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Granja en casa: verdura, miel, setas, insectos y aguapónica

Más allá de sus consideraciones éticas, recolectar y cazar nuestros alimentos está tan relacionado con nosotros que nuestra herencia genética es en parte consecuencia de los hábitos de supervivencia de nuestros antepasados.

Nuestro cuerpo, por ejemplo, está diseñado para la caza por persistencia. De ahí que tengamos tendón de Aquiles, nuestro músculo glúteo mayor esté tan desarrollado y sudemos más y mejor que el resto de animales superiores.

Entornos asépticos vs. ricos ecosistemas de proximidad

Michael Pollan recuerda en El dilema del omnívoro nuestra comunión ancestral con actividades al aire libre como la caza, la búsqueda de setas, la recolección de frutas por los árboles del vecindario o el cultivo de vegetales.

Pero acumular los conocimientos y el tiempo necesarios para sobresalir en actividades como la caza y recolección de alimentos se relaciona ahora más con el esnobismo urbanita más que con un estilo de vida o una estrategia de supervivencia.

Recolector, cazador, buscador y productor de setas, apicultor

Recolectar frutos silvestres, cazar, buscar setas o cultivarlas en casa, convertirse en apicultor urbano o tener la paciencia para crear una granja orgánica como Polyface de Joel Salatin en Virginia, que Michael Pollan sitúa como paradigma de las buenas prácticas orgánicas, nunca han disfrutado de tanta simpatía entre las clases creativas del mundo. 

Sin embargo, son todavía una minoría quienes cultivan sus alimentos en casa y difícilmente todos nos convertiremos en granjeros en el futuro. Al fin y al cabo, las sociedades complejas del neolítico se organizaron en centros urbanos para hacer posible la especialización. 

En España, cualquier dehesa usada para la cría del cerdo ibérico equivaldría en esencia a la gestión pastoral elogiada por Salatin. En la dehesa, no hay purines ni animales embutidos en antibióticos, sino que las deposiciones de unos se convierten en el alimento de otros (fertilizante orgánico para el cultivo). Pero, claro, uno no puede reproducir una dehesa en el balcón.

El diminuto cazador y recolector (o agricultor del neolítico) en nosotros

No se trata de tener una dehesa, ni una copia de Polyface a pequeña escala, sino de aprovechar cualquier rincón para plantar unos vegetales, disponer una colmena, cultivar setas de ostra (seta común; “gírgola” en catalán), tener un pequeño estanque que funcione como piscifactoría sostenible (aguapónica); o, para los más atrevidos, ¿por qué no decantarse por la fuente de proteínas con menor impacto y criar insectos para su consumo?

El propio Pollan reconoce que acercarse a los conocimientos ancestrales que un cazador recolector ha acumulado en su vida con la ayuda de la experiencia y la transmisión oral es prácticamente imposible para el urbanita que se pone el sombrero de granjero, cazador o recolector durante el fin de semana.

¿Por qué incluir actividades como la caza -con tanto rechazo social- o la recolección -mejor vista por todos en el mismo grupo que otras actividades como el cultivo de vegetales o miel?

Fuimos cazadores y recolectores antes de emular las prácticas de la agricultura orgánica y el pastoreo que granjeros modernos como el virginiano Joel Salatin tratan de recuperar para el siglo XXI.

Reaprender los signos y mensajes de la naturaleza

De ahí que la experiencia sensorial de salir a cazar o buscar setas (o espárragos) sea biológicamente tan parecida al placer alcanzado con otras actividades relacionadas con la felicidad y la salud física y mental, como el deporte o el sexo.

Hay estudios que reafirman la sensación de agudización sensorial que cazadores o micólogos experimentan. Las presas de caza mayor son esquivas y, a menudo, el cazador se vuelve a casa sin presa, tras horas de búsqueda e interpretación de signos prácticamente invisibles, corazonadas y un conocimiento profundo del bosque.

Ocurre lo mismo con las setas silvestres. A diferencia de los vegetales, la familia de los fungi tiene un comportamiento aparentemente aleatorio, ya que su “fruto”, la seta, puede surgir como por arte de magia a cualquier extremo del laberinto enmarañado de los micelios, una red de conductos filamentosos que crece bajo tierra, como una especie de sistema nervioso bajo la turba del sotobosque.

