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El verano en que aprendimos a asociar cotidianidad y clima

Pocas palabras han experimentado un ascenso y caída más espectaculares en la jerga de nuestro tiempo que «resiliencia», clara prueba de que el abuso de un término puede agotar su semántica justo cuando más necesario es su uso.

El verano de 2021 quizá se recuerde por el ascenso de la variante Delta de la pandemia de Covid-19, ese incómodo evento que amenaza con contrarrestar (al menos, a corto plazo) el impacto de las vacunas en relación con nuevas infecciones y hospitalizaciones, sobre todo si la expansión de la variante en Europa y Norteamérica afecta la recuperación económica.

Imagen tomada durante un paseo matutino por una localidad de la Nación Navajo (en un lugar del interior de «las cuatro esquinas», pues el territorio se encuentra repartido entre el noroeste de Arizona, suroeste de Utah, sureste de Colorado y noreste de Nuevo México)

Mientras el Reino Unido acaba con las restricciones asociadas con la pandemia pese a la escalada de infecciones, la más rápida desde enero de 2021, la ansiedad sobre las medidas sanitarias que retomar y su nuevo impacto sobre la economía es apenas una de las piezas de un complejo puzle con un impacto mucho más profundo y prolongado: el recrudecimiento de los eventos de clima extremo y su carácter ineludible.

Sea como fuere, debemos acostumbrarnos a titulares como el siguiente (del New York Times): El cambio climático impulsa el clima extremo, sin «regreso a la normalidad».

Entre el recalentamiento económico y la variante Delta

En este contexto, y con la entrada a Estados Unidos todavía restringida a la mayoría de los viajeros no estadounidenses (y a sus familiares inmediatos), volamos hace un par de semanas a California, para emprender en pleno jet lag un ya tradicional viaje por carretera a lo largo de distintos Estados.

Antes de empezar, fue necesario alquilar un vehículo para a devolver en el mismo emplazamiento; la costumbre nos tenía mal acostumbrados y habíamos caído en el error de hacer una reserva apenas tres o cuatro semanas antes de volar —una vez había quedado claro que podríamos desplazarnos ya vacunados—.

Bastó afrontar este trámite para atestar que la inflación asociada a la reactivación de la economía estadounidense no se limita únicamente a las materias primas o al precio de la vivienda, sino que afecta a toda la economía: vuelos de corta y larga distancia, combustible, varios alimentos de primera necesidad, hoteles.

Varios establecimientos periurbanos anuncian su agresiva reapertura con un «jobs offered», pero muchos empleados no están dispuestos a trabajar en las mismas condiciones, sobre todo en los empleos de atención al público peor remunerados o más asociados a fluctuaciones, como camareros (que en Estados Unidos dependen de las propinas de la clientela) y dependientes en general.

Visitar un lugar vs. leer noticias sobre él

La furgoneta alquilada se confunde en la carretera con un vehículo comercial, con prestaciones de entretenimiento y conectividad igualmente espartanas, lo que nos ha obligado a explorar el dial radiofónico en lugares inverosímiles.

Entre emisoras locales asociadas a NPR (orientada a un público educado y relativamente progresista) y los programas más crispados y tendenciosos de las tertulias (el fenómeno «talk radio» es abrumadoramente conservador), pudimos seguir eventos que parecen alejados pero que a menudo se superponen como piezas centrales de la teoría del caos: sequía severa en el Oeste de Estados Unidos, ola de calor en el noroeste del Pacífico, inicio de la temporada de incendios en California y Oregón, inundaciones en Alemania y el Benelux.

Recorrer el dial implica toparse con fenómenos particulares que un foráneo tiene la tentación de asociar con remanentes de una mentalidad mesiánica y de frontera, un subproducto de las mutaciones contemporáneas de la doctrina del destino manifiesto: entre las emisoras religiosas (o emisoras musicales que programan únicamente rock o country «cristiano») e hispanas, se suceden las emisoras con canciones intercambiables con melodías pegadizas y entonaciones tan impecables como impersonales, contenido ideal para servir de sparring a la publicidad, auténtico contenido estrella (y a menudo más interesante —desde el punto de vista sociológico—) de una FM que desaparece con rapidez en los abundantes lugares inhóspitos del inmenso territorio que nos ocupa este verano: la zona de influencia de las montañas rocosas.

