(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

En la sala de máquinas que pretende reorientar el periodismo

En 2006, Time concedía el honor de aparecer en su portada, en calidad de «persona del año», al usuario de redes sociales, que pasaba de espectador pasivo a participante, en tanto que colaborador, comentarista y diseminador del propio contenido de la Red.

«La persona del año eres Tú», anunciaba Time. En su portada, un ordenador en cuya pantalla aparecía un reproductor de vídeo con la palabra «You.»

Bajo el ordenador, apenas tres líneas de texto y apenas 13 palabras:

Sí, tú.
Tú controlas la Era de la Información.
Bienvenido a tu mundo.

Qué ocurre cuando el distribuidor tomas las riendas del producto

Hace algo más de una década, en pleno reinado de la versión de cuento de hadas sobre el futuro que los principales actores de la Web 2.0 lograron difundir con la adopción imparable de sus propias herramientas, los servicios veteranos de la oleada anterior parecían condenados a desaparecer.

Los jóvenes debían prepararse para ser «emprendedores» o, en su defecto, supervivientes de un futuro dominado por los mejor adaptados al dictado de la ciencia computacional.

Como a inicios del siglo XX, cuando los llamados «automat» —en realidad, los primeros dispensadores automáticos de comida y refrescos, diseñados a partir del diseño fordiano de la cadena de montaje— se extendieron como la pólvora por Estados Unidos, la Web 2.0 parecía inventar un nuevo mundo.

Esta nueva economía colaborativa parecía componerse de, por un lado, los creadores, trabajadores más cualificados y usuarios más exitosos del servicios; y, por otro lado, del resto de usuarios. Un número ínfimo de participantes se las ingeniaba para formar parte de la locomotora… mientras el resto parecía condenado a engrosar de la manera indistinguible la vía férrea.

El estallido de la crisis de las subprime y su efecto sobre las economías desarrolladas más expuestas a la deuda externa coincidía con el ascenso meteórico de las redes sociales; el mundo parecía hablar tanto de la inestabilidad de los servidores de Twitter y del muro de Facebook como de los excesos ejecutivos que habían conducido a la crisis.

Cuando los gurús de la Web 2.0 desacreditaban a Wikipedia y Craigslist

En paralelo, las bitácoras tecnológicas, todavía asidas al régimen de vasallaje concedido al «early adopter» que las había popularizado, Michael Arrington (TechCrunch), y a su círculo de relaciones en la nueva generación de inversores de capital riesgo que sustituía a los dinosaurios de Sand Hill Road, cantaban la aurora del nuevo mundo y se mofaban del ocaso de los —hasta entonces— dioses de la Web 1.0.

Servicios alternativos, desde GigaOm a ReadWriteWeb, pasando por el agregador Techmeme, alcanzaban entonces una audiencia igualmente global, que pronto cedería ante el propio éxito de los servicios Web 2.0 sobre los que escribían: la propia idea de sitio personal, en forma de bitácora con gestor de contenidos autónomo y dominio propio, cedía ante el efecto de red de Facebook, Twitter, LinkedIn, YouTube.

TechCrunch lideraba entonces poco menos que una estrategia pública de acoso y derribo contra los proyectos populares de Internet que, supuestamente, no habían logrado alcanzar su potencial real debido a errores de estrategia y de dirección: Wikipedia debía convertirse, según ellos, en una empresa con un modelo de negocio que convirtiera popularidad en beneficios; Twitter debía mejorar su arquitectura para evitar caídas e iniciar una estrategia de crecimiento más agresiva, aunque ello incrementara sus deudas a corto plazo; y Craigslist… Craigslist debía, según ellos, desaparecer.

A ojos de los principales actores del auge de la Web 2.0, desde Marc Andreessen a los miembros de la Paypal Mafia, Craigslist era un servicio anticuado y con interfaz primitiva, incapaz de comprender estrategias orgánicas de mejoría de un servicio a partir del estudio analítico de datos agregados.

Newmark, blanco del cachondeo de los «tech bros»

Medios como el de Arrington trataban al creador del sitio de clasificados, Craig Newmark, como poco menos como un lunático: ¿cómo no ver el potencial de semejante plataforma?, se preguntaban. ¿Es ese hippy de San Francisco que publica crípticos tuits sobre ardillas y aves el magnate de los anuncios clasificados en Estados Unidos?

La sostenibilidad económica del servicio y su reducido número de trabajadores no podía ocultar las supuestas limitaciones del negocio, que mantenía el particular estilo progresista de la ciudad de San Francisco (entonces, cuando la ciudad todavía no atraía a los negocios tecnológicos de Silicon Valley, con una idiosincrasia muy alejada del pragmatismo individualista-libertario de los protagonistas de la Web 2.0): Craigslist sólo cobraba por la publicación de anuncios clasificados inmobiliarios, y su estrategia amable, casera e hiperlocal parecía atraer a menos usuarios más allá de Norteamérica.

