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Los garajes de Silicon Valley y la nueva artesanía "hacker"

Que sepamos, los garajes de emprendedores que alumbraron a Hewlett Packard, Apple y Google no constituyen todavía un recorrido turístico. Sí lo eran, al menos para mí, durante mi primera visita a la zona, en agosto de 2004.

Una nueva generación de emprendedores recupera el ambiente de innovación informal de la zona para que proyectos surgidos de nuevos garajes encabecen las nuevas oleadas de innovación en la III Revolución Industrial; en la bahía de San Francisco, la tendencia rememora los orígenes humildes e informales de sus principales compañías.

Silicon Valley no quiere aburguesarse ni convertirse en un souvenir, pero debe demostrar si podrá permanecer en la vanguardia, como en la época de los transistores (posguerra), la informática (años 70 y 80) e Internet (90 y ’00).

Dos iconos: ciudad nublada, valle mediterráneo

San Francisco amanece muchas mañanas al año entelada en una espesa y húmeda niebla oceánica que refresca su temperatura, hasta convertir muchos de sus días veraniegos en jornadas otoñales que demandan chaqueta. Hasta hace poco, esta peculiaridad climática ahuyentaba a las empresas tecnológicas y sus trabajadores.

El fenómeno no ocurre con tanta asiduidad en el interior de su bahía, una tierra fértil con clima mediterráneo que se abre al interior y hacia al sur, hasta hace unas décadas cubierta poblada de ciruelos, albaricoqueros y otros árboles frutales.

(Imagen: Kirsten Dirksen y Nicolás Boullosa, en San Francisco en verano de 2004 aF -o “tiempo antes de *faircompanies”-)

Tras la II Guerra Mundial, empresas aeronáuticas y proyectos militares y de inteligencia estadounidenses atrayeron a investigadores e ingenieros y atrajeron prosperidad a una zona de pequeñas localidades con casas unifamiliares entre arboledas, prefiriendo el espacio y el apacible clima mediterráneo al San Francisco de frescos veranos y vocación marítima y militar.

La prosperidad que surgió en los garajes familiares

Después de la II Guerra Mundial, la bahía de San Francisco empezó su rápida transición desde una próspera zona hortofrutícola a uno de los centros de innovación de Estados Unidos.

Antes incluso de que Stanford atrajera a los mejores profesores y los programas de Defensa demandaran trabajadores cualificados, dos jóvenes ingenieros, Bill Hewlett y David Packard, animados por su profesor de Stanford, alumbraron en 1938 la empresa tecnológica que llevaría sus apellidos.

La empresa nació en un pequeño garaje de una casa unifamiliar más en Palo Alto, similar a cualquier otra de la zona. Empezaba entonces el idilio el valle, poco después bautizado como Silicon Valley, y los proyectos emprendedores surgidos de un garaje.

El recorrido de los garajes de emprendedores

La primera vez que visité la zona, volé hasta el aeropuerto de San José desde Nueva York con Kirsten Dirksen.

Era el verano de 2004, 3 años antes de que pensáramos en *faircompanies. Alquilamos un coche y, mi primera sugerencia turística en la zona, antes de acudir a San Francisco, fue visitar los garajes donde habían nacido Hewlett Packard (Palo Alto) y Apple (Los Altos).

Mi demanda se convirtió en un anécdota entre algunos amigos y familiares de Kirsten, a los que acababa de conocer y que no recordarán ya el momento. “¿Vienes a California y quieres ir a ver un par de garajes?”, recuerdo que alguien me preguntó, divertido.

Aprovechando la visita a Palo Alto, Kirsten accedió a acompañarme. Es sintomático que un periodista barcelonés, entonces especializado sobre todo en temas tecnológicos, quisiera fotografiarse delante de dos insípidos garajes junto a dos anodinas casas unifamiliares irreconocibles en la inmensidad suburbial en que se ha convertido Silicon Valley.

Los últimos árboles

Hicimos las fotos, nos paseamos arriba y abajo de El Camino Real, sin encontrar las colinas recubiertas de albaricoqueros que, según explicaba a Walter Isaacson para su biografía, se sucedían junto a la casa de clase media humilde de los padres de Steve Jobs en Los Altos, ahora una de las localidades más exclusivas.