Se trata de un periplo con paradas ineludibles en las que el encuentro con amigos y recién conocidos presenta una oportunidad privilegiada para conocer de primera mano los temas y eventos que más preocupan, así como una oportunidad para observar cómo impactos y crisis sucesivas apenas han transformado el ambiente lúgubre de las localidades rurales alejadas de los grandes polos económicos y de oportunidades de la región.

El verano en que no se puede mirar a otro lado

En el verano de 2021, los problemas y preocupaciones a ambos lados del Atlántico parecen alineados: la técnica del avestruz ha dejado de funcionar y el empeoramiento de los eventos de clima extremo debido al calentamiento de la atmósfera terrestre afecta la vida cotidiana de manera palpable, o al menos de un modo suficientemente significativo como para que cínicos, indolentes e incrédulos (no necesariamente en este orden) tomen nota sobre lo que ocurre a su alrededor.

El Oeste de Estados Unidos capea a regañadientes varios eventos a gran escala que parecen confabularse para que actividades simbólicamente centrales para el ciudadano medio de la región como comprar una vivienda o desplazarse se encarezcan con rapidez.

La crispación política apenas ha remitido desde las pasadas elecciones, o al menos así parece atestiguarlo el clima de desconfianza en interacciones cotidianas, sobre todo en grandes urbes como Los Ángeles, donde comprobamos el relativo cinismo y descontento en torno al mandato que reestablece la mascarilla obligatoria en el interior de establecimientos debido a la variante Delta.

En San Francisco y Los Ángeles tuvimos oportunidad de charlar otras temáticas igualmente centrales en la agenda del Estado más poblado y rico del país: la dificultad para construir viviendas asequibles para la mayoría; el problema de los sin techo (una auténtica epidemia en ambas ciudades); y la incidencia de problemas climáticos regionales amplificados a causa del aumento de temperaturas y a la incidencia de la oscilación de corrientes del Pacífico (El Niño), desde sequías persistentes a ocasionales tormentas (cuya carga eléctrica aumenta más, si cabe, el riesgo de grandes incendios).

La insoportable levedad de las redes sociales

Los grandes retos sociales, económicos y climáticos de California son tan difíciles de resolver como los que afrontan el resto de Estados de la región, desde los costeros al Suroeste, la Gran Cuenca (Great Basin) y las Rocosas. Una vez uno abandona las redes sociales, la vida de los ciudadanos locales con quien charlamos se aleja de los clichés que se repiten y amplifican en Twitter o Facebook.

En estos servicios, el principal problema que afronta Estados Unidos parece ser la cultura denominada «woke», o guerra cultural entre distintas ortodoxias en torno al modo de afrontar la creciente diversidad en el país, si bien quienes denuncian la deriva «woke» de un supuesto público irredento en el país parecen menos preocupados con la desaparición de una esfera de debate público que vertebre los grandes debates de nuestro tiempo sin que politización y teorías conspirativas ocupen toda la atención.

Visitar un lugar implica, entre otras ventajas, superar el filtro de las cámaras de eco que compiten por nuestra atención en las distintas plataformas, si bien constatamos el interés de la mayoría de nuestras interacciones por evitar la polémica estéril desprovista de contenido real.

Este verano, nos hemos topado con lugareños que comentaban con nosotros la espectacularidad de las inundaciones en Alemania y Bélgica; eso sí, a diferencia de años pretéritos, pocos tratan esos eventos como fenómenos aislados; así, uno empieza comentando algo que ocurre al otro lado del Atlántico y acaba discutiendo sobre la extrema sequía en el Oeste de Estados Unidos, las temperaturas extremas registradas en Canadá hace un par de semanas o el nivel preocupante de las reservas acuíferas en toda la región.

Ensayos y teoría de sistemas para potenciar la resiliencia

La vida sigue pese a la incertidumbre que añaden circunstancias para las que cuesta adaptarse; desde tiempos inmemoriales, hemos aprendido a adaptarnos para afrontar grandes cambios, y varias civilizaciones fueron incapaces de superar pruebas como grandes sequías o períodos de enfriamiento repentino como el experimentado en Europa durante la Edad Media, que habría acabado con el asentamiento vikingo en Groenlandia (Jared Diamond explica este y otros eventos de colapso climático o de recursos en distintas sociedades a lo largo de la historia en su ensayo Colapso —2005—).

