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Mejor, más barato: tecnología como antídoto a la desigualdad

Se ha responsabilizado a la precariedad laboral, la corrupción y la falta de credibilidad en las élites de la polarización política y la crisis de los valores moderados en Europa y Norteamérica.

La salida más rápida y efectiva a la tensión acumulada es una mejoría económica que se note en la calle pero, ¿será suficiente para que el populismo no alcance cotas de épocas olvidadas en los países desarrollados?

¿Mayor regulación para repartir mejor o incentivos para innovar más?

Varios expertos relacionan la desigualdad con la falta de auténticas innovaciones en la mayoría de los sectores, a excepción del de las tecnologías de la información. Un artículo de Derek Thompson en The Atlantic expone la caída de salarios por sectores entre los jóvenes estadounidenses (2007-2013).

Algunos, como el economista Tyler Cowen, creen que la tecnología hará más que la política para repartir mayor prosperidad y de un modo más equitativo, sosteniendo tesis similares a las de emprendedores como Peter Thiel.

Haya o no soluciones que devuelvan el vigor a la clase media, el auge de la desigualdad marcará la política y la teoría económica en los próximos años, como demuestra el interés global por Le capital au XXIe siècle del economista francés Thomas Piketty (2013), cuya traducción al inglés en 2014 ha sido considerada el libro sobre economía más influyente desde El Capital de Marx, pese a que sus remarques sobre desigualdad y riqueza ha encontrado tantos defensores como detractores.

Riesgo y decisiones personales en la ecuación de la desigualdad

Los más críticos del ensayo, que llegó al primer puesto de no ficción en The New York Times (hablamos de un libro de teoría económica) echan de menos el tratamiento de la población como individuos de cartón piedra, al no tenerse en cuenta la cultura del riesgo: quienes ganan más lo hacen por el retorno de sus inversiones, más que por un salario relacionado con su trabajo directo: r > g (donde “r” equivale a réditos de capital y “g” a ganancias del trabajo).

El diagnóstico es complejo: es cierto que la pobreza se ha reducido radicalmente en el mundo (consultar evolución en los últimos 20 años, por The Economist) a la vez que asciende imparable la esperanza de vida, pero hasta el momento el ascenso de las clases medias en los países emergentes se ha producido a expensas de una economía estancada o en recesión en países que ahora tienen que competir con las potencias emergentes por los recursos y la producción industrial, así como el aumento de la desigualdad social.

Después de los inconvenientes de la primera globalización

Entre los fenómenos que ponen en duda la recuperación económica entre las capas más populares en Estados Unidos y Europa, destaca el relativo estancamiento salarial en las últimas décadas para la mayoría de la población, que contrasta con una aceleración de los beneficios en la cúspide.

(Vídeo: no todas las innovaciones parten de economías de escala y requieren grandes inversiones e infraestructuras iniciales; Yvon Chouinard creó la firma de ropa técnica Patagonia en sus términos, según su visión)

Pero los nuevos líderes del descontento social, que han sabido contactar con sectores como los más jóvenes con un mensaje reformador y transformador descrito por los expertos como poco concreto y menos realista, deberían estar tan atentos a la riqueza de los más prósperos como a fenómenos tectónicos que explican buena parte de los cambios estructurales en el mundo.

Uno de ellos se resume en algunos detalles:

  • por primera vez desde que Ulysses S. Grant fuera presidente, Estados Unidos no es la principal potencia económica del planeta. La primera es ahora, cómo no, China (también el mayor contaminador del mundo, y el país con más obesos, con más usuarios de móvil e Internet, etc.);
  • el principal inversor, constructor de infraestructuras y comprador de materias primas de los países más prósperos de Asia y el África subsahariana es, de nuevo, China; China es también el principal inversor en Latinoamérica en empate técnico con Estados Unidos y España (como puerta de la UE a la región);
  • la innovación espacial, en forma de misiones cada vez más eficientes y precisas, se traslada desde las antiguas potencias de la guerra fría y comparsas (Estados Unidos, Rusia, la Agencia Espacial Europea) a países como India, capaz de poner un satélite en la órbita de Marte por 74 millones de dólares.

