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La huella “hobo" en EEUU: itinerancia como filosofía de vida

Wild, la autobiografía de Cheryl Strayed con reciente secuela cinematográfica (Alma salvaje, Jean-Marc Vallée, 2014), bromea con un término familiar entre quienes hacen de la itinerancia una filosofía de vida en Estados Unidos: los “hobos”.

Un “hobo” es un trabajador itinerante, algo así como un vagamundo sin dirección fija ni mayor riqueza que su propia experiencia para servir como mano de obra en los trabajos ocasionales que puedan surgir en cada parada.

Es un término asociado al Oeste estadounidense, especialmente entre quienes se dirigieron al Noroeste del Pacífico (Oregón, Washington e interior de la Gran Cuenca) para probar suerte a través de la senda de Oregón o contribuir a la construcción del ferrocarril y las poblaciones en torno a este medio de transporte.

Sobre grupos e individuos

Históricamente, los “hobos” se han diferenciado de otros buscavidas por mantener principios coherentes y evitar conductas de riesgo que han estigmatizado a otros colectivos con apelativos como “bums” (literalmente, “holgazanes” o “gorrones”), o “tramps” (se puede traducir como “golfo”).

En Wild, Cheryl Strayed muestra su desagrado cuando es confundida con un “hobo” mientras realiza su caminata a lo largo de la Costa Oeste (Pacific Crest Trail). 

Al ser abordada en medio de la nada por un solícito joven con espíritu de boy scout, que se presenta como redactor de una revista de “hobos”, repudia toda etiqueta que la asocie con cualquier “movimiento” o “asociación”, sobre todo si quien la toma como miembro del supuesto colectivo lo hace con mentalidad corporativista, como parte de un esfuerzo mediático y de mercadotecnia.

Supervivientes del liberalismo ilustrado

A menudo, los propios “hobo” han evitado asociarse a este o cualquier otro término que tratara de englobarlos en un grupo o colectivo, al entender que, de haberlo hecho, habrían incurrido en una flagrante contradicción, puesto que un “hobo” es, si acaso, un remanente del espíritu individualista y respetuoso con el concepto ilustrado de libre albedrío que diferencia Estados Unidos de otras sociedades desarrolladas.

Paradójicamente para quienes interpretan la historia como una recopilación de acontecimientos reconocidos e interpretados por el narrador, la filosofía de vida y valores de un individuo reconocido por otros como “hobo” se acercaría más a los del pensador ilustrado francés de origen noble (varios miembros de su familia fueron guillotinados durante el “terror” de Robespierre) Alexis de Tocqueville, que ensalzó la prosperidad y principios individualistas de Estados Unidos en La democracia en América.

A su manera, el refinado Alexis de Tocqueville fue “hobo” y como “hobo” visitó Estados Unidos, ensalzando la libertad e igualdad ante la ley de que disfrutaban los estadounidenses en su vida cotidiana, y no sólo en los documentos jurídicos y abstracciones intelectuales.

Notas sobre la manzana

Los “hobos” o trabajadores itinerantes del Oeste estadounidense han fundamentado su ética no escrita en la larga tradición estadounidense de buscavidas reconocidos tanto por su carácter irredento como por su sólida ética personal, desde las principales figuras de nativos americanos a célebres buhoneros y colonos que prefirieron obrar según sus principios a derrochar la última paga obtenida por alguna chapuza temporal en el primer antro disponible.

El ensayo The Botany of Desire de Michael Pollan nos acerca a la importancia histórica, casi siempre olvidada o adaptada por la historia, de algunas plantas. 

En el capítulo dedicado a las manzanas, aprendemos que este fruto fue hasta el siglo XIX más pequeño, amargo y dedicado a producir sidra. 

Ya desde Roma, las manzanas simbolizan en Occidente la familiaridad de un asentamiento en tierra extraña; a diferencia de la vid, el olivo o el trigo, el manzano crecía sin problemas en la fría frontera septentrional de Roma, desde Germania hasta Britania.

