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Epicúreos: arte y condición humana tras Einstein/ Heisenberg

El modernismo literario evolucionó a la par que la filosofía y el arte: como la célebre magdalena de Proust (que suscita en el autor, mientras se deshace en el té que la acompaña, lejanos y deshilachados recuerdos) el realismo científico dio paso a la interpretación subjetiva de objetos y fenómenos, justo cuando valores científicos que se creían absolutos, como el tiempo y espacio de Newton, asumieron su interrelación y relatividad a partir de Einstein.

En el arte, el intento de describir la realidad desde múltiples perspectivas entrelazadas para transcender así las limitaciones de la imagen estática (cubismo) o la lengua escrita (diálogo interno, multiplicidad de puntos de vista, relatividad de la escala temporal, perspectivismo, etc.).

Modernismo y banalidad del mal

El arte del siglo XX no sólo reaccionaba formalmente a una comprensión distinta del universo y la propia conciencia, sino que incluso novelas ajenas a la experimentación de Ulysses (diálogo interno hasta lo ininteligible) o Manhattan Transfer (multiplicidad de personajes y narrativas como versión literaria de la vida urbana presente en los retratos de Edward Hopper), mostraban su intención de abandonar los límites de la narrativa del realismo.

A medida que avanzaba el siglo XX, con las consecuencias de la burocratización y tecnificación predichas por Max Weber creando maquinarias bélicas y de exterminio con inercia propia y sin aparentes responsables, los nuevos medios de masas, la literatura y el arte en general retrataron lo que la filósofa alemana de origen judío (discípula y amante de su antiguo profesor Martin Heidegger) describió como “banalidad del mal”: aséptico y hermético, capaz de hacer creer a la población que es “imparable” (un fatalismo observable en las situaciones y personajes de Franz Kafka).

La tierra baldía, poema de T.S. Eliot editado por el polémico poeta estadounidense de la Generación Perdida Ezra Pound, expone el estado de ánimo de la juventud occidental al comprobar la devastación humana, material y psicológica de la Gran Guerra.

Condición humana en un mundo anónimo y burocratizado

La otra vertiente del mundo en ascenso descrito por la ciencia y el modernismo en el arte y los medios de comunicación a principios del siglo XX trata de aprovechar la fuerza de la burocratización y las nuevas máquinas: un optimismo idealista que afirma que el fin justifica los medios (consecuencialismo y utilitarismo en sociedades totalitarias, aglutinadas en torno a objetivos compartidos y un enemigo común).

El futurismo, por ejemplo, elogia tanto la velocidad, los coches a toda velocidad y las grandes ciudades como los gobiernos “fuertes” contra los que alertaba Max Weber, apoyando el fascismo en Italia y la consolidación de la sociedad comunista en la Unión Soviética.

El propio Ezra Pound y tantos otros artistas renombrados de la época ofrecerían un apoyo acrítico y militante (que no esperaba que la máxima de “el fin justifica los medios” se materializara con precisión en Europa y el Pacífico) los totalitarismos que acabarían en la hecatombe de la II Guerra Mundial, analizada por Hanna Arendt en su ensayo sobre el juicio por genocidio a Adolf Eichmann.

El monstruo que resultó ser la pieza de un engranaje

La conclusión de Arendt: Eichmann no era tanto un monstruo como un burócrata, un engranaje más de los fines burocráticos. El siglo XX había transformado para siempre la gobernanza, la ciencia y la ética.

La bomba atómica ratificó la intuición de Woodrow Wilson tras la Gran Guerra: los conflictos bélicos ya no podrían ser como antes, pues una lucha entre potencias podía aniquilar la propia humanidad. 

Pero ni el multilateralismo de Wilson, germen de la ONU, ni el pacifismo internacionalista de intelectuales como el propio Albert Einstein transformarían la dinámica de la Guerra Fría, desde los conflictos entre bloques en las antiguas colonias europeas a la carrera espacial.