Prosperar en un mundo con varias superpotencias

Hay innumerables síntomas equivalentes que nos recuerdan que, a lo largo de la historia, hubo dos superpotencias repartiéndose parte del comercio y riqueza mundiales y sólo el auge de la colonización europea y el posterior reinado estadounidense acabaron con el dominio chino e indio.

¿Son la vuelta de China e India al dominio mundial más bien el retorno a la “normalidad” desde un punto de vista retrospectivo, en lugar de una anomalía?

El grado de corrupción (en China e India), desigualdad (sobre todo en India), ausencia de democracia (China) y auge de las demandas sobre libertades individuales e igualdad de género a medida que crecen y se consolidan sus clases medias, determinarán la rapidez con que India y, sobre todo China, se convierten en el epicentro de la economía mundial.

Protestas como las de Hong Kong (China) y tensiones interclasistas y religiosas (India: tanto internas como con el vecino Pakistán) pondrán a prueba a ambas como potencias.

Norteamérica, Europa, Japón y Australasia se acomodan como pueden a una nueva situación geopolítica con cuatro superpotencias potenciales (Estados Unidos, China, Unión Europea e India), tratando de:

  • beneficiarse del auge de los emergentes (bienes más baratos, más compradores de bienes de alto valor añadido producidos en los países ricos -Alemania es el segundo exportador de estos productos, tras China y por delante de Estados Unidos-, así como de tecnologías de la información con epicentro en Silicon Valley);
  • y protegerse de las peores externalidades: deslocalización y carrera por el control de las materias primas, el comercio y la provisión de servicios (agua, energía, infraestructuras, consultoría, etc.) en el resto del mundo.

El gran estancamiento: consecuencias de una cultura acomodaticia de décadas

Desde Europa -con menos problemas para colocar deuda pública en los mercados, pero escaso crecimiento- y Norteamérica -que vuelve a crecer, pero amplias capas no notan la mejoría-, los expertos dirimen si asistimos a una crisis temporal o más bien a un “gran estancamiento“, como diagnostica el economista estadounidense Tyler Cowen.

Hasta ahora, los expertos han hablado más de las consecuencias en los países ricos del empuje de China y el resto de los emergentes, así como los estragos causados en paralelo por la Gran Recesión:

  • desindustrialización y deslocalización (de la producción, pero también de la tecnología y la innovación), moderación o descenso salarial;
  • trabajo precario sobre todo entre los jóvenes y los menos educados;
  • aumento de la desigualdad social y augurios del fin de la clase media acomodada como normalidad (Además de El gran estancamiento, Tyler Cowen ha publicado Average is Over).

Pero Se acabó la clase media no es el recetario de Doctor Doom, exponiendo un mundo distópico sin un futuro prometedor, sino la constatación de que, para solventar los principales problemas a los que se enfrentan las sociedades avanzadas, cada vez más gente deberá aprender a sacar partido de la tecnología.

Crear riqueza de productos y servicios desaprovechados

No es un mensaje buenista ni simplificado, sino más bien una visión sobria de las tensiones que reducirán los empleos poco productivos y bien remunerados que absorberán la mecanización y la automatización.

Nuevos empleos artesanos, creativos y de especialización convivirán con maneras de hacer más con menos, gracias a fenómenos como la desmaterialización de productos, la producción bajo demanda, el acceso flexible al bienestar y el auge de la economía P2P (entre usuarios).

Autores como Jeremy Rifkin creen que oportunidades tecnológicas como conectar entre sí todos los objetos del mundo (Internet de las cosas) y la economía entre usuarios conducirán a una economía interconectada con productos de coste marginal cero: personas que sacan partido a su talento, posesiones -hogar, vehículo, etc.- y tiempo en un mercado global interconectado.

¿Tecnología para crear igualdad sin populismos?

En su ensayo Zero to One, el emprendedor Peter Thiel coincide con Tyler Cowen  en el diagnóstico acerca sobre lo que nos ha conducido a los problemas actuales en los países ricos (una falta de grandes innovaciones durante décadas), así como el optimismo sobre lo que debe ayudarnos a evitar que Europa y Norteamérica entren en un permanente período deflacionario sin crecimiento similar al de Japón: oportunidades tecnológicas.

