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Historia reciente de anfibios, abejas y murciélagos

Tres nuevas enfermedades han reducido drásticamente las poblaciones de anfibios, abejas y murciélagos.

Aumenta la preocupación ante la aparente falta de pistas concluyentes acerca de qué condicionantes ambientales afectan a especies entre las que se observan disfunciones no observadas hasta los últimos años. 

Se han documentado cambios de comportamiento, casos generalizados de muerte prematura y debilitamiento del sistema inmunitario, que aumentaría la incidencia de las epidemias sufridas tradicionalmente por distintos animales, entre otros fenómenos.

El precedente del DDT y su prohibición

Si los efectos del gas DDT sobre las aves y otros animales condujeron a la prohibición de su uso en la agricultura, después de la difusión de Primavera Silenciosa (Silent Spring), un ensayo publicado en 1962 por la naturalista norteamericana Rachel Carson, ahora son otras sustancias químicas las que afectan a distintas especies.

Desde los años 70, se prohibe el uso de DDT como plaguicida, aunque se sigue empleando para fumigar el interior de hogares como método de lucha contra la malaria en varios países y la propia OMS recomendó esta práctica en 2006. 

La organización cree que la medida no causará daños a la vida salvaje, aunque hay pruebas concluyentes de que el compuesto se acumula en las cadenas tróficas y puede contaminar los alimentos. Existen, además, abundantes estudios que relacionan el uso del ahora controlado insecticida con distintos tipos de cáncer y desarrollo deficiente en lactantes y niños.

La actitud de los reguladores ambientales con respecto a los principales plaguicidas y fertilizantes sigue siendo ambigua. En 1972, el mismo año en que la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos prohibiera el uso de DDT en los cultivos, autoridades judiciales de este país concluían que el DDT no suponía un riesgo cancerígeno para el hombre, ni efectos sustancialmente negativos sobre peces, aves y otra vida salvaje.

Si la OMS sigue las recomendaciones de científicos a favor del uso del DDT para combatir la malaria, arguyendo que el insecticida erradicó la enfermedad de los lugares de Italia y Grecia donde era considerada endémica, la ONU recomienda eliminar varios compuestos usados como plaguicidas y productos químicos industriales peligrosos. 

Según esta última organización, pueden matar, producir daños en el sistema nervioso e inmunitario, cáncer y desórdenes reproductivos, además de afectar al desarrollo de lactantes y niños.

Plaguicidas, compuestos orgánicos y vida

Abundan las pruebas científicas que concluyen que incluso pequeñas exposiciones a pesticidas afectan a la vida salvaje de un modo sutil y aparentemente imperceptible, hasta que una tendencia a lo largo de los años corrobore graves problemas en especies enteras.

En los últimos 12 años, al menos tres enfermedades desconocidas han diezmado la población de anfibios, abejas y murciélagos. Aumenta la evidencia que relaciona la acumulación de restos de fertilizantes químicos en las cadenas tróficas y el declive de estos animales.

Organizaciones como el Environmental Working Group, EWG, difunden estudios sobre los efectos de la exposición a bajos niveles de plaguicidas, que debilitarían el sistema inmunitario de varios animales hasta hacerlos más proclives a perecer tras padecer enfermedades que, en momentos de mayor vigor, habrían sido combatidas con éxito por las defensas de la mayoría de individuos, provocando una mortalidad que no arriesgaría la supervivencia de la especie.

Sonia Shah, investigadora especializada en cómo la alteración de los ecosistemas afecta la vida humana y natural, expone distintos ejemplos de relación causa y efecto entre la contaminación química de suelo, agua y cadenas tróficas y el debilitamiento de varios animales, que enferman con mayor facilidad a medida aumenta su exposición a distintas sustancias.

Se sabe, por ejemplo, que el consumo de arenque contaminado con pesticidas hace enfermar a las focas en cautividad, lo que explicaría que, en 1988, 18.000 focas apareciesen muertas en el norte de Europa sin razón aparente. 

También se ha demostrado que la exposición a compuestos organoclorados (bifelios policlorados o PCB, usados en aplicaciones industriales) debilita a las gaviotas del ártico y las hace presa fácil de infecciones causadas por gusanos. 

Y el atrazine, un popular plaguicida, hace que los renacuajos sucumban con cada vez mayor facilidad a los gusanos parásitos que los atacan en sus primeros instantes de vida (los anfibios son los únicos vertebrados que pasan por una profunda transformación, o metamorfosis, para llegar a la vida adulta).

