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Futuro de la novela: mala salud de hierro como medio popular

La novela goza desde hace más de un siglo de una “delicada salud de hierro”. Otros medios de expresión artística (cine, radio, televisión, informática, Internet ubicua) no han logrado sustituir la experiencia que nos depara la -exigente- lectura reflexiva.

Se habla del final de la novela desde principios del siglo XX, pero por sus efectos cognitivos a largo plazo (que cambian, literalmente, nuestra percepción de la existencia), entre otros motivos, la escritura de ficción tiene más futuro de lo que auguran los titulares y las reflexiones catastrofistas.

La tensión entre Amazon y las editoriales estadounidenses (reportaje de Vanity Fair al respecto) sobre los precios y términos en que los libros deberían venderse a través de la tienda en línea ha enterrado otro movimiento tectónico con mayores implicaciones a largo plazo: la consolidación del formato electrónico y la literatura autoplublicada, en la que el autor vende y controla directamente su obra.

Cuando el coste de publicar una novela (digital) se acerca a 0

Más allá de las consideraciones sobre su encasillamiento y la diversidad de su oferta (desde textos sin corregir a algunas obras remarcables que, pese a no haber sido publicadas por ninguna editorial, son más frescas y atrevidas que buena parte de la hojarasca que atesta las mesas más concurridas de las librerías de ciudades y aeropuertos), aumentan las ventas de autores de plataformas como Amazon KDP.

Las estadísticas:

  • las 5 grandes editoriales estadounidenses representan sólo el 16% del mercado de libros electrónicos entre los más vendidos de Amazon;
  • el sistema de protección de copia digital (DRM) condiciona las ventas de cualquier libro independientemente de su precio;
  • los libros autopublicados son el 31% de las ventas de libros en formato digital;
  • los autores independientes concentran el 40% de los beneficios destinados a autores;
  • los autores “indie” dominan en Amazon a los autores publicados por editoriales en los géneros de: ciencia ficción/fantasía, misterio/suspense, y romance.

Lectores “millennial”: la realidad difiere del estereotipo

2014 no ha sido un año distinto a los anteriores y hemos oído cómo, de un modo u otro, la literatura y la lectura reflexiva serán arrinconadas definitivamente en un futuro más o menos próximo, debido a la competencia de métodos de aprendizaje y entretenimiento cognitivos como videojuegos y aplicaciones de Internet.

La realidad explica una historia distinta de la era de las redes sociales, los juegos en línea y la multipantalla: un estudio también de 2014 muestra cómo los adultos más jóvenes (“millennials“) son el grupo de edad que más literatura lee y con mayor consistencia en Estados Unidos.

Entre los títulos con mayor repercusión y buenas críticas (esa salsa mágica tan compleja e impredecible; he aquí el criterio de The Washington Post, Time y The Wall Street Journal), aparecen novelas “populares” y, a la vez, “serias”: 

  • de ciencia ficción con un halo de la historia de superación y supervivencia de Robinson Crusoe (Andy Weir: The Martian);
  • policíacas ambientadas en la Jamaica de Bob Marley (Marlon James: A Brief History of Seven Killings);
  • o sobre las secuelas de la guerra, siguiendo la estela de títulos del pasado como Slaughterhouse Five, pero en esta ocasión entre veteranos de la Guerra del Golfo (Atticus Lish: Preparation for the Next Life).
  • etc.

La novela en la época del “transrealismo”

Pero no sólo las grandes novedades, recomendadas entre las personalidades influyentes de la prensa y el mundo literario de un mercado tan potente y pionero del gusto literario mundial como el estadounidense, encuentran su público: Internet facilita también la lectura especializada y minoritaria.

Recurriendo a una ocurrencia mal citada de Mark Twain, que a su vez Steve Jobs usó para desmentir el alarmismo sobre su salud, “la muerte de la novela han sido en extremo exagerada”. 

Twain escribió la frase desde Londres en 1897, aclarando al periodista estadounidense Frank Marshall White que, quien en realidad había caído seriamente enfermo en Londres había sido su primo James Ross Clemens.