¿Cómo lograr que la tecnología afecte a la mayoría de la sociedad, sin aplicar políticas populistas que agudicen los problemas que tratan de resolver causando inseguridad jurídica, fuga de inversiones y capitales extranjeros o tensiones que depriman la demanda interna y externa? ¿Puede la Europa mediterránea crear una economía productiva o cualquier intento profundo de reforma conducirá a elecciones ganadas por populistas con recetas más similares a las de los países bolivarianos que a las de la socialdemocracia europea?

(Al fin y al cabo, fue el gobierno de coalición entre el SPD de Gerhard Schröder y los Verdes quienes aplicaron en Alemania las duras e impopulares reformas que aumentaron la competitividad alemana: Agenda 2010).

La dificultad de crear una estrategia personal “antifrágil”

Los economistas y expertos más críticos con la desigualdad actual se sirven de trabajos académicos como el superventas mencionado del francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, para relacionar los principales problemas económicos y de desigualdad con un sistema que funciona sólo para los poderosos, que aumentan su “r” o retorno de las inversiones (beneficios no relacionados con su trabajo directo), mientras el resto de la sociedad se esfuerza por llegar a fin de mes con su “g” o ganancias del trabajo (salario: el fruto de su esfuerzo).

Al comparar la época de desigualdad actual con la era de los grandes magnates estadounidenses de finales del siglo XIX, esta interpretación de la realidad olvida varios aspectos, olvidando el papel que juegan algunos factores determinantes en la prosperidad de una persona, familia, comunidad o país en una generación u otra: las decisiones económicas personales, la tolerancia por el riesgo o la predisposición a reciclarse profesionalmente, aceptar empleos en sectores ajenos al que uno aspira, plantearse la movilidad geográfica, etc.

En palabras del ensayista e investigador Nassim Nicholas Taleb, el mejor modo de afrontar la incertidumbre es reconocerla y establecer una estrategia racional que apunte hacia la dirección correcta, si bien no garantiza un destino concreto. Cualquiera puede acotar una actitud, crear un marco que evite un único punto débil. Es lo que Taleb llama estrategia “antifrágil“.

Comparar la situación de estancamiento actual con un retrato fijo en que un puñado de oligarcas se reparten el pastel ajenos a las dificultades del resto de la sociedad sobrepasa el grado de simplificación tolerable por cualquier narrativa que no pretenda caricaturizar la situación. 

Muchos análisis actuales se olvidan de la incidencia de las decisiones personales sobre la economía y destino personales, enarbolando un determinismo social que posteriormente denuncian. 

Economía conductual: nuestras decisiones también cuentan (no somos meras comparsas)

La economía conductual investiga científicamente la relación entre la conducta y la situación económica de una persona o grupo. Partiendo de la economía conductual, The Economist nos recuerda en su último número la estrecha relación entre las decisiones que tomamos y la marcha a largo plazo de la economía personal, más allá de los vaivenes a los que está sujeto el individuo, en función del país y la coyuntura.

The Economist menciona varios estudios en universidades estadounidenses y entornos similares privilegiados, en comparación con la situación en el mundo. Estos estudios de economía conductual demostrarían que los más pobres caen -por una serie de circunstancias, entre ellas la incertidumbre del día a día, las carencias educativas, la ausencia de mentores y experiencias ajenas a su propia realidad, el deseo por sentirse integrados- en peores decisiones económicas de manera consistente que personas y familias con problemas menos acuciantes.

Filosofía, psicología humanista y economía conductual nos recuerdan la importancia de la percepción de uno mismo y del entorno para lograr la autoestima necesaria que nos permita dedicar más tiempo a cuestiones abstractas y elevadas (pensamiento complejo, planificación a largo plazo, estudio, proyección social, resolución de problemas, inversiones) y, por tanto, beneficiarnos de planes -también económicos- más sólidos y sosegados, a menudo liberados de la presión acuciante del día a día.

Jugar a empatar es acabar perdiendo

En las últimas décadas -muestran los datos sobre desigualdad esgrimidos por Piketty y cualquier economista mínimamente crítico con la situación-, se ha producido un estancamiento de los salarios para la mayoría de la población, tanto en Estados Unidos como en Europa y Japón, a excepción de los más ricos, que han aumentado su capacidad de retorno de la inversión (“r”).

