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Memética, pensamiento de grupo y comportamiento coordinado

Quien tenga alguna duda acerca de si vivimos en una era distinta a la de nuestro Yo de hace veinte años, podemos recurrir a la cultura pop que sí reconocíamos todavía entonces, justo antes del inicio de la fragmentación del contenido digital a la carta y la superposición de creadores y audiencia.

Un ejemplo: la serie The Wonder Years (traducida en España como Aquellos maravillosos años) se estrenó en Estados Unidos en 1988 y relataba las peripecias familiares del protagonista durante su adolescencia 20 años antes, en 1968 (año tenso en ese país y con paralelismos —de polarización política y tensiones raciales— con 2020).

Si hoy se estrenara una serie similar que ocurriera 20 años antes, el flashback en el pasado se referiría a 2001. Imposible no sentirse maduro después de digerir semejante efeméride. Pero la imagen nos hace comprender por qué el ensayo La sabiduría de los grupos, publicado en 2004 por James Surowiecki, parece pertenecer a una época inocente en que la colaboración en Internet se asociaba con comportamientos racionales y bien informados.

De aquellos polvos estos lodos

Menos de dos décadas después del ensayo de Surowiecki (todavía ampliamente citado en las escuelas de negocio) se abriera paso como uno de los ensayos para una nueva era de la cooperación y la psicología multitudinaria, asistimos a fenómenos en los que, más que una sabiduría de un público que colabora libre y racionalmente, lo que observamos es el avance a toda costa de acciones coordinadas de la muchedumbre, ya sea en el mundo digital (Gamergate, teorías conspirativas como QAnon o las fantasías electorales de Donald Trump desde su derrota electoral, etc.) o en su reflejo en el mundo físico (Pizzagate, asalto al Capitolio de Estados Unidos en la jornada de la certificación electoral de la victoria demócrata).

En ocasiones, los fenómenos tienen lugar y ni los medios ni el público son capaces de nombrar lo que se desarrolla ante ellos en tiempo real y hace pensable lo impensable, o tolerable lo que nunca debería serlo. Aparecen artículos de análisis que empiezan a dirimir la frontera difusa que en Estados Unidos separan el nacionalismo (o fundamentalismo) cristiano, del patriotismo cristiano, así como la disidencia legítima de las conspiraciones autodestructivas y los cultos.

Michael Gerson se atreve ya a decir en el Washington Post que el trumpismo irredento, como el mostrado por la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, no es más que fascismo autóctono, tan estadounidense como el defendido en su momento por el aviador Charles Lindbergh. Del mismo modo, ya hay fanáticos de QAnon que demandan ayuda psiquiátrica para tratar de apartarse de lo que se ha convertido en un culto absorbente. Lo explicaba recientemente Sabrina Tavernise en un artículo para el New York Times.

En paralelo, la a veces positiva psicología de multitudes (por su capacidad movilizadora, por su potencial de denuncia de injusticias y abusos en contextos turbulentos o no democráticos) se hace indistinguible de la otra cara de la moneda, como el reflejo chovinista surgido de la instrumentalización de desesperados por quienes quieren canalizar el descontento teledirigiendo acciones gregarias de la muchedumbre.

Simpatía generalizada por según qué muchedumbre

Perdida la inocencia de inicios de siglo, observamos cómo las estrategias de manipulación coordinada no se limitan únicamente a difundir opiniones extremistas con objetivos a menudo políticos, sino también a desestabilizar instituciones que no han sabido renovarse y que muestran hoy deficiencias anacrónicas que a menudo crean injusticias imposibles de justificar.

Durante el mes de enero, la acción coordinada de entusiastas de las inversiones bursátiles a corto plazo percibidos como aficionados «outsider», reunidos en torno a un canal especializado en Reddit (WallStreetBets) y plataformas, aplicaciones de inversión que convierten las operaciones bursátiles en poco menos que un videojuego y el confinamiento originado por la pandemia, pusieron en jaque a varios fondos de inversión dedicados a apostar contra el futuro de empresas con escasas perspectivas de futuro como la tienda de videojuegos GameStop, el fabricante de telefonía Blackberry o la cadena de salas de cine AMC.