Zuckerberg, el emprendedor que come sólo la carne que caza

Cualquier declaración de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, alcanza notoriedad, independientemente de su relevancia. Ello explicaría por qué medios tecnológicos y generalistas por igual han reproducido, entre incrédulos y extrañados, su declaración a propósito de sus hábitos con la carne: Zuckerberg asegura comer sólo la carne de los animales que caza.

Para ilustrar su capítulo dedicado a este comportamiento ancestral, Michael Pollan cita frecuentemente en El dilema del omnívoro a un cazador que él ve como arquetipo del “macho” intelectual (¿quizá por el estereotipo extendido de que lo mediterráneo es más visceral?), José Ortega y Gasset.

De él dice Pollan que es el hombre culto convertido en cazador arquetípico. Refinado, reflexivo, con el bagaje necesario para saborear la caza con conocimiento de causa.

Fundirse con los instintos ancestrales

El intento del urbanita por fundirse con sus instintos ancestrales, tales como procurarse su sustento, son un anhelo seguido desde que las sociedades industriales consolidaron la aparición de las clases ilustradas, ajenas al ritmo dictado por los almanaques: santoral, cosechas, estaciones, fiestas populares, gastronomía, refranero y literatura popular, todo fundido en un pequeño cajón de sastre.

Zuckerberg coincide en lo fundamental con Michael Pollan, Joel Salatin y cualquier cazador y recolector, aficionado o miembro de un grupo remoto: nuestro modo de conseguir nuestro alimento y cocinarlo es una extensión de nuestra visión del mundo. 

Producción centralizada vs. producción y consumo de proximidad

Dime cómo cultivas tu huerto, crías tus gallinas y consigues tu miel y te diré quién eres, dice en resumen Pollan. Agricultura intensiva contra gestión orgánica, recolección de un puñado alimentos silvestres disfrutando de la experiencia contra adquisición en el supermercado de grandes cantidades del mismo fruto o producto, producido en factorías agropecuarias.

La prueba de fuego de cualquiera concienciado con la historia que acompaña a la comida que llega a su mesa consiste en preparar una comida que rivalice con los manjares del mercado, pero que contenga sólo ingredientes que uno mismo haya cazado, recolectado y cultivado.

Rizando el rizo, puede añadirse una condición más, que complica el plato pero lo enriquece: incluir representantes de los tres reinos comestibles: animal, vegetal y fungi.

Michael Pollan explica en El dilema del omnívoro que es posible llevarlo a cabo, sin dedicar todo el tiempo a ello ni tirar la casa por la ventana. Cita a Susan Allport, quien expone en The Primal Feast: Food, Sex, Foraging, and Love que los cazadores y recolectores trabajaban en alimentarse apenas 17 horas a la semana, eran mucho más robustos y longevos que los primeros agricultores, quienes sólo en los dos últimos siglos han recuperado la estatura y esperanza de vida de nuestros ancestros.

Eso sí, ayudan el conocimiento y la predisposición de amigos y familiares para que un neófito ofrezca en unos meses un festín, equilibrado y variado, con alimentos producidos o recolectados en persona.

¿Producir en casa la base de nuestro alimento?

El siguiente paso consistiría en producir nosotros mismos todo nuestro alimento sin salir de casa, orgánicamente y en un entorno en el que los desechos son usados como nutriente y cada una de las partes trabaja para el todo, tal y como expone la permacultura.

Si la autogestión energética (usar energías renovables instaladas en casa para copar nuestro consumo eléctrico e incluso de transporte) gana adeptos, también lo hace la autogestión alimentaria.

Hay varias razones para producir alimentos en casa, una tendencia que crece en todo el mundo. Mientras en Europa proliferan los huertos urbanos en balcones y azoteas, los suburbios de clase media estadounidenses experimentan una transición desde el césped (estética importada de la metrópolis, la lluviosa Gran Bretaña) a los “jardines comestibles” (huerta, árboles frutales, especias y plantas ornamentales nativas).

Si correr nos devuelve a nuestros orígenes de expertos en la caza por persistencia, cultivar nuestros alimentos recupera los lazos entre el urbanita y las especies (los sistemas naturales, en la permacultura) de las que dependemos.

Alimentarse con conocimiento de causa

Cultivar, recolectar y cazar lo que comemos agudiza nuestro ingenio, al decidir de nuevo qué se puede comer y qué no; dónde se sitúa el ser humano en la cadena alimentaria; o qué dieta alimentaria nos hará sentir mejor.

