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La carrera biotecnológica para mejorar/alargar la existencia

¿Son “juventud perenne” y “desextinción” términos de trasnochados que pretenden hacernos vivir de manera indefinida y devolver a la vida a fauna ya extinta, respectivamente, o se trata por el contrario de la mayor oportunidad tecnológica de las próximas décadas?

Ciencia e inversores se interesan por métodos que frenen los procesos biológicos que nos hacen envejecer y causan dolencias degenerativas: oxidación celular y daños producidos por radicales libres, según teorías.

La frontera de la vida

Hasta ahora, la medicina moderna se conformaba con avances que eviten el daño celular y frenen la oxidación, más allá de las prácticas de estilo de vida que logran estos efectos antienvejecimiento: ejercicio, dieta rica en antioxidantes, filosofía de vida activa y coherente, etc., pero un grupo de científicos e inversores no se conforman con este marco dictado por las leyes naturales del envejecimiento.

El objetivo es hacernos vivir no ya unos años más en buenas condiciones, tal y como ha logrado la humanidad con las mejoras médicas y alimentarias durante las últimas generaciones, sino aumentar la esperanza de vida varias décadas o… ¿siglos?

(Imagen: personificación de la muerte en una iglesia sueca, siglo XV -inspiró la imaginería de El séptimo sello)

¿Es la inmortalidad una quimera debido a la propia base de oxidación que propulsa la vida? ¿No es aspirar a la inmortalidad un delirio propio de arquetipos filosóficos? 

En la carrera por alargar y mejorar la vida

El inversor de capital riesgo y ensayista Peter Thiel no lo cree así.

La firma de capital riesgo dirigida por Thiel centra su interés, entre otras áreas, en la biotecnología, y el propio Thiel reconoce que una de las áreas “estructuralmente inexploradas” por la ciencia es lo que él considera “derrotar al envejecimiento”.

Al ser preguntado en una conferencia acerca de cuál es el mayor reto profesional en el que todavía no ha progresado lo suficiente, Peter Thiel respondió: “Sin duda, el área que más me interesa es tratar de obtener algo de progreso en el ámbito del antienvejecimiento y la longevidad”, un fenómeno que, según él, ha carecido de investigación e inversión intensivas.

“Juventud perenne” es, de momento, un oxímoron

Consciente de que se trata de un campo que no se asienta -a diferencia del tecnológico- sobre décadas de investigación financiada por el sector público (como sí lo hacen el iPhone o Internet, fruto de esfuerzos públicos como DARPA), Thiel ha realizado donaciones a través de su fundación al premio del Ratón Matusalén, un galardón que anima a investigadores e instituciones a aportar técnicas que retrasen o incluso reviertan el envejecimiento.

(Vídeo sobre el logro del CNIO español al reprogramar por primera vez células madre embrionarias dentro del cuerpo)

La Fundación Thiel también financia la investigación del doctor Aubrey de Grey (cofundador de la SENS Research Foundation), quien cree que la medicina regenerativa es la mejor opción para frenar (y revertir) los efectos del envejecimiento.

Thiel es consciente de los escollos a los que se enfrenta en el antienvejecimiento y las técnicas de prolongación de la vida: además de la falta de inversión e investigación, las consideraciones éticas y el tabú religioso al considerar la muerte suponen un freno a cualquier intento de modificar artificialmente la esperanza de vida humana.

Abre los ojos

Thiel es la última personalidad en interesarse en métodos de prolongación de la vida, campo que ha atraído desde a autores de ciencia ficción a científicos, pasando por quienes apoyan estrategias radicales para prolongar su vida o ser revividos en el futuro, asegurándose de que su cuerpo es custodiado en instituciones que esperan revivirlos en el futuro. 

Estas estrategias radicales se engloban en el transhumanismo, campo multidisciplinar donde tratan de converger tecnologías biológicas, informativas y cognitivas para mejorar tanto el rendimiento físico e intelectual como la esperanza de vida:

  • criónica, o preservación a baja temperatura del cuerpo sin vida (o criopreservación); la hipótesis de este ámbito es que la conciencia (memoria, personalidad, identidad, recuerdos) residen en la estructura química cerebral;
  • criptobiosis (que trata de emular en humanos el fenómeno presente en el mundo animal de suspender todos los procesos metabólicos durante condiciones extremas, para revivir en condiciones tolerables);
  • extropianismo
  • hibernación (uso de nuevas tecnologías, desde ingeniería genética a nanotecnología, para mejorar al ser humano y prolongar radicalmente su esperanza de vida);
  • esperanza de vida indefinida – conservación de información cerebral para evitar la “muerte teórica”;
  • etc.