El fruto que diseminó John Chapman

La manzana como fruta de mesa asequible, dulzona, grande y variada en función de su hibridación, es una mercancía que surge con las ideas reformistas y el comercio de la Ilustración y la Revolución Industrial, respectivamente.

En Estados Unidos, la preocupación sobre la influencia perniciosa de la manzana y su fruto principal en las zonas rurales, la sidra, llevó incluso a la persecución de productores y a la tala de árboles, hasta que el manzano se convirtió en proveedor de la fruta por antonomasia, con tanto protagonismo -mordida y sin morder- en el imaginario colectivo.

A medida que Estados Unidos maduraba como país y miraba hacia el Oeste, los pioneros del río Ohio, principal tributario del río Misisipí y primera “frontera” del Oeste entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX, merodearon por este fértil valle, contribuyendo de paso al surgimiento de una conciencia estadounidense.

Entre estos pioneros de origen europeo trampeando con nativos y navegando en canoa por el río Ohio y sus afluentes se encontraba un personaje del que rinden cuenta tanto la historia como las historias populares: John Chapman, más conocido por Johnny Appleseed (literalmente, Johnny “semillas de manzano” o Juanito Manzanas).

De Johnny Appleseed a los nuevos trotamundos

Cuando el valle del río Ohio era todavía un territorio de paso para comerciantes de pieles y buhoneros, John Chapman viajó desde Pensilvania hasta la zona (reconocida territorio de Estados Unidos desde el Tratado de París de 1783), esparciendo semillas de manzana obtenidas de los productores de sidra.

No sólo los semilleros de manzana de Johnny Appleseed germinaron por el Ohio y sus afluentes, sino también su respetuoso carácter y su fama de honrado buscavidas, siempre con un fardo a cuestas, plantando manzanos y asistiendo tanto a colonos europeos como a nativos americanos de la zona.

Johnny Appleseed es uno de los muchos Huckleberry Finn que existieron en realidad y contribuyeron a forjar la personalidad estadounidense, un precursor sin dimensión intelectual conocida de otros insignes buscavidas que sí la cultivarían, desde el poeta trascendentalista Walt Whitman al naturalista (y amigo de Ralph Waldo Emerson) John Muir.

El común denominador entre Jack London, Jack Kerouac y Robert Mitchum

Estados Unidos es quizá el único país que abre la puerta a sus trotamundos y buscavidas más insignes en su panteón de ilustres, siempre y cuando se lo hayan merecido; antes de morir de neumonía en 1845, el excéntrico Johnny Appleseed conoció a Abraham Lincoln.

¿Qué tienen en común John Chapman, artífice quizá sin proponérselo de la transformación del manzano desde proveedor de bebida alcohólica barata a productor de la fruta sinónimo de salud, y Jack London, Jack Kerouac o Robert Mitchum, entre otros?

A su manera, todos ellos buscaron su camino según sus propios valores y prefirieron hacer camino durante largas temporadas en vez de asentarse y convertirse en vecinos de un lugar determinado.

Cada uno a su manera, hicieron suya la híbrida cultura itinerante estadounidense, alimentada tanto por el acervo nativo americano como por la provisionalidad y nomadismo de circunstancias de la vida de “frontera”, de la que apenas si quedaba rastro a mediados del siglo XX, cuando las familias migraban a las ciudades industriales del norte y el Medio Oeste en busca de un mejor porvenir.

Forjando un carácter

El Medio Oeste del siglo XX poco tiene que ver con la existencia itinerante de Johnny Appleseed, muchos de cuyos manzanares sobreviven en la zona, a menudo reconocidos en consistorios y rutas locales como parte de la historia local. 

Por su gran urbe, Chicago, pasaron a menudo los personajes célebres que optaron por vivir provisionalmente, atentos a una oportunidad hacia la que viajar escondidos en un vagón de mercancías. 