Los «fondos buitre» abusan de argucias como el «shorting» o posición corta, consistente en apostar a la caída en picado del valor de las acciones en empresas con un futuro complejo debido a problemas conocidos y difíciles de superar por cambios en el sector, transformaciones tecnológicas, etc., lo que hace de estas firmas una presa fácil, al carecer de compradores potenciales.

De este modo, los fondos de inversión y expertos en operaciones de posición corta (en ocasiones, la misma entidad) se reembolsan el valor de la diferencia entre el valor de las acciones en el momento del «shorting» y el valor de las acciones una vez su precio se ha colapsado.

El gancho del pensamiento de grupo en tiempos de incertidumbre

La inversión no está siempre garantizada, como se observa en la especulación cruzada que se está produciendo en numerosos valores de riesgo en este momento, percibido como un cambio de ciclo que coincide con el cambio de Administración en Estados Unidos. En esta ocasión, fondos de inversión y vendedores a corto se han encontrado con la sorpresa de la contrapuja.

Cuando un vendedor a corto toma prestada una acción y la vende a un precio que cree elevado, tiene libertad para hacerlo porque se ha comprometido a devolver la acción a su propietario; si el valor de la acción sube en vez de bajar, el «short seller» puede acabar perdiendo mucho más de lo que ha arriesgado, al no haber límite; es lo que ha ocurrido en estas semanas, lo que ha generado ganancias estratosféricas pese a que el aumento del valor de las compañías no se ha basado en perspectivas reales, ni en ratios precio-beneficio (P/E), sino en una operación que funciona como las teorías conspirativas.

Quienes apelan a comprar estos valores «creen» en la operación, y la fuerza de esta creencia es contagiosa, al retroalimentarse de afrentas y de la sensación de revelarse tras ser supuestamente atacados (un fenómeno psicológico descrito por David Brooks en una acertada columna de 2017 como la «mentalidad de asedio», capaz de alimentar un sentimiento de cohesión de grupo); otro fenómeno psicológico asociado, el pensamiento de grupo («groupthink»), descrito por el psicólogo Irving Janis en 1972, expone que la cohesión momentánea, aunque sea circunstancial, puede propulsar decisiones irracionales a gran escala.

El riesgo es relativamente remoto cuando los fondos de inversión interesados en el «shorting» han iniciado una estrategia de acoso y derribo contra el valor de una compañía en apuros (aunque ocurrió un fenómeno muy similar durante la crisis de la deuda soberana que afectó a varios países europeos y que puso a Irlanda, Grecia, Portugal, España o Italia contra las cuerdas en distintos momentos: estos países fueron víctimas de un «shorting» masivo y dolorosamente prolongado).

Cuando no se quiere acabar con el desmane, sino participar en él

El «shorting» se ha convertido en una práctica abusada y abusiva practicada por fondos de inversión especializados que se comportan abiertamente como poco menos que un cartel. De modo que la actuación coordinada de los usuarios aficionados de Reddit al promover la compra de acciones de empresas que padecían esta argucia se ganó rápidamente la simpatía del público y los comentaristas: el pequeño inversor estaba dando una lección a los fondos buitre.

Los artículos no se han hecho esperar sobre los creadores del canal de Reddit donde se originó esta «simpática» acción coordinada de dudosa legalidad bautizada como «meme stocks». Los «valores meméticos» cambian de caballo después de que muchos lograran retornos extraordinarios de inversiones relámpago en GameStop y AMC a finales de enero. Febrero empieza con una apuesta por el valor de la plata, metal segundón tanto en las joyerías como en inversiones, al distar mucho de la estabilidad del oro, valor-refugio por antonomasia.

En enero, a medida que los fondos de valores bursátiles en la bolsa neoyorquina como GMA (GameStop) empezaron a aumentar artificialmente, los fondos de inversión empezaron a pedir la mediación del regulador (SEC, comisión de bolsa y valores de Estados Unidos), pues cualquier acción coordinada como promover abiertamente la compra en tromba de un valor podría ser vista como lo que es, un fraude especulativo ajeno al valor percibido real de unas acciones.