De Zaratustra al transhumanismo

El transhumanismo se remonta a los inicios de la literatura conocida: la épica de Gilgamesh, poema sumerio que contiene las peripecias del rey Gilgamesh y constituye la epopeya más antigua conocida (entre 2500 y 2000 aC) expone ya la voluntad de trascender y lograr la inmortalidad.

Precisamente la fuerza vitalista de las primeras epopeyas condujo a Friedrich Nietzsche a considerar a Zoroastro como el personaje adecuado para escribir un libro que recogiera, en forma de parábolas que parecieran surgidas de una tradición ajena a las conocidas, la necesidad del ser humano para autorrealizarse creando y alcanzar un nuevo estadio de desarrollo, que el filósofo alemán llamó Übermensch.

El transhumanismo (también conocido como “posthumanismo”) se inspira en Nietzsche y ve a la transhumanidad como el método tecnológico para superar las limitaciones humanas actuales. 

El transhumanismo es visto por muchos intelectuales como una idea trasnochada y con potencial totalitario (relacionando transhumanismo con técnicas como la eugenesia), mientras que otros (futurólogos, filósofos, científicos) muestran su simpatía y destacan su potencial.

De la psilocibina al transhumanismo

El polémico Timothy Leary, responsable tanto de la repercusión pública de los experimentos con LSD como por su promoción como sustancia recreativa (y, por ende, su posterior criminalización, lo que frenó durante décadas la experimentación sobre el potencial médico y cognitivo de la psilocibina), es uno de los primeros entusiastas y teóricos de peso en el movimiento transhumanista.

¿Cuáles son las posibilidades de éxito de las técnicas de mejora humana y prolongación de la vida? Ya hay quienes creen que nos encontramos a apenas unas décadas de que sea posible vivir incluso 1.000 años.

¿Cuáles serían las implicaciones éticas y metafísicas de semejante posibilidad?

Combatir la muerte implica comprender su papel en la propia naturaleza humana. ¿Cómo evolucionarían la ciencia, la filosofía y las creencias humanas si se hallara el modo de vivir muchos más años, o de aspirar incluso a la eternidad?

La inmortalidad del recuerdo

Las culturas humanas han personificado a la muerte desde los inicios, como demuestran las pruebas antropológicas de ritos funerarios (y artísticos) en los primeros homo sapiens y en otros homínidos como los Neandertales.

La metafísica surge de la necesidad de explicar el mundo y el propio discurrir del tiempo desde la propia vida humana, que nace y se extingue.

El patrón de nacimiento, florecimiento y muerte, observado por los primeros humanos en el resto de la naturaleza, está presente en el lenguaje, aprendizaje y mitología desde los inicios, o al menos así lo creen expertos a medio camino entre la antropología y la filosofía como Leon Festinger o Claude Lévi-Strauss.

La muerte distingue en distintas tradiciones mitológicas a los hombres y organismos terrenales de las criaturas sobrenaturales, si bien la tradición griega jugó al sentido figurado y creo un tipo metafórico de inmortalidad: la de los genios. Los estudiantes de griego clásico siguen aprendiendo a pronunciar (en el griego en el original) “Homero es inmortal”.

La espiritualidad que parte de nuestra mortalidad

La mortalidad humana, personificada desde las primeras interpretaciones panteístas, ocupa un papel central tanto en las tradiciones filosóficas occidental y oriental como en su religión: animismo-panteísmo, religiones abrahámicas, religiones dhármicas y zoroastrismo (religiones iranias, a medio camino entre las semíticas y las índicas) afrontan en su credo el papel central de la mortalidad.

Las principales religiones afrontan el fenómeno de la muerte y la percepción de la conciencia (separada o no del cuerpo, presente con anterioridad y/o posterioridad a la existencia mortal o no) de un modo distinto, aunque prevalecen tanto la personificación de la muerte como los ritos mortuorios que ayudan tanto al “tránsito” entre vida y muerte como a reconfortar al círculo de afectados por una muerte:

  • ya sea la naturaleza del alma y el dualismo entre cuerpo y espíritu de las religiones semíticas (incluyendo la idea cristiana de la “transubstanciación” o transmigración del alma);
  • la custodia temporal del alma (“urvan”) -ya presente en el universo antes y después de la vida- que un mortal realiza durante su existencia antes de que esta conciencia eterna vuelva a manos de su espíritu guardián (“fravashi”), según el zoroastrismo;
  • o los conceptos de transitoriedad y reencarnación (también “eterno retorno”, concepto similar al sostenido por filósofos como Schopenhauer o Nietzsche) de las religiones dhármicas -budismo, hinduismo, jainismo, etc.-, según el cual toda existencia está sujeta al cambio, y este flujo de la naturaleza propulsa el proceso eterno de nacimiento, vida, muerte y reencarnación (samsara).