(Imagen: la filósofa y politóloga Hanna Arendt, discípula y amante de Martin Heidegger, fenomenóloga y legalmente apátrida entre 1937 -cuando el gobierno nazi le retiró el pasaporte- y 1951 -cuando, tras años de vida y trabajo en Estados Unidos, demandó y logró esta nacionalidad)

A medida que el mundo cambiaba, también lo hacía nuestro modo de entender el espacio y el tiempo. La teoría general de la relatividad había acabado con el concepto euclídeo (rectilíneo, geométrico, helenístico) de Occidente, sin aportar una alternativa clara, pues ni artistas ni mucho menos la población en general podían imaginar una realidad condicionada por la curvatura del espacio-tiempo. 

¿Qué significaba el espacio-tiempo, en definitiva? La carrera espacial ratificó fenómenos como la gravedad cero, pero ni siquiera la poderosa imagen televisiva de un astronauta pisando la luna difuminó nuestra mirada euclídea, cristiana y dualista de la realidad.

Cuando la física dejó de ser comprensible

La desconexión entre el individuo y la realidad ajena a los procesos de la naturaleza (desencantamiento) se materializó, según los artistas más influyentes de posguerra, en la pasividad de un individuo diluido en la sociedad, todavía más tecnificada y desarraigada que la que había sido devastada en la década de los 40 (una de las grandes preocupaciones de Heidegger, que sin embargo simpatizó con el nazismo y murió sin condenarlo abiertamente).

Este desarraigo se extrapoló a la ciencia, que ni el ciudadano de a pie ni el intelectual era ya capaz de comprender en profundidad: cuando muchos dudaban todavía de la veracidad de la teoría general de la relatividad y su influencia sobre la existencia humana, las discusiones entre Albert Einstein y los defensores de la teoría cuántica, todavía menos comprensible que la relatividad por su naturaleza improbable, generaron la sensación entre la sociedad de que ni siquiera los físicos más renombrados podían explicar la realidad de una manera unificada.

Cuando los físicos Erwin Schrödinger, Werner Heisenberg y Niels Bohr mostraron a Albert Einstein pruebas sólidas del extraño fenómeno del entrelazamiento cuántico, Einstein contestaría con un célebre “Dios no juega a los dados”. 

Inspirado desde joven por la intuición humana hacia lo melódico, sencillo y proporcionado, personificado en su vida por su afición por las piezas para violín de los grandes compositores clásicos, Einstein no podía concebir una teoría que parecía jugar al equívoco.

Entrelazamiento cuántico

Según el entrelazamiento cuántico, dos o más partículas separadas en el espacio tienen una relación instantánea entre sí pese a estar separadas en el espacio, comportándose como un único sistema. 

Lo que, de paso, contradice la teoría general de la relatividad, que no otorga valor absoluto a tiempo y espacio y los relaciona, explicando que la interacción entre dos cuerpos separados en el espacio no puede ser instantánea, pues incluso la luz no lo es, al viajar, eso sí, a la velocidad más elevada -conocida- de las partículas -en el caso de la luz, partículas y ondas, como describiría el propio Einstein- en el universo).

Las aparentes incongruencias en el seno de la nueva física (la física relativa de Einstein demostraba que tiempo y espacio no eran absolutos, mientras la física cuántica demostraba la interacción instantánea a distancia entre dos o más partículas, conformando un extraño sistema remoto) no llevaron a la ciencia a la física clásica de Newton; del mismo modo, el arte moderno no podía retroceder a realismo y romanticismo.

Filosofía de la era de la relatividad y la física cuántica

Inspirados por la intuición (de inspiración oriental) de la relatividad del tiempo experimentado por el ser humano de filósofos críticos con el idealismo y el materialismo dialéctico como Arthur Schopenhauer y, basados en éste, Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche, el existencialismo experimentó con “retazos” de tiempo y “experiencia” (que depende de un punto de vista, de una subjetividad).

El punto de vista necesario para comprender el existencialismo trascendental de los fenomenólogos Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre, entre otros, parte de esta nueva, parcial, relativa (física relativa) y en apariencia errática (física cuántica), concepción del universo y su equivalente en la conciencia y experiencia humanas. 