En la época del “transrealismo“, fenómeno catalogado por The Guardian como el primer movimiento literario del siglo XXI de cierto calado (más allá del continuismo del novelista de lo cotidiano Jonathan Franzen, la exuberancia -y verborrea- del desaparecido David Foster Wallace o la solidez de los escandinavos -entre los últimos, Per Petterson y Karl Ove Knausgård-), se lee tanta o más ficción que en cualquier otro momento de la historia.

La muerte de la novela ha sido exagerada en demasía

La muerte de la novela está siendo, en efecto, exagerada en extremo, más de un siglo después de que Julio Verne sentenciara que las novelas acabarían suplantadas por los diarios ya que, decía, los periodistas “han aprendido a colorear los acontecimientos cotidianos” con tanta destreza que sus imágenes serían a la larga, también en ficción, más veraces y vívidas.

Otros autores compartieron total o parcialmente, siempre con nuevos matices debido a la coyuntura (la aparición de un nuevo medio, la consolidación del bloque soviético y la alternativa marxista, la caída del Muro de Berlín, el advenimiento del hipertexto), las reflexiones de Julio Verne: José Ortega y Gasset, Walter Benjamin, Norman Mailer, el propio Jonathan Franzen, Philip Roth y muchos otros.

En una entrevista concedida en 2004, Philip Roth afirmaba, 102 años después de que lo hiciera Julio Verne, por qué, en su opinión, la novela camina hacia la obsolescencia:

“Dudo mucho que en veinte o veinticinco años alguien lea esas cosas. Creo que es inevitable. Creo que habrá otras cosas que hacer para la gente, otras maneras para permanecer ocupada, otros modos para captar su atención imaginativa, que probablemente sean mucho más convincentes que la novela, así que creo que la era de la novela es cosa del pasado”.

Idealizando el pasado

Jonathan Franzen, en quien muchos han depositado las esperanzas de que se convierta en, como mínimo, el equivalente a Norman Mailer o a Philip Roth en el siglo XXI, también cree que las cosas han cambiado y la literatura, si bien no está a punto de desaparecer, camina hacia la marginalidad como medio popular, una situación en que ya se encontraría la poesía.

Franzen, que ha aceptado el reto de la crítica afirmando sin cortarse que quiere escribir el equivalente actual a Trampa-22, la novela antibelicista escrita por Joseph Heller en plena Guerra Fría (1961), ha asegurado no obstante que las novelas con repercusión importan ahora mucho menos a la mayoría del público que en la época de Heller.

Desde El Quijote, la primera novela moderna, el género mantuvo una cierta estabilidad formal y rehuyó de grandes transformaciones hasta que el existencialismo y el psicoanálisis aportaron el monólogo interior, la mezcla de estilos, la experimentación (inspirándose en el cubismo, el jazz, etc.), o la mezcla de realidad y ficción (novela autobiográfica, beats, Nuevo Periodismo).

Cómo vivir más vidas que un gato

Y así hasta hoy, cuando todavía El Quijote y las mejores obras realistas francesas, inglesas y rusas del siglo XIX siguen conmoviendo a jóvenes lectores con una experiencia mucho más introspectiva (como han demostrado la psicología y la neurociencia, que confirman que, en cierto modo, vivimos lo acaecido en las historias que leemos) que cualquier adaptación dramática o cinematográfica. 

El esfuerzo introspectivo y cognitivo de la lectura reflexiva de una novela, con toda su complejidad, demuestra que conociendo la punta de un iceberg sabemos la profundidad, insondabilidad y belleza de la parte sumergida, que demanda nuestra participación, tal y como han explicado semióticos (y maestros de la novela) como el propio Umberto Eco.

El iceberg puede ser también un azaroso viaje geográfico como el de Odiseo, o el aspecto, comportamientos y costumbres de la ballena blanca que aguarda al capitán Ahab para una última batalla.