Con el público alineado con los accionistas aficionados en un momento de tensión y polarización especialmente punzantes, ni la SEC ni el Ejecutivo estadounidense tienen margen de maniobra suficiente para intervenir en la situación sin que ello sea percibido como un alineamiento con los intereses de los poderosos de Wall Street: «insiders», fondos de inversión y el entramado que ha prosperado con la especulación bursátil en los últimos años.

Socialismo para los ricos, capitalismo salvaje para el resto

La llamada la relación entre el mercado bursátil y la economía real a raíz del colapso de Lehman Brothers, la crisis de los bonos basura y el rescate bancario y financiero posterior, parecen historias de otra era; la realidad es que ocurrieron hace poco más de una década y todavía estamos pagando sus consecuencias.

La desfachatez con que el sistema financiero se sirvió de su carácter sistémico para que los ciudadanos pagaran de manera subsidiaria sus desmanes especulativos (pues la deuda generada por los rescates deberá pagarse, ¿o no?) es uno de los catalizadores del descontento que espoleó desde hace una década muchas de las teorías conspirativas con que debemos bregar en momentos en los que es tan necesario lograr consensos para afrontar retos climáticos y sanitarios (que también son económicos) a gran escala. Son las consecuencias de lo que Thomas Friedman denominaba la fórmula Made in USA: Socialismo para los ricos. Capitalismo para el resto.

No obstante, es un síntoma de nuestro tiempo que los aficionados bursátiles espoleados por la pandemia, ayudados por inversores-estrella atentos a cualquier resquicio no esquilmado por actores como los fondos buitre, hayan suscitado tal simpatía entre la audiencia de las redes sociales que pesos pesados del mundo empresarial y mediático se han limitado a defender a los «pequeños inversores» en contra de los especuladores profesionales.

Un documental de animales

Hay quien sostiene que los fondos de inversión —los que no son «demasiado grandes para caer» y, por tanto, ni requieren ayudas ni rescates públicos cuando las cosas van mal— ejercen un rol útil en los mercados financieros. En una columna para el Washington Post, el periodista económico británico Sebastian Mallaby argumenta que estos mecanismos de inversión son, con ayuda de los expertos en «shorting», un canario en la mina del sistema financiero global, llegando a afirmar que «un mercado sin vendedores a corto es como un sistema político sin periodistas de investigación».

Nótese que el mencionado periodista habla de «sistema político», cuando existe el término «democracia». En la City londinense nunca han hecho el distingo y no les ha ido mal (Hong Kong y Shanghái son dos plazas demasiado importantes como para perderse en detalles).

Noah Smith llega incluso a explicar que los vendedores a corto tendrían un papel crucial en el sistema financiero, si bien Smith explica cómo deberían actuar estos vendedores, y no cómo lo hacen. Según el periodista estadounidense, los vendedores a corto aportan dosis de realismo a valores que de otro modo tenderían a una sobrevaloración.

Lo que Noah Smith no explica es que el fenómeno al que asistimos a menudo es un acoso y derribo coordinado sobre empresas que el mercado ya considera como poco preparadas para el futuro (por ejemplo, una tienda física de videojuegos cuando hace años que el sector ha trasladado su epicentro a plataformas y tiendas electrónicas). La utilidad hipotética de semejante especulación tiene poco o nada que ver con lo que ocurre en realidad.

Thomas Friedman emplea un símil para expresar de manera más convincente qué ocurre cuando las nuevas herramientas de inversión para el gran público, más que contribuir a que Wall Street deje de funcionar como un club opaco, han canalizado nuevos métodos de fraude (que, se supone, deberíamos pasar por alto al ir contra los intereses de quienes controlan un sistema opaco y tan o más especulativo):

«Cuando observo lo ocurrido, es como si estuviera viendo un gigantesco documental de animales de National Geographic. Yo lo explicaría así a un niño de cinco años que estuviera tratando de aclararse: en primer lugar, hay esa gente llamada leones, son los “vendedores a largo”, que detectaron a su presa, en este caso llamada acciones de GME, y se la comieron. Este valor tenía un valor de 163 dólares y de redujo a 4.