La misma casa de los Jobs en Los Altos, asequible para una familia trabajadora pero con amplios ventanales, calefacción radial y otros avances de una época en que algunos constructores estadounidenses pensaban más en Frank Lloyd Wright que en hacer casas lo más grandes y baratas posible, alumbró a Apple en los 70.

(Otra foto clásica de turista en la bahía de San Francisco: al pie de una imponente secuoya en 2004)

En los 90 y a principios del siglo XXI, otras empresas seguirían con la tradición de iniciar su actividad en un garaje, Google entre ellas.

Sobre centrarse en hacer cosas y no en las maneras y convenciones

Parte de la magia de Silicon Valley -sobre la que ahora se debate su agotamiento o su posible extrapolación a otros centros innovadores del mundo, de esos que promete la clase política local de cualquier rincón del planeta-, procede de la simbiosis entre el espíritu emprendedor, carácter campechano y casual de sus educadores, innovadores e inversores, que a menudo intercambian sus roles.

Cultura emprendedora, tolerancia al riesgo, acceso a centros educativos y de investigación entre los mejores, y todos los indicadores repetidos en las escuelas de negocio están presentes en el lugar, donde a menudo se relegan a un segundo plano sus problemas de congestión de tráfico o el precio de viviendas y oficinas.

San Francisco atrae a las nuevas empresas

Ahora, muchas empresas de Internet acuden a San Francisco por el precio de las oficinas, inferior al de Silicon Valley, así como por demanda de sus trabajadores, que ahora prefieren vivir en una ciudad vibrante al carácter relajado, deportista y con cierto aire familiar del valle.

El debate entre las firmas que eligen “exiliarse” en la ciudad de San Francisco, como Twitter o Zynga, y las que optan por empezar en un garaje y, a continuación, erigir sus oficinas en Silicon Valley -siguiendo el ejemplo de Hewlett Packard, Apple, Google y Facebook-, se centra ahora en si Silicon Valley ha perdido parte de su magia.

Hace tiempo que ha desaparecido el paisaje del Silicon Valley de 1938, cuando Bill Hewlett y David Packard fundaron su empresa trabajando desde un garaje, o incluso el que Steve Jobs y Steve Wozniak vieron en 1970. Los árboles frutales dieron paso a campus empresariales y avenidas arboladas de casas unifamiliares.

Los hippies buscavidas que, con un pie en la universidad y otro en comunas de agricultura orgánica, jugueteaban con la contracultura, la ciencia y las humanidades, como el propio Jobs o Stewart Brand, son un producto de su tiempo, difícil de convertir en una fórmula.

Sobre cómo mantenerse en la cúspide (o cerca de ella)

Privado de empresas que se marchan a San Francisco y a la espera de que Apple erija su totémica nueva sede, un inmenso edificio circular con fachada acristalada y un centro ajardinado que fomente el encuentro entre sus trabajadores, el Silicon Valley actual quiere proteger la “salsa” de su espíritu emprendedor.

Y esa “salsa” o fórmula mágica pasa, recuerda The Economist, por los garajes anónimos de Silicon Valley, donde uno nunca puede estar seguro de si la actividad frenética y cajas acumuladas junto al coche familiar son fruto de una mudanza, el projecto de ciencias de un adolescente o el inicio de una empresa puntera en una nueva oleada tecnológica.

Después de unos años de dominio de la inversión y crecimiento de redes sociales y entornos de aplicaciones para dispositivos móviles, al abrigo sobre todo de iOS y Android, la discreta salida a bolsa de Facebook cierra la primera etapa dorada de la web 2.0.

Dibujando la nueva oleada de innovación

Las tecnologías verdes, desde energías renovables a materiales ecológicos o células energéticas para vehículos y empresas (desde baterías eléctricas para coches, como Tesla, a generadores autónomos como Bloombox), no han florecido en Silicon Valley con la fuerza de la industria de Defensa e Inteligencia tras la II Guerra Mundial, la informática personal desde los 70 e Internet en los 90. 

Así que Silicon Valley vuelve a confiar en el garaje, para atraer a emprendedores que toleren y el riesgo y quieran dejar su huella como los emprendedores de garaje más legendarios de la zona.