Nuestra condición de omnívoros no sólo condiciona nuestro físico. Por ejemplo, nuestra mandíbula y dientes son “omnicompetentes”, capaces de adaptarse a casi cualquier alimento; actuamos como un carnívoro, un roedor o un herbívoro en función del momento.

Como el resto de omnívoros del reino animal, hemos evolucionado tratando de equilibrar la atracción por los nuevos manjares (neofilia) con el riesgo potencial de ingerir algo potencialmente venenoso (neofobia). Para afinar nuestro sentido común a la hora de decidir qué nos llevamos a la boca, ha sido necesario agudizar nuestra capacidad de improvisación e interpretación de los símbolos de la naturaleza. Inteligencia al fin y al cabo.

Una vaca, por el contrario, se ha conformado con ingerir del modo más eficiente posible un único alimento, que procesan a través de un sistema digestivo muy especializado.

Mientras el ser humano priorizó un cerebro grande y un estómago pequeño, los especialistas de la naturaleza sacrificaron su cerebro por su estómago, mucho más grande y desarrollado.

N-P-K

Con la Revolución Verde, la agricultura multiplicó su rendimiento gracias a la mecanización de las grandes explotaciones y el monocultivo, a través del cual las variedades más productivas se impusieron a la riqueza genética de la agricultura perfeccionada durante generaciones de mejora de las variedades vegetales y ganaderas.

Esta transformación no habría sido posible sin la renuncia al tradicional ciclo productivo de la vida (a partir de su simbiosis por el sol, el suelo regenera sus vitaminas: nitrógeno, fósforo y potasio, la triada N-P-K) y su sustitución por los fertilizantes derivados del petróleo.

N-P-K, la misma base empleada para las armas químicas; de ahí que, al finalizar la II Guerra Mundial, Estados Unidos decidiera usar su producción excedentaria de agentes químicos… en su industria agropecuaria, con la ayuda de subsidios. Consecuencias a gran escala: mientras que el fertilizante natural genera humus, el artificial lo erosiona. El nitrógeno acaba en los ríos, y de ahí llega a los océanos, creando “zonas muertas” (no aptas para la vida, debido a la ausencia de oxígeno).

Poor Richard’s Almanack

Como consecuencia más sutil del eficiente sistema agropecuario industrial, la agricultura intensiva nos aleja del curso de nuestra evolución y hemos olvidado el saber ancestral del campo, la caza y la recolección.

Los primeros ilustrados, por contra, no renunciaron al cultivo de sus instintos del pasado. Benjamin Franklin, quizá el más renacentista de ellos (inventor, político, gran estratega, precursor del periodismo moderno, autor de la autobiografía más aplaudida), publicó su propio almanaque, Poor Richard’s Almanack, a sabiendas de que la sociedad de Nueva Inglaterra y luego la de un país joven con el potencial de Estados Unidos, basaría su éxito en sus conocimientos colectivos sobre el campo.

Reflexiones -de otros- sobre la caza

Y, posteriormente, el mencionado filósofo español José Ortega y Gasset, citado por Pollan en El dilema del omnívoro, profundizó en el perspectivismo sin olvidar el cultivo de su espíritu más tribal, cuando se abandonaba a la caza. Sus reflexiones sobre esta actividad se acercan a las de otra personalidad igualmente influyente, Ernest Hemingway. Miguel Delibes habría coincidido con ambos.

Para Ortega y Gasset, “el mayor y más moral homenaje que podemos conceder a ciertos animales en determinadas ocasiones es matarlos”. Muchos no coincidimos con esta ni otras apreciaciones en relación con el sufrimiento de los animales.

Pero sería jugar a la parcialidad olvidar que, como remarca Michael Pollan, cazar o recolectar setas (en algunos idiomas, a las setas se las “caza” en el lenguaje, y no es por casualidad) no son más que recuperar por un instante nuestros sentidos antiguos, agudizando herramientas sensoriales olvidadas o aletargadas en las últimas generaciones.

Si producir nuestros propios alimentos nos reconcilia con los instintos que agudizaron la inteligencia de nuestra especie, la alimentación de proximidad lo hace con el mundo.

El precio de delegar nuestra alimentación desde la granja hasta el plato

La industria agropecuaria especializada en el monocultivo y los fertilizantes derivados del petróleo está produce grandes cantidades de alimentos, a un precio demasiado elevado, según el propio Pollan.

