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Fármacos de microbios: etnia hadza, virus bacteriófagos y más

Una patada en el estómago. Sacar las tripas. Intuición visceral. Hacer buen o mal estómago. Un estómago que ladra… El protagonismo semántico de nuestro estómago en el lenguaje delata su importancia en nuestro bienestar, si bien es sólo ahora cuando entrevemos hasta qué punto la salud física y mental dependen de su equilibrio.

Cuando en 2003 se completó la secuenciación del genoma humano, investigadores y opinión pública se apresuraron a anunciar una nueva era en la medicina, pues se creyó que las claves para prevenir y tratar dolencias complejas estaban a punto de ser desentrañadas.

“Magdalena” (1887), lienzo de la pintora y filántropa sueca Eva Bonnier

La realidad, más caprichosa que los planes científicos, mostró que miles de genes controlan procesos de hormonas, enzimas y moléculas de manera compleja y coral, dificultando el aislamiento de combinaciones capaces de “editar” dolencias y predisposiciones; luego, las variables aumentaron todavía más con los condicionantes ambientales, pues la trayectoria de cada individuo refuerza o debilita los extremos de los cromosomas (telómeros), entre otros fenómenos.

La labor hercúlea de nuestros diminutos acompañantes

Mientras surgían nuevas oportunidades, como CRISPR, una técnica prometedora para alterar secuencias de ADN con enzimas “comodín” (secuencias de ARN de virus) que actúan como tijeras moleculares, alterando el comportamiento de las células, había quedado claro que estudiar el genoma humano no era suficiente para comprender los condicionantes de nuestra salud física y mental.

La secuenciación de los microbios que viven en nosotros y nos convierten en ecosistemas andantes, aclaró la relación entre nuestros huéspedes microscópicos en órganos como el estómago y el equilibrio del organismo: sumados, los genes de los microbios y otros microorganismos que conforman la microbiota normal equivalen a 150 veces el genoma humano.

Y los genes de los microbios en el estómago hacen mucho más que asistir en la digestión o prevenir la expansión de patógenos procedentes de alimentos y bebidas: como recuerda The Economist, el microbioma conforma una sociedad ancestral con la humanidad,

“Y cuando esta sociedad se perturba, las consecuencias pueden ser catastróficas.”

Entre la actualidad y el pasado más lejano

Tim Spector, profesor de epidemiología genética del King’s College en Londres, compartía hace unos meses en The Conversation sus reflexiones de campo acerca de una aventura personal de apenas tres jornadas entre los hadza, un grupo de cazadores recolectores cuya lengua joisana se sirve de chasquidos o clics como las de los hotentotes (khoikhoi) y san (bosquimanos).

Visitando a los hadza, Spector no pretendía seguir el camino de antropólogos estructuralistas como Lévi-Strauss, sino que su objetivo estaba localizado en las vísceras de estos cazadores-recolectores: ¿Y si convivir con pueblos ancestrales que se siguen alimentando de los mismos animales, raíces y bayas desde hace milenios mejorara la flora bacteriana y, con ello, el bienestar físico y mental de cualquiera?

La respuesta a la cuestión no es sencilla. Tal y como explica el propio investigador, nuestro microbioma está compuesto por:

“una vasta comunidad de billones de bacterias que ejerce una influencia crucial en tu metabolismo, sistema inmunitario y estado de ánimo. Estas bacterias y hongos viven en cada cavidad y recoveco de tu tracto gastrointestinal, con la mayoría de este ‘órgano de microbios’ emplazada en tu colon (el fragmento principal de tu intestino grueso).”

A mayor diversidad en el microbioma, mejor salud

El investigador del King’s College quería contrastar los efectos somáticos de su corta estancia entre los hadza con los efectos de la convivencia con el mismo grupo durante un período más extendido, tal y como lleva a cabo su colega Jeff Leach, afincado en Tanzania.