Lo que ocurre en el verano de 2021 dista de lo experimentado por las sociedades aisladas que Jared Diamond menciona en su libro (entre otras, y además de los Norse de Groenlandia, los nativos de la isla de Pascua y de Pitcairn, los anasazi del Suroeste de Estados Unidos, o la civilización maya), y el mejor modo de combatir el clima de negacionismo a la defensiva o, en el otro extremo, de avance de hipótesis apocalípticas como la colapsología, pasa por comprender la relación entre el aumento de temperaturas y un mayor riesgo de grandes incendios, sequías o tormentas, además del aumento del nivel del mar.

En las recientes inundaciones en Alemania, los servicios de meteorología pudieron predecir con meticulosidad el riesgo de grandes tormentas y riesgo de inundaciones, pero pocos esperaban una tromba de agua inaudita, capaz de causar la peor catástrofe natural en la zona desde 1962. Al adentrarnos en territorio desconocido, las respuestas deberán estar también a la altura.

En ocasiones, acción política y concienciación social se alinean para paliar el efecto de grandes catástrofes en el futuro; los códigos de edificación de Tokio, San Francisco, Ciudad de México y otras urbes localizadas en zonas con actividad sísmica extraordinaria, se adaptaron después de grandes terremotos; en los Países Bajos, canalización, bombeo de agua, diques y desecación para crear tierra literalmente ganada al mar (pólders), tuvieron que integrarse en el tejido de obra civil del país para evitar la inundación del territorio que se encuentra por debajo del nivel del mar.

Lo que preocupa a la gente

Durante el presente viaje por el Oeste de Estados Unidos, aprendemos que ni afiliación política ni actitud ante el Gobierno local, estatal o local son determinantes a la hora de considerar los riesgos climáticos del futuro.

Cualquiera puede entender que erigir una vivienda en un lugar donde aumenta el riesgo de sequía o escasez de agua, donde el clima se hace inhóspito o fenómenos como inundaciones e incendios aumentan sus probabilidades, se convierte en una apuesta arriesgada. Las compañías aseguradoras también son conscientes del impacto económico de este recrudecimiento, y los gobiernos locales empiezan también a tomar cartas en el asunto.

En California hemos tenido oportunidad de charlar con personas y grupos que tratan de resolver el problema del acceso a la vivienda para los más desfavorecidos desde distintos ángulos y con soluciones diversas: los poderes públicos se centran en la asistencia de emergencia a la población sin techo; el Estado trata de aligerar las constricciones para construir con la legalización de las casas adicionales (o casitas para invitados) en propiedades unifamiliares con terreno disponible; y empresarios y grupos de interés experimentas con nuevos tipos de vivienda o métodos para «habitar» con dignidad.

En Arizona o Utah, las temperaturas extremas y el acceso al agua debido a una sequía y aridez cada vez más pronunciadas, transforma también la política local y la actitud ante el uso de agua, con poblaciones en rápido crecimiento que frenan nuevas urbanizaciones por temor a carecer de agua para abastecer las nuevas necesidades; es el caso de Oakley, en Utah.

Mejores sistemas

Ganan atención las estrategias para reducir la temperatura en las ciudades con inversiones tan económicas y efectivas como plantar y mantener el arbolado urbano; en lugares con escasa pluviometría y riesgo de tormentas violentas que destacan por el riesgo de riadas e inundaciones, se combinan canalizaciones con sistemas de captura de agua de lluvia, revertida en depósitos privados y públicos que pueden usarse luego en jardines y arbolado; la reutilización de aguas grises para la vegetación local es, de momento, testimonial, pero el interés en sistemas económicos y de habitabilidad del territorio capaces de tener en cuenta su resiliencia es real.

Nos topamos con habitantes urbanos y granjeros con una visión del mundo muy distinta, pero igualmente interesados en una gestión forestal efectiva, en el mantenimiento de niveles de agua sostenibles, o en la permacultura y la agricultura regenerativa. Quizá algo esté cambiando. Queda saber si lo hace con la rapidez y la escala necesarias.

De camino hacia el norte de las Rocosas, atestiguamos los estragos de la ola de calor; en Missoula, la fresca y apacible ciudad universitaria de Montana en la que contamos con varios amigos, lleva varios días registrando temperaturas récord, mientras la información internacional sobre inundaciones que establecen una nueva normalidad pasan del norte europeo al centro de China.