Aprendiendo de los buenos: sobre arquetipos y realidades

Así, el noble y valeroso Athos (Los tres mosqueteros); el bueno inocentón convertido en implacable maestro de la venganza Edmundo Dantés (El conde de Montecristo); o el modesto y estoico noble amante del trabajo rural y ajeno a la pompa de la alta sociedad Levin (Anna Karénina; alter ego de Tolstói), siguen enriqueciendo la experiencia de lectores de todos lugares y edades.

Del mismo modo, no hay buenos y malos más complejos y humanos como los de la buena literatura, ni tampoco personajes más parecidos a individuos de carne y hueso, con sus grandezas y miserias. De ahí que la filosofía y la ciencia se hayan sumergido también en las grandes obras en busca de ideas, hipótesis, metáforas, pruebas.

Por ejemplo, los personajes contradictorios, impredecibles y erráticos de Fiódor Dostoyevski han hecho más por la filosofía y literatura existencialistas del siglo XX que cualquier otra influencia o idea artística, social o científica.

Las grandes aventuras

La literatura debe competir en la actualidad con medios que ofrecen ricas experiencias cognitivas, a menudo demandando un esfuerzo consciente muy inferior al que requiere la lectura reflexiva. 

La evocación de una descripción de una escena social o bélica de Tolstói, o la apreciación del matemático engranaje argumental que cierra a los antiguos enemigos de El conde de Montecristo cualquier posibilidad de salvarse de una exquisita venganza, son fenómenos que otros medios difícilmente podrán emular o sustituir en toda su extensión y complejidad (quizá porque lectura reflexiva demanda mucho más de nosotros).

Así que los estudios que confirman que los “millennials” no sólo siguen leyendo novelas, sino que leen más que cualquier otro grupo de edad, demostrarían que, instintivamente, seguimos siendo descendientes desnortados de Sócrates, que recomendaba a sus alumnos leer buenos libros para así adquirir con eficacia los conocimientos a los que otros habían dedicado tanto esfuerzo.

Sobre el sentido de la literatura: la delgada línea entre lector y escritor

Uno de los escritores “serios” con más tirada entre las nuevas generaciones de lectores, el ensayista, novelista y profesor de escritura creativa David Foster Wallace (su suicidio en 2008 le reuniría con los artistas malditos de la cultura pop), era uno de los principales abogados del poder de la literatura en el siglo XXI; sin subestimar el poder de los otros medios, bajo cuya influencia su generación se había formado, Foster Wallace creía en la fuerza de las historias bien narradas.

Sus ensayos sobre filosofía, tenis o escritura, entre otros temas, despiertan tanto interés como su literatura, considerada de culto por sus numerosos admiradores, pese a que muchos críticos literarios le valoren más por su trabajo ensayístico (y por su oratoria) que por el literario. 

Es también autor de Infinite Jest, una novela distópica que mezcla en más de mil páginas infinidad de géneros y temáticas.

El autor de La broma infinita (considerada por Time como una de las mejores 100 novelas en lengua inglesa, aunque muchos critiquen de ella la facilidad con que podrían suprimirse muchas de las subtramas de una broma que ya había perdido un tercio de su extensión durante su edición), reflexionaba en una entrevista de 1996 sobre el futuro de la escritura en la era de la información.

Propuestas de Ítalo Calvino para el nuevo milenio

David Foster Wallace creía que, a diferencia del entretenimiento comercial actual, con su habilidad para proporcionar placer fácil al instante y en grandes dosis, la literatura,

“tiene una parte que te hace sentirte lleno. Existe esa vertiente redentora e instructiva, [de modo que] cuando lees algo, no es simplemente placer -piensas, “Dios mío, ¡ése soy yo! He vivido así, he sentido asá, no estoy solo en el mundo…”.

Ítalo Calvino murió de una hemorragia cerebral antes de poder dar un ciclo de clases magistrales que le había encargado la Universidad de Harvard sobre el futuro de la literatura en el próximo milenio.