Virtud y lares: de la muerte de Sócrates a la de Séneca

Las culturas paganas y neopaganas coinciden con las principales familias de religiones en su respeto y veneración por antepasados y seres queridos (reales o mitológicos), relacionando históricamente la importancia y aprecio por el difunto con celebraciones como el sacrificio humano y animal, la declaración de festividades durante una o más jornadas, etc.

Los ciudadanos griegos y romanos afrontaban la mortalidad como la culminación de una existencia virtuosa, como demuestra el gesto de Sócrates, al elegir la muerte injusta en Atenas por injurias infundadas al destierro, para no contradecir a sí su filosofía de vida y enseñanzas.

(Imagen: vaso de criopreservación humana)

Sócrates no escribió nada, pues creía como los sofistas que había que filosofar usando la palabra, pero sus discípulos más célebres, Platón y Jenofonte, se aseguraron de que la muerte de Sócrates lo hicieran inmortal en sendas apologías. Quizá Sócrates había sido consciente de ello.

Otra muerte célebre, en este caso de un filósofo estoico romano, es la de Séneca, condenado a muerte por Nerón al ser acusado -sin pruebas- junto a otros patricios de conspiración; el autor del ensayo estoico Cartas a Lucilio (que inspiraría a Michel de Montaigne) se cortó las venas de brazos y piernas, aunque ello no evitó una muerte larga y dolorosa, rodeado del vapor de un baño caliente, después de que la cicuta que había pedido a su médico no hubiera funcionado.

Del “ius imaginum” al “mind uploading”

Ambas muertes se convirtieron en tema artístico recurrente en la historia del arte, así como símbolos de la percepción de la mortalidad en el mundo clásico: desde Sócrates, la virtud (“eudaimonía”) se lograba cultivando una vida examinada, donde la razón y la propia naturaleza se impusieran a la larga a placeres superficiales. 

Escuelas filosóficas socráticas, desde los peripatéticos de Aristóteles a cínicos, estoicos o epicúreos, entre otros, suscribieron con pequeñas diferencias esta visión virtuosa de la existencia, que culminaba en una muerte digna como capítulo final a una vida plena e idealmente tranquila (como la recomendada por los estoicos Epicteto y Marco Aurelio), ya fuera natural o autoinfligida (el suicidio dictado por la propia conciencia carecía de las connotaciones que le otorgaría el cristianismo). 

Griegos y romanos célebres tenían el derecho a venerar a sus seres queridos fallecidos con estatuas y máscaras a su imagen y semejanza, así como estatuas (este derecho, llamado “ius imaginum”, lo lograban los deportistas y guerreros célebres griegos, así como los funcionarios públicos en Roma). 

¿Puede la “transferencia mental” (guardar una “copia” de nuestra conciencia en formato electrónico) garantizar nuestra trascendencia más allá de las limitaciones biológicas actuales? 

El reino de los muertos

Los cultos privados a la muerte se completaban en Roma con la adoración de los lares o dioses familiares: pequeñas figuras a las que se rendía oración. 

El reino de los muertos, o Hades, era el contrapunto al reino de los dioses (Monte Olimpo) por su condición de inmortales.

Otras religiones tradicionales paganas, desde las célticas y nórdicas al chamanismo (con ejemplos en todo el mundo, lo que denota sus orígenes mitológicos compartidos según teóricos como Lévi-Strauss) o el sintoísmo japonés, cuentan con ritos y objetos que ejemplifican el papel de la religión y otros cultos metafísicos de intermediario entre el mundo natural y el mundo espiritual del más allá. 

La muerte no sólo forma parte de nuestra biología debido a la oxidación: el mismo proceso que propulsa la vida (células convirtiendo compuestos orgánicos en energía), activa su envejecimiento y reloj biológico, al liberar desechos por oxidación.

