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Elogio del aburrimiento infantil: del tedio a la creatividad

La cultura del estímulo constante ha generado miedos atávicos entre los padres de hoy. Entre ellos, la máxima de que los niños nunca deberían estar aburridos.

Ocurre que aburrirse forma parte de la vida y, al parecer, es un mecanismo crucial para fomentar la creatividad y la autoestima.

Saber aburrirse en la era del estímulo permanente

Aburrirse no es una enfermedad; es más, saber aburrirse desde la infancia va camino de convertirse en ventaja competitiva, al ser cada vez más difícil hacerlo a la antigua usanza, sin el estímulo constante de teléfonos, tabletas y otros dispositivos con pantalla y acceso a las posibilidades inabarcables de Internet, en cualquier momento y lugar; o sin la programación de actividades extraescolares de los “padres helicóptero“.

Observamos el mismo fenómeno en el mundo adulto; el tiempo para divagar o contemplar el paisaje por la ventana mientras viajamos en transporte público, por ejemplo, cede terreno y la reflexión relajada se ha transformado en una legión de individuos mirando la pantalla de su teléfono.

La pantalla del móvil se impone hasta en el váter

No extraña, por ejemplo, que un estudio detectara bacterias fecales en la pantalla de 1 de cada 6 móviles inteligentes. La lectura furtiva en la taza váter también ha fenecido, en favor de los teléfonos.

La británica Teresa Belton, experta en educación infantil, cree que la sociedad debe asumir que es normal y positivo que en ocasiones los niños se aburran; cuando les invade el tedio, los niños pueden desarrollar sus habilidades creativas innatas, ha explicado Belton a BBC.

El triunfo de la Internet ubicua, gracias a las redes sin cables y la convivencia de diversos dispositivos conectados, ha transformado nuestra manera de comunicarnos, trabajar y divertirnos.

(des)Ventajas de crecer en la sociedad hiperconectada-estimulada

Las ventajas de la nueva realidad son innumerables: cualquiera puede trabajar en cualquier lugar como en la oficina, usando un móvil, tableta o portátil; o leer un reportaje o documento recién publicado; o informarse sobre cualquier trámite; etc.

Pero también hay perdedores y desventajas. Algunos ejemplos:

  • sectores enteros tratan de adaptarse a una era en que la información se consume al instante, en forma de bits y, casi siempre, a una fracción del precio anterior o gratis;
  • empleos de cuello blanco especializados en la intermediación son obsoletos;
  • la conexión permanente, o la tentación de leer o ver algo, actualizar ésta o aquella aplicación, etc., causa sobrecarga informativa y desazón cuando pretende lo contrario.

Consecuencias del menosprecio del tedio y la divagación

Peor aún, sabemos que la conexión permanente a distintas pantallas (en casa, en la calle, en la oficina) afecta a nuestra capacidad de “recarga neurológica”.

Acabar con el arte de la divagación iría en contra de los mecanismos usados por los polímatas más célebres para crear, inventar, provocar con ideas asociadas del modo fresco e ingenuo que logran los niños.

Arquímedes, Isaac Newton o Albert Einstein, entre tantos otros, tenían destellos de inspiración mientras se ocupaban de otras cosas, en ese estado de modorra que la mente percibe como una tregua. Y, falta de presión, sucede. Llega lo que se ha buscado con tanto ahínco.

Cuando seguimos pulsando “actualizar”

Al recurrir a una pantalla con el último tweet, mensaje de correo, noticia o actualización de Facebook, neutralizamos la necesidad de introspección, esos momentos para divagar, reflexionar, meditar, observar, contemplar; escrutar, en definitiva, nuestro entorno más inmediato mientras nos asomamos a nuestro interior sin siquiera darle importancia.

La ensoñación y la introspección son mecanismos loados desde la época clásica por polímatas y mentes creativas, como detonantes de instantes de divagación creativa, esenciales para asociar ideas que, bajo presión o en un entorno exigente y competitivo, el cerebro no creería compatibles.

En un entorno hiperconectado, preparado para el ocio-trabajo-comunicación en cualquier lugar, hora o circunstancia, desaparece nuestra capacidad para perdernos en la contemplación, o caer en un duermevela regenerador o pasear por el parque o el bosque.

