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Medio vacío, medio lleno: actitudes que cambian la realidad

El auge de prácticas de introspección tales como el deporte regular o la meditación coincide con el peor momento económico de las últimas décadas y con la toma de conciencia de quienes padecen o sienten cerca el estrés, los ataques de ansiedad, etc.

También abundan los artículos y literatura de autoayuda sobre cómo capear estos momentos en los que, fisiológicamente, los mecanismos psíquicos de defensa se preparan -mejor o peor- para afrontar momentos percibidos como amenazantes.

Estrés motivador vs. estrés abrumador

El estrés bien entendido y llevado nos puede estimular, dicen los estudios (salir de la zona de confort equivale a la diferencia entre querer hacer algo y ponerse a hacerlo); en cambio, el estrés crónico, el hipocondríaco o el que se alimenta de dolencias más profundas, como la apatía o la depresión, es peligroso y puede ser afrontado.

La ansiedad es otra respuesta emocional temida, un cóctel con los mismos ingredientes: una reacción fisiológica a situaciones percibidas como amenazantes.

Bien asimilada, la ansiedad es otro mecanismo que puede ponerse de nuestra parte. En cambio, sus causas son a menudo taimadas con medicación o una jornada de compras, para surgir a continuación con mayor fuerza.

El estrés y la ansiedad son percepciones

Sin ánimo entrar en derroteros de revista sesuda de psicología y psiquiatría, el estrés y la ansiedad son reacciones de supervivencia, relacionadas con mecanismos inherentes a nuestra naturaleza: la percepción del miedo, la ira, la tristeza o la felicidad.

Las percepciones no pueden transformarse, matizarse u ocultarse de manera artificial (algo que la ciencia se empecina en realizar, desarrollando mecanismos “contra” una u otra “dolencia”). Pero las percepciones, subjetivas por naturaleza, sí pueden relativizarse de manera racional.

Y nuestra percepción de un acontecimiento puede convertirlo en el tiro de gracia para caer una depresión o, por el contrario, en el principio de una nueva tarea, carrera, actividad, actitud.

Ver la soledad como “dolencia” o como mecanismo de plenitud

Al grano con los ejemplos: empecemos por la soledad. Algo terrible, abominable para muchos. Nos compadecemos de quienes no tienen a nadie que les entretenga, leemos en la prensa o vemos en televisión, en lugar de ayudar a quienes disponen de tiempo para que perciban esta realidad -tiempo para dedicar a cualquier cosa- como una oportunidad para aprender, ayudar, levantarse del sofá y pasear a lo Thoreau, con o sin compañía. Aprender, leer, crear.

La soledad puede ser, por tanto, la peor de las catástrofes personales, viendo el vaso medio vacío.

O la oportunidad para indagar acerca de lo que la periodista Maria Konnikova llama en The New York Timesel poder de la concentración“, o la técnica usada por Sherlock Holmes para, desde su butaca, meditar acerca de una situación intrincada y, a través del raciocinio, solventar uno de sus entuertos.

Saber estar solos nos hace más partícipes del mundo

Konnikova indaga en un ensayo recién publicado acerca de las posibilidades de la meditación, a partir de la consulta de prácticas ancestrales (en Occidente y Oriente), así como estudios recientes.

En 2011, por ejemplo, investigadores de la Universidad de Wisconsin demostraron que la introspección diaria (el equivalente a meditar, más allá del nombre que cada uno dé a estos momentos de mirada interior), modifica la actividad cerebral frontal, hasta el predominio de patrones que conducen a patrones emocionales positivos, constructivos, orientados a solventar situaciones.

Patrones -concluye Konnikova- que nos hacen más propensos a participar en el mundo que retirarnos de él.

Hacer, en lugar de especular sobre cómo empezar

El estrés y la ansiedad pueden funcionar como el toque de atención necesario para, de una vez, eludir la comodidad de la realidad en que estemos inmersos, transformando el inmovilismo conformista o la queja tóxica que vuelca nuestras frustraciones en Lo Otro o El Otro (enemigos externos, en cualquier caso) en una ocasión para “hacer”, en lugar de lamentarnos con un mero “quién pudiera”.