(Tampoco suele faltar la imagen junto a la iglesia de San Francisco donde se casaron Marilyn Monroe y Joe DiMaggio, claro)

No será fácil, pero quizá nunca lo haya sido. Las tecnologías limpias no han creado en la zona equivalentes a Google o Facebook, y sí alguna sonora fallida, como Solyndra, firma solar cuya deficiente gestión de las ayudas federales convirtieron el caso de su quiebra en una polémica contra el uso de subsidios.

Después de los productos centralizados y las economías de escala

Silicon Valley quiere adelantarse a tendencias que se consolidan o apuntan alto para el resto de la década, como la eclosión de aparatos conectados en red –Internet de las cosas-, la impresión 3D, la artesanía con componente tecnológico y el hardware de código abierto -open source hardware, o bienes materiales desarrollados usando los mismos procesos y ética de colaboración que el software de código abierto-.

Estas nuevas tendencias superan el modelo industrial de las economías de escala y permiten que productos personalizados y producidas en oficinas multidisciplinares del centro de las ciudades, y podrían iniciar una tendencia de vuelta de las manufacturas a los países ricos, así como dar forma a una III Revolución Industrial, ha augurado The Economist.

¿Cómo asegurarse la preeminencia tecnológica e innovadora en las próximas décadas, no sólo en Internet sino en el hardware, el movimiento del hazlo tú mismo, la impresión 3D artesanal, la robótica, etcétera? 

Aplicar los procesos de Internet a los bienes físicos

Una de las respuestas consistiría en aplicar el modelo de éxito de Internet a los productos físicos. Chris Anderson, director de Wired, explica que los nuevos proyectos de garaje en Silicon Valley quieren aplicar los procesos del software e Internet en el mundo físico.

Para que tanto las tecnologías limpias como los proyectos que dan forma a la Internet de las cosas, el hardware de código abierto, la impresión 3D o la robótica se beneficien de innovaciones que lograron alumbrar la informática, Internet y la telefonía móvil (la Ley de Moore, etc.), Chris Anderson demanda un servicio web equivalente al control de versiones para el hardware.

En busca de un GitHub de las cosas físicas

Un software de control de versiones para las manufacturas físicas que permita que los objetos se diseñen como el software permitiría a varios colaboradores publicar ideas, avances, planos y diseños, así como cotejar diferencias entre propuestas y versiones, aceptar cambios, unir propuestas de varios colaboradores en un único diseño del producto, etc. 

Algo así como un GitHub de las cosas.

La página web o software de control de versiones para el hardware abierto aceleraría proyectos que requieren el uso de imágenes de diseño asistido y, hasta hace poco, sólo se podían permitir las grandes empresas y centros de investigación.

Después de las economías de escala

Con un GitHub de los objetos físicos -para diseñar viviendas, vehículos, piezas de ingeniería, dispositivos de energía renovable, electrodomésticos, muebles, etc.- o sin él, Silicon Valley no quiere quedarse atrás en la próxima oleada de innovación.

Los garajes de la bahía de San Francisco deberán demostrar que pueden competir en un momento en que, como expone The Economist, las empresas se crean en ciudades; usan entornos descentralizados y tecnologías que hacen obsoleto el modelo industrial de producir muchas unidades de un modelo idéntico para hacerlo rentable.

Las empresas urbanas que combinen alta tecnología personalidades artesanales similares a las de los maestros gremiales de antaño incuban sedes que se asemejan a las oficinas de Lit Motors, empresa de San Francisco fundada por el ecléctico ingeniero techie Daniel Kim, oriundo de Oregón.

Artesanos tecnológicos

Danny Kim ultima su moto eléctrica plegable que carga grandes paquetes, así como su girocoche, o automóvil de dos ruedas que mantiene el equilibrio incluso estacionado, gracias a su giróscopo o equilibrio inercial, el mismo usado por el péndulo de Foucault (consultar reportaje y vídeo sobre nuestra visita a Lit Motors).

Para demostrar que Silicon Valley no se ha aburguesado ni adaptado para limitarse a satisfacer las necesidades de sus vecinos más poderosos, como Apple o Google, los nuevos “garajes”, o proyectos de emprendedores en la zona, se adentran en la robótica, la sostenibilidad, la Internet de las cosas, el uso de datos a gran escala y la colaboración interdisciplinar, entre otras tendencias.