Aviso de los anfibios

Entre la ola de muertes acaecida recientemente en distintas especies, la que afecta a los anfibios ha sido especialmente grave. La explicación conocida, plausible y reconfortante para el ser humano es la que relaciona la amenaza a la población mundial de anfibios exclusivamente con la infección causada por el hongo quítrido batrachochytrium dendrobatidis.

Los orígenes de la pandemia se remontan a los años 80, cuando se detectó la rápida expansión de la quitridimicosis, producida por el hongo, que ataca la piel de los anfibios.

La enfermedad, que se ha recrudecido en los últimos quince años, se ha relacionado con la expansión mundial del hongo a raíz de la popularidad de un test de embarazo que empleaba la rana xenopus laevis. Sin embargo, esta tesis tiene varias aristas, entre ellas la fecha de introducción de la prueba, ya utilizada en los años 30. Asimismo, hay estudios que aseguran que el hongo que produce las muertes siempre ha estado en contacto con las poblaciones de anfibios.

¿Por qué sólo ha aumentado la acción del hongo entre los anfibios de todo el mundo durante las dos últimas décadas? Se cree que estos animales tienen su sistema inmunitario mucho más debilitado que en décadas anteriores debido al impacto de fertilizantes y otros compuestos químicos sobre los ecosistemas.

Se conocen los efectos debastadores del hongo sobre la piel de los anfibios desde 1998; mientras se siguen atando cabos sueltos, todavía no se han relacionado de forma generalizada compuestos químicos concretos con el debilitamiento inmunitario de los anfibios, que favorecería la letalidad de la infección.

¿Infección exótica o consecuencia de una debilidad previa?

Kevin Zippel, experto en anfibios, cree que la amenaza sobre estos animales es algo no visto desde la extinción de los dinosaurios: más de 1.800 especies de anfibios están a punto de desaparecer o ya lo han hecho en los últimos tiempos.

Mientras ello ocurre, todavía no está ni siquiera claro hasta qué punto el colapso de este grupo de vertebrados es achacable a la falta de preparación ante un agente patógeno externo, o por el contrario hay “productos químicos afectando al sistema inmunitario y aumentando la susceptibilidad de los animales”, explica Carlos Davidson, biólogo de la San Francisco State University.

Se desconoce hasta qué punto estamos ante un fenómeno similar al afrontado por los nativos americanos tras la llegada de los europeos y, con ellos, no sólo sus armas y acero, sino también sus gérmenes, como explica Jared Diamond en Guns, Germs and Steel (Armas, gérmenes y acero); o, por el contrario, la historia se parece más a la relación entre el DDT y la muerte de aves y otros animales, hasta la prohibición del fertilizante para usos relacionados con la fumigación de plantas.

Los anfibios fueron los primeros vertebrados en adaptarse a la vida semiterrestre. Ahora podrían ser el primer grupo en retroceder drásticamente debido a la acción del ser humano. Su papel ecológico es insustituible, al fomentar la interrelación entre el medio acuático y el terrestre, además de mantener en equilibrio las poblaciones de artrópodos y otros invertebrados, su principal alimento durante la edad adulta.

Las abejas

Sorprende que sólo se corroboraran los efectos del hongo quítrido sobre la piel de los anfibios en 1998, años después de observar el declive del grupo. Un dato no demasiado reconfortante, si se quiere actuar con rapidez ante fenómenos similares que afectan a otros animales. 

Sólo seis años más tarde, la comunidad científica y la prensa se hicieron eco de una misteriosa plaga que afectaba a las abejas en distintos puntos del mundo.

En 2004 se observó cómo, sin razón aparente, ya que “nada había cambiado” a ojos de los apicultores, las abejas dedicadas a recolectar polen dejaron de acudir a las colmenas, abandonando a sus crías y a la abeja reina a la muerte del enjambre por inanición. Los apicultores, alarmados ante el fenómeno, lo bautizaron como trastorno del colapso de colonias

No existe una explicación científica aceptada unánimemente que sea capaz de explicar lo que ocurre, pero se pueden cuantificar sus efectos: entre 2006 y 2009, esta enfermedad causó la muerte del 35% de las abejas melíferas.