Una oportunidad para la acción, o lo que el autor de Zenhabits, Leo Babauta, llama “el plan de la acción“, o pasar de lo que quisiéramos hacer a empezar a hacerlo, entendiendo que la posposición, o retrasar el inicio de grandes planes al no haberlos dividido en metas asumibles y cuantificables, puede hacerse crónica y aumentar la frustración existencial.

Tiempos abonados para los cáusticos y otras criaturas

El estrés y la ansiedad del día a día no son los únicos elefantes en una cacharrería con que nuestro estado de ánimo, autoconfianza y motivación se enfrentan. Las situaciones tóxicas son alimentadas con coyunturas donde, nos dicen los estudios, la negatividad y el cinismo (tal y como se entiende hoy día la palabra; nada que ver con el significado original, cuando designaba la filosofía de vida clásica con este nombre) se extienden con la viralidad de un vídeo de YouTube.

No obstante, las filosofías de vida coherentes y la psicología humanista aclaran que las actitudes contagiosas también pueden ser constructivas, con voluntad de solventar cualquier aspereza.

Si el estrés y la ansiedad son, según la ciencia, “percepciones”, una situación difícil puede ser percibida como una aspereza fácilmente solventable o una calamidad equivalente a las siete plagas. Relajémonos, nos dicen la filosofía clásica y la psicología humanista; ocupemos el asiento del vehículo de la racionalidad e iniciemos la marcha hacia donde consideremos oportuno.

Decantar del lado bueno las situaciones difíciles o ajustadas

Ocurre lo mismo con otras percepciones cotidianas. Si nos dejamos llevar por estados de ánimo -individuales o colectivos- desfavorables, son opiniones que se decantan del lado negativo; en cambio, una aproximación sosegada y racional a la misma situación suele destacar el potencial, la posibilidad de convertir un problema en una ventaja.

Introducir cambios que planeamos o creemos que mejorarían nuestra existencia no es tan sencillo como imaginarlos o planearlos. Por ejemplo, es más sencillo estudiar acerca de cómo se puede escribir una buena novela.

No obstante, quienes lo han hecho y han explicado cómo lo lograron coinciden en que no hay más truco que sentarse y escribir. Aprender haciendo lo que se supone que queremos hacer, en lugar de especular acerca de qué nos retiene, por qué no podemos hacerlo en ese instante, qué nos falta para estar preparados, etc.

Los falsos mitos aumentan su peso en la percepción de situaciones potencialmente ventajosas. Nosotros mismos, con ayuda de un entorno en posición defensiva, optamos por los estereotipos o las actitudes defensivas.

Excusas para desdecirse de objetivos personales

A principios de año (o en septiembre, coincidiendo con el inicio del año escolar), dedicamos un rato a anotar los objetivos del año.

Por ejemplo, el “correr media hora diaria, varios días a la semana para sentirnos mejor” y aprovechar las ventajas -anímicas, cognitivas, etc.- de ejercitarse a diario se convierte en la búsqueda de la excusa perfecta, una razón a poder ser legitimada por algún estudio, la opinión de algún profesional en quien confiemos, etc.

Retos como correr a diario son aparcados debido a cuestiones en apariencia tan objetivas como la falta de tiempo o la necesidad de dedicar ese rato a realizar otra actividad más importante (descansar, estar con la pareja, hijos o familiares, estudiar, leer, etc.).

También por la aparición de algún estudio que suscita un victorioso “lo sabía”, cuando sus indicaciones pueden emplearse como coartada ante uno mismo y los allegados más cercanos.

Adaptar la realidad a nuestra causticidad cotidiana

Es el caso del resentimiento suscitado, explica Gina Kolata en la bitácora Well de The New York Times, un artículo editorial en la revista científica Heart.