Lo que Tim Spector no menciona es el hecho de, para desplazarse a Tanzania a visitar a su colega Jeff Leach y a los hadza, viajó varias horas en avión, una actividad que -junto al jet lag– afecta nuestro microbioma y favorece la acción de infecciones, sobre todo entre quienes han debilitado el equilibrio de su flora bacteriana con antibióticos o cuentan con un sistema inmunitario débil (estudio).

Micrografía (magnificada 10.000 veces) con un microscopio de electrones de un conjunto de bacterias E.coli, organismo patógeno responsable de infecciones gastrointestinales en humanos y animales de sangre caliente

Como participante del proyecto británico sobre salud de la flora bacteriana MapMyGut, una colaboración entre entidades e investigadores para determinar la diversidad microbiana a partir del análisis de heces, Tim Spector conocía con detalle los huéspedes de su estómago:

“Tenía la mejor diversidad bacteriana -nuestra puntuación más alta en salud intestinal, reflejando la cantidad y variedad de especies distintas. Una mayor diversidad es asociada con menor riesgo de obesidad y dolencias.”

De la dieta occidental a la dieta más ancestral

Los hadza conservan una de las mayores diversidades de flora bacteriana de entre las poblaciones humanas, y tanto Spector como Leach querían comprobar si una convivencia de tres jornadas y una dieta a base de alimentos comunes entre la etnia podía reforzar, en cantidad y biodiversidad, la microbiota del investigador llegado de Londres: el plan incluía salidas para recolectar bayas y cazar, así como entrar en contacto con sustancias como heces de babuinos y otros animales, corrientes en la cotidianidad hadza.

Nada más llegar al aeropuerto del Monte Kilimanjaro, Tanzania, el investigador registró una muestra fecal que contrastaría con la tomada después de su contacto con el grupo al que se uniría tras ocho horas de trayecto en todoterreno hacia las proximidades de la llanura del Serengeti, en concreto la garganta de Olduvai, cuna de la humanidad. Ambas muestras serían contrastadas a su vez con una tercera tomada una vez de vuelta en Londres.

Un grupo de bacteriófagos, o virus que atacan a las bacterias, visto a través de un microscopio electrónico

Los hadza aparecen con asiduidad en la literatura científica porque tanto sus hábitos como su dieta apenas han variado desde tiempos inmemoriales, estableciendo uno de los enlaces vivientes más antiguos con animales y plantas que nuestros ancestros comunes han cazado y recolectado desde antes del surgimiento del género sapiens.

El microbioma humano que evolucionó sin interrupción en la zona probablemente moldeó aspectos del sistema inmunitario que comparte toda la población mundial.

Bayas kongorobi y puercoespines nocturnos de 20 kg

Entre su dieta, destaca la fruta de baobab (rica en vitaminas, grasas vegetales en sus semillas y fibra), que se combina con agua para crear una pasta espesa de aspecto lechoso que, una vez, filtrada, se sirve en el desayuno, así como bayas locales, la más común de las cuales es la kongorobi, una variedad refrescante y ligeramente dulce con 20 veces más polifenoles que las bayas cultivadas más comunes (compuestos químicos beneficiosos que a menudo son activados si nuestro estómago cuenta con bacterias que los hacen fermentar, liberando antioxidantes).

Tim Spector completó la dieta mencionada con comidas copiosas de tubérculos altos en fibra, desenterrados con pericia por mujeres provistas de una vara afilada y lanzados directamente a la lumbre (según el huésped británico, más difíciles de ingerir para el estómago no acostumbrado, algo así como “un apio duro y terroso”).

Distintos tipos de bacterias predominan en función de la zona del cuerpo que ocupan (cabeza, tronco o extremidades, parte frontal; lateral o dorsal del organismo; epidermis, mucosa o tejidos; etc.)

Unas horas después de comer los tubérculos y antes de la cena, Spector se unió a un grupo a la caza de un puercoespín, considerado poco menos que una ambrosía infrecuente:

“Dos puercoespines nocturnos de 20 kilogramos habían sido localizados en su sistema de túneles desde un termitero. Tras varias horas de excavar y horadar -evitando con cuidado las espinas afiladas como una cuchilla- dos puercoespines fueron al fin obligados a salir a la superficie.”