«Luego llegaron las hienas, conocidas como “vendedores a corto”, y ellas se alimentaron del cadáver de GME, pero estas hienas son mágicas, pues en realidad consiguen que el cadáver crezca un 50% de lo que era.

«Luego llegó un grupo llamado “estranguladores de posiciones cortas”, un nuevo grupo, ¿de acuerdo? Y éstos estaban compuestos por buitres que se comieron las hienas, y los buitres realmente listos acudieron a comer cuando el precio de la acción había llegado a 500 dólares. Los tontos van a quedarse allí a seguir comiendo, y al final serán los leones quienes vuelvan y se los coman, y las acciones volverán de nuevo a 4 o 5 dólares.

«Es el Círculo de la Vida. Hakuna matata, baby».

Entre una tienda de juegos sin futuro y un canal de Reddit

Tal y como sugería el periodista estadounidense Matthew Yglesias en medio de la subida astronómica del valor bursátil de GameStop, un modo más realista y escalable de dar una lección a los grandes accionistas y fondos de inversión consistiría en establecer impuestos progresivos sobre el capital.

Pero la conversación en medios, foros especializados y redes sociales en torno a los «valores meméticos» no se ha centrado en el carácter especulativo y artificial de una parte cada vez mayor de la actividad bursátil, sino a la imposibilidad de participar en la especulación «programada» (o coordinada, o teledirigida, si se prefiere) a través de servicios que reducen la dificultad y fricción para los pequeños accionistas, tales como la aplicación Robinhood y sus alternativas.

La propia Robinhood entró en el punto de mira del público y los pequeños inversores debido al bloqueo temporal de la compra de varios valores al inicio de sesión (entre ellos, los mencionados GME, AMC y BB —Blackberry—), si bien durante este período de varias horas los usuarios sí pudieron vender, lo que suscitó sospechas fundadas de manipulación de los términos de uso en la plataforma, que ha atraído a una audiencia joven y tecnológicamente alfabetizada con la promesa de no cobrar comisiones por las transacciones realizadas.

La compañía aseguró haber limitado operaciones con valores seleccionados sometidos a volatilidad excepcional entre sus usuarios debido a las obligaciones de su propia plataforma, que debe garantizar las operaciones que presenta a los usuarios en tiempo real con un importe colateral.

Ronbinhood, siempre según la propia firma, no habría podido garantizar el volumen de operaciones, de varios centenares de millones de dólares, y aseguró haber solventado el aprieto tras una inyección de emergencia de 1.000 millones de dólares de capital riesgo.

Relatos maniqueos que siempre funcionan para forzar la tierna lagrimilla

Las declaraciones de la firma no evitaron que muchos de los participantes en la puja coordinada en GME mencionaran que poco se podía esperar de un servicio que había optado por glorificar en su nombre a un ladrón obsesionado con la redistribución.

Este es el contexto y el punto de vista de algunos de los participantes que se habían ganado la simpatía del público, tras las explicaciones edulcoradas y superficiales de los «meme stocks» y su narrativa ajustable a la horma de David contra Goliath. Estos relatos resultan especialmente atrayentes a una audiencia que ha acumulado los agravios, reales y percibidos, de la transformación del mundo en las dos últimas décadas, coincidiendo con la aceleración de fenómenos como la mundialización, el ascenso de China y el mundo digital.

Las historias de accionistas amateur capaces de lograr retornos astronómicos a partir de una modesta inversión inicial han sido celebradas en las redes sociales con el mismo celo y gregarismo con que usuarios de peso (entre ellos, personalidades del mundo tecnológico, con Elon Musk en cabeza) se dedican a desacreditar a los medios de comunicación y periodistas (apelados «journos»).

Volvemos a la narrativa del «hombre corriente» maltratado por las élites (en este caso, los fondos de inversión de Wall Street —capaces de suscitar una antipatía universal bien merecida, por otro lado—) que decide rebelarse y asaltar el statu quo para recuperar lo que supuestamente le pertenece (en este caso, lograr retornos de la inversión tan o más ventajosos que los profesionales de la especulación bursátil «insider» en Nueva York).