El ser humano se convierte, para Heidegger y Sartre, en un individuo que no puede separarse de la realidad que lo rodea (concepto “estar ahí ahora”, o Dasein, o “estar en el mundo”: Heidegger) y su actitud ante lo que lo rodea, pues éste tiene libertad de decisión dentro del contexto donde se desenvuelve, pero prefiere “autoengañarse” (“mala fe”: Sartre), dejándose llevar por el devenir de los acontecimientos y asumiendo un rol pasivo ante éstos.

Conciencia del “observador” y física moderna

La conciencia según Heidegger y Sartre es esta interpretación encapsulada de lo que nos rodea, así como nuestra actitud ante ella: podemos comportarnos con “autenticidad”, o decidiendo de manera activa en cada momento según nuestra naturaleza y objetivos; u optar por la “inautenticidad” o “mala fe”, sepultando nuestra voluntad intrínseca tras las convenciones de lo que el contexto pide en cada momento.

La filosofía del siglo XX depende tanto del punto de vista del observador como la propia física: 

  • en la teoría de la relatividad general, la medición de valores como la curvatura del espacio-tiempo dependen de la posición del observador, para el que el tiempo y el espacio adquirirán una determinada “textura” (curvándose más o menos, yendo más o menos rápido en relación con otro observador en distintas circunstancias, como muestra el filme Interstellar (el protagonista envejece “menos” al haber viajado junto a un agujero negro, cuyo carácter masivo distorsiona el espacio-tiempo -la “realidad”, por tanto- de los objetos que se acercan demasiado);
  • en la teoría cuántica, fenómenos como el entrelazamiento cuántico (dos partículas o más separadas en el espacio reaccionan al instante a un estímulo compartido, pese a que en teoría no es posible, ya que la “información” debería viajar a una velocidad no superior a la de la luz y, por tanto, no sería del todo instantáneo) no pueden ser observados sin que el “sistema” de partículas cuánticas entrelazadas se colapse: una paradoja que se ha demostrado, pero no comprendido (y que no gustaba especialmente a Einstein, como muestran sus discusiones académicas con el físico danés Niels Bohr).

Potencial y manifestación

El concepto de conciencia y su inmersión en la realidad, tal y como es visto por Martin Heidegger, intuye la importancia del “observador” en física. 

Si en física cuántica un sistema subatómico puede estar en más de un estado a la vez (otra aberración para Einstein) hasta que es observado (ya que la medición colapsa el sistema en un estado concreto), para Heidegger la realidad está conformada por objetos que trascienden el presente y logran su significado únicamente cuando una conciencia los “proyecta” en una narrativa (por tanto, temporal).

Este estado subatómico potencial (que mantiene sus opciones “abiertas” hasta que una medición genera un resultado) fue descrito por Werner Heisenberg en su principio de incertidumbre de 1925, una década después de que Albert Einstein completara su artículo de la relatividad especial de 1905 con una explicación general (que aportaría, por ejemplo, el principio de equivalencia entre aceleración y gravedad, dejando los postulados de Newton para mediciones terrestres, donde todavía sostienen su coherencia).

Principio de incertidumbre y fenomenología

El principio de incertidumbre descrito y demostrado por Werner Heisenberg expone que la propia medida del estado de un sistema cuántico provocará el resultado, al “afectar” su estado: por ejemplo, para medir un electrón hay que hacer chocar contra él un electrón, algo que afectaría la posición y velocidad de la partícula.

El error de una medida cuántica es siempre superior a cero y sugiere que la medición forma parte de la “realidad” medida; en paralelo, como hemos visto con Heidegger y Sartre, filosofía y arte del siglo XX reivindicaban la importancia de la interpretación del “observador”. 

Por ejemplo, Jean-Paul Sartre creía que el jazz (crear música de calidad con métodos similares a la música clásica, pero improvisados a medida que uno fluye en el presente en función de la inspiración) era el mayor exponente musical de su época para definir el término filosófico de “autenticidad”.

La deriva de la física hacia la especulación (y la importancia de la filosofía)

La música y el arte populares del siglo XX experimentaron con este concepto que relacionaba “libertad” del individuo para decidir su camino en cada momento e interpretación musical o artística en general.