El problema no son “el capitalismo” ni “la confabulación de los oligarcas”. En conjunto, el mundo es ahora más próspero e igualitario que nunca antes, con el aumento de la renta media, la escolarización y la esperanza de vida, así como el descenso de la mortalidad.

Para expertos como los mencionados Tyler Cowen y Peter Thiel, el primero desde el academicismo y el segundo en calidad de emprendedor e inversor en algunas ideas para el futuro, una parte importante del problema estriba en el conservadurismo de la mayor parte de las industrias, que han estancado su innovación y no han evolucionado en las últimas décadas con la rapidez de las tecnologías de la información.

Volando más lentos que en la era del Concorde

El marketing y los nuevos modelos en sectores como el del automóvil o la industria aeronáutica podrían causar otra sensación, pero la tecnología motriz de automóviles y aviones no ha cambiado en las últimas décadas, por no hablar de la ausencia de “coches voladores”, como bromeaba el propio Thiel en una ocasión para referirse a este estancamiento (“queríamos coches voladores y nos dieron 140 caracteres”).

Sin sustitutos para el largamente desaparecido avión de pasajeros supersónico Concorde, así como los autos más innovadores situados en un pequeño nicho (como los propios Tesla, desarrollados por Elon Musk, amigo y ex compañero de trabajo de Thiel), más que encontrarnos en una Era Dorada, padecemos por emplear a millones de personas en sectores cada vez más obsoletos.

La auténtica edad dorada de la innovación se produjo más bien entre 1945 y 1971, recuerda Michael Hanlon en Aeon Magazine, refiriéndose a la edad de oro del capitalismo desde el fin de la II Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo de 1973…

En esa época se produjo la Revolución Agraria, la llegada de los plásticos y expansión de las economías de escala a todos los sectores, la píldora anticonceptiva, los primeros aparatos electrónicos, el nacimiento de Internet y la informática moderna, energía nuclear, antibióticos, exploración espacial y consolidación de los derechos civiles…

Cómo estimular una era de grandes innovaciones

Zero to One, el ensayo de Peter Thiel surgido de los apuntes que tomó uno de los alumnos que asistió a la clase que el emprendedor e inversor impartió en Stanford durante un semestre, expone la situación de estancamiento y dónde, según él, se encuentra la oportunidad: en explorar nuevos nichos, y no en producir más barato o con matices un producto ya existente (estrategia china).

Thiel no desarrolla en su ensayo cómo una nueva era de invenciones podría contrarrestar la creciente desigualdad social entre la minoría que saca partido de un mundo cada vez más relacionado con la automatización de Internet y el resto, si bien sugiere que más y mejores ideas y productos en más sectores repercutirá sobre sus creadores, trabajadores, usuarios.

Consciente del interés por conocer cómo podrían las sociedades avanzadas salir del atolladero de la creciente desigualdad y sus consecuencias -populismo e inestabilidad, que a su vez agrandarían el problema en lugar de solucionarlo, etc.-, Tyler Cowen dedica un artículo en The New York Times a reflexionar sobre cómo la tecnología podría combatir la disparidad económica y salarial.

Tecnología como redistribuidora de conocimiento y riqueza

¿Cómo podría la tecnología ayudar en el futuro? Tyler Cowen cree que la tecnología ha mejorado nuestra existencia de muchos modos hasta ahora, sobre todo en acceso a la información, entretenimiento, comunicación ubicua a escala planetaria y automatización de procesos; pero ha llegado el momento de que estos beneficios se traduzcan económicamente.