En un artículo que titula Vuelta al garaje, The Economist expone cuáles son las opciones de Silicon Valley para mantener su estatus de epicentro tecnológico, aportando un espíritu emprendedor ajeno a las maneras y formalidades de la Costa Este, o a los entresijos burocráticos europeos.

Los nuevos garajes de emprendedor de Silicon Valley

A los emblemáticos garajes de Bill Hewlett y David Packard, el de la casa de los Jobs que sirviera a Steve Jobs y Steve Wozniak para alumbrar Apple, o el usado por Sergey Brin y Larry Page para fundar Google, se suma ahora la nueva hornada, dice The Economist.

Willow Garage es una startup especializada en robótica, fundada en Menlo Park por Scott Hassan, ex empleado de Google, y Steve Cousins, presidente y consejero delegado. 

Willow Garage está especializada en hardware y software de código abierto para aplicaciones de robótica personal.

Paradójicamente, la empresa, surgida en un garaje, ha suscitado interés por sus aplicaciones para el mantenimiento de los convencionales edificios de oficinas acristalados.

Simbiosis de artistas y “techies”

The Economist también menciona a un grupo de emprendedores que “planea reinventar el garaje de Silicon Valley para el siglo XXI”. Son ZERO1 Garage, o un garaje de cerca de 1.000 metros cuadrados (10.000 pies cuadrados) que abrirá en otoño de 2012 en San José.

En el “garaje”, o espacio de creación con reminiscencias respetuosas con el pasado e idiosincrasia emprendedora del entorno, convivirán nuevos artistas y tecnólogos para “crear ideas y empresas preocupadas por la sostenibilidad, el entorno, Internet, nuevas tendencias en videojuegos y “datos abiertos“.

El director ejecutivo de esta nueva incubadora, Joel Slayton, ha declarado que “los artistas son, de lejos, los experimentos más radicales de la sociedad. Y, sin embargo, no están del todo comprometidos en la innovación tecnológica empresarial. Queremos incorporar artistas en las primeras etapas de los negocios con capital riesgo”.

Meta-ideas, polimatía, divagación, creatividad

En *faircompanies hemos escrito acerca de las voces y estudios que abogan por recuperar la creatividad que parte de la polimatía, de divagar, de observar la naturaleza con la mente abierta y la mirada crítica e incisiva. 

Al parecer, el truco de las mentes más productivas, dicen los estudios, consistía en haber aprendido a escucharse a sí mismas, a quedarse en Babia para realizar conexiones y asociaciones de ideas originales, similares a las de la mente infantil, ausente todavía de las capas igualizadoras de la socialización en la edad adulta.

Por eso, aunque el papel de unos artistas en una incubadora de tendencias tecnológicas no está del todo claro, empresas como Google y Adobe ya han acordado colaborar con los grupos interdisciplinares de ZERO1 en aspectos como la propiedad intelectual, la privacidad o la seguridad.

ZERO1 espera que otras empresas se animen a colaborar en un entorno que describe como “parte think-tank, parte incubadora, parte espacio de exhibición”.

Mientras Willow Garage y ZERO1 Garage pretenden dar su mordisco al universo, siguiendo el consejo de Steve Jobs, Silicon Valley se esfuerza por situarse en la casilla de salida de todos los mercados que, posiblemente, conformarán la III Revolución Industrial.

Los aspirantes a competir con Silicon Valley

Otras ciudades y áreas que aspiran a conformar centros tan innovadores y fructíferos como lo ha sido Silicon Valley, deberían buscar sus propios “garajes”, su identidad emprendedora.

La pregunta que deberían hacerse países como España, que deberán ganar competitividad sí o sí, al no poder devaluar, es si están dispuestos a facilitar entornos de innovación durante años, sin cambiar en cada elección política.

Antes de que La Masia del FC Barcelona diera sus resultados, era simplemente una escuela con profesionales aplicados que sabían lo que querían hacer y un puñado de alumnos. 

Sus frutos han llevado al club y a la selección al lugar actual. Será difícil mantenerse en la cúspide, como ha hecho Silicon Valley en el mundo tecnológico, pero una vez sabes lo que haces, abandonar los primeros puestos es tan difícil como ganar.

Más que dinero, subvenciones, actos con los mejores canapés y conferencias con estrellas de la parafernalia empresarial, habría primero que saber a qué se juega.