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¿Hay hueco entre rastreo comercial (EEUU) y estatal (China)?

Estados Unidos se dispone a repeler la neutralidad de red, permitiendo la discriminación por tipos de tráfico y contenido; mientras tanto, China ultima su sistema de reputación ciudadana, que vinculará comportamiento a puntuación personal.

Europa, sin una sola empresa entre los 20 gigantes de Internet, se dispone a proteger la neutralidad de red, la libre competencia y la privacidad. ¿Es realista el plan europeo después de haber delegado su infraestructura tecnológica en Estados Unidos, enfrascado ahora en una estrategia aislacionista con ecos de novela de García Márquez?

Sea como fuere, ningún servicio es tan vulnerable a la inacción y a la ingenuidad de las declaraciones de intenciones que la mayor arma comercial y geopolítica: Internet y sus servicios.

El comercio de bienes físicos sigue moviendo la economía e inspirando al viajero con aspiraciones románticas, pero mientras Estados Unidos gesticula frente a sus socios y frente a Xi Jinping en relación con tarifas de productos relacionados con la vieja economía industrial, Silicon Valley y Shenzhen despliegan la auténtica estrategia pesada de ambos países.

La UE, vulnerable ante la inestabilidad comercial, deberá diversificar su fortaleza exportadora y aprender a comercializar datos. De lo contrario, Estados Unidos y China presentarán sus respectivas estrategias de “poder blando” (¿o, dado el auge retórico en ambas potencias, deberíamos hablar de intento de “colonización” cultural?).

Viejos y nuevos mares comerciales

Primero, unos apuntes personales. Recientemente, dedicamos cuatro días a viajar en coche desde París hasta las afueras de Londres, cruzando el canal de la Mancha en ferry desde Calais hasta Dover.

Infinidad de buques aguardan junto al puerto de Singapur, en el extremo suroeste del mar del Sur de China (Imagen: Storm Crypt, vía Flickr CC)

El Eurotúnel ha restado algo de tráfico de pasajeros y mercancías en torno al brazo de mar que comunica el Atlántico con el mar del Norte, si bien el trayecto, de apenas una hora y media, sigue siendo imprescindible para el transporte logístico: los transbordadores de las compañías que cubren el trayecto, P&O y DFDS, han encontrado clientela fija en los camioneros que cubren la conexión entre el Reino Unido y el resto del continente.

Una vez pasada la aduana —más allá de los recelos suscitados por Brexit, ni el Reino Unido ni Irlanda formaban parte del espacio de libre tránsito de personas y mercancías entre la UE, Schengen—, vehículos y camiones aguardan en línea al embarque, realizado a través de una rampa y sin que el conductor note apenas que accede a las entrañas de un enorme transbordador.

Los pasajeros descienden de los vehículos aparcados y, una vez en los espacios comunes del buque, aparece el espectáculo del canal de la Mancha: la mirada, posada entre la bruma gris del cuerpo de agua en marejada, empieza a divisar cada vez más navíos. Primero apenas media decena, y poco después navíos por todas partes, abundando los que transportan contenedores.

Renacer de un viejo epicentro del comercio mundial

En comparación con el tráfico logístico del mar de la China Meridional, el baile de buques que atraviesan el canal de la Mancha, o cruzan desde las costas del continente hasta las islas británicas, es un vaivén mediocre y perfectamente negligible.

El mar del Sur de China, comprendido entre la costa oriental asiática y los archipiélagos de Taiwán, Filipinas, Borneo y península de Malasia, incluye estrechos tan transitados que éstos se convierten a menudo en gigantescos puertos marítimos donde rigen las maniobras para evitar colisiones entre buques.

El estrecho de Taiwán, al norte, y los de Malaca y Karimata —que conectan al sur esta importante zona geopolítica con los mares de Andamán y Java, respectivamente—, empequeñecen cualquier otra vía marítima en cuanto a tráfico y comercio.

En torno al mar del Sur de China se produce y distribuye una porción cada vez más importante del comercio mundial, con mercancías y personas viajando entre China y economías satélite cada vez más supeditadas a su actividad: Macao y Hong Kong (territorios chinos), Taiwán (territorio disputado, considerado como Chino), Singapur, Filipinas, Malasia, Brunéi, Indonesia, Tailandia, Camboya y Vietnam.