Las críticas a Craigslist parecían pasar por alto que buena parte de su éxito estribaba en su relativo carácter casero y espíritu tan pragmático como altruista. Abundaban las bromas en torno a, por ejemplo, el compromiso de su creador por los derechos de los animales, incluyendo criaturas de proximidad (como las ardillas).

En los primeros años del nuevo siglo, la «lista» de enlaces clasificados de «Craig», el vecino de la esquina en el que confiar, había pasado de principal tablón de anuncios para techies alternativos en el negocio multimillonario que había transformado para siempre el negocio de anuncios clasificados (en Estados Unidos, en manos de la prensa local hasta ese momento).

Cuando Craig Newmark inventó la pólvora: anuncios clasificados y prensa local

¿Por qué no convertir el éxito en Estados Unidos y la confianza de millones de usuarios en un negocio de pago global?, se preguntaban los protagonistas de la Web 2.0. Si el servicio no cambia, será barrido por nuevas ideas de la «economía colaborativa», escribían los comentaristas.

Una década después, poco ha cambiado en Craigslist, que sin embargo mantiene la credibilidad entre sus usuarios y sigue dominando el mercado de anuncios clasificados, pese al esfuerzo de Facebook y Google por lograrlo.

Los malos augurios de los gurús de la Web 2.0 funcionaron para Yahoo! Groups, que había dominado la conversación hiperlocal anterior al fenómeno de las redes sociales. Craigslist, no obstante, mantiene su utilidad. De igual modo, los servicios pioneros de la Web 2.0, desde Digg a Delicious, perderían su razón de ser una vez toda la actividad de los usuarios parecía concentrarse en las principales redes sociales.

El éxito local en Estados Unidos de los clasificados de Craigslist no será superado por ninguna alternativa de la Web 2.0, como auguran las bitácoras tecnológicas a finales de la primera década del siglo, pero el éxito fulgurante de las redes sociales y los servicios denominados de «economía colaborativa» afianzará el pivote de la industria de la información y el entretenimiento: los repositorios de contenido, propietarios de los algoritmos e intermediarios entre usuarios y contenido, impondrán sus intereses a los medios de comunicación.

Justo cuando las bitácoras tecnológicas como TechCrunch empiezan a mostrar su agotamiento y vuelven al nicho de donde surgieron, la segunda década del siglo ve la llegada de nuevos medios nativos, diseñados para Internet y, a menudo, con intereses ajenos a los de la prensa tradicional: códigos deontológicos y ética periodística perderán su sentido en una economía centrada en captar la atención en un entorno abierto, lo que propulsará un periodismo poco profundo, edulcorado, rápido, de carácter reactivo y atento a fórmulas meméticas que capten el mayor número de visitas.

El fin del reporterismo de base: qué ocurre cuando nadie mira

El cebo de clicks y los titulares-historia, cada vez más tendenciosos, alimentarán granjas de contenido poco profundo que se popularizarán gracias a su presencia en las redes sociales.

Este fenómeno apenas empezará a contenerse una vez empiecen a llegar las penalizaciones por información poco profunda en motores de búsqueda y Web social, pero la transformación de la dieta informativa es ya un hecho. La ubicuidad del teléfono inteligente concentra buena parte de la responsabilidad.

La crisis de la industria de la información y el entretenimiento no empezó con el referéndum en el Reino Unido sobre su pertenencia a la UE, ni tampoco con la victoria de Donald Trump en las primarias republicanas y en las elecciones estadounidenses.

Los nuevos hábitos de consumo de información en torno a Internet y al teléfono han obligado a un campo radical en dos décadas de la industria de la música, el cine, los videojuegos y la prensa: desde el reporterismo local a los medios generalistas, pasando por la comunicación científica (y su viejo modelo de negocio, que dificulta el acceso a documentos que sus propios creadores desearían difundir con mayor libertad).

En paralelo, algunos servicios han mantenido el favor del público y la independencia con respecto a los principales repositorios de la Red, aunque sólo dos, Wikipedia y Craigslist, lo han conseguido imponiendo sus condiciones a los intereses de Google, Facebook, Apple o Amazon.

Víctimas colaterales del utilitarismo salvaje

Pocos de los protagonistas de la transformación de la manera de producir y consumir información, bienes y servicios han mostrado un ápice de sentido de la responsabilidad con respecto a los efectos que el éxito fulgurante de sus servicios ha tenido sobre economías locales y empresas implantadas en el territorio: Amazon, Apple, Google, Facebook y otras grandes corporaciones se han visto inmersas en los últimos tiempos en polémicas sobre el uso coercitivo de su actividad económica para demandar ayudas y exenciones fiscales como condición previa indispensable a la apertura de una tienda, una filial o un centro de datos en un determinado lugar.