El menú más antiguo

El grupo preparó un fuego y despiezó los animales, extrayendo espinas, piel y órganos. El corazón, los pulmones y el hígado se cocinaron y compartieron de inmediato entre los comensales. El resto de los animales se prepararon para el grupo, una vez de vuelta.

Durante las tres jornadas de convivencia con los hadza, Spector compartió también carne de hiracoideo (un pequeño mamífero de piel parduzca y un cierto aspecto de conejillo de indias), así como miel silvestre y un panal de abejas rico en grasa y proteínas gracias a sus larvas:

“La combinación de grasa y azúcares convirtió nuestro postre en el alimento más denso en energía que se encuentre en la naturaleza y podría haber competido con el fuego en términos de importancia evolutiva.”

Según su huésped, los hadza no malgastan alimentos ni cazan sin necesidad, y se sirven de una variedad increíble de plantas y animales (alrededor de 600), entre los que destacan las aves. Para Spector, si bien los ojos no acostumbrados no detectan en el paisaje de los hadza nada que equivalga a lo que cualquier occidental identificaría como alimento potencial,

“Cualquier dirección en la que uno caminara conducía a comida, tanto sobre tierra como bajo ella.”

Desequilibrio bacteriano en las sociedades modernas

¿Cuáles son los efectos de esta dieta sobre la flora bacteriana de un visitante occidental? Las muestras fecales mostraban diferencias nítidas en la flora bacteriana del investigador del King’s College desde la muestra previa a exponerse a la dieta y aquélla tomada al final de su convivencia con los cazadores-recolectores. La diversidad de la flora intestinal aumentó en un 20%, incluyendo algunos microbios africanos noveles.

Eso sí, en unos días, los microbios volvieron a los niveles anteriores al viaje.

“Pero habíamos aprendido algo importante. Por muy buena que sea tu dieta o salud intestinal, no es tan buena como la de nuestros antepasados.”

Varios laboratorios e investigadores trabajan en distintos medicamentos que, sirviéndose de la ancestral relación simbiótica entre nuestro organismo y los microbios que lo habitan, afrontan terapias contra las dolencias más presentes en las sociedades urbanizadas actuales (enfermedades de la civilización).

Niño nadza, pueblo de las proximidades de la llanura Serengeti, Tanzania, que conserva su lengua ancestral joisana (como la de los “san”, la lengua de esta etnia superviviente de tiempos remotos se caracteriza por el uso de chasquidos y “clics”); fotografía: Lars Jussaume, vía Flickr CC

The Economist expone que males como la enfermedad inflamatoria intestinal (enfermedad de Crohn), el autismo, la esclerosis múltiple, la obesidad, la diabetes y el síndrome de fatiga crónica están condicionados por el desequilibrio en nuestro microbioma, o disbiosis (también “disbacteriosis”).

La promesa médica de la bacterioterapia

Una alimentación poco variada y con abundancia de productos preparados como la llamada dieta occidental, así como los efectos de la contaminación ambiental y del abuso de antibióticos y otras sustancias influyen sobre el empobrecimiento generalizado de la flora bacteriana.

Los investigadores creen que una dieta más equilibrada y la convivencia con personas o comunidades con una microbiota más saludable (una mayor cantidad y variedad de especies beneficiosas), ayudarán a combatir en el futuro desde el mal de Parkinson al mal de Alzheimer, pasando por el autismo, la depresión o el cáncer.

Diagrama de un virus bacteriófago (o “fago”), especializado en atacar a otras bacterias

Una vez se ha confirmado que, por ejemplo, la flora bacteriana regula el rendimiento mental, la energía en el sistema nervioso o la adaptación a tratamientos como la inmunoterapia contra el cáncer, surgen nuevas medidas para contrarrestar los efectos de fármacos y antibióticos en la flora intestinal, se generalizan técnicas como la bacterioterapia fecal (trasplantar heces para que la flora bacteriana sana de un individuo pueble el estómago de otro individuo).