Mientras la prensa y la opinión pública de las potencias occidentales tratan de calmar los achaques proteccionistas del presidente estadounidense durante la última reunión del G7 en Canadá, el centro de gravedad del mundo se asienta en el mar de China, zona geopolíticamente inestable, por donde pasa ya más de un tercio del comercio mundial.

Primero, la mercancía tangible

Según la oficina de comercio y desarrollo de la ONU, UNCTAD, el 80% del comercio mundial y el 70% en valor se transporta por barco a través de la red logística global, gracias al tráfico de contenedores. El 60% de este volumen pasa ya por Asia, empequeñeciendo el comercio entre Europa y las Américas. El mar del sur de China concentra más de un tercio de este comercio, y su importancia relativa sigue en aumento.

China, Taiwán, Japón, Corea del Sur y Singapur dependen del tráfico de contenedores a través de zonas como el estrecho de Malaca, y ni siquiera la iniciativa de China para revivir una versión contemporánea de la ruta de la Seda, la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, restarán importancia a la ruta marítima entre los puertos chinos y las paradas técnicas en India, Península Arábiga, África y Europa mediterránea.

Buena parte de este comercio, así como la porción que hace referencia al comercio de intangibles a través de Internet, está relacionado de un modo u otro con el ascenso de las empresas tecnológicas chinas, las cuales, a diferencia de sus equivalentes en Estados Unidos, son desconocidas entre el público occidental.

Su desconocimiento en Occidente, así como la falta de interés del público y las empresas por conocer la realidad política y comercial de la zona en torno al mar de China (ASEAN, o Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) no las hace menos decisivas.

Distraídos por el despliegue de exabruptos y vulgaridad del espectáculo mediático en torno a la apisonadora mediática que representa Donald Trump, analistas y público informado no han tratado el conflicto subyacente entre tres modelos de economía digital que entran en colusión: la Internet de varias velocidades en Estados Unidos, la Internet china con control ciudadano a través de un sistema de reputación por rastreo digital, y la Internet neutral, garante de la libre competencia y respetuosa con la privacidad de los usuarios que pretende conservar la Unión Europea.

Geoestrategia en Internet

Estados Unidos abandona la neutralidad de red, que hasta ahora trataba todo tráfico de datos transitando por Internet de forma equiparable, independientemente de su uso y naturaleza; en este modelo, operadores de telecomunicaciones y proveedores de acceso quieren comercializar accesos de distinta capacidad, pudiendo reducir el ancho de banda dedicado a actividades de usuario (P2P), etc., con el riesgo de crear una Internet dirigista.

Cartel de inspiración modernista para una exhibición sobre planificación urbanística en Shenzhen, uno de los epicentros de la industria tecnológica mundial (imagen: “Connie” vía Flickr CC)

China, que filtra la conexión de su población a la Red a través del Gran Cortafuegos, ha asegurado una Internet de servicios en torno a compañías locales, en detrimento de sus equivalentes estadounidenses, y anuncia la incorporación de un sistema de reputación de la población, reforzado con tecnologías de rastreo, que puntuará el comportamiento de cada ciudadano (el “karma” de los servicios digitales se traslada, de este modo, a la vida real, con sus

Situada ante el dilema hipercomercial de una Red que discrimina por acceso de Estados Unidos y el control estatal chino, que alcanzaría niveles distópicos con el nuevo sistema de puntuación social de los ciudadanos en función de su “comportamiento” digitalmente registrado, la Unión Europea pretende defender la neutralidad de Internet y asociar el servicio a valores universalistas: respeto de la igualdad entre usuarios, respeto de la privacidad, y libre competencia entre las empresas, que deben adaptarse a regulaciones como el recién estrenado reglamento de protección de datos, GDPR en sus siglas en inglés.

El espacio de Internet neutral y de los ciudadanos que pretende defender la Unión Europea como modelo “universalista” de acceso a servicios digitales no puede ocultar una realidad: eludiendo grandes ideales y apelando a intereses geoestratégicos China e incluso Rusia han logrado establecer equivalentes comerciales a los servicios de Silicon Valley apreciados por la población.

