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La generación que viene y sus valores

Mientras Barack Obama promete reactivar la economía de Estados Unidos con la creación de una nueva generación de trabajos profesionales basados en las tecnologías sostenibles, la opinión pública parece sentir últimamente algo menos de urgencia por el cambio climático, a juzgar por los resultados de una reciente encuesta de Pew Center. 

Las conclusiones de este informe tampoco son una sorpresa, aunque la posición del medio ambiente en la clasificación de preocupaciones de la ciudadanía estadounidense es muy inferior a la que ocupa el medio ambiente en los medios de comunicación.

Más grande no es mejor

Durante la última campaña navideña, la más importante en ventas para varios sectores, los SUV (todoterrenos o camionetas pick-up) fueron los modelos más vendidos, que han recuperado la confianza del público con la reciente bajada del precio del petróleo. No comprar un todoterreno había sido una decisión más económica que ética.

Economía doméstica y sanidad

Prioridades para 2009 (fuente: informe de Pew Center):

  • Economía
  • Trabajo
  • Terrorismo
  • Seguridad social
  • Educación
  • Energía
  • Sistema sanitario público (Medicare)
  • Sanidad
  • Reducción del déficit
  • Seguro sanitario
  • Ayuda a los pobres
  • Crimen
  • Decline de la moral
  • Ejército
  • Reducciones fiscales
  • Medio ambiente
  • Inmigración
  • Grupos de presión
  • Política comercial
  • Cambio climático

Tras un rápido escaneo a las prioridades de la sociedad norteamericana para 2009, destaca la preocupación por la actual crisis (economía como principal prioridad) y cómo ésta puede afectar a su calidad de vida (trabajo en segunda posición, seguridad social y educación en cuarta y quinta posición, respectivamente).

El terrorismo sigue estando presente entre las principales preocupaciones y su posición en la parte superior de la tabla ha permanecido prácticamente inimitable desde los atentados de 2001.

Es curioso comprobar cómo la situación del sistema sanitario y las recortadas políticas sociales en Estados Unidos suscitan alarma entre la sociedad: seguridad social como cuarta prioridad, sistema sanitario público como séptima, sanidad como octava y seguro médico en la décima posición.

Si, además, se tiene en cuenta que los lobbies o grupos de presión de Washington relacionados con la industria sanitaria y farmacéutica han contribuido, con su incesante activismo en Washington, a mantener el sistema sanitario desregulado y en manos privadas (a excepción de la coberturas para los más pobres –medicaid– y para los pensionistas –medicare-), la sanidad está relacionada con cuatro de las prioridades apuntadas por los norteamericanos.

Uno de los problemas fundamentales del sistema sanitario estadounidense es su control de facto por una superestructura burocrática que encarece cualquier gestión hasta límites insospechados por un europeo (e incluso para un cubano o un uruguayo).

Una deficiente gestión que ha provocado no sólo que millones de ciudadanos de clase media (fundamentalmente jóvenes) no estén asegurados, sino que intervenciones de cualquier tipo multipliquen su precio (operar un codo roto puede ascender a 20.000 dólares sin seguro médico, mientras Estados Unidos se mantiene como el país que más dinero destina per cápita a la sanidad).

Los elevados precios del petróleo durante 2007 y la primera mitad de 2008 provocó que la encuesta sitúe la energía como sexta prioridad, justo por detrás de la educación.

Vuelta a las andadas (gracias al petróleo barato)

La preocupación por el medio ambiente desciende puestos con la crisis económica; al fin y al cabo, nadie va a ser detenido por gastar más gasolina de la cuenta con su gigantesco SUV mientras recorre 2 millas (desde el garaje de casa al aparcamiento del centro comercial de turno) para ir a comprar un poco de pan. El cortoplacismo aumenta cuando el presupuesto ciudadano se ve afectado por la situación económica.

De ahí que el medio ambiente constituya la prioridad número 16, mientras el cambio climático sea la última causa de preocupación de la clasificación.

Las actuaciones más urgentes que la Administración Obama quiere llevar a cabo coinciden a grandes rasgos con las preocupaciones de los encuestados por Pew Center.

Con una colosal excepción: el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático adquieren una prioridad similar a los grandes problemas descritos por los estadounidenses, acuciantes todos ellos, tales como la mejora de la economía, la creación de puestos de trabajo, la mejora de la sanidad, la restauración de la educación pública de calidad o la reducción del gigantesco déficit.

El medio ambiente, parte de la solución

Pero el estudio tiene una doble lectura, que es la que ha llevado a cabo el equipo de Obama: para reactivar la economía y crear puestos de trabajo, así como para disminuir la dependencia energética, se puede invertir en energías renovables y tecnologías sostenibles (coches eléctricos, biocombustibles basados en algas para la industria aeronáutica, etcétera). La medida conseguiría a medio plazo, además, contribuir a la lucha del cambio climático mientras aumenta el respeto por el medio ambiente.