Mitología de la longevidad

El duelo contra el envejecimiento se personifica en teorías como la que prevé que, pronto, los avances médicos y en estilo de vida alargarán la esperanza de vida con mayor rapidez que el tempo marcado por la naturaleza con el paso del tiempo.

Un ejemplo, los avances tecnológicos en los próximos años incrementarían la esperanza de vida mucho más tiempo que el tiempo dedicado a su desarrollo y efectos. 

Eso sí, expertos en longevidad interesados en avances a largo plazo distinguen entre “esperanza de vida indefinida”, que consistiría en vivir mucho más de lo que cualquier ser humano lo ha hecho hasta ahora, con conceptos metafísicos que la ciencia tilda de imposibles, tales como la inmortalidad (o imposibilidad de morir, atributo que seguirá sujeto a lo espiritual) o la “eterna juventud” (“eterno” implica existencia durante toda la eternidad, que la ciencia descarta por el fenómeno de la entropía y sus efectos sobre la vida). 

Envejecimiento programado en los genes vs. acumulación de errores moleculares

Se ha relacionado la evolución de la vida en la tierra con la termodinámica desde el siglo XIX, debido a que los procesos biológicos conocidos se desarrollan en una temperatura y presión similares.

La biologia moderna coincide en que la información genética dirige todos los procesos que tienen lugar desde el inicio de la vida hasta la maduración de un organismo a efectos reproductivos. La controversia empieza a partir de este momento: ¿qué es el envejecimiento, una vez se alcanza la madurez reproductiva?

  • una corriente de pensamiento cree que el fenómeno de envejecimiento es una continuación de nuestra programación genética (lo que implicaría que la mortalidad está programada en nuestra información);
  • mientras otra hipótesis sostiene que el envejecimiento es fruto de la acumulación de pérdidas y errores irreparables y aleatorios a escala molecular.

Si el envejecimiento no forma parte de nuestra “información” y, por tanto, no hemos sido programados más que para alcanzar la madurez reproductiva, la llegada de tecnologías que frenaran el daño producido por errores aleatorios a escala molecular, aumentaría dramáticamente nuestra esperanza de vida.

Entropía y muerte

Técnicas de reparación cada vez más sofisticadas tendrían el efecto, según cálculos logarítmicos de los más optimistas, de hacernos vivir siglos o incluso milenios.

¿Podría la humanidad alcanzar un estadio tecnológico en que la muerte y la “vida indefinida” fueran un derecho individual? En este supuesto, la metafísica y la espiritualidad abandonarían su papel consolador ante la muerte y el propio individuo decidiría sobre su existencia a largo plazo.

Si “envejecer” es apenas un daño aleatorio a escala molecular, la carrera para cambiar nuestro reloj biológico producirá cambios dramáticos en las próximas décadas. 

Si, por el contrario, envejecer forma parte de la información que nos programa como entidades biológicas en lucha contra la tendencia a la entropía que nos rodea, las tecnologías contra el envejecimiento se tendrán que contentar con retrasar la muerte a lo sumo unas décadas.

La promesa de la neuropreservación 

Quienes crean que inversores como Peter Thiel o científicos como el experto en gerontología y biomedicina Aubrey de Grey no van en serio en su apuesta por una esperanza de vida extendida en un mundo (usando la terminología de De Grey) “post-envejecimiento”, decir que tanto el inversor como el científico se han registrado para ser crionizados al fallecer.

(Imagen: el filósofo y transhumanista FM2030, crionizado en 2000) 

Thiel se ha declarado cómodo con la idea de que su cuerpo, ya inerte, sea “criónicamente suspendido”, sujeto a su conservación a baja temperatura, a la espera de que la tecnología médica del futuro le ofrezca una nueva oportunidad; si fuera posible revivir a alguien, todavía habría que despejar la duda de si la criónica es capaz de preservar la conciencia del interesado (neuropreservación).

El principio de la esperanza para quienes han decidido preservar su cuerpo usando alguna empresa de criónica se encuentra en técnicas como la desextinción.

Desextinción y Übermensch

Un equipo científico de Harvard se ha propuesto, por ejemplo, revivir al mamut lanudo para repoblar la tundra y bosques boreales de Norteamérica y Eurasia.

Stewart Brand, creador del Whole Earth Catalog y fundador de la Long Now Foundation, es uno de los entusiastas de este proyecto para, literalmente, revivir uno de los grandes símbolos de la megafauna de este planeta.

El hipotético éxito de la desextinción alentaría avances en tecnología contra el envejecimiento y criónica.