No hubo “fin de la historia”

La UE, por el contrario, sigue a merced de los grandes monopolios de Silicon Valley, y el comportamiento agresivo e aislacionista de Donald Trump debe suponer un importante toque de atención a los europeos: las compañías de Silicon Valley representan los intereses económicos y comerciales de Estados Unidos, que ahora no se alinean —por primera vez de manera flagrante desde finales de la II Guerra Mundial— con los intereses del resto de Occidente (Europa y zona de influencia, América Latina).

Un dato resume mejor que cualquier otro la evolución de los servicios de Internet a lo largo de las dos últimas décadas, en las que la UE perdió su ventaja en tecnología móvil —tras haber establecido el estándar GSM y contar con firmas como Nokia, Ericsson, Alcatel, etc.—: de las 20 empresas tecnológicas con mayor capitalización bursátil del mundo, 11 tienen su sede en Estados Unidos, y las 9 restantes son chinas.

El tráfico marítimo en el mar del Sur de China ha sido concurrido desde tiempos inmemoriales; en la imagen, buques a su paso a través del estrecho de Malaca, que conecta el mar de China con el Índico (Imagen: “Holiday Point” vía Flickr CC)

China, incapaz hasta hace una década de competir con firmas europeas, japonesas o surcoreanas, no ya estadounidenses, ha alumbrado empresas con tamaño, prestigio entre sus usuarios y beneficios que las equipara a los gigantes tecnológicos estadounidenses Apple, Alphabet (Google), Microsoft, Facebook y Amazon.

Apenas 5 años atrás, China contaba con 2 empresas entre las 20 mayores firmas tecnológicas del mundo; hoy hay en la lista auténticos competidores de las principales marcas de Silicon Valley, las cuales acaparan todavía la prensa e imaginario de Occidente.

La alternativa a Silicon Valley es todavía más inquietante

Pronto, no obstante, las siguientes 9 firmas se abrirán paso más allá de su epicentro en China: además de las ya conocidas Alibaba y Tencent, las dos mayores, empezarán a sonar Ant Financial, Baidu, Xiaomi, Didi Chuxing, JD.com, Meituan-Dianping y Toutiao.

Además de los Big 5 de Estados Unidos y de las firmas chinas mencionadas, completan la lista de las 20 mayores firmas de Internet las también estadounidenses Netflix, eBay, Booking, Salesforce, Uber y Airbnb.

Estrecho de Malaca (Imagen: Falco Ermert, vía Flickr CC)

Ninguna firma europea o japonesa ha logrado el volumen de negocio y beneficios de las firmas en la parte superior de la lista de entre las mencionadas. Según el periodista alemán Wolfgang Blau, actual director de publicaciones de Condé Nast y con experiencia tanto en Silicon Valley como en el mundo editorial británico, la idea europea de mantener una Internet neutral y con una competencia floreciente entre compañías respetuosas con la privacidad de los usuarios no se corresponde con la realidad: a diferencia de China, que cuenta con Baidu, Alibaba, Tencent o Xiaomi para contrarrestar Facebook, Google, Amazon o Apple, la Unión Europea no ha logrado conformar empresas transnacionales de servicios de Internet en las que confíen los usuarios.

Olvidando la cotización bursátil y centrándose en el valor de la marca, el ascenso chino es también un hecho pese al relativo desconocimiento mostrado por el público occidental. Según Kantar Millward, Tencent (quinta de la clasificación, con un valor de marca estimado en 178.990 millones de dólares en 2018) y Alibaba (novena, con una estimación de 113.401 millones de dólares), se cuelan entre las 10 marcas con mayor valor.

Dos juegos de siglas que aprenderemos

Según Wolfgang Blau, mientras no exista un mercado de la UE realmente unificado, difícilmente aparecerán firmas europeas atractivas para el continente y capaces de exportar su modelo al resto del mundo.

Quizá la belicosidad de Donald Trump logre lo que hasta ahora no había conseguido la Comisión Europea: servir de revulsivo para perder la inocencia y reconocer de una vez por todas que los servicios de Internet nunca son neutrales y las compañías que los proporcionan tienen intereses particulares y sedes en países con una determinada visión geopolítica.