Las Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millennio, traducidas por Patrick Creagh, nunca se impartieron en Harvard en 1985 como estaba previsto debido a la muerte del autor, pero en 1988 apareció un ensayo póstumo que condensaba cinco de ellas, mientras se conocía únicamente la temática de la sexta lección (algo así como el libro perdido de la comedia de Aristóteles, flotando en la eternidad sin que nos haya llegado una copia, lo que sirvió a Umberto Eco de base para sus fabulaciones de El nombre de la rosa).

Mala salud de hierro de la novela

Los valores que Ítalo Calvino creía que mantendrían a la novela relevante a inicios del próximo milenio se basan en la combinación de valores tangibles que enriquecen nuestra experiencia y, con ello, nuestra existencia y filosofía.

Las seis cualidades literarias identificadas por Calvino (PDF) son: ligereza, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y (la sexta lección, inacabada) consistencia.

Dichos así, sin contexto, estos enunciados apenas captan la idea desarrollada por Calvino. El erudito autor italiano llevaba cuatro décadas escribiendo cuando se disponía a impartir estas clases sobre el futuro de la literatura en Harvard, y estaba convencido de que la literatura otorga al ser humano un valor difícil de emular con otros medios artísticos. 

Sus clases exponen su hipótesis con infinidad de ejemplos filosófico-literarios de todos los tiempos, desde los más eruditos a los más populares (el escritor italiano sabía que textos populares en el pasado son ahora considerados eruditos, mientras textos eruditos de hoy no pasarán el rasero del tiempo y otros, ocultos, mostrarán a la larga su auténtica estatura.

El poder de la ficción

Calvino: “Quizá sea un signo de fin de milenio que nos preguntemos con frecuencia qué ocurrirá a la literatura y los libros en la llamada era de la tecnología postindustrial. No me siento con ánimos de recrearme en este tipo de especulación. Mi confianza en el futuro de la literatura consiste en el conocimiento de que hay cosas que sólo la literatura puede darnos”.

Y tras, este breve prefacio, el autor italiano exponía qué tipo de ligereza, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia otorgan las novelas a nuestra experiencia, permitiéndonos vivir las aventuras de otros, sufrir y triunfar, estar mil veces a punto de perecer y resarcirnos, o morir cada día en las páginas de alguna tragedia.

El rostro de nuestros personajes preferidos es tan preciso y personal que ninguna representación teatral o cinematográfica les podrá rendir tributo. 

Auténticas aventuras acaecidas en un instante, o en una eternidad, o acaso en un tiempo flexible donde el pasado se confunde con el presente y el futuro, demuestran su auténtica estatura en un medio tan “limitado” para muchos como la escritura lineal.

Ficción literaria desde el asiento del lector (y desde el del escritor)

Para David Foster Wallace, sumergido desde niño en el deporte (tenis), la filosofía, las matemáticas y la literatura y criado en un ambiente académico, reflexionaba sobre qué le atrajo de la literatura:

“La ficción para mí, sobre todo como lector, es un arma extraña de doble filo: por un lado, puede ser compleja y puede ser redentora y moralmente instructiva y todos esos beneficios que aprendemos de ella en la escuela; por otro lado, se supone que debe ser divertida, y es muy divertida. Y lo que me llevó a escribir fue sobre todo el recuerdo de tardes lluviosas realmente placenteras en compañía de un libro. Era algo así como una relación”.

“Creo que parte de lo entretenido, para mí -proseguía David Foster Wallace-, era formar parte de algún tipo de intercambio entre conciencias, una manera de los seres humanos para hablar sobre cosas que normalmente no tratamos”.

(Imagen: expliqué a mi hija Inés -7 años- el argumento de mi última novela y me regaló este dibujo)

Gracias al profundo y empático intercambio cognitivo al que se refiere Foster Wallace, autores y lectores de todos los tiempos han podido arrimar el hombro en la batalla de Troya, perderse mil veces por el Mediterráneo, conquistar nuevas tierras, enamorarse mil veces y revivir otras tantas, así como luchar contra gigantes molinos y gigantes gigantes. 

