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Fin de la inocencia: de la red GSM europea a la inquietante 5G

Hoy, empachados como estamos de Web 2.0, aprendemos que no hay más botón que frene la avalancha de datos —en forma de ocio e información— que el propio criterio y voluntad. Se nos dice que la Web 3.0 será descentralizada, pero hoy observamos apenas la estructura.

Nuestra presencia en Silicon Valley durante dos semanas coincide con novedades de calado, como el reconocimiento oficial de Facebook en su conferencia F8 de que la aplicación principal debe afrontar problemas sistémicos que ponen en riesgo su evolución en los últimos años.

De momento, no hay autocrítica acerca de los «daños colaterales» causados por el uso propagandístico de la plataforma y filiales como WhatsApp en acontecimientos y conflictos en todo el mundo.

La compañía tampoco ofrecerá acceso a los entresijos de su plataforma publicitaria, so pena de que arrojar más luz a su diseño utilitarista (optimización para ganar más, sin contrapeso ético), cause todavía más revuelo.

Cuando Facebook ya no puede bromear sobre privacidad

Mark Zuckerberg ha preferido no entonar el mea culpa, si bien su equipo de relaciones públicas no ha leído bien la situación, a tenor de la broma de Zuckerberg sobre privacidad en su discurso, que no ha hecho una chispa de gracia. En ocasiones, hay que abstenerse de jugársela si uno no es Steve Jobs.

Mientras tanto, cerca de la sede de Facebook, Alphabet anunciaba el lunes 29 de abril los resultados del primer trimestre de 2019, que muestran un freno relativo en ingresos publicitarios.

A diferencia de Facebook y Alphabet, las firmas Apple, Microsoft y Amazon no exponen su modelo de negocio al prestigio y confianza que los usuarios perciban con respecto a las herramientas que usan a diario en las distintas pantallas (este hecho no ha librado a Apple de presentar resultados a la baja debido a un descenso de ventas del 17%: el precio de los nuevos iPhone sirve de incentivo a los usuarios para mantener sus viejos modelos en buen estado, y alternativas en el mercado chino son cada vez más apetecibles en el mercado asiático).

La agresividad de Facebook para imponerse a Alphabet en ingresos publicitarios en iOS y Android ha desvelado prácticas de rastreo y reiteradas negligencias en la salvaguarda de la información y la privacidad de los usuarios.

Moverse algo menos rápido (y rompiendo menos cosas)

A estas alturas, el lema «muévete rápido y rompe cosas» ya no agrada tanto a Mark Zuckerberg, mientras Alphabet deberá aprender a distanciarse de las prácticas más agresivas de Facebook si pretende que su imagen no vaya asociada al rastreo sin escrúpulos de datos de usuarios.

Del mismo modo, ambas firmas están más expuestas que el resto de gigantes GAFAM a las multas de la Comisión Europea por violaciones en directivas como la de protección de datos GDPR, en vigor desde el 25 de mayo de 2018.

Hace unos días, durante una conversación que manteníamos con un ingeniero indio afincado en Silicon Valley, experto en robótica y ex trabajador de proyectos tan punteros y distintos como los mecanismos internos del Tesla Model Y y el Apple Watch, reflexionábamos sobre el clima de sospecha que se instala entre el público a la hora de valorar el impacto de los algoritmos sobre su vida cotidiana.

Coincidíamos con él en el hecho de que el uso abusivo de algoritmos y herramientas de rastreo no es —todavía— generalizado; si hasta hace poco Silicon Valley había disfrutado de una prensa excesivamente aduladora y convertida al credo «solucionista» (aprieta este botón y arreglarás el mundo, decían los artículos una y otra vez), hoy ocurre lo contrario y cualquier nueva idea que se sirve de algoritmos y aprendizaje automático cae inmediatamente en el saco de la distopía de Skynet, la inteligencia artificial que lidera el ejército androide en Terminator.

Maniqueísmos aparte, los problemas de Facebook y Alphabet son reales y las mayores plataformas publicitarias deberán invertir un esfuerzo en aprendizaje de máquinas aplicado a consideraciones éticas cada vez más equiparable a la inversión en técnicas que mejoren los ingresos publicitarios.