Periodistas, analistas e inversores hablan ya de una competición de siglas que empezará a sonar entre el público:

  • a las cuatro firmas que actúan como monopolios de facto en la Internet occidental, GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple —por su dominio móvil con iOS—);
  • se contraponen las firmas BATX, o sus equivalentes chinos, respectivamente: Baidu (motor de búsqueda y potencia en inteligencia artificial), Alibaba (tienda, innovador logístico, puente entre mundo físico y virtual), Tencent (servicios sociales), y Xiaomi (dispositivos móviles avanzados y ventaja en tecnología de datos 5G).

La dicotomía global representada por Google-Baidu, Amazon-Alibaba, Facebook-Tencent, Apple-Xiaomi, es la muestra simbólica del sacrificio geoestratégico realizado por la UE en las últimas décadas, actuando como comparsa tecnológica y cantera de talento de las empresas estadounidenses, cuyas subsidiarias se encontraron con el apoyo entusiasta y acrítico de una juventud europea ávida de reconocerse en un entorno tecnológico donde se habla inglés y los usuarios de distintos países europeos se comunican entre sí pasando por infraestructura estadounidense.

A qué juega la Unión Europea en Internet

¿Mantendrá Estados Unidos su peso en la Internet europea, o será China quien tome el relevo? Si la UE decide abandonar la pasividad acrítica y rechaza tanto la belicosidad de la Internet no neutral de Estados Unidos (espionaje comercial) como el modelo distópico de espionaje estatal de China, ¿será capaz de dotar de contenido y sostenibilidad económica a un modelo propio?

De momento, los usuarios europeos, sean o no conscientes de la elección que realizarán durante la próxima década, deberán apostar por el espionaje de empresas privadas sobre su actividad en la Red, o por el espionaje de empresas todavía más próximas a su gobierno (si los servicios ofrecidos por Baidu, Tencent, Alibaba, etc., crecen en Occidente). Los usuarios latinoamericanos se enfrentarán a un dilema similar.

El modelo chino no aporta ninguna ventaja con respecto al estadounidense, y añade desventajas de peso: como ocurre con los servicios digitales en Estados Unidos, la Internet china ha tendido a la concentración de actividades en torno a monopolios de facto, y la relación entre Alibaba, Tencent, Baidu, Xiaomi y el gobierno chino es todavía más opaca y ajena al escrutinio público que en el caso occidental.

No hay, por el momento, un claro modelo de éxito alternativo a GAFA y BATX del que puedan beneficiarse los ciudadanos no dispuestos a ceder ante la venta de sus datos o a convertirse en un usuario con un “karma” en el mundo real puntuado por las firmas chinas de rastreo de datos.

Tecnologías como las bases de datos distibuidas —la más exitosa de las cuales es hasta el momento blockchain, pero no la única— podrían devolver a los usuarios la soberanía de sus propios datos; es demasiado pronto para conocer el alcance real de los servicios encriptados descentralizados erigidos sobre plataformas como Ethereum.

China quiere (como EEUU) una mundialización a su medida

Artículos de análisis, como el que firma Valentin Blanchot en Siècle Digital o el que firman Mark Greeven y Wei Wei en The Telegraph, se apresuran a proclamar el desembarco en Occidente de los gigantes digitales asiáticos. No será tan fácil.

Las mencionadas firmas BATX quizá puedan mostrar un músculo similar al que pudo organizar el explorador chino del siglo XV Zheng He, que exploró el Océano Índico hasta África con la mayor flota conocida hasta entonces y 30.000 hombres, para optar poco después por el retorno al aislacionismo confucianista.

Asimismo, el nivel de escrupulosidad que Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi deberán demostrar con la información de sus usuarios supondrá un reto para compañías que han madurado al calor de un régimen autoritario que espía a sus ciudadanos y bloquea servicios digitales procedentes del exterior.