Por ejemplo, una de las mayores perversiones tiene lugar con la producción de maíz genéticamente modificado (las variedades sirven sólo para una cosecha y hay compañías que conservan la patente de la planta, por lo que pueden recurrir legalmente a cualquier uso “ilegítimo” de ésta).

Los precios son tan bajos que los ganaderos necesitan optimizar su producción cada vez más. En ocasiones, el precio de la producción se sitúa por debajo de su coste, y los subsidios gubernamentales pagan la diferencia. Acto seguido, el maíz es usado, en forma de aditivos como el omnipresente sirope de maíz, en todo tipo de alimentos precocinados, así como alimento para las granjas de ganadería intensiva.

El ganado ovino, cuya estrategia evolutiva basada en la especialización ha culminado con su sofisticado estómago rumiante, diseñado para procesar grandes cantidades de pasto, padece más enfermedades con su dieta de maíz y soja modificados, producidos con fertilizante. Pero, claro, siempre están los antibióticos.

Algunas de las perversiones de la agricultura y ganadería intensivas son contrarrestadas por explotaciones orgánicas cada vez más productivas. Son el resultado de una demanda creciente de usuarios, mercados de productos locales y cadenas de distribución como Trader Joe’s (Costa Oeste de Estados Unidos) y Whole Foods (cadena presente en todo Estados Unidos, a menudo asociada con un supuesto esnobismo urbanita).

Local y global, orgánico y genéticamente modificado, producto del sol o de fertilizantes

Sea como fuere, la dicotomía entre lo local y lo global, el cultivo orgánico y rico en variedades en lugar del uso de un puñado de especies cultivadas con fertilizantes, decanta la balanza hacia el lado de lo local y orgánico, cuando se pondera la salud de consumidores y entorno.

Una de las principales epidemias del siglo, la obesidad, está relacionada con los hábitos poco saludables y numerosos condicionantes, pero también con la abundancia de alimentos precocinados ricos en azúcares procedentes del maíz y la soja. La “dieta occidental”, rica en carne, azúcares, platos precocinados y bebidas carbonatadas, incide decisivamente sobre la epidemia de sobrepeso y obesidad, que no afecta sólo a los países más ricos, sino también a varias sociedades en desarrollo (México, Turquía, Irán).

Batallar contra la epidemia de la obesidad está relacionado también con el individuo. Comer variado, con alimentos de proximidad y una cierta frugalidad, es tanto o más barato que la opción hipercalórica en muchos lugares.

Frugalidad

La práctica de deporte (correr, recordemos, nos devuelve a nuestros orígenes), la alimentación variada y moderada y la actitud estoica ante el día a día no sólo produce bienestar, aseguran numerosos estudios, sino que prolongan nuestra vida. Literalmente.

Inciden sobre la autoestima, la economía familiar, el rendimiento, la consistencia de nuestra carrera profesional y, cómo no, también tienen que ver con lo que llamamos felicidad, tanto su vertiente más somática (estimular la producción de endorfinas) como la más espiritual.

Estoicismo

Las ventajas de la moderación en vino y comida también están relacionadas, si se quiere, con corrientes filosóficas como el estoicismo.

Aportamos cinco modos distintos de reconciliarnos con los mejores instintos de nuestros antepasados, que agudizarán nuestro ingenio y nos devolverán, aunque sólo sea por instantes, la riqueza del ingenio y los sentidos.

Cinco maneras de producir en casa alimentos sanos, baratos y ecológicos

Son cinco modos de comer bien con lo que produzcamos en nuestra propia casa. El alimento en el plato será, por tanto, más local, orgánico y sostenible que cualquier alternativa de la tienda.

Y lo podremos disfrutar en el sentido más profundo, ya que lo habremos cultivado, recolectado y cocinado, con poco dinero y un esfuerzo que se convierte en agudeza sensorial, divertimento para una familia, pequeña fuente de bienestar cocinado a fuego lento. Sin colorantes ni conservantes. Cualquier intento fallido será una experiencia más que pondrá a prueba nuestro tesón y consistencia, y mejorará el siguiente intento.

La autonomía energética y la alimentaria son cada vez más posibles en el futuro. Estos cinco modos de producción alimentaria en nuestra propia casa son un ejemplo de ello.