Así que, si bien la opinión pública de Estados Unidos no considera el medio ambiente y el cambio climático como prioridades, el plan de la nueva Administración de dedicar ingentes recursos a generar energías renovables y crear puestos de trabajo verdes está directamente relacionado con la causa más grande y contextual.

El estado del planeta y la acción estructural para atajar una tendencia que siempre se ha dado en el último siglo: crecimiento equivalente a aumento de las emisiones de dióxido de carbono y disminución de ecosistemas.

Poco importa que nadie dé un duro por la lucha contra el cambio climático cuando las necesidades a corto plazo son tan acuciantes para ciudadanos y empresas, ambos faltos de crédito, si existe un claro liderazgo desde la cúpula para invertir en tecnologías verdes.

El poder de las preocupaciones cotidianas

Chris Morrison explica en VentureBeat que no debemos desestimar el egoísmo de la ciudadanía, que ha mostrado una histórica tendencia a desestimar los riesgos del futuro en favor de preocupaciones a corto plazo. Y nos encontramos en la peor crisis desde la Gran Depresión.

Morrison refuerza su tesis sobre la desaparición del entorno y el cambio climático de la escala de preocupaciones de la ciudadanía norteamericana y, por ende, mundial.

Lo hace aportando otro estudio: el 44% de la ciudadanía cree que el cambio climático entra dentro de los patrones de la Tierra, una explicación que tiene a los detractores del cambio climático entre sus detractores.

Sería positivo para el mundo que los negacionistas tuvieran razón esta vez, aunque la comunidad científica se alinea en torno a la idea contraria, y aseguran que los efectos del calentamiento atmosférico provocado por el ser humano permanecerán, se haga lo que se haga.

La negación del cambio climático provocado por el hombre por parte de la ciudadanía complicaría las políticas estadounidenses y sería más difícil justificar la ratificación de un nuevo compromiso internacional para reducir emisiones, la creación de un mercado de emisiones o la inversión en energías renovables a costa de aumentar la deuda pública.

Hay que recordar, aunque sólo sea para mantener una actitud cauta con las lecciones de la historia, a veces crueles, a veces esperanzadoras, que otro estudio publicado recientemente muestra cómo más de la mitad de los ciudadanos estadounidenses (y británicos) no cree en la teoría de la evolución, a sólo unos días de la celebración del 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin (12 de febrero).

Los cambios sociales llegan con las recesiones

Pero la historia es menos cruel en otras ocasiones y también nos muestra la mejor del género humano en situaciones insospechadas.

Los cambios sociales, no siempre malos, acompañan las recesiones. Al fin y al cabo, los cambios sociales están relacionados con indicadores tan etéreos como la confianza de los consumidores, el estado anímico de la opinión pública, la inseguridad laboral y penuria económica, la falta o vulneración de libertades fundamentales, y un largo etcétera.

Pero no hay que olvidarse del poder del sentido común, que “describe las creencias o proposiciones que parecen, para la mayoría de la gente, como prudentes, siendo esta prudencia dependiente de unos valores de conciencia compartidos que permiten dar forma a una familia, clan, pueblo y/o nación”.

El sentido común llevó a los inventores de la Coca-Cola a incluir cocaína, una sustancia en boga y considerada no peligrosa en el siglo XIX y a principios del siglo XX, dada su gran aceptación en la sociedad del momento.

El mismo sentido común que lleva a todos y cada uno de los grandes actores del cine clásico a fumar como cosacos durante toda la película, sin que el sentido común de la época se escandalizara ante una actitud totalmente aceptable (incluso deseable en aquel momento).

Del mismo modo que el canon de belleza cambia con la sociedad, el sentido común se adapta a las aportaciones de las vanguardias sociales e intelectuales en las sociedades libres.

Existen teorías relacionadas con la labor del periodismo y su incidencia sobre la opinión pública que no hablan sino de sentido común. La Escuela de Frankfurt es, al fin y al cabo, más interesante y asequible de lo que se empeñan muchos aburridos profesores universitarios.

Tyler Cowen firma un interesante artículo para el New York Times sobre cómo una gran recesión puede cambiar un modelo de vida, y ya sabemos que en Estados Unidos uno se toma muy en serio la expresión “Way of Life”.

Cowen explica que todas las crisis tienen efectos sociales y culturales, pero las recesiones más profundas (tales como la actual) facilitan profundos cambios de modelo.

La Gran Depresión, momento histórico con el que se ha comparado la situación económica global actual, provocó un radical cambio de hábitos sociales. El mercado laboral redujo drásticamente sus ofertas y la retribución de las pocas vacantes que se crearon hasta la puesta en marcha del New Deal (un colosal gasto público en infraestructuras). Ello provocó que la gente dedicara mucho más tiempo a la mejora personal y a actividades menos costosas.