Los paralelismos de esta narrativa —asumida por redes sociales y medios— con el relato del que se sirven movimientos populistas como el que el propio Donald Trump ha logrado aglutinar en Estados Unidos así como por figuras análogas en otros países, son evidentes. Las teorías conspirativas alimentadas o apadrinadas por figuras como Trump, tales como QAnon, han integrado ya este nuevo episodio memético entre el público y las élites (las de Washington, de Wall Street, de los medios, de Hollywood) y la supuesta conspiración contará también con la supuesta participación de los enemigos percibidos y demonizados.

Pirómanos celebrados

Si nos referimos a analogías contemporáneas a la mentalidad de asedio o el «groupthink», la animadversión que algunos pesos pesados de Silicon Valley sienten por medios de comunicación tradicionales y periodistas empieza a rozar situaciones comprometedoras que evocan los tics autoritarios contra la libertad de prensa que muestran las administraciones de las llamadas democracias iliberales.

El inversor de capital riesgo Marc Andreessen, quien acuñó hace casi una década, en agosto de 2011, la célebre frase según la cual «el software está engullendo al mundo», anuncia que la firma de la que es socio tiene una aspiración que va mucho más allá de invertir en empresas tecnológicas prometedoras.

En su voluntad de privar al periodismo tradicional de la cada vez más debatida posición de filtro y árbitro del contenido informativo creíble, Andreessen anuncia que su empresa tiene también una «misión editorial» y ésta, al parecer, no suscitaría ningún conflicto de interés con sus inversiones:

«Nuestra misión editorial es convertirnos en el lugar de referencia para comprender la tecnología, la innovación, y el cambio, a medida que impactan nuestras vidas (…). Nos consideramos resolutivamente pro-tecnología, pro-futuro y pro-cambio».

El inversor deja claro su concepto deontológico y su sentido de la responsabilidad ante los estragos que este cambio resolutivo pudiera causar, una opinión próxima al corporativismo industrial clásico y que recuerda la máxima atribuida a Mark Zuckerberg, la que se refiere a la ventaja competitiva de «moverse rápido y romper cosas».

Genealogía de los “fanboys”

Andreessen Horowitz, A16z, la firma de la que Marc Andreessen es socio, ha invertido en Robinhood y su peso específico sirvió a la firma para salir de su primera gran crisis de relaciones públicas del 28 de enero, al suspender temporalmente la compra de valores de elevada volatilidad debido a su compra coordinada y poder reactivar la venta de estos activos tras una inyección de capital tan elevada como instantánea.

El punto de vista de firmas de capital con respecto a los viejos centros de poder percibido es alérgico al escrutinio y a cualquier voluntad de supervisión o regulación. Cualquier investigación periodística o injerencia de entidades que se consideran ajenas al círculo de poder de la industria tecnológica, podría contar con el viento en contra de ataques de opinión muy similares a las operaciones coordinadas en redes sociales que emplean gobiernos como el ruso o el chino en sus campañas de desinformación.

No sorprende que, al estudiar los inversores de las dos firmas que tratan de crear un nuevo periodismo prescindiendo de la intermediación periodística tradicional, la plataforma de boletines digitales bajo suscripción Substack y la plataforma de debates privados en «salones» de videoconferencia que requieren invitación, Clubhouse, Andreessen Horowitz aparezca en la lista destacada.

A16z quiere eliminar la intermediación tradicional del periodismo y atraer a periodistas independientes que deban probar su valía y popularidad en plataformas como Substack. En el proceso, de paso, inversores y compañías creadas sustituirían cualquier riesgo de escrutinio por una prensa más similar a la cultura de «fanboys» originada a partir del fenómeno Steve Jobs.

El valle que quería sustituir el periodismo por las relaciones públicas

Así que los inversores y consejeros delegados de la industria tecnológica se sienten atacados y defienden unos intereses en forma de pensamiento de grupo que se acercan al corporativismo, las plataformas de inversión que convierten las operaciones bursátiles en un videojuego y los propios grupos de inversores que se sirven de la coordinación en línea para alterar el valor percibido de los productos financieros tienen más que ver de lo que parece a simple vista.