1. Verduras y hortalizas en el huerto urbano del balcón

Un modo sencillo de iniciarse en el cultivo de verduras y hortalizas de temporada, o incluso plantas aromatizantes para condimentar los platos.

Hasta hace un poco una actividad relacionada con las zonas sin uso de áreas metropolitanas, el huerto urbano ocupa ahora un espacio en el balcón o patio de viviendas y apartamentos de todo tamaño y condición.

Hace falta muy poco para instalar un huerto en el balcón. Apenas unas horas de sol (directo o indirecto) garantizadas, riego, abono y un cierto cuidado regular.

A cambio, el aficionado a cultivar verduras, hortalizas e incluso fruta en casa consigue relajación y la oportunidad de compartir una actividad que requiere trabajo en equipo con el resto de la familia.

Hasta hace poco vista como una actividad para jubilados y jóvenes con problemas de inserción, el trabajo en la huerta es elogiado también por profesionales y personas que habían perdido el contacto familiar con la producción de alimentos.

Qué mejor actividad educativa que la que enseña a esperar la recompensa a medio plazo, derivada del esfuerzo, la planificación.

El huerto urbano puede alcanzar la sofisticación que el usuario quiera inferirle. Puede usarse desde un puñado de macetas convencionales regadas manualmente, a pequeñas plataformas diseñadas para el cultivo en el balcón. Con un poco de tiempo e ingenio, es posible crear un huerto con maceteros reciclados y auto-riego casero.

La pequeña huerta puede, además, formar parte de un sistema que integre las actividades de la casa. Por ejemplo, un vermicompostador o compostador tradicional convertiría los restos vegetales, papel y restos orgánicos de la cocina en humus para el huerto.

2. Apicultura urbana

La producción artesanal de miel vuelve a la ciudad, de la mano de aficionados a la apicultura y de quienes reivindican la producción local de alimentos. También chefs.

La crianza urbana de abejas tiene poco que ver con las grandes explotaciones. Curiosamente, la diversidad de plantas con flores en los parques y jardines metropolitanos beneficia la calidad de la miel producida en el balcón, azotea o patio trasero de cualquier gran ciudad.

Varias compañías comercializan colmeneros urbanos, a menudo compactos y sencillos, ideados para neófitos.

El interés actual por la producción urbana de miel no tiene precedentes en las últimas décadas y sólo es comparable a la proliferación de huertos urbanos y de sistemas de compostaje.

Aficionados de todo el mundo muestran su recién adquirida destreza para producir miel de gran calidad.

Hemos realizado distintos vídeos con productores domésticos de miel en Berkeley y San Francisco (una aficionada y un hotel, que incluye la producción de la azotea en sus postres).

3. Cultivar setas en casa

Apenas un puñado de especies conocidas de seta son cultivables, ya que el resto crecen sólo de un modo silvestre y deben ser recolectadas en el bosque.

No obstante, las especies cosechadas en lechos previamente preparados para el cultivo, son un complemento valioso para cualquier aficionado a la cocina. Las especies cultivables de setas comestibles comparten sus propiedades fundamentales: proteínas altas, calorías bajas, hierro, fibra, minerales y vitaminas. Su valor gastronómico es todavía más remarcable.

Destaca el cultivo del champiñón (Agaricus campestris y Agaricus bisporus), así como varias variedades asiáticas, cada vez más usadas en la cocina de restaurante y doméstica del resto del mundo: la seta de paja (volvariella volvacea), el champiñón ostra (pleurotus ostreatus), el genero de los shiitakes (lentinula edodes), y el género de los enokitake (flammulina).

Se ha popularizado el cultivo para consumo propio de la seta de ostra (también hongo ostra, orejón o seta común). En su hábitat natural, la seta de ostra crece a finales de otoño y principios de invierno sobre troncos muertos de diversos árboles.

El sombrero mide de 4 a 14 centímetros de diámetro, en forma de concha de ostra. Mientras la cutícula varía entre el gris y el azulado, la carne es blanquecina y el sabor es suave, adecuado tanto cocinado (salsas, todo tipo de platos y guisos), como crudo (ensaladas, con aceite y un poco de sal, etcétera).

Cultivar setas de ostra para el consumo propio apenas requiere espacio (sirve cualquier rincón con un mínimo de luz, preferiblemente natural, aunque sirve artificial) ni inversión. A cambio, es posible cosechar en un espacio de 2 metros cuadrados hasta varios kilogramos en una semana.