Jack London, Jack Kerouac y Robert Mitchum, los dos primeros escritores y el último actor, cruzaron a menudo la divisoria continental haciendo trabajos esporádicos y viviendo a temporadas aquí y allá; lo que según cualquier estadística no es más que precariedad forjó las historias y carreras de influyentes personalidades en busca de una visión más completa de sí mismos y de su propio país.

El Robert Mitchum “hobo” era, acaso, un trotamundos amable y grandullón, conocido por su donaire; su experiencia como joven sin techo le aproximó a personajes más siniestros que, sin duda, le ayudaron a forjar el terrorífico merodeador de La noche del cazador (Charles Laughton, 1955).

“The Americans” (Robert Frank)

El fotógrafo suizo-estadounidense Robert Frank, amigo y colaborador de Kerouac, se convirtió él mismo en fotógrafo vagabundo de un país del que entendió como nadie su dura e irredenta estética. 

Frank, el fotógrafo vivo más influyente de Estados Unidos, entendió como ningún otro fotógrafo el empuje que llevaba a algunos a buscar una vida mejor, a menudo realizando trabajos esporádicos de ciudad en ciudad. Su libro The Americans se publicó -al principio con más repercusión fuera que dentro de Estados Unidos- con prólogo del mismo Jack Kerouac.

Rememorando a buhoneros, pioneros y buscadores de fortuna anónimos, así como a personajes históricos de leyenda como el propio Johnny Appleseed, a personajes literarios como Huckleberry Finn o a autores tras las huellas de los trascendentalistas como el propio Mark Twain, creador de Huck Finn, los mencionados London, Kerouac y Mitchum hicieron suya la máxima del apache Gerónimo: 

“Fui calentado por el sol, mecido por el viento y cobijado por los árboles como otros niños indios. Vivía apaciblemente cuando la gente empezó a hablar mal de mí. Ahora puedo comer bien, dormir bien y dar las gracias. Puedo ir a cualquier sitio con una buena sensación”.

Ya nadie dice “Frisco”

Ahora, cuando incluso Jack London, Jack Kerouac y Robert Mitchum son personalidades de un pasado remoto anterior a la contracultura, al fin de la Guerra Fría y a la sociedad de la información, la filosofía de vida y estética de los buscavidas de tren de mercancías y carretera están más vivos que nunca entre entusiastas de la vida sencilla y la vida nómada contemporánea (desde autocaravanas al movimiento de las casas pequeñas).

El origen del término “hobo” es desconocido, pese a seguir en uso; con “hobo” no ha ocurrido como con palabras de moda en otra época que han sido derrotadas por los nuevos usos; es el caso de, por ejemplo, el adjetivo “super” (omnipresente en Estados Unidos a mediados del siglo pasado) o “Frisco”, apelativo juvenil y dicharachero de San Francisco hace unas décadas.

El propio Jack Kerouac se refiere a San Francisco con el apelativo (personal, accesible y cariñoso) de “Frisco” en sus novelas En el camino (la más influyente de las que escribió) y Los subterráneos

Hace mucho que San Francisco ya no es “Frisco”. Yo mismo pude comprobarlo la primera ocasión que usé el término con Kirsten, oriunda de la zona, que rió con la ocurrencia. “Es una expresión arcaica que sólo usarán los ancianos nostálgicos”, me dijo hace ya unos años.

Encuentro con Dan Price

“Hobo” sigue en uso. Este mismo verano tuvimos oportunidad de visitar finalmente a Dan Price en su casa y despacho subterráneos en un terreno arbolado junto a un riachuelo de Joseph, Oregón, localidad al pie de las montañas Wallowa conocida por la afición de los lugareños al esquí y los deportes al aire libre en general.

Dan Price se dio a conocer al compartir en Internet su estilo de vida: vive en su pequeña casa semienterrada en una suave y verde pendiente de las afueras de una localidad que le agrada con un presupuesto de 5.000 dólares anuales. 