El artículo de Heart, titulado “Corre por tu vida… a una velocidad agradable y no demasiado lejos”, firmado por varios médicos estadounidenses, argumenta que quienes corren poca distancia y de manera relajada mejoran su salud de manera notable mientras, por el contrario, quienes corren más de 40 minutos al día y por debajo de los 8 minutos por milla (por debajo de los 5 minutos por kilómetro), incrementan su riesgo de muerte.

Las conclusiones de este artículo fueron tomadas al vuelo por entusiastas del sedentarismo bien informados, que compartieron sus conclusiones y comentaron, en redes sociales y con sus amigos, que su falta de acción daba, al fin, sus frutos. “¿No os decía? Ya sabía yo que esforzarse tanto no puede ser bueno”.

También se vieron titulares en los medios sintetizando con jocoso sensacionalismo las conclusiones del polémico artículo. MSN-Now decía: “¿Qué consigues si acabas una maratón? Una medalla de finalizador y riesgo de muerte”. The Wall Street Journal no se quedaba atrás con un “Una zapatilla de correr en la tumba”.

Revisando los análisis apresurados

Qué mejor modo de descartar un cambio destinado a mejorar nuestra rutina cotidiana y calidad de vida que encontrar, en un medio serio o buscando en Google, el artículo perfecto para que, en la dialéctica de nuestro raciocinio, gane nuestro yo cínico y condescendiente.

Pronto llegó la contestación de los medios entusiastas de las carreras de fondo. Runner’s World publicó un artículo que contestaba el polémico editorial: “Vuelve el mito de correr demasiado”, acusando a Heart de “cocinar los datos”.

El punto de vista de Runner’s World tiene, a juicio de Gina Kolata de Well (The New York Times), decenas de artículos científicos que no sólo refutarían el editorial de Heart acerca de los riesgos de correr a buen paso y más de 40 minutos al día, sino que recomiendan hacerlo.

Ejercitar la fuerza de voluntad

En *faircompanies hemos mencionado algunos de estos estudios y su incidencia sobre la producción de endorfinas (estado anímico) y glucógeno (rendimiento cerebral), además de la relación entre el esfuerzo extenuante y el cultivo de la fuerza de voluntad (que, como un músculo, puede reforzarse o atrofiarse).

También se ha hablado del paralelismo entre la carrera de fondo -un deporte individual, introspectivo, contra uno mismo- y las actividades mentales que requieren resistencia, regularidad, mantener el ritmo incluso cuando resulta incómodo. Como la escritura. Haruki Murakami le ha dedicado un ensayo.

En su artículo para Well acerca de la polémica sobre las conclusiones publicadas en Heart por un grupo legítimo de investigadores, Gina Kolata al doctor Benjamin Levine, jugador de tenis y director del Institute for Exercise and Environmental Medicine. Según Levine, “uno siempre puede encontrar uno o dos artículos científicos que, si interpretas de la manera adecuada, parece reflejar tus argumentaciones”.

Riesgos de depender demasiado del “argumento Google”

Y, en la era de Google, estamos a una búsqueda de distancia de poder vestir nuestros argumentos de una u otra manera. El doctor Levine que, si bien los beneficios para la salud crecen del modo más pronunciado entre quienes pasan del sedentarismo al ejercicio moderado, no hay evidencia sólida de que estas ventajas disminuyan, o incluso se moderen, para los corredores de larga distancia.

En cualquier caso, otra cuestión para analizar -sugiere Kolata en Well– es por qué correr suscita tantas pasiones a favor y en contra. “Uno no oye risas con sorna acerca de los riesgos para la salud que afrontan los nadadores de élite, los esquiadores de fondo o los ciclistas…”.

Paul Thompson, cardiólogo e investigador en ejercicio físico, cree conocer por qué un deporte tan popular como salir a correr suscita tantas opiniones en contra, muchas de ellas encendidas y expuestas con tono defensivo: “a la gente le encanta encontrar estudios que apoyen la noción de que demasiado ejercicio es perjudicial”.