La frescura creativa de la mente infantil

Cuando contemplamos, paseamos, divagamos (o nos aburrimos, entendiendo como “aburrimiento” un instante de reflexión sin recurrir a una pantalla -móvil, tableta, portátil, televisión- ni a otros mecanismos de gratificación instantánea), ajenos a la acuciante presión de ser productivos, potenciamos nuestra capacidad para reflexionar sobre el contexto, la existencia, lo que nos rodea.

Es esta reflexión, o habilidad para dejar ir nuestra mente -mientras observamos un bosque, paseamos, nos ejercitamos, nos distraemos con un libro o realizando alguna manualidad, etc.-, la que reduce la fatiga cerebral y, de paso, estimula la creatividad.

Según los últimos estudios, la introspección y los entornos que invitan a la reflexión, como un paseo por el parque o el bosque, estimulan la llamada “atención involuntaria”: momentos meditabundos en que nos dedicamos al pensamiento reflexivo, tranquilo, en donde nuestra mente se permite el lujo de imaginar, asociar con la frescura de un niño…

Cuando los niños perdieron la capacidad de aburrirse

Como nosotros, los niños están perdiendo sus momentos de introspección y “atención involuntaria”, debido a la aversión contemporánea (¿o es pavor?) a aburrirse, “curada” con el acceso instantáneo a ocio a través de cualquiera de las pantallas que se adaptan mejor que nunca a cualquier situación. O a la programación extraescolar, en ocasiones digna de una celebridad con entrenador personal.

Y, tras dejar de aburrirse, se perdió la capacidad de divagar. En los niños, aparece un agravante: se trata de la primera generación que crece en un entorno hiperconectado, con terminales que ofrecen acceso a cualquier tipo de ocio al instante.

A menudo, damos por sentado que los últimos en llegar compartirán nuestros valores y concepción del universo, desde lo más inmediato a lo universal.

Cuando un bebé nace en un entorno con tabletas y teléfonos inteligentes, para él una revista o libro convencional no son más que iPads que han dejado de funcionar. Se puede comprobar en este vídeo.

Elogio del aburrimiento bien entendido

El aburrimiento no puede ser extirpado de la vida de los más pequeños, ni tampoco se debe entender el derecho a aburrirse como la necesidad de que los más pequeños caigan en un sopor prolongado.

Lo que ha detectado Teresa Belton, investigadora de Educación de la Universidad de East Anglia, es cuán decisivo ha sido el tiempo de introspección para los sujetos que se prestaron a su estudio.

Para probar su tesis, Belton entrevistó a individuos que, de adultos, han destacado en distintos campos creativos, desde las artes a la ciencia, entre ellos la autora británica Meera Syal, el artista interdisciplinar también británico Grayson Perry, o la neurocientífica Susan Greenfield.

Introspección no es pérdida de tiempo

Los personajes entrevistados destacan por su carácter polifacético. La información obtenida por Teresa Belton en sus entrevistas concuerda con la relación observada en estudios anteriores entre la capacidad y facilidad de introspección de un individuo y su capacidad creativa.

Con respecto a Meera Syal, la profesora Teresa Belton explica a BBC, su infancia transcurrió en un pequeño pueblo minero con pocas distracciones.

Según Belton, “la ausencia de cosas que hacer la animó a charlar con gente por la que de otra manera no se habría interesado y a probar actividades que, bajo otras circunstancias, no habría experimentado, como hablar con vecinos ancianos y aprender a hornear pasteles”.

El aburrimiento, explica Teresa Belton, se asocia a menudo con la soledad”. Y Syal pasó horas de su infancia mirando desde la ventana los campos y árboles, observando el cambio de tiempo y estaciones.

“Pero más importante -prosigue Belton-: el aburrimiento le hizo escribir. Guardó un diario desde una edad temprana, llenándolo con observaciones, relatos cortos, poemas y diatribas- Y ella atribuye a esos inicios el haberse convertido más tarde en escritora”.

El estímulo de la soledad

Y Meera Syal lo confirma: “La soledad acompañada de una página en blanco es un estímulo maravilloso”.