Varias compañías venden un pequeño lecho ya inoculado con el hongo de seta ostra, preparado para el cultivo. No obstante, es posible realizar todo el proceso en casa, con herramientas simples: apenas los utensilios para propagar el micelio; una caja con un lecho rico en harinas y levaduras para propagar el hongo; un contenedor para la pasteurización; alfalfa; y un rincón en el trastero.

Aumenta también la producción doméstica del shiitake, especialmente apreciado por su vitamina D y con gran importancia en la cocina asiática. Se ha cultivado tradicionalmente sobre madera, aunque en la actualidad se ha acelerado su producción con lechos equivalentes (se usan sustratos con serrín de madera), que pueden ser emulados en casa.

4. Mini-ganadería: insectos como fuente alimentaria

Debido a los tabús, barreras culturales y el aspecto mismo de los insectos y artrópodos, no hay una fuente alimentaria que suscite una mayor tensión entre nuestra propensión a la neofilia (afición por lo nuevo) y la neofobia (miedo a ingerir algo potencialmente venenoso), que compartimos todos los omnívoros.

Más allá de las barreras culturales y sensoriales que suscita su ingestión, la entomofagia (comer insectos y artrópodos) es un hábito alimentario compartido por numerosas tradiciones ancestrales de México, América Central y del Sur, Ágrica, Asia y Australia.

Los insectos son especialmente ricos en proteínas, vitaminas, minerales y grasas, que varía en función de la especie y la preparación (un 20% de contenido proteínico en los saltamontes por un 27% en un filete de ternera, mientras que las especies de oruga alcanzan hasta el 80%).

Al producir proteínas con mayor rapidez que el ganado, se investiga la entomofagia como posible fuente de proteínas con una baja huella ecológica para alimentar a la población humana en el futuro.

Las culturas culinarias que abrazan la entomofagia consumen saltamontes (Japón), langostas y grillos (África), orugas (Sudáfrica) y gusanos (Mesoamérica), larvas (antiguas culturas europeas y Oriente Medio), arañas (Asia) e insectos que viven en grandes comunidades, sobre todo termitas.

Por primera vez, emerge la cría de insectos como método de alimentación entre ecologistas y especialistas en entomofagia de todo el mundo.

La cría de insectos se refiere a la creación de entornos controlados para estimular el crecimiento de colonias de insectos y artrópodos para su consumo humano, como alternativa nutritiva a la ingesta de carne, sin renunciar a las principales ventajas nutritivas de su ingestión.

El impacto de la cría y consumo de insectos es imperceptible, en comparación con la ganadería tradicional.

5. Aguapónica: ¿una piscifactoría sostenible en casa?

La aguapónica es a la acuicultura (cría de pescado en piscifactorías) lo que la permacultura a la agricultura intensiva.

En lugar de emular a las factorías que producen bienes de consumo, la producción alimentaria debe aprovechar, en lugar de suprimir, los distintos condicionantes del ciclo de la vida. Como ocurre en los ecosistemas naturales, los efluentes de un animal son el sustento de otras formas de vida.

Se trata de un sistema de producción alimentaria que combina la acuicultura (cultivo de especies acuáticas animales y vegetales) con la hidroponía (cultivar plantas usando soluciones minerales, en lugar de tierra), en un entorno simbiótico.

En la aguapónica, los residuos de la acuicultura son filtrados como nutrientes para las plantas, alimentadas con un suero rico en agua, sales minerales y materia orgánica. El potencial problema medioambiental (la gestión de residuos animales) alimentan la cosecha agrícola.

Con la misma cantidad de alimento y una huella ecológica mucho menor, los sistemas de aguapónica combinan la cría de animales o plantas de agua dulce o marinas, con el cultivo agrario mediante técnicas de agricultura hidropónica.

Pese a que, de momento, la aguapónica como disciplina moderna está en sus inicios, los aztecas, en la América precolombina, y pueblos de Indochina se han beneficiado de técnicas de aguapónica: cultivando plantas acuáticas y usando el agua enriquecida restante como fertilizante para los campos; y criando peces y arroz en estanques, respectivamente.

Los sistemas de aguapónica varían en tamaño y complejidad, pero algunos diseños están, por su sencillez y dimensiones, al alcance de cualquier aficionado. La recompensa: pescado, verduras y hortalizas en un ecosistema portátil en el que nada se desperdicia.