Curiosamente, a medida que se acumulaba la evidencia sobre la extraña realidad “dual” o “potencial” de las partículas a escala atómica que conforman la física cuántica, se alejaba la posibilidad de conformar una teoría del todo, o teoría física que unificara los principios del universo a gran escala (relatividad) con los más diminutos (física cuántica), hasta el punto que en la actualidad de que no hay tal teoría… a menos que la física se adentre en el campo especulativo (más propio de la filosofía) de hipótesis de física teórica como la teoría de cuerdas.

Otra paradoja de la física moderna: a medida que se avanza en mediciones, más crece la incertidumbre para lograr explicaciones plausibles de las partes que “faltan” (tipos de materia y/o partículas, así como comportamientos no detectados o siquiera comprendidos con el punto de vista científico actual)…

El universo de los epicúreos

Pero quizá el aspecto más chocante de demostraciones comprobadas y aceptadas (hasta que quizá sean refutadas en el futuro, para lograr otra aproximación “temporal” y “aproximativa” de la física, un campo con limitaciones conceptuales y “parcialidad” expuestas por la filosofía -Pascal, Kant, Wittgenstein, últimamente Robert M. Pirsig) como el principio de incertidumbre, es el alejamiento de lo que la física considera “real” y “comprobado” y de nuestra percepción intuitiva de la realidad.

Tenemos una predisposición a interpretar un mundo a partir de nuestra percepción sensorial tridimensional: el tiempo tiene una narrativa lineal y cuantificable, mientras el espacio tiene para nosotros a lo geométrico y rectilíneo.

La “realidad” científica actual no dice lo mismo y las tesis de Werner Heisenberg se asemejan más al universo descrito por los epicúreos atomistas de la Antigüedad que por el positivismo de la Ilustración y el universo newtoniano (matemáticamente descifrable y “perfecto”, reducible a teorías y engranajes, mecánico y utilitario) que describe.

El filósofo griego Epicuro se consideraba a sí mismo discípulo del atomista presocrático Demócrito. Tomó de Sócrates y Aristóteles el concepto de eudemonismo, o filosofía de vida basada en la mesura y el cultivo racional como método de lograr el ideal de virtud griego.

“Viraje” de las partículas de Epicuro y principio de incertidumbre de Heisenberg

Epicuro convirtió su huerta en escenario de su escuela filosófica y allí practicó un hedonismo racional y tranquilo que aspiraba a la “ataraxia” (la misma tranquilidad espiritual que propugnaban los estoicos), y su visión de la experiencia humana y el mundo tienen poco que ver con la interpretación que la cultura popular actual hace de él al reivindicarlo.

Pero la física moderna recuerda a Epicuro -y, tras él, los epicureístas que, como los estoicos, alcanzaron renombre y popularidad entre la Roma patricia-, por otras razones: como Demócrito, consideraba que el universo estaba compuesto por infinitas partículas flotando en el vacío en la eternidad, agregándose y desagregándose en entidades temporales (astros, objetos inanimados, organismos, personas) que, al fin de su existencia, volvían a este mundo inestable y “atómico”:

  • a diferencia de Demócrito, Epicuro creía que las partículas atómicas en constante movimiento flotando en el vacío -y conformando o no entidades estables en un momento determinado de la eternidad- tenían peso;
  • la segunda modificación con respecto a la teoría física de Demócrito es la del “viraje” que experimentan los átomos en momentos determinados, lo que producía una colisión entre átomos para conformar cuerpos macroscópicos (o “sistemas” de partículas atómicas, una idea similar al principio de incertidumbre descrito por Werner Heisenberg);
  • finalmente, Epicuro creía, a diferencia de Demócrito, que había distintas partículas atómicas con propiedades determinadas desde la base de posteriores entidades macroscópicas. 

De la naturaleza de las cosas

Gracias al renovado interés del Renacimiento por los clásicos grecolatinos, el humanista Poggio Bracciolini encontró en 1417 al azar una copia de un viejo manuscrito transmitido desde la Antigüedad en el monasterio alemán de Fulda, que resultó ser la única copia completa conocida de una obra citada por otros clásicos latinos pero jamás citada con posterioridad: el poema atomista y epicúreo De rerum natura (De la naturaleza de las cosas) del poeta Lucrecio.