Equilibrio en tiempos de extremos

El ejemplo de las carreras de fondo sirve para otras tantas aficiones que podrían caer de la lista de proposiciones de Año Nuevo de más de uno, si llega la justificación perfecta que, aunque sea en apariencia, desmitifique los beneficios a largo plazo de uno u otro objetivo.

Quizá por ello, un modo menos sesgado de afrontar las ventajas e inconvenientes de una u otra actividad consista en informarse del modo menos apasionado posible, aceptando con amplitud de miras argumentos en apariencia contrarios.

O sopesar la decisión en días distintos, restando así parte de la influencia de un estado de ánimo particular.

No hace falta indagar demasiado por la lo publicado estos días para encontrar argumentos sólidos acerca del ejercicio exigente y continuado. Sin moverse de Well, la bitácora de The New York Times, Gretchen Reynolds firmaba el 19 de diciembre de 2012 una entrada bajo el sugestivo título “Vive tanto como un olímpico“.

La entrada menciona dos estudios que aparecen en el número de diciembre de BMJ, según los cuales el ejercicio exigente y continuado de los deportistas olímpicos explica que éstos vivan más que el resto de nosotros, e incluso más que el resto de los atletas, ya de por sí, dice Reynolds, más longevos que el común de los mortales. Si hay deportistas que se entrenen hasta la extenuación, son los olímpicos.

¿En qué quedamos, en que el deporte extenuante reduce o aumenta nuestra esperanza de vida?

Leyendas urbanas sobre paternidad

Para falsos mitos manidos y aliñados con tantas leyendas urbanas como familias, tener un hijo. A estas alturas, no concibo que “tener un hijo” sea una de las proposiciones de Año Nuevo o deseos para el futuro a corto y medio plazo de la mayoría de jóvenes adultos. Ni siquiera de una minoría cuantiosa de ellos.

Hay condicionantes de peso -la falta de expectativas laborales, el retraso de la emancipación, la incorporación de la mujer al trabajo-, para restar a la maternidad o paternidad el ápice de atractivo que pueda conservar, o eso nos dicen los números en el sur de Europa, por ejemplo.

Además, el zafarrancho de combate en que se instala cualquier familia con hijos pequeños no sólo retrae sus hábitos sociales anteriores por motivos obvios.

Familia joven equivale en el imaginario colectivo de estos días en estrés, ansiedad, carreras y esfuerzos titánicos para cuadrar las cuentas, sacrificios o otros sapos para una cultura popular que, durante demasiado tiempo, ha relacionado éxito y bienestar con ausencia de esfuerzo y acceso al premio fácil y la gratificación instantánea.

Estudios y estudios

Pero, recordemos: echemos un vistazo a los datos, no sólo a la percepción social, la leyenda urbana o el editorial defensivo. No tarda uno demasiado tiempo en encontrar artículos como el publicado el 15 de diciembre por The Economist.

En el artículo se menciona a Esben Agerbo, de la Universidad de Aarhus en Dinamarca. Según sus investigaciones, tener hijos no sólo aumentaría nuestra dicha y bienestar duradero, sino que prolongaría nuestra vida.

Se trate de falsos mitos sobre lo perjudicial que es esforzarse más de la cuenta, o sobre lo temerario de tener hijos “en este mundo y estos tiempos”, como he oído estos días en más de una ocasión, decidimos nosotros.

Un paso más allá de la especulación

Sea lo que fuere lo que nos proponemos, el “plan de la acción” nos anima a que vayamos más allá de la especulación, el chascarrillo, el estudio, el comentario facilón, la voz -defensiva o condescendiente- del amigo o autoridad influyente en la materia.

Del decir que podríamos hacer, o desear hacer algo, a ponernos manos a la obra, no hay más que un paso. Quizá el más difícil. Porque consiste en aventurarse más allá de los algodones del cinismo condescendiente. Más allá del derrotismo alimentado con la atonía predominante, en los medios y en la calle.

La búsqueda de la autorrealización puede ser tan contagiosa como la negatividad.