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En la carretera: por los Apalaches más allá de la Mason-Dixon

Volvemos a la carretera. En esta ocasión, emulamos a hobos que, siguiendo la estela de exploradores y pioneros, atravesaron Norteamérica en busca de experiencias, más interesados en los vaivenes del trayecto que en llegar a un lugar concreto en una fecha determinada.

Elegimos un itinerario atrevido: tras deambular cuatro días por Nueva Inglaterra, abandonamos el extremo noroeste de Estados Unidos rumbo al Sur, más allá de la línea Mason-Dixon (linde tradicional entre el Norte y el Sur), rumbo al mediodía hasta Savannah, Georgia, para girar después hacia el poniente y no cambiar prácticamente de latitud hasta toparnos casi tres semanas después -si todo va según lo previsto- con el océano Pacífico, remontando finalmente la costa californiana hasta San Francisco.

Qué hay detrás de los estereotipos

De momento, hemos cubierto 2.400 millas de una travesía orientada casi siempre hacia el sur y apenas hemos girado hacia el poniente, tras descender hasta la costa de Georgia y cubrir en dos jornadas el trayecto hasta Atlanta, erigida en las últimas décadas en metrópolis económica y cultural sureña; y Knoxville, al noreste de Atlanta, ya en Tennessee.

Sobra la inspiración para realizar este viaje. Tenemos donde elegir tanto en música como en literatura, arquitectura, escultura y el resto de las artes, pues viajamos sobre las huellas del jazz, el rock & roll, el blues, la poesía y la prosa inspiradas por el ritmo suelto y auténtico del be-bop, las novelas de William Faulkner o, más recientemente, de Cormac McCarthy, así como una arquitectura entre moderna y regionalista, con Frank Lloyd Wright presente en el imaginario colectivo.

Interior de la World Trade Center PATH Station
WTC

Al cruzar varios lugares, vuelven a mi retina las sombras de las fotografías en blanco y negro de Robert Frank (según el New York Times, “el hombre que vio América”) en su libro The Americans. En otras ocasiones, es difícil entrever al mencionado Frank o a Edward Hopper entre los interminables suburbios comerciales de cada ciudad mediana, que parecen albergar las mismas calles anchas con los mismos nombres y las mismas cadenas comerciales.

La vieja Frontera marginalizada: Apalachia

Moviéndonos desde el noreste hacia los Estados del Sur, para cruzar el Misisipí y sus tributarios camino de proyectos e historias que se convertirán en vídeos y reportajes, observamos las diferencias en vegetación, clima, urbanismo y espacios, que aumentan su regularidad y dimensiones a medida que se reduce la densidad urbanística de Nueva Inglaterra. También permanecemos alerta ante lo que contactos y lugareños tienen que decirnos sobre su día, lugar y convicciones.

A medida que descendemos hacia el sur, observamos la transición desde la bucólica y deprimida falda de la cordillera de los Apalaches del interior rural de Nueva Jersey a Pensilvania, a un interminable manto boscoso a medida que aumenta la humedad en el ambiente, y las granjas reconvertidas en casas de campo y segundas residencias de urbanitas de clase acomodada se transforman en localidades sureñas -a menudo deprimidas y con un urbanismo segregado- de Virginia, Carolina del Norte y Carolina del Sur.

Tiny houseboat concept
Truck-a-float

Como explica Bill Bryson en el ensayo que narra su caminata por la región, los Apalaches concentran, más que cualquier otro lugar de Estados Unidos, los estereotipos de la marginalidad rural y la pobreza endémica, con condados donde sus habitantes, a los que se denomina despectivamente “gente de las montañas”, se aferran al trabajo precario de una industria del carbón polémica e inviable a largo plazo.

Marginalidad vs. bohemia “hobo”: inmovilistas y viajeros

El condado de Harlan, en Kentucky, se ha convertido en el arquetipo del inmovilismo, la despoblación y los problemas de una región con población que desciende de los primeros colonos europeos llegados a la zona (casi siempre desde territorios “fronterizos” y conflictivos de la vieja metrópolis, tales como las Highlands escocesas).

Hay que tener imaginación para recrear las lejanas aventuras peripatéticas, siguiendo una ruta similar a la nuestra, yankees en busca del espíritu en construcción de un país joven aglutinado en torno a una idea de gobierno y convivencia, y no en torno a un origen y un credo.

Una pequeña casa en el jardín.
Casa de huéspedes en Long Island

Benjamin Franklin narra en su autobiografía su viaje por la Nueva Inglaterra anterior a la Independencia a edad temprana, que le llevaría desde Boston hasta Pensilvania, donde se convertiría en editor, inventor, filántropo, político y diplomático, además de promover la primera librería por suscripción de las entonces Trece Colonias.