Los protagonistas de mayor peso se desdoblen en las distintas categorías y atraigan, de paso, a su audiencia para cada una de las respectivas cruzadas contra el supuesto poder establecido. Nos encontramos en otro capítulo del proceso de desregulación forzosa a que las tecnológicas han sometido el entretenimiento digital, el periodismo y ahora la inversión bursátil.

Esta actitud de «moverse rápido y romper cosas» ha sido a menudo catalizadora de las teorías conspirativas y la polarización en la opinión pública, más que asistir a una regeneración de las instituciones informales y oficiales que garantizan la salud de una sociedad abierta.

En este fuego cruzado entre viejos y nuevos modelos, el principal perdedor en los últimos años ha sido la propia salud y viabilidad del debate público, que ha padecido una fragmentación y degradación cuyas consecuencias están a la vista en sondeos sobre la valoración de los sistemas democráticos o la propia confusión conspirativa en torno a Covid-19, las últimas elecciones estadounidenses o el cambio climático, por no hablar del éxito de QAnon, auténtico fenómeno memético con representantes en el propio Congreso de Estados Unidos.

Conspiracionismo para avanzar cueste lo que cueste

El conspiracionismo en Estados Unidos sufrió un revés al asistir al descrédito de las predicciones según las cuales se instauraría la ley marcial en el país y Donald Trump sería declarado presidente llegado el momento, si bien los foros que alimentan QAnon ya se han adaptado a la nueva situación y se centran ahora en desacreditar a la nueva Administración y denunciar tanto las medidas contra la pandemia como la campaña de vacunación.

Tal y como señala James Hamblin, periodista de The Atlantic, parte del público estadounidense no quiere vacunarse debido a una teoría del complot según la cual las vacunas llevarían una tecnología de rastreo, mientras los mismos fanáticos de este pseudo-culto memético llevan auténticos aparatos de rastreo en el bolsillo, desde los cuales publican sus delirios sobre las vacunas.

Algunas de estas historias son tan implausibles que son indistinguibles de parodias, pero hay periodistas de investigación que aseguran que millones de personas han transformado sus vidas y sufrido a menudo rupturas traumáticas con amigos, compañeros de trabajo y familias al sostenerlas cueste lo que cueste.

El trabajo será duro y el fenómeno GameStop es una vertiente más de la fusión entre mundo desmaterializado y físico a la que asistimos. Claro que esta fusión entre mundo virtual y real seguirá siendo asimétrica mientras la letra pequeña legislativa (como la cláusula 230 en Estados Unidos) sigan defendiendo tanto la anonimidad de quienes atacan a terceros o difunden complots como protegiendo a los sitios que alojan el contenido, que siguen defendiendo su «neutralidad» o defensa de la «libertad de expresión».

Anteponer el fin a los medios nunca sale bien

Coordinar ataques anónimos, difamar falsamente o difundir teorías del complot no deberían salir gratis a quienes los perpetúan. Sin embargo, como se observa entre los acusados del asalto al Capitolio de Estados Unidos y sus defensores, se sigue creyendo que lo que empieza o acaba en el mundo digital es un mero juego de rol.

Quien no tenga claro a estas alturas que las fuerzas de la transmisión cultural informal (en forma de memética) se han transformado debido a su impacto instantáneo y distribuido, no está viviendo todavía en nuestra época. Los nexos inverosímiles entre nichos como el de la actividad física en Estados Unidos durante el confinamiento y los fanáticos de Trump, por ejemplo, sorprenden por su expansión y capacidad de influencia, tal y como explica Clio Chang en un reportaje para Cosmopolitan.

Muchos de quienes espolean estas herramientas no reguladas y aprovechan para pescar en río revuelto, saben lo que hacen y aprovechan el desamparo y la predisposición a ser manipulados de unos para asistir a otros a avanzar en sus objetivos, sean políticos, económicos o de influencia (que se traslada de un modo u otro en los dos anteriores).

En la Red, todo es susceptible de ser una broma. Hasta que deja de serlo.