En los años 30, esta actitud se concretó en más horas dedicadas a escuchar la radio, los juegos de mesa, la lectura o el aprendizaje de nuevas habilidades.

¿Cambio de hábitos?

En la recesión actual, “podemos esperar un giro similar hacia actividades menos costosas -y quizá mantener los nuevos hábitos durante años. Quizá tomen la forma de un mayor interés en el contenido gratuito a través de Internet o placeres simples como un paseo diario, en lugar de caras vacaciones o asientos de tribuna en el estadio local”.

El consumo relacionado con las actividades de ocio más selectas, tales como la visita a restaurantes selectos, desciende rápidamente, mientras cabe esperarse un aumento en el uso de bibliotecas.

Las recesiones y depresiones económicas no son buenas, a grandes rasgos, para mantener una buena salud mental en la sociedad. No obstante, se conocen menos los estudios que muestran cómo en Estados Unidos y otros países ricos aumenta la salud física durante los momentos económicos delicados.

De media, se usa menos el coche para circular en trayectos urbanos, los más peligrosos y estresantes, mientras disminuye el consumo de alcohol y tabaco. Muchas personas son, además, conscientes de la dura situación y emplean su tiempo libre (en ocasiones, aumenta con la pérdida del trabajo, por ejemplo) en dormir más y hacer más ejercicio, además de cocinar más en casa y comprar menos alimentos precocinados, menos saludables.

Crisis (literalmente) saludables

En un informe de 2003 (Vida saludable en tiempos difíciles), Christopher J. Ruhm, economista de la Universidad de Carolina del Norte, constató que la tasa de mortalidad se reduce proporcionalmente al aumento del desempleo.

Ruhm explica en su informe que, de media, un aumento del 1% en la tasa de paro provoca una disminución de la tasa de mortalidad en un 0,5%, en el caso de Estados Unidos.

Tyler Cowen también cita un trabajo de David Potts, estudioso de la historia social de Australia en los años 30 del siglo XX, El mito de la Gran Depresión. Potts comprobó cómo, ciertamente, el índice de suicidios aumentó tras el crack bursátil de 1929, pero al mismo tiempo disminuyeron las causas de muerte relacionadas con la salud. A partir de 1930, disminuyeron también los suicidios.

Nuevas ideas, por nuevas generaciones

“Pero esta depresión seguramente significará la inminente llegada de una nueva generación más prudente”. Hay elevadas posibilidades de que los adolescentes de nuestros días tomen en el futuro decisiones menos alocadas y de provocar menos errores relacionados con el mercado bursátil, por ejemplo.

¿Cómo podemos saber si este -necesario- cambio en el sentido común de los niños y adolescentes de hoy se está produciendo?

Mientras escribo esta entrada de blog y el grueso de la sociedad se dedica a mantener el estereotipo sobre los nuevos adolescentes (que se mantiene inmutable generación tras generación) son menos conscientes sobre los auténticos problemas, hedonistas, prácticamente analfabetos y salvajadas infundadas por el estilo, los niños y adolescentes de hoy se empiezan a plantear por qué, por ejemplo:

  • Uno de los pocos mecanismos que nuestro sistema capitalista tiene para salir de la crisis consiste en animar a que la gente “consuma”. Sea lo que sea, contamine o no contamine, sea adecuado o redundante, provoque la deforestación o ayude a comunidades indígenas a mantener sus tierras.
  • O por qué la economía parece tener en cuenta los números y no los valores. Lo que ha ocurrido en el mercado inmobiliario y Wall Street está relacionado con el sentido común. Todavía no han leído nada relacionado con palabros que sólo los aburridos mayores usamos en nuestra verborrea cotidiana, tales como “responsabilidad social corporativa” (RSC), que viene a ser lo mismo.

La realidad puede ser otra si se indaga algo en el comportamiento de niños y adolescentes. Adam Vaughan cita en The Guardian un artículo de Michael Odell en el también británico The Observer, que explica que, cuando se trata de cuestiones medioambientales, muchos niños no bromean y se toman muy en serio lo que está sucediendo en el mundo.

Una lección de sentido común, la explicada por Odell al exponer casos de padres que son reprendidos por sus hijos al derrochar electricidad, usar la secadora en lugar del tendedero incluso cuando hace sol o no reciclar, entre otros ejemplos.

El sentido común, afortunadamente, es un reflejo de los tiempos en que cada generación vive. Esperemos que pronto la extinción de especies, la pérdida de ecosistemas, el calentamiento global o la dependencia de la sociedad en los combustibles fósiles sea tan intolerable para nuestro sentido común como los actores del cine clásico fumando un pitillo tras otro, sólo por la pose.

Con la ayuda de nuestros hijos.