Se cree que la afección observada en estos insectos sociales es el resultado de una “tormenta perfecta” de factores que debilitarían la fortaleza sobre la que las abejas melíferas erigen sus complejas comunidades: una peor nutrición relacionada con la expansión de los monocultivos y el deterioro de los ecosistemas de variada vegetación silvestre donde estos animales han obtenido tradicionalmente el néctar; una disfunción inmunológica acentuada debido a prácticas industriales para aumentar la producción de miel; el oportunismo de múltiples patógenos, que aprovecharían el momento de especial debilidad, como ha ocurrido con los anfibios; incluso existen estudios que relacionan la enfermedad con la expansión de las redes y antenas de telefonía móvil.

También como en el caso de los anfibios, se relacionan sustancias químicas introducidas por el hombre, en este caso los neonicotinoides, con la afección. En Alemania, Francia, Italia y Eslovenia, la preocupación de los apicultores sobre los efectos de este grupo de sustancias en las abejas ha logrado prohibir su uso. También hay otros pesticidas relacionados con el debilitamiento inmunitario de las abejas.

Se teme que la enfermedad no sólo afecte a la producción de miel, sino a otro servicio con una importancia crucial para el ser humano que, pese a su valor objetivo, no es siquiera cuantificado económicamente: la polinización de plantas y varias de las cosechas más extendidas en el mundo. 

Al fin y al cabo, las abejas melíferas son los polinizadores más eficientes, ya que dependen del néctar de las flores para alimentar a sus crías, a diferencia de parientes como las avispas (carnívoras).

Y los murciélagos

En 2006, dos años después de que se confirmara que las abejas domésticas abandonaran sin razón aparente sus colmenas y ocho años más tarde de la detección inequívoca del hongo que mataba a los anfibios, empezó un fenómeno similar entre los murciélagos de Norteamérica.

El hallazgo fue tan descorazonador como espectacular: miles de murciélagos cubriendo, como de costumbre las bóvedas de cuevas del noreste de Estados Unidos, aunque en esta ocasión no se trataba de una estrategia de hibernación, sino que morían afectados por un hongo, geomyces destructans, que deja una viscosa sustancia blanca en la nariz y las orejas de estos animales y ha matado desde entonces a más de 1 millón de ellos.

De nuevo, un caso que recuerda las pandemias padecidas por anfibios y abejas. Primero, las condiciones ambientales son transformadas por la acción humana, que introduce plaguicidas y otros componentes químicos que acaban contaminando las cadenas tróficas. 

A continuación, el sistema inmunitario de distintas especies sufre una atrofia paulatina, acaecida durante décadas. Finalmente, ante la debilidad de los animales, enfermedades causadas por hongos aumentan su incidencia y acaban, como en el caso de los anfibios, provocando la extinción de cientos de especies.

Los problemas de estos animales deberían animar a científicos de todo el mundo a proseguir con sus estudios sobre la relación entre cualquiera de los centenares de sustancias que los animales acumulan a lo largo de su vida, en ocasiones en niveles considerados pequeños, y el debilitamiento de sus defensas. 

Será demasiado tarde para cientos de especies de anfibios, pero conocer mejor los efectos de los pesticidas sobre los ecosistemas puede ayudar a tomar decisiones drásticas, fundamentadas en información plausible, que proteja a otras especies de fenómenos similares en el futuro.

Mientras tanto, “pequeñas cantidades” de insecticidas organoclorados, mercurio, arsénico, plomo, dioxinas y otras sustancias se acumulan en animales, alimentos y, por extensión, los propios seres humanos. Ni siquiera la Antártida puede ser declarada tierra libre de contaminantes orgánicos persistentes (persistent organic pollutants, POP).

¿También las serpientes?

Desafortunadamente, no hemos pasado lo peor. Ya hay estudios que añaden a anfibios, abejas y murciélagos a las serpientes, varias de cuyas especies retroceden e incluso desaparecen ante los ojos de quienes estudian el nuevo fenómeno. El fenómeno se parece demasiado a los descritos como para no sospechar de las mismas causas. 

Las serpientes, capaces de adaptarse a los ecosistemas más extremos, entre ellos los desiertos más áridos y valdíos del planeta, no están en su mejor momento de forma.

En los próximos años, oiremos hablar de los contaminantes orgánicos persistentes y sus efectos debastadores. También llegarán los negacionistas del fenómeno. Habrá que estar preparado.

Consulta los últimos comentarios publicados en Twitter sobre el mal que afecta a la abeja común