Comprender nuestros microbios para curarnos mejor

Los trasplantes fecales se han mostrado efectivos para tratar infecciones de bacterias que, como Clostridium difficile, causan diarrea en pacientes que han abusado de antibióticos, pero semejantes procedimientos adolecen de precisión para determinados tratamientos.

Imagen de un cazador nadza (fotografía: Lars Jussaume, vía Flickr CC)

Además de la bacterioterapia fecal, The Economist recapitula las alternativas que se postulan aprovechando la relación simbiótica entre nuestro organismo y la flora bacteriana:

  • solución líquida rica en bacterias saludables: desarrollada por Rebiotix (Roseville, Minnesota, Estados Unidos), este líquido de ingestión oral se dirige también a tratar infecciones de Clostridium difficile, casi siempre causantes de diarrea, si bien la firma trata de aplicar la misma técnica a infecciones del tracto urinario y encefalopatía hepática (a menudo derivada de la cirrosis hepática);
  • cultivo de microbios puntuales para catalizar un ecosistema bacteriano en desequilibrio (‘microbios como fármacos’): Seres Therapeutics (Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos) aísla distintos microbios y combinaciones bacteriológicas que puedan afectar o transformar la flora bacteriana en su conjunto;
  • eliminar bacterias nocivas: otra técnica consiste en atacar las bacterias nocivas que causan desequilibrios o infecciones en la flora bacteriana empobrecida o diezmada por ingesta de antibióticos, etc. La firma C3J Therapeutics -Los Ángeles, California-, desarrolla una molécula proteínica antimicrobiana diseñada para atacar Streptococcus mutans, un microbio que habita nuestra boca, al que se responsabiliza de la caries;
  • uso controlado de virus bacteriófagos que atacan especies de microbio determinadas: EpiBiome (San Francisco, California) y Eligo Biosciences (París) desarrollan microorganismos para atacar bacterias específicas, lo que crearía una nueva modalidad de antibiótico extremadamente efectiva.

El retorno de los buenos microbios extraviados

Ya existen laboratorios que buscan remedios de ajuste de la flora bacteriana estudiando qué microbios producen sustancias, y en qué cantidad, que inciden sobre la salud humano, tanto efectos beneficiosos como perjudiciales. Bristol-Myers Squibb, una firma británica, y la parisina Enterome, desarrollan técnicas para contrarrestar o favorecer estas sustancias derivadas de la actividad microbiológica, mientras Second Genome, una pequeña farmacéutica de San Francisco, explora la conexión entre desequilibrio de flora bacteriana (disbiosis) y autismo.

El curioso aspecto retro-futurista de un diminuto virus bacteriófago

En el horizonte, expertos en epidemiología genética como Tim Spector, investigadores del genoma humano y del microbioma humano, esperan aprender tanto en el laboratorio como en compañía de pueblos ancestrales como los hadza, pues la medicina del futuro se servirá tanto de remedios y alimentos tan antiguos como nuestra especie, así como del uso de microbios “a la carta” para reencontrar un equilibrio con nuestros huéspedes de lujo que nunca deberíamos haber perdido.

Como nos recuerda el divulgador científico de The Atlantic Ed Yong citando al poeta Walt Whitman, todos nosotros “contenemos multitudes” y, si existe algún modo intrínsecamente beneficioso a la humanidad de dejarse llevar por los instintos gregarios, es cultivando una buena morada común entre nosotros y los microbios que nunca debimos expulsar.

Hombres hadza preparando un fuego (fotografía: Lars Jussaume, vía Flickr CC)

Algunos de estos microbios beneficiosos hoy proscritos, hoy sabemos, nos ayudaron en otra época a activar nutrientes y fermentar moléculas de frutos ricos en antioxidantes. Va siendo hora de preparar su retorno.