Pocos padres lograrían no sentirse culpables en la actualidad al observar a un niño aburrido.

Y, extendiéndoles el móvil o el iPad, o dejándoles quedarse ante el televisor, estaríamos sustituyendo los primeros momentos de introspección, que podrían alumbrar sus primeros instantes creativos -quizá los más intensos- con herramientas muy útiles cuando son usadas en otro contexto, pero que en éste se convierten en meros objetos de gratificación instantánea.

El caso del artista Grayson Perry es análogo, como tantos otros. Perry también cree en la importancia del aburrimiento para los adultos: “a medida que me hago mayor, aprecio la reflexión y el tedio. El aburrimiento es un estado muy creativo”.

Primero inventamos juegos; luego ideas, proyectos

El tercer sujeto del estudio de Teresa Belton mencionado por BBC, la neurocientífica especializada en deterioro cerebral Susan Greenfield, tuvo una infancia humilde y sin hermanos hasta los 13 años. Greenfield aprendió a entretenerse a sí misma inventando historias, dibujando historias y yendo a la biblioteca”.

Las conclusiones del estudio de Teresa Belton son consistentes con otros estudios, así como con tesis ya presentes en las filosofías de vida clásicas. Nos da vértigo quedarnos parados, sin “divertirnos” ni “producir”, pero este impulso por ocupar nuestra mente en lo que sea estaría bloqueando los mecanismos que usamos para refrescar ideas, asociarlas, descartarlas, retomarlas.

Aburrirse es algo así como soñar despierto, ya que las ideas fluyen sin cortapisas, a menudo sin que seamos siquiera conscientes de que son evocadas a un ritmo vertiginoso.

El tedio es un “sentimiento incómodo” y la sociedad “ha desarrollado la expectativa de estar constantemente ocupada y estimulada”, dice Belton. Ser creativo “implica ser capaz de desarrollar un estímulo interno”.

Superar el vértigo del vacío

El miedo al vacío es atávico y las prácticas de introspección se han dedicado desde hace milenios a superarlo: las principales religiones y filosofías de vida recomiendan la contemplación, la “no acción“, la meditación, el uso provechoso del tiempo para nosotros, en que se produce el desapego entre cuerpo y mente (lo que la psicología ha llamado experiencias de flujo).

A la investigadora de la Universidad de East Anglia le preocupa que “muchos jóvenes carecen de los recursos internos o respuestas para afrontar el tedio de manera creativa”.

Por primera vez, los niños transforman la presión social por abandonar el tedio y “hacer algo” en tiempo ante distintas pantallas y experiencias multimedia:

  • curados de manera conveniente y equilibrada, los nuevos soportes con acceso ubicuo a Internet son una oportunidad para el aprendizaje y la agilidad mental;
  • llevado al extremo, el tiempo ante el ordenador o la tableta reduce las posibilidades de que los niños tengan tiempo para aburrirse, contemplar, inventar, soñar despiertos.

Los niños siempre necesitarán, como método de aprendizaje de procesos creativos y regeneración mental, “tiempo para imaginar y perseguir sus propios procesos mentales o para asimilar sus experiencias a través del juego, o simplemente para observar el mundo a su alrededor”.

Las aristas de la realidad

Mientras indagamos sobre los procesos que potencian la creatividad, no está de más asegurarnos de privar a los más pequeños del derecho a explorar su mente y lo que les rodea por sí mismos, sin abusar de herramientas que, con moderación, estimulan y enriquecen la experiencia.

Habíamos olvidado que el aburrimiento no es una enfermedad, como tampoco lo son envejecer, estar triste y tantas otras circunstancias que enriquecen nuestra existecia y le dan su dimensión, de momento irreproducible.

Primero, la creatividad; luego, las soluciones

Entre esos niños que conozcan el tedio pese a la abundancia de medios de gratificación instantánea, habrá quienes conviertan sus primeros instantes de divagación en mecanismos de creatividad que propulsarán su vida adulta.

Divagando, al fin y al cabo, se obtienen soluciones que no responden a métodos de escrutinio convencional. Precisamente las que necesitamos para salir del atolladero.