Tiempo después, Edgar Allan Poe o Walt Whitman, entre otros, dejarían sus ciudades del Norte en busca de fortuna más al sur, si bien el apoyo sureño a la esclavitud derivaría en un conflicto con eco en la Guerra Civil, la lucha por los derechos civiles o las tensiones raciales todavía presentes en el Sur y el Medio Oeste.

Robles vestidos de musgo español

Paramos de vez en cuando, sin perder -pues procedemos una vez repuestas las fuerzas- la mirada cinética de quien se desplaza por carretera al ritmo del tráfico local, tropezando, de paso, con los habituales atascos de fin de jornada en cada gran zona metropolitana, dominadas, una vez alejados de las urbes del Norte, por el transporte individual.

Iniciando el trayecto.
Nueva York desde Long Island

En las localidades del Sur, el calor de finales de junio sólo se sobrelleva reponiendo líquidos y cobijándose -eso sí, sin dificultad- bajo los árboles que oscurecen y a veces ocultan las calles regulares de localidades con un centro amable y señorial.

Las arboledas son veneradas por los lugareños, que salen de la oficina durante el descanso para charlar, leer o hablar por teléfono en algún banco al abrigo de robles centenarios, tupidos con el característico velo de líquenes, e imponentes magnolios con hojas brillantes y enormes flores.

Después de Savannah, ponemos rumbo hacia el poniente (y, por tanto, con el sol de cara cuando conducimos a media tarde en autopistas dominadas por camiones Mack, camionetas y SUV), con la autopista flanqueada por interminables arboledas vestidas de musgo español, que crece con profusión en el húmedo clima de Carolina del Sur, Georgia, Luisiana, Misisipí o Alabama.

Un paseo por los bosques

Y viajar rumbo hacia el Oeste implica abandonar los viejos Estados fundacionales de la Costa Este (las Trece Colonias que, a partir de su posición ante la esclavitud, conformarían las dos regiones antagónicas que lucharían en la Guerra Civil) y poner rumbo a la vieja Frontera, revisitando una tradición con raíces en la itinerancia precolombina, la exploración de los colonizadores, la busca de fortuna de cazadores de pieles, buscadores de oro y pioneros de asentamientos rurales.

Inspirados por viajes históricos, artísticos y literarios, pero también por el recorrido anónimo de quienes ruedan en el anonimato, cargados con lo básico y agradecidos por quienes nos acogen en el camino, iniciamos el viaje y pronto nos topamos con los símbolos de la vieja Frontera, anterior y posterior a la Independencia de Estados Unidos.

Espacios con contenedores.
Industrial Zombie (Nueva Jersey)

Descendiendo desde Massachussets y el norte del Estado de Nueva York hacia Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland, Virginia y Carolina del Norte, encontramos indicaciones del sendero de los Apalaches, una ruta que cruza los Apalaches desde su extremo norte (Canadá) hasta Georgia, escenario elegido por Bill Bryson para su ensayo A Walk in the Woods.

La autocaravana que no fue

Más adelante llegarán otros hitos de la vieja Frontera, tales como los dominios del Misisipí (y su cultura vernácula, explorada por Mark Twain), las grandes reservas de nativos americanos (pasaremos por las de Oklahoma), las zonas de Texas que atrajeron a los inmigrantes que luego declararían su independencia y allanarían su anexión a Estados Unidos, el hito geográfico de la línea divisoria continental (límite donde las cuencas hidrográficas divierten su curso hacia el Atlántico o el Pacífico), y el Oeste (con todas sus connotaciones).

Hay paradas planeadas para realizar vídeos, entrevistas y fotografías; pero también hay flexibilidad e improvisación y espacio para experiencias no planeadas, como no puede ser de otro modo cuando se viaja con niños y las distancias que cubrir obligan a conducir varias horas al día.

La vivienda de Adam Calkin en el interior de un hangar.
Vivienda de Adam Calkin

Antes de dirigirnos hacia el sur, teníamos una cita en una pequeña localidad de Connecticut, donde debíamos cerrar un trato para adquirir una vieja autocaravana capaz de llevarnos desde allí hasta San Francisco, adonde llegaremos tres semanas después, después de haber viajado por varias de las regiones más calurosas, despobladas e inhóspitas de Norteamérica.