  • medicina más eficiente y barata: Cowen cree que en las próximas décadas la inteligencia artificial e integración de diagnósticos abaratarán y harán más eficiente la medicina;
  • educación permanente y virtualmente gratis: de momento, la enseñanza reglada es ajena al abaratamiento del intercambio de información, con coste marginal cercano a cero, pero la convivencia entre la enseñanza virtual y la presencial permitirá su convergencia y facilitará el acceso para los más desfavorecidos;
  • oportunidades (aunque más inciertas) en el acceso a la vivienda, gracias al intercambio más eficiente a través de sistemas colaborativos, la construcción de viviendas más pequeñas cuando sea necesario, etc.;
  • acceso a un mundo programable por cualquiera: a medida que se popularicen herramientas para automatizar procesos (jardinería, robótica, etc.), los no expertos serán capaces de programar sus propias aplicaciones (similares a “scripts“) entre dispositivos informáticos y cualquier otro artilugio, creando nuevas oportunidades de negocio; si hay más personas capaces de aprovecharse de la ventaja competitiva de la automatización personalizada de procesos, cualquiera podrá crear una startup (virtualmente, autoemplearse o incluso contratar a terceras personas), a menudo combinando procesos artesanales con la última tecnología;
  • eclosión de interfaces más “naturales” entre ordenadores y personas, que aceleren procesos y logren interacciones de realidad “aumentada”, como hacer más cosas en menos tiempo al servirse de gestos, “scripts” o voz para realizar tareas que ahora requieren texto, programación y acciones con el cursor;
  • nuevos trabajos humano-robot: tareas en las que un trabajador se alíe con un robot “inteligente” para asistirlo en el proceso de toma de decisiones cuando surjan conflictos técnicos o éticos, se requieran reparaciones, etc; la robotización presente desde hace décadas en las factorías más automatizadas se extenderá a todo tipo de procesos y servicios a pequeña escala;
  • acceso a herramientas que homogeneizarán el conocimiento y la experiencia financiera, lo que repercutirá, cree Cowen, en un descenso potencial de la desigualdad.

Tecnología para hacer más con menos

Tyler Cowen concluye su artículo refiriéndose al papel que jugarán China y las otras potencias emergentes en el futuro: “Quizá vivamos en un momento -dice- en que Estados Unidos y otros países desarrollados asumen los costes del desarrollo económico chino sin lograr todavía muchos de sus beneficios potenciales”.

China y el resto de países emergentes son suficientemente ricos como para competir por los recursos del mundo y producir todo tipo de bienes más baratos y con mayor eficiencia, en parte gracias a un coste laboral muy inferior, que irá subiendo a medida que aumenten las reivindicaciones de la población.

Tyler Cowen cree que, si bien de momento China e India producen bienes con cada vez más valor tecnológico, la mayoría de ellos son versiones de productos ya existentes. En el futuro, la economía mundial se beneficiará de auténticas innovaciones de estas economías, que abaratarán todo tipo de sectores y procesos.

“Imaginemos -dice Cowen- una futura China produciendo coches más baratos y seguros, una cura para algunos tipos de cáncer, así como una tecnología de almacenamiento operativa para la energía solar”. Con estas y otras innovaciones, los habitantes de los países ricos mejorarían sus vidas, mientras podrían dedicarse a otras tareas.

Paciencia en tiempos revueltos

El economista de la George Mason University y fundador de la bitácora Marginal Revolution cree que la batalla global contra la desigualdad social no debería librarse en limitar al máximo el ahorro procedente del retorno del capital y repartirlo de manera más equitativa entre la sociedad, como arguye Thomas Piketty.

Tyler Cowen cree que “movimientos hacia una mayor desigualdad [debido a, por ejemplo, la ventaja tecnológica de unos pocos sobre el resto] a menudo ponen en movimiento fuerzas compensatorias [que devolverían una mayor igualdad], incluso si estas fuerzas tardan mucho tiempo en llegar a buen término.”

“Desde esta perspectiva -termina Cowen- en lugar de intentar acabar noquear al capital, nuestra atención debería dirigirse a dejar abiertas las posibilidades de innovación, cambio y dinamismo”.

Incluso cuando una ausencia de políticas redistributivas a escala global (como, por ejemplo, una tasa global a los movimientos de capital, como defiende el propio Piketty) aumentaría la desigualdad a corto plazo, existe una oportunidad plausible de lograr un mayor retorno para todos si se permite innovar mejor y más rápido, en lugar de dificultar -por ejemplo- la creación de empresas y el movimiento de inversiones y talento entre regiones y países.

“La historia de la tecnología sugiere que se están creando nuevas oportunidades para una vida mejor y salarios más elevados, sólo que no a la velocidad que nos gustaría”.