China ha construido un ecosistema de servicios digitales más populares entre la población que sus equivalentes occidentales, gracias a la asistencia de un Gobierno que no oculta sus intereses estratégicos:

  • en comercio digital, los usuarios pueden optar entre Taobao, Tmall, JD.com, Suning, Vipshop y Gome;
  • en sistemas de pago digital, Alipay, WeChat Pay, Baidu Wallet, China UMS, 99bill y ChinaPnR han logrado las licencias necesarias para operar;
  • en redes sociales, WeChat (versión expandida de Whatsapp), QQ (mensajería y microblogging), y Sina Weibo (Twitter) acaparan buena parte del tráfico;
  • en vídeo, varios sitios pretenden erigirse en una alternativa asiática a YouTube: iQiyi, PPS, Youku, Tudou, Tencent Video, LeTV, Sohu y Bilibili; Baidu acapara el grueso de las búsquedas de usuarios, con Shenma en búsqueda móvil y Sogou en búsqueda de contenidos especializados.

La peineta de Trump a sus socios y amigos

La aparente riqueza de este ecosistema oculta una realidad mucho más similar a la que ha convertido a los Big 5 de Estados Unidos en monopolios de facto: Baidu, Alibaba y Tencent acaparan la mayoría de estos productos.

La relativa suavidad con que la Administración estadounidense ha tratado hasta ahora el mundo tecnológico chino ha suscitado sospechas. A inicios de mayo de 2018, Donald Trump anunciaba el levantamiento de la prohibición que impedía al fabricante ZTE comercializar sus modelos en Estados Unidos después de que la firma china hubiera exportado tecnología “estadounidense” a Irán y Corea del Norte.

Asomarse al mar desde las inmediaciones de Shenzhen implica comprobar la pujanza comercial de la zona (Imagen: Douglas Johnson vía Flickr CC)

Esta tibieza con el gigante asiático contrasta con la retórica, cargada en este caso con sanciones reales, que Estados Unidos está usando con sus aliados estratégicos, tal y como se ha vuelto a manifestar en el espectáculo del G7.

Un colaborador de la Casa Blanca cree que sí hay una política exterior coherente de Trump, que se resume en una frase: “We’re America, bitch”.

Xi Jinping y Zheng He

Mientras tanto, Tencent doblaba el ejercicio fiscal 2017 los beneficios anuales derivados de la venta de videojuegos con respecto a la segunda, tercera y cuarta compañías por volumen de negocio de videojuegos (Sony, Apple y Microsoft, en este orden); Huawei, Xiaomi y ZTE recuperan en el país cuota de mercado ante Apple y Samsung; las ciudades del país aumentan su flota de autobuses eléctricos a un ritmo récord; y firmas como Ehang ultiman sus versiones de dron tripulado.

Son apenas síntomas del punto de inflexión en que nos encontramos. En el nuevo territorio multipolar, Estados Unidos y China miden sus fuerzas, viejas potencias como Rusia se conforman con hacer ruido y la UE —gigante dormido, multivocal y universalista incapaz de renunciar a sus valores y modelo social—, trata de encontrar su propia voz tras reconocer el peligro.

Existe tensión ante fenómenos como la presión migratoria, la inestabilidad populista en el mundo anglosajón y el propio núcleo de la UE, y hostilidad rusa. Hay, asimismo, un cauto y receloso optimismo en el ascenso chino. Pero el mayor riesgo procede del interior de la UE: su incapacidad para presentar sus propias alternativas tecnológicas, comerciales y de seguridad al tiempo que Estados Unidos se repliega y China se asienta en el mundo para olvidar errores estratégicos de siglos pasados.

Xi Jinping no parece dispuesto a repetir el error de Zheng He. El viaje a lo largo y ancho del mundo se materializa en vías férreas y otras infraestructuras, contenedores logísticos y servicios digitales.

Jinping quizá haya leído que, poco después de los viajes de Zheng He, un grupo de aventureros procedentes del paupérrimo extremo occidental de eurasia (súbditos del microscópico reino de Portugal), llegó al mar de China del Sur tras circunnnavegar el continente africano. Los españoles fundarían Manila en la misma época. Luego llegarían holandeses, ingleses y franceses.

Los europeos empezaban su expansión al resto del mundo por necesidad: los otomanos habían bloqueado las viejas rutas con Oriente. Quizá lo único que despierte a la actual periferia de Occidente, Europa y Latinoamérica, sea el toque de atención que representan el distorsionado y materialista mundo a medida en que creen Trump y Xinping.