Dan Price se dedica no sólo a leer y mejorar su casa, sino a dibujar y escribir (sus novelas gráficas tienen un sólido seguimiento underground), además de viajar a distintos puntos de la Costa Oeste de Estados Unidos para surfear durante largas temporadas.

Un artista “hobo”

Maduro, separado y con hijos ya adultos, Dan Price tiene el aspecto de un sano y autorrealizado individuo con alto poder adquisitivo en ropa de deporte: rostro con mirada plácida y respetuosa sin apenas arrugas pese a superar con creces la cincuentena, alto y proporcionado, delgado y fuerte, con aspecto frugal y aseado.

Al obsequiarnos con varias de sus novelas gráficas (es autor de las Moonlight Chronicles), así como con la única copia de un libro que aprecia, “Harlan Hubbard and the River” de Don Wallis, Dan Price nos recordó su nombre de pila, por el que es reconocido y con el que se siente a gusto: “hoboartist”.

Ética de los peripatéticos

Dan Price es, según su propia definición, un artista “hobo”. Él ha elegido esta nomenclatura, así que no le molestará si le consideramos una versión contemporánea de “hobo” de Cascadia, esa región imaginaria que  englobaría el Noroeste del Pacífico (Oregón y Washington en Estados Unidos; y la Columbia Británica en Canadá). 

El término “hobo” aumentó su popularidad a partir de los 90 y sobre todo en California, especula el etimologista Anatoly Liberman; entre los posibles orígenes de la expresión, destacan:

  • la evolución de “hoe-boy”, o apelativo de trabajador eventual del campo (jornalero) hasta convertirse en “hobo”;
  • la exclamación entusiasta “ho, boy!”;
  • o, tal y como sugiere el ensayista Bill Bryson en Made in America, podría tratarse de un préstamo lingüístico de la jerga ferroviaria, que saludaba con un característico “Ho, beau!”, un acrónimo de “homeward bound” (alguien en búsqueda constante de una imaginaria “vuelta a casa” que no llega);
  • el acrónimo de “homeless boy” en el contexto de un idioma, el inglés, y una cultura, la estadounidense, que se prestan especialmente a la invención de neologismos.

Elegir libremente una existencia itinerante

Sea como fuere, un “hobo” y un vagabundo sin ética sólida se diferencian mutuamente en el contexto contracultural de los sin techo. En 1938, tras años de secuelas de Gran Depresión y a un año del inicio de la II Guerra Mundial, que reactivaría la economía estadounidense después de Pearl Harbor, H.L. Mencken apuntaba esta distinción:

“Los ‘tramps’ -golfos, gorrones- y los ‘hobos’ a menudo comparten lugar, pero se ven a sí mismos como individuos profundamente diferenciados. Un ‘hobo’ o ‘bo’ es simplemente un trabajador migratorio; quizá se tome algunas largas vacaciones, pero tarde o temprano vuelve al trabajo. Un ‘tramp’ nunca trabaja si puede evitarse; sólo viaja. Más bajo que ambos es el ‘bum’ -buscavidas holgazán-, que ni trabaja ni viaja, salvo cuando es obligado a hacerlo por la policía”.

Desde los años de la contracultura, “tramps”, “bums” y “hobos” que han elegido su estilo de vida se diferencian de quienes, por impedimento físico o mental, o acaso por circunstancias personales, son obligados a vivir una existencia frugal, precaria e itinerante sin haberlo elegido libremente.

Cuando hablamos de “hobos”, nos referimos a quienes, como Walt Whitman en su canto Hojas de hierba, creen como Lao Tsé que “un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar”.

Al haber elegido su existencia, los “hobos” retoman el testigo de quienes indagan en el mundo observándose a sí mismos, desde peripatéticos, estoicos y cínicos a otros sabios viajeros con quienes quizá tengamos oportunidad de charlar en algún cruce de caminos. O en algún tren.