En De rerum natura aparecen destiladas las teorías del universo de Epicuro, muchas de las cuales partían de Demócrito y otros presocráticos, recordándonos que los inicios científicos de Occidente preservan a menudo una intuición pasmosa con los últimos derroteros tanto de la física del universo (los grandes cuerpos) como de la física cuántica (lo que no vemos, pero que dicta en buena medida las normas de la realidad percibida).

Asimismo, el universo percibido por Epicuro es indeterminista (a diferencia del fatalismo de Demócrito y de los estoicos, que creían en un universo que se comportaba como un gigantesco engranaje interconectado, precediendo al mecanicismo de la Ilustración).

Relatividad “on” en satélites GPS

Desde Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre, la filosofía contemporánea también explora la intersección entre la percepción individual de un fenómeno (la visión de un “observador”) y la propia realidad, “afectada” por la interacción de este mismo observador.

Tanto fenomenología como física cuántica tratan de comprender, con éxito incompleto, qué subyace a la relación entre “observador” y mundo observado y por qué el primero parece “activar” el segundo.

Al tratar estos temas, se corre el riesgo de acabar hablando de la teoría de cuerdas o de posibilidades especulativas; pero tanto física cuántica como relatividad afectan nuestra existencia y definen muchas de nuestras tecnologías.

Cuando en los años 60, la agencia militar estadounidense DARPA trabajaba en la primera su sistema de geolocalización vía satélite, GPS, se programó el equipamiento con dos modalidades: la primera tenía activados los cálculos de Einstein (relatividad especial y general) para ajustar espacio y tiempo en las triangulaciones entre satélites y receptores en la superficie terráquea; el segundo modo desactivaba los ajustes de la relatividad. 

El interruptor “off” jamás tuvo que ser pulsado; el anécdota explica, no obstante, que incluso ingenieros espaciales de DARPA dudaron de la aplicación real de las teorías varias décadas después de que fueran ratificadas por la comunidad científica.

Últimas confirmaciones del trabajo de Heisenberg y Einstein

Hemos tenido que esperar hasta 2016 para que investigadores de Estados Unidos confirmen la primera detección directa de las ondas gravitacionales predichas por Einstein en su teoría de la relatividad.

Las ondas gravitacionales demuestran que el universo está compuesto por un único tejido, la curvatura del espacio-tiempo, mientras las ondas gravitacionales son ondulaciones en éste, producidas cuando objetos masivos como agujeros negros sufren grandes transformaciones.

Hace medio año, el entrelazamiento cuántico (o interacción de partículas a distancia de manera instantánea), era probado por primera vez en su totalidad en un estudio de laboratorio de la universidad holandesa de Delft.

Quizá las partículas que (según la interpretación sorprendentemente moderna de los epicúreos) habían conformado Albert Einstein miren de reojo a las de Werner Heisenberg, hasta conformar -quién sabe- una nueva entidad macroscópica temporalmente estable.

Presocráticos

Y puestos a elegir un escenario especulativo, qué menos que relacionar el concepto de “eterno retorno” de Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger con nuestro universo (¿multiverso con universos “locales” donde existieran distintas realidades espacio-tiempo? ¿universo cíclico?

Cosmólogos como Alexander Vilenkin (Tufts) y Max Tegmark (MIT) recuerdan la probabilidad matemática de que lo ocurrido pueda volver a acaecer (dado un universo suficientemente grande o infinito, en el que se producen un número finito de configuraciones a escala atómica).

Una vez en escenarios tan especulativos, quizá sea mejor seguir el consejo de Arthur Schopenhauer y dejarse guiar por el arte (en concreto, según él, la música, pues comunica sin necesidad de conocimientos adquiridos, despertando un ritmo interior en sincronización con la naturaleza y lo que él llamó “voluntad de vivir”), cuando haya que mecerse un rato en el oleaje de lo intuitivo.

O, según Galileo Galilei: “La filosofía está escrita en este inmenso libro, el universo”.