeno más preocupante que el mero sedentarismo: cuatro días o más de actividad laboral sentados produce un estado que han llamado «resistencia al ejercicio».

Los participantes en el estudio tuvieron que sentarse durante más e 13 horas al día y completar menos de 4.000 pasos por jornada. Al final de cada período de 4 días, los participantes realizaron ejercicio vigoroso en la cinta mecánica durante una hora.

Normalmente, una hora de ejercicio intenso produce beneficios metabólicos que perduran durante al menos una jornada, incluyendo la mejora significativa de la sensibilidad a la insulina y la tolerancia a la glucosa (marcadores de la salud cardíaca).

Sin embargo, esta transformación metabólica asociada al ejercicio perdió intensidad y duración entre quienes habían permanecido sentados la mayor parte del día.

Si nos faltan más razones para justificar una pausa periódica para caminar y tomar el aire, no hay más que mirar a otro emplazamiento simbólico en la oficina, tan odiado por quienes tratan de concentrarse en la oficina al contar con un propósito definido como apreciado como recurso por quienes justifican su empleo a partir de la interacción con otros empleados: la sala de reuniones.

Un estudio de Gensier sobre la calidad del aire en salas de conferencia, normalmente aisladas en acústica y ventilación del resto de la oficina, muestra cómo apenas la transpiración de 3 personas en una habitación cerrada durante 2 horas puede inducir un aumento de niveles de CO2 capaces de debilitar el rendimiento intelectual:

«Si uno está tomando decisiones hacia el final de una sesión de trabajo, uno está mentalmente menos capacitado para hacerlo».

En forma sin necesidad de placebo tecnológico

El estudio sobre función cognitiva en espacios laborales pobremente ventilados y con elevado nivel de dióxido de carbono y compuestos orgánicos volátiles (VOC en sus siglas en inglés) en el ambiente, demuestra la importancia no sólo de tomar un descanso, sino de hacerlo si es posible a la intemperie, ya sea en espacios al aire libre en la propia oficina o en el exterior.

Al ejercitarnos, sobre todo al aire libre (y, a poder ser, rodeados de naturaleza), evitamos los peores efectos de un empleo exigente. Procesos como la liberación de neurotransmisores y sustancias cannabinoides producidas por el organismo, así como la neurogénesis —el proceso regenerador de neuronas— son algunos de los fenómenos más citados para justificar la importancia del ejercicio diario.

«Hotel By A Railroad», Edward Hopper, 1952

No deberíamos subestimar su impacto sobre el estado de ánimo. Si vuelve el buen tiempo, razón de más para aprovechar cualquier momento de fatiga para aparcar ordenador y teléfono y pasear sin rumbo fijo mientras nos sumergimos en nuestro pensamiento o entablamos una conversación con algún amigo o compañero de trabajo.

De vuelta al trabajo, quizá sintamos que los obstáculos se han transformado en meros escollos sorteables, o retos asumibles. O, a lo mejor, incluso motivantes. Sin necesidad de gurús ni aplicaciones de autoayuda.