Geopolítica de la 5G

La gran noticia no es, sin embargo, que en Facebook hayan captado al fin el mensaje, con o sin mea culpa. La noticia de peso, más subyacente y agente a las conversaciones del gran público, es la lucha geopolítica entre Estados Unidos, la Unión Europea y China para posicionarse en el nuevo estándar inalámbrico de alta velocidad que debería integrar la Internet de las Cosas con las plataformas digitales ya afianzadas.

La posición de Estados Unidos está alineada con los intereses de los gigantes GAFAM y ésta es distinta de la Europea: la UE depende de Silicon Valley, pero los acontecimientos desencadenados desde 2016 en torno al Brexit y a la elección de Donald Trump supone una llamada a la acción.

Estados Unidos no apoya sin reservas una política de soft power en la que asume el coste de la defensa de sus aliados a través de la OTAN, a cambio de una apertura comercial que beneficiaba tanto a las exportaciones europeas en el mercado estadounidense (sobre todo las alemanas), como a las empresas tecnológicas en el mercado interno europeo, el mayor mercado mundial por capacidad de compra.

La beligerancia de la Administración Trump da carpetazo a este pacto tácito en que se había fundamentado la Pax Americana (período de prosperidad iniciado en Occidente a partir del orden geopolítico surgido de la II Guerra Mundial), y el soft power de Estados Unidos, tanto el de Silicon Valley como el que emana de Los Ángeles (industria cinematográfica y creativa) y de Nueva York (industria televisiva y de edición), podrían resultar dañados en el mercado europeo.

La batalla real se produce, sin embargo, entre los dos países mejor posicionados en Internet: Estados Unidos y China. Los monopolios de facto GAFAM tienen su contrapartida china, conocida bajo las siglas BATX: Baidu (motor de búsqueda y potencia en inteligencia artificial), Alibaba (tienda, innovador logístico, puente entre mundo físico y virtual), Tencent (servicios sociales), y Xiaomi (dispositivos móviles avanzados y ventaja en tecnología de datos 5G).

Cuando la UE se impuso con el estándar GSM

La beligerancia de Estados Unidos parte de su incapacidad para superar la ventaja tecnológica de la infraestructura china 5G a golpe de talonario. Los europeos no deberíamos olvidar que la UE fue el primer gran mercado unificado de telecomunicaciones móviles gracias a la infraestructura GSM.

A finales de los años 90, las inversiones de Ericsson, Alcatel, Siemens y Nokia habían aupado a la UE a la cabeza en tecnología móvil, por delante de la red japonesa y del relativo liderazgo de NTT Docomo en un mercado tecnológicamente más fragmentado que el europeo.

Personalmente, recuerdo mis primeros viajes a Estados Unidos a inicios de siglo. Me resultaba extraño pasearme por Nueva York y observar lo rudimentario de los teléfonos estadounidenses, que dependían de distintas compañías y estaban a merced de una cobertura desastrosa. En Europa abusábamos del SMS, mientras en Estados Unidos ocurría otro tanto con el «voicemail». El contestador de toda la vida.

En menos de una década, Estados Unidos había pasado por delante a la UE, que perdió la oportunidad de crear su propio valor desmaterializado a través de plataformas de software; Apple y Google, con la compra de Android, hicieron bascular el mercado móvil hacia el software. En redes móviles, firmas como Qualcomm superaron en suelo estadounidense a sus alternativas europeas (no siempre por razones económicas o tecnológicas, sino político-administrativas).

En paralelo, una desastrosa gestión de Nokia y sus alternativas europeas acabó borrando del mapa a la UE, mientras los contendientes asiáticos (primero Samsung, más tarde las marcas chinas) dejaron de conformarse con fabricar partes a bajo precio para Apple y sus alternativas de la plataforma Android.

Posibilidades técnicas de la 5G y riesgo de panoptismo

Es necesario evocar este contexto para comprender el porqué de la frustración del gobierno y los gigantes tecnológicos de Estados Unidos, al constatar cómo Huawei, Xiaomi y sus competidores en China están listos para inundar el mundo con la infraestructura 5G.