Otros empresarios enriquecidos gracias al fenómeno de destrucción creativa que impulsan los servicios de Internet, capaces de mejorar continuamente a una fracción del coste tradicional debido al análisis de datos y al efecto de red, sienten una mayor responsabilidad sobre los efectos de su actividad en las sociedades donde participan.

Es el caso del fundador y propietario de Craigslist: como un Alfred Nobel contemporáneo preocupado por los efectos de haber creado la pólvora de nuestro tiempo, Newmark es consciente de que los clasificados contribuían a mantener la plantilla de los periódicos locales que han desaparecido en Estados Unidos en las dos últimas décadas, lo que ha desprovisto a las pequeñas localidades de un necesario punto de vista analítico sobre el efecto de las políticas locales, estatales y federales sobre su propia prosperidad.

La ausencia de una prensa local saludable y el auge de una prensa electrónica tendenciosa y más atenta a la popularidad de sus fórmulas meméticas que a la ética periodística, han contribuido a que la población dependa de Facebook, YouTube, Twitter y sus rivales para informarse, con las consecuencias que todos conocemos, incluyendo la polémica sobre el uso de perfiles psicográficos en el uso de propaganda personalizada a gran escala (Cambridge Analytica, agencias de espionaje que difunden desinformación, etc.).

El arte de comprender los efectos perniciosos de logros positivos

Craig Newmark es consciente del problema estructural al que se enfrenta el modelo de negocio periodístico, así como de la amenaza de la información tendenciosa e irresponsable, arrojada a la supervivencia por popularidad y cebo de clicks, y no por calidad y profundidad del análisis periodístico.

Ya en 2006, Newmark financió una organización no gubernamental que se dedica a la investigación periodística para explorar la convergencia entre el periodismo amateur y el profesional; en 2011, su asistencia se institucionalizó con Craigconnects (lema: «ayudando a la gente a hacer buen trabajo que importa»), organización filantrópica para conceder ayuda a proyectos «que hacen su trabajo de manera sostenible».

Mientras Jeff Jarvis y otros expertos en periodismo digital clamaban las ventajas del nuevo modelo de periodismo participativo en redes sociales tras la Primavera Árabe, para más tarde comerse sus propias palabras con la oleada de tendenciosidad y polarización que desde entonces ha dominado el debate público en el mundo desarrollado, los más cautos se esforzaban por recabar información y datos para iniciar una «reconstrucción» saludable de la sociedad abierta a partir del apoyo a uno de sus pilares: una prensa más atenta al análisis y el contexto que a la reacción a los comentarios de Trump y pseudo-equivalencias.

Pero la llegada de Trump a la Casa Blanca constituyó el catalizador para Newmark y otros empresarios de la Red: otro peso pesado de la Web 1.0, el creador de eBay Pierre Omidyar, fundó el medio digital nativo The Intercept, para crear alternativas más lentas, positivas, de análisis y contexto al periodismo reactivo y tendencioso. Jeff Bezos compraba en la misma época The Washington Post.

Para Newmark, el problema de la prensa es estructural y no puede solventarse creando un nuevo medio o mejorando la financiación del sector: la propia teoría del conocimiento (epistemología), que contribuyó al surgimiento del periodismo como vigilante de los poderes administrativos y empresariales y catalizador de la opinión pública, soporta una presión incomparable con crisis del pasado, como demuestran la proliferación de cámaras de eco, teorías conspirativas, polarización política interesada y posverdad a la carta.

La carrera de Craig Newmark por fortalecer el periodismo de base

Así que el fundador de Craigslist parece haberse comprometido a asistir a organizaciones de prensa de investigación, análisis y proximidad: la más dañada con el cierre de medios independientes locales implantados en el territorio.

A las ayudas de Newmark a Wikipedia para atajar acoso electrónico y vandalismo en determinadas entradas de la enciclopedia colaborativas en 2017, así como a la publicación Mother Jones en 2018 (para combatir las noticias falsas), hay que añadir la contribución a ProPublica, al Poynter Institute y a la City University de Nueva York (CUNY), cuya escuela de posgrado de Periodismo pasó a llamarse Craig Newmark Graduate School of Journalism, tras una donación de 20 millones de dólares del fundador de Craigslist.

Ya en 2019, la escuela de posgrado en periodismo de Columbia, la más prestigiosa de Estados Unidos, ha inaugurado un nuevo centro sobre ética periodística y seguridad, gracias a una donación de Newmark de 10 millones de dólares.