Adquiriendo perspectiva

Hombres y mujeres han conocido las edades del hombre y los misterios del otro sexo, mientras dioses se han confundido con mortales y mortales con dioses; urbanitas han sobrevivido en islas desiertas y cabañas junto a lagos de Nueva Inglaterra o en fiordos noruegos; personas solitarias se han paseado por el París más excitante o se han asomado a Nueva York desde una estancia acristalada del último piso de un rascacielos de Midtown.

Las novelas se postulan como humilde e intemporal pasatiempo para el nuevo milenio porque se refiere a todos los tiempos y alimenta la experiencia humana de un modo muy similar a como lo hace la propia experimentación de un hecho en primera persona. 

La lectura reflexiva es exigente, sí; pero su huella en nosotros es rica y permanente, y carece del embotamiento de los sentidos producido por placeres más indulgentes y facilones.

Y, a partir de aquí, recuerdo al autor de la Trilogía de Madrid, Francisco Umbral, y descubro que esta entrada debe acabar con mi trilogía, al haber escrito esto porque quiero, en el fondo, hablar del último libro que la culmina.

He venido a hablar de mi (nuevo) libro: “El valle de las adelfas fosforescentes”

En estos días ultimo la versión definitiva de El valle de las adelfas fosforescentes (sinopsis), la novela que cierra la que he llamado Trilogía del Largo Ahora.

Esta última entrega de la trilogía es, como las dos anteriores, Triskelion y La rebelión del charna, una unidad en sí misma, que expande su sentido al combinarse con uno o los dos otros títulos.

La Trilogía del Largo Ahora, autopublicada a través de la plataforma de Amazon Kindle para tal efecto, comprende las tres edades del tiempo, que son las del hombre: pasado, presente y futuro. 

Si bien cada uno de los tres libros representa un tiempo concreto, el propio concepto de “tiempo” es escurridizo en la obra, hasta el punto que uno puede leer cualquiera de las tres novelas de manera autónoma, mientras leer las tres enriquecería la experiencia.

Cuando adelantaba hace unos días en Facebook la sinopsis de El valle de las adelfas fosforescentes, me refería al carácter escurridizo e intercambiable del tiempo en las tres obras, que se percibe desde distintos puntos de vista y viaja por las líneas de realidad que existieron o pudieron haberlo hecho, o quizá se produzcan ahora o en el futuro.

Tiempo presente, tiempo pasado y tiempo futuro

Por eso, acababa diciendo que la Trilogía del Largo Ahora está inspirada por los versos de inicio del poema Burnt Norton, primero del libro Four Quartets de T.S. Eliot:

El tiempo presente y el tiempo pasado
Acaso estén presentes en el tiempo futuro
Y tal vez al futuro lo contenga el pasado.
Si todo tiempo es un presente eterno
Todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es una abstracción
Que sigue siendo perpetua posibilidad
Sólo en un mundo de especulaciones.
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
Tienden a un solo fin, presente siempre.
Eco de pisadas en la memoria,
Van por el corredor que no seguimos
Hacia la puerta que no llegamos nunca a abrir
Y da al jardín de rosas. Así en tu mente
Resuenan mis palabras.
          Pero no sé
Con cuál objeto perturbamos el polvo
Que vela el cuenco en donde están los pétalos
De rosa.
          Y otros ecos

Rayueleando

El valle de las adelfas fosforescentes (novela distópica ambientada en Silicon Valley en 2071), ya está disponible a través de la tienda Kindle. 

Puedes echar un vistazo a las primeras páginas de Triskelion (primero de la trilogía; pasado) y La rebelión del charna (segundo de la trilogía; presente).

Para los más atrevidos: propongo una lectura de la trilogía a lo Rayuela. Cada uno puede elegir a su antojo la orientación y el orden de lectura: linear, especular, del centro a los lados o, en un ejercicio “rayueliano” puro, entremezclando capítulos de los tres libros.