Estados Unidos alega que esta ocasión es distinta y no se trata de empresas de Silicon Valley mejorando tecnología europea, japonesa y surcoreana, sino de empresas respaldadas sin tapujos por una dictadura, el Partido Único chino, listas para instalar una infraestructura que podría consolidar una sociedad panóptica y en constante vigilancia.

¿Por qué tantos reparos en torno a la 5G? El nuevo estándar se beneficiará de una nueva arquitectura de transmisión de la señal en áreas de cobertura preparadas para ello («células 5G»). Cada una de estas zonas de cobertura está conectada a la red de telecomunicaciones mediante fibra óptica.

Este nuevo esquema permite conectar un número elevado de dispositivos a la red sin padecer sobrecarga y una latencia prácticamente inexistente, lo que facilitaría el despliegue práctico de servicios de Internet de las Cosas (IoT en las siglas en inglés): automóviles y todo tipo de vehículos, mobiliario urbano, electrodomésticos, aparatos integrados en la vivienda, etc.

Con velocidades de descarga mínimas de 20 Gbps y hasta 10 Gbps de subida, con latencias de 4 milisegundos, la tecnología 5G es el sueño de cualquier empresa o gobierno que aspire a crear una distopía panóptica, pues es posible transmitir vídeo o cualquier otra información en tiempo real mediante cámaras miniaturizadas, o desarrollar enjambres de drones voladores capaces de imitar el comportamiento de malla de insectos o aves.

La cuerda floja del soft power y el proteccionismo

La sospecha del gobierno chino es legítima: la preocupación de la Administración estadounidense con respecto a las soluciones 5G de las empresas chinas está más relacionada con su ventaja tecnológica y competitiva con respecto a sus alternativas, que a los efectos del espionaje o rastreo masivo. Al fin y al cabo, tanto las firmas GAFAM como sus contrapartidas en el mercado chino, BATX, usan técnicas similares —e igualmente preocupantes— de rastreo de información y actividad de los usuarios.

Estados Unidos, eso sí, no es una dictadura. Pero el soft power del país deberá convencer a los europeos de que dependan de tecnología estadounidense mientras, a la vez, Donald Trump se apresura a poner palos en las ruedas a Airbus, a fabricantes automovilísticos y a representantes europeos de otros sectores en el mercado interior estadounidense.

Más que dedicarse a deshojar la margarita y tratar de conseguir tecnología 5G controlada por firmas chinas o estadounidenses, las empresas europeas y la propia UE deberían perder la inocencia y promover una alternativa interna unificada y superior, como lo fue en su momento el estándar GSM. No será fácil.

El Reino Unido, sumido en la desmoralizadora confusión del Brexit (y la imposibilidad de ejecutarlo, al reconocer que una salida efectiva de la UE carece de sentido económico, comercial o político), ha anunciado un acuerdo con Huawei para desplegar su infraestructura 5G, mientras la prensa anglosajona de ambos lados del Atlántico recurre a metáforas para describir la opaca firma china como un «caballo de Troya tecnológico».

¿Cuántos ojos y de quién?

De vuelta a la conversación que manteníamos con el emprendedor de Silicon Valley, experto en robótica y testigo de algunos de los proyectos de I+D+i mejor salvaguardados de Silicon Valley: no deberíamos catalogar como distópico cualquier avance tecnológico. El potencial de las telecomunicaciones 5G puede tildarse de, como mínimo, inquietante.

En los próximos años, aparecerá un nuevo tipo de compañía, orientada a servir de contrapeso a la elevada capacidad de rastreo y dudosa ética de los gigantes tecnológicos y de firmas de análisis de macrodatos, tales como Cambridge Analytica y Palantir Technologies.

Quizá, la Internet descentralizada responderá con proyectos que mantengan alerta a la opinión pública sobre injerencias privadas y públicas (vengan éstas de agencias chinas o rusas, o se trate del rastreo supuestamente «amigo» de la red anglosajona de ciberespionaje Five Eyes (Echelon).

En Internet, se acabó la edad de la inocencia.