Empezando en Nueva Inglaterra

En esta ocasión, a diferencia de otras experiencias exitosas, el plan A no surgió según lo previsto debido al estado del vehículo, que a duras penas podía circular sin calentarse, mostrando una falta de fiabilidad que prometía demasiados reajustes.

El plan B, más pragmático, se consumó en cuestión de horas, cuando decidimos alquilar una berlina convencional en Hartford (interior de Connecticut), y así no fallar a nuestra primera cita: un encuentro en Boston con un joven español vinculado al Media Lab (MIT) que experimenta con automatización y microapartamentos, Hasier Larrea.

Organic Transit (Durham, Carolina del Norte)
Taller-sede de Organic Transit

Una vez adaptados al nuevo horario y solucionadas las dudas logísticas, nos dirigimos al interior rural de Nueva York, que -aunque el imaginario colectivo global se haya olvidado de ello- llega hasta la frontera canadiense. Antes de llegar a Nueva York, teníamos una cita en las Berkshires, una cordillera de suaves colinas arboladas cuyos bosques caducifolios muestran su esplendor multicolor en otoño.

Primera base operativa: territorio “American Pastoral”

Tuvimos oportunidad de estudiar una casa semi-elevada sobre un plano pedregoso y boscoso que hacía difícil cualquier proyecto; pronto comprobamos por qué estas montañas son un espacio preciado por urbanitas que abandonan de vez en cuando Boston o la conurbación de Nueva York y Nueva Jersey para respirar aire puro y alejarse de las tensiones del día a día.

A menos de dos horas en coche hacia el este desde donde estábamos, se elevaban las montañas de Catskill del interior de Nueva York, un refugio rural tradicional para familias y artistas de Nueva York en busca de una escapada rural, aunque también más estereotipado gracias al cine, a la literatura y a acontecimientos como el festival de Woodstock de 1969.

Casa de contenedores en Savannah.
Casa de contenedores en Savannah

Sin tiempo para perdernos en esta ocasión en las sendas de las Berkshires, las Adirondack o las Catskill, montañas tomadas por segundas residencias en los principales puentes vacacionales, establecemos nuestra base operativa durante tres noches en la apacible localidad suburbana de Montclair, en Nueva Jersey, a apenas quince minutos en coche del aeropuerto de Newark, donde unos días antes, el 18 de junio, habíamos aterrizado.

Días extraños

Nos acogen en casa unos amigos de mediana edad con espacio de sobra tras la emancipación de sus dos hijos. Ambos trabajan en el mundo televisivo y encontramos abundante temática para comentar, desde la polarización política en Estados Unidos al auge de los mensajes populistas, estableciendo un límite de cortesía y evitando el gran tema: Trump.

Pasarán varios días hasta que vemos algún signo político explícito en apoyo de semejante candidato, en concreto una camioneta destartalada pintada de negro ondeando una bandera con el logo de campaña del pseudo-político neoyorquino, que parece haberse propuesto superar con histriónica incoherencia todos los tics y excesos de un viejo conocido de la política europea: Silvio Berlusconi.

Savannah, Georgia.
Musgo español en robles (Savannah)

Entre vídeo y vídeo, hay tiempo para correr por Montclair, charlar con nuestros anfitriones y recordar tanto lugares como idiosincrasias y realidades veladas, expuestas sobre esta zona de Nueva Jersey por Philip Roth en American Pastoral. Desde Montclair, realizamos salidas a Manhattan y a Brooklyn para grabar proyectos de arquitectura y diseño adaptativo: desde pequeñas estructuras flotantes a mobiliario transformable.

Más que una línea imaginaria: superando la Mason-Dixon

El 24 de junio, hay cambio de planes: el arquitecto que debía mostrar a Kirsten un par de viviendas modernas en el área de Washington DC se excusa por un compromiso, por lo que decidimos atravesar Pensilvania y Maryland, durmiendo en Virginia.

Al mediodía siguiente nos encontramos en la zona más dinámica de Carolina del Norte, el Research Triangle, el área metropolitana de Raleigh, Durham y Chapel Hill, que concentra a las principales universidades y empresas de la zona.

El progresivismo social de la zona contrasta con la política estatal, célebre en los últimos tiempos por una polémica sobre el uso de los servicios públicos por parte de personas transgénero: el Estado obliga a los usuarios usar el servicio de acuerdo con el género asignado en su partida de nacimiento, lo que ha causado que varias empresas cancelaran inversiones y varios artistas cancelaran actuaciones previstas.

Observamos en varios establecimientos y supermercados del Estado (como los dos Trader Joe’s visitados) un esfuerzo por permitir a cualquiera usar los servicios, contradiciendo la oportunista legislación estatal.