A través de Craig Newmark Philanthropies, el empresario de San Francisco ha donado más de 40 millones de dólares desde 2015 a instituciones educativas y de periodismo local y de análisis, una apuesta coherente con otras donaciones para facilitar el registro electoral de personas con riesgo de exclusión e informar sobre los derechos derechos del consumidor, a través de Consumer Reports.

A poco más de un año de las elecciones estadounidenses, Donald Trump asegura la presencia de su discurso divisorio en los medios de Rupert Murdoch y con mensajes personalizados a través de Facebook y otras redes sociales.

¿Qué ocurre cuando la indignación capta el interés?

En paralelo, expertos en el panorama mediático anglosajón, como el alemán Wolfgang Blau, presidente de Condé Nast (propietaria de Vanity Fair, Vogue y Wired) y residente en Londres —donde mantiene su crítica constructiva a la oleada populista en torno al Brexit—, muestran su preocupación sobre la deriva del debate público, encallado en un juego polarizador al compás del metrónomo incendiario de los insultos y tuits del presidente.

Recientemente, Blau lamentaba que buena parte del panorama periodístico creyera todavía —con increíble ingenuidad— que el mejor modo de evitar la normalización de los comentarios incendiarios de Donald Trump y Boris Johnson consistía en ridiculizar a quienes los apoyan. Responder al insulto con insultos.

A juicio de Blau,

«El nuevo poder del periodismo vendría de presentar e informar sobre versiones más interesantes sobre el porvenir».

No todos los expertos en periodismo estarán de acuerdo con la visión de Wolfgang Blau, pero hay menos dudas acerca de la toxicidad y los efectos perniciosos de una dieta informativa que se nutre de declaraciones y contradeclaraciones reactivas, y evita analizar problemas y retos complejos con información sosegada, atenta al contexto y a las distintas perspectivas.

Hacia dónde orientar el nuevo periodismo

La reflexión del ejecutivo de Condé Nast se acerca al análisis del propio Craig Newmark sobre la necesidad de promover un periodismo de base, autónomo tanto de organizaciones establecidas como ajeno a la dinámica que favorece el sensacionalismo y el ciclo de noticias a corto plazo. El fundador de Craigslist se explaya en una entrevista a The Guardian:

«La indignación es rentable. La mayor parte de la indignación en Internet es amplificada para obtener beneficios».

Cebo de clicks, memética y cámaras de eco se alían contra la información periodística de calidad, tanto en la Red como en la prensa tradicional y la televisión. El mercado televisivo local estadounidense está dominado por la red de canales de Sinclair Broadcast Group.

Sinclair ofrece una visión de los intereses estadounidenses conservadora y aislacionista próxima a la de la comunidad evangélica y de la propia Administración de Trump; sucede algo parecido con las frecuencias de radio locales y regionales y con la radio por satélite (Sirius XM), donde se afianzan las tertulias extremistas y alérgicas a la información de contexto que evite la caricaturización del rival percibido.

No hacer el juego a quienes distraen la atención de lo importante

Craig Newmark es consciente de que el término «noticias falsas» ha sido desacreditado por su abuso y descontextualización (en parte gracias a comentarios cínicos de Trump y sus asesores).

Es esencial —dice— abandonar la dinámica en la que los paladines que aseguran denunciar «lo políticamente correcto» y concentrar energías en una reflexión necesaria sobre modelos periodísticos en la actualidad y sobre el papel esencial del oficio en la salud democrática de las complejas sociedades contemporáneas, que gracias a Internet crean una constelación interrelacionada de opiniones públicas.

«Una prensa creíble es el sistema inmune de la democracia».

«Mucha gente ha dicho que la información falsa es ‘noticias que no me gustan’, de modo que prefiero referirme a mala información o desinformación y ésta a menudo no elude a noticias falsas o testimonios falsos, sino información instrumentalizada o simplemente desidia informativa».

«Si es desidia informativa, uno puede explicar: ‘Oye, estás equivocado; he aquí la evidencia’. Si es desinformación, no les importa [a sus promotores], simplemente la publicarán de nuevo. Asimismo, si adviertes sobre el problema, ellos podrían señalarte como blanco de una campaña de acoso digital».

Es esencial, según Newmark, analizar los entresijos de este nuevo contexto informativo, pues existe un «ecosistema completo» para conceder crédito a falsedades y teorías conspirativas.

¿Cómo combatir fenómenos intangibles y epistemológicos? Filosofía y ética deberán formar parte de la solución; quizá nuevos protocolos, arquitecturas de datos y servicios electrónicos puedan asistir en la labor. Hay mucho por hacer.