La bochornosa humedad que todo lo atrapa

Tras reponer fuerzas en la casa de un familiar en Chapel Hill, pusimos rumbo a Carolina del Sur, donde observamos por primera vez de primera mano los barrios deprimidos del Sur, independientemente de la raza de sus residentes; es el caso de la pequeña localidad de West Columbia, donde el húmedo bochorno narcotizaba los movimientos y conversaciones de hombres y mujeres de mediana edad tomando el fresco en el porche de sus casas, sin mucho que hacer.

El húmedo bochorno mantiene la narcosis a mediodía en Savannah, pero la ciudad retiene parte del esplendor de su pasado como centro industrial, comercial y portuario del Sur en el Atlántico, lo que repercute en el prestigio regional de centros educativos como el Colegio de Arte y Diseño, en pleno centro histórico. Uno imagina paseando por sus calles a algún notable sureño vestido con la formalidad de un cavalier: algo así como un Edward O. Wilson, un Thomas Wolfe o un Richard Ford. Aunque ninguno de ellos tenga nada que ver con esta ciudad.

Savannah, GA.
Detalle del pasado colonial de Savannah

Uno no encuentra a los mencionados en Savannah, pero un paseo despreocupado por sus numerosas plazas del centro conducen a un parque que contiene homenajes escultóricos a generales y prohombres del ejército confederado y un homenaje a un general local por sus méritos en la guerra contra los españoles en 1898, contienda alimentada por los tabloides de William Randolph Hearst y puntilla a la presencia española en el Caribe, convertido a finales del XIX en patio trasero de la ya entonces gran potencia regional.

Huellas secuestradas

Pensando en pasajes de Cormac McCarthy y William Faulkner, avanzamos hacia Atlanta, cuyos esfuerzos por integrar a la mayoría afroamericana y a la población blanca, separada por barreras más sutiles que durante la época de segregación que convirtió a la ciudad en uno de los centros neurálgicos del movimiento por los derechos civiles.

La ciudad, erigida en un territorio habitado por numerosos grupos creek y cheroqui, desplazó a los nativos americanos para establecer un gran centro de abastecimiento que conectara por ferrocarril a las explotaciones agrícolas del Medio Oeste con el puerto de Savannah.

Hierro colado, acero, cristal.
Atlanta Loft Treehouse

El Sur de Estados Unidos muestra, en su composición demográfica y sus problemas endémicos, desde los estereotipos que todavía predominan sobre los condados más deprimidos de los Apalaches a las heridas causadas tanto por la esclavitud como por el desplazamiento y confinamiento en reservas de los pueblos nativos, las repercusiones de acontecimientos del pasado sobre el presente.

La gran expansión hacia el Oeste y las explotaciones agrarias que seguían el modelo de concesión comercial de la época colonial, conformaron una moralidad que conduciría a la Guerra Civil y a que, más de 150 años después, la retirada de la bandera confederada de la sede del gobierno estatal de Carolina del Sur suscitara una agria polémica, pese a que la bandera constituya un símbolo denigrante para los descendientes de esclavos de este Estado.

Parada en el lugar apreciado por Hernando de Soto

Son tensiones que tenemos presentes, pero que no aparecen de momento en nuestro día a día en la región. Tensiones que quizá observara, ya en el siglo XVI, el explorador español Hernando de Soto, que tuvo tiempo de explorar en sus expediciones por Norteamérica varios lugares de Carolina del Norte y el este de Tennessee, interesándose por un emplazamiento estratégico que constituiría nuestra siguiente parada después de Atlanta: el valle donde los ríos tributarios French (que nace en Asheville, Carolina del Norte) y Holston (con origen en Kingsport) confluyen para conformar el Tennessee, el mayor afluyente del río Ohio y una de las grandes arterias de la gigantesca y capilar cuenca del Misisipí.

Atlanta Loft Treehouse
Integración con lo circundante

En el emplazamiento se erigiría la ciudad más antigua del futuro territorio de Tennessee: Knoxville, actualmente tercera ciudad del Estado tras Nashville y Memphis, y puerta de la región a la cultura e idiosincrasia de la Apalachia, a través del acceso al parque nacional de las Great Smoky Mountains.

Ante nosotros, las dos próximas paradas: Oxford, Misisipí; y Nueva Orleans. Luego vendrá Texas, y quizá el espacio-tiempo narcotizante de novela de Faulkner se transforme poco a poco en innovación arquitectónica y contracultural en pleno desierto, a medida que nos adentremos en el Suroeste y el tiempo se